LA CIRCUNCISIÓN DEL BAUTISTA
#Es el día de la circuncisión.
#Los presentes se quedan estupefactos del nombre, del milagro y de las palabras de Zacarías.
#Circuncidan a Juan. María lo toma, y lo arrulla, y él se calla y no patalea más.
#Disponed vuestro corazón para que acoja la Luz
#Dios perdona a quien reconoce su error, se arrepiente de él y lo confiesa humildemente
#Orad ¡hijos! con las palabras de mi Hijo. Decid al Padre por vuestros enemigos: "Padre, perdónalos"
Veo que la casa está de fiesta. Es el día de la circuncisión. María ha hecho que todo esté bien y en orden. Las habitaciones resplandecen de luz, y las telas más hermosas, los más bellos utensilios brillan por donde quiera. Hay mucha gente.
María se mueve ligera entre los grupos. Hermosa con su blanca vestidura.
Isabel, a quien respetan como a una matrona, goza contenta de su fiesta. El niño descansa sobre sus rodillas, harto de leche.
Llega la hora de la circuncisión.
Lo llamaremos Zacarías. ¡No!" exclama Isabel. "Su
nombre es Juan.¿Qué dices, Zacarías? Tú quieres
que se le de tu nombre ¿o no es así?
"Zacarías dice que no con la cabeza.
Toma la tablilla y escribe: "Su nombre es Juan"
y apenas acaba de escribirlo,
cuando con su voz continúa:...
"Lo llamaremos Zacarías. Tú estás ya viejo. Es bueno que tu nombre se de al niño" dicen varios hombres.
"¡No!" exclama Isabel. "Su nombre es Juan. Su nombre debe dar testimonio del poder de Dios."
"Pero jamás ha habido un Juan en vuestro parentesco."
"No importa. Él debe llamarse Juan."
"¿Qué dices, Zacarías? Tú quieres que se le de tu nombre ¿o no es así?"
Zacarías dice que no con la cabeza. Toma la tablilla y escribe: "Su nombre es Juan" y apenas acaba de escribirlo, cuando con su voz continúa: "porque Dios concedió un gran favor a mí, su padre, y a su madre y a este nuevo siervo suyo, que empleará su vida para la gloria del Señor. En los siglos y a los ojos de Dios será llamado grande, porque pasará convirtiendo los corazones al Altísimo Señor. El ángel lo dijo y yo no lo creí. Pero ahora creo y la Luz brilla en mí. Está entre nosotros y no la veis. Su destino es de no ser vista, porque los hombres tienen su corazón lleno de otras cosas y no quiere moverse. Pero mi hijo la verá y hablará de la Luz y ésta hará volver los corazones de los justos de Israel. Bienaventurados los que creyeren en ella y creyeren siempre en la palabra del Señor. Seas bendito, Señor eterno, Dios de Israel que has visitado y redimido a tu pueblo y nos has dado un poderoso Salvador en la casa de David tu siervo. Prometiste por boca de los santos Profetas desde tiempos muy remotos que nos librarías de nuestros enemigos y de las manos de los que nos odian, para mostrar tu misericordia para con nuestros padres y para mostrar que te acuerdas de tu santa alianza. Este es el juramento que diste a Abraham, nuestro padre: de concedernos que sin temor, al estar libres de las manos de nuestros enemigos, te sirvamos santa y justamente ante tu presencia por toda la vida" y así continúa hasta al fin.
Los presentes se quedan estupefactos del nombre, del milagro y de las palabras de Zacarías.
Isabel, que a la primera palabra de Zacarías tuvo un grito de júbilo, llora ahora, sosteniéndose abrazada a María que feliz la acaricia.
Circuncidan a Juan. María lo toma, y lo arrulla,
y él se calla y no patalea más.
Llevan a otra parte al recién nacido para la circuncisión. Cuando lo vuelven a traer, Juanito da terribles chillidos. Ni siquiera la leche de la mamá lo calma. Patalea como un potro. María lo toma, y lo arrulla, y él se calla y no patalea más.
"Pero ved" dice Sara. "¡No se calla sino cuando Ella lo toma!"
La gente se despide poco a poco. En la habitación se quedan María con el niño en brazos e Isabel que está dichosa.
Entra Zacarías, cierra la puerta, mira a María con lágrimas en los ojos. Quiere hablar, pero se calla. Se adelanta. Se arrodilla ante María. "Bendice al pobre siervo del Señor" le dice. "Bendícelo porque puedes hacerlo, tú que lo llevas en tu seno. La palabra de Dios vino a mí cuando reconocí mi error y creí en todo lo que me había dicho. Te veo a ti y veo tu dichoso destino. Adoro en ti al Dios de Jacob. Tú, mi primer templo donde el sacerdote que regresa, puede nuevamente orar al Eterno. Bendita tú, que mereciste alcanzar la gracia para el mundo y para este fin llevas al Salvador. Perdona a tu siervo si al principio no vio tu majestad. Con tu venida nos has traído todas las gracias. Dondequiera que vas, ¡oh Llena de gracia! Dios obra sus prodigios y santas son las paredes donde entras, santas se hacen las orejas que oyen tu voz y santos los cuerpos que tocas. Santos los corazones porque dispensas gracias, Madre del Altísimo, Virgen profetizada, y esperada para dar al pueblo de Dios el Salvador."
María sonríe, sonrojada de humildad. Habla: Sea alabado el Señor. Él sólo lo sea. Todas las gracias vienen de Él, no de mí. Él te las ha dado porque lo amas; sigue en el camino de la perfección, en los años que te quedan, para merecer su reino que mi Hijo abrirá a los Patriarcas, a los Profetas, a los justos del Señor. Y ahora que puedes orar ante el Santo, ruega por la sierva del Altísimo. Ser Madre del Hijo de Dios es una felicidad sin igual, ser Madre del Redentor debe ser un dolor atroz. Ruega por mí, que hora tras hora siento que crece mi peso de dolor. Y lo llevaré por toda la vida. Y aun cuando no veo todos los pormenores, siento que será un peso más grande que si sobre mis espaldas de mujer descansase el mundo y tuviese que ofrecerlo al cielo. Yo, yo sola, ¡una pobre mujer! ¡Mi Niño! ¡Mi Hijo! Ahora no llora el tuyo porque lo arrullo. ¿Pero podré arrullar al mío para calmarle el dolor?... Ruega por mí, sacerdote de Dios. Mi corazón se estremece cual flor ante la tempestad. Miro a los hombres y los amo. Pero veo que detrás de sus caras se deja ver el Enemigo y que los hace enemigos de Dios, de mi Hijo Jesús..."
PARA QUE ACOJA LA LUZ
Dice María:
"Dios perdona a quien reconoce su error, se arrepiente de él y lo confiesa humildemente. No sólo perdona: recompensa. ¡Qué bueno es mi Señor con quien es humilde y sincero, con quien cree en Él y a Él se confía! Desescombrad vuestro corazón de todo lo que lo hace sucio y perezoso. Disponedlo a aceptar la Luz. Como faro en las tinieblas la Luz es guía y consuelo santo.
Amistad de Dios, bienaventuranza de sus servidores, riqueza que ninguna otra cosa puede igualar. Quien te posee no está jamás solo, ni siente la amargura de la desesperación. No anules el dolor, santa amistad, porque el dolor fue la suerte del Dios encarnado y puede ser la suerte del hombre. Antes bien convierte este dulce dolor en amargura, y pone luz y caricias que como prenda celestial ayudan con la cruz. Cuando la Bondad divina os dé alguna gracia, empleadla para dar gloria a Dios; no seáis como los necios que hacen de una cosa buena un arma nociva, o como los pródigos que transforman sus riquezas en miseria.
¡Demasiado dolor! Querría ser para todos
la Fuente de la gracia. Pero muchos de vosotros
no la deseáis. Pedís "gracias" pero con el alma
que no tiene la gracia
Me proporcionáis muchos dolores, ¡oh hijos! Detrás de vuestras caras veo asomarse el Enemigo, el que ataca a mi Jesús. ¡Demasiado dolor! Querría ser para todos la Fuente de la gracia. Pero muchos de vosotros no la deseáis. Pedís "gracias" pero con el alma que no tiene la gracia. ¿Y cómo puede ésta socorreros si sois sus enemigos?
El grande misterio del Viernes santo se acerca. Todo lo recuerda en los templos. Pero hay que celebrarlo y recordarlo en vuestros corazones, golpearse el pecho como los que bajaban del Gólgota y decir: "Este es realmente el Hijo de Dios, el Salvador" y decir: "Jesús, sálvanos por tu Nombre" y decir: "Padre: perdónanos". Y decir también: "Señor, no soy digno. Pero si Tú me perdonas y vienes a mí, mi alma será curada y yo no quiero más pecar, para no volverme a enfermar y odiarte".
Orad ¡hijos! con las palabras de mi Hijo. Decid al Padre por vuestros enemigos: "Padre, perdónalos". Llamad al Padre que se ha retirado enojado por vuestros errores: "Padre, Padre ¿por qué me has abandonado? Soy pecador. Pero si me abandonas, pereceré. Vuelve, Padre santo, para que yo me salve". Poned en manos de Dios vuestro eterno bien, vuestro espíritu, porque es el único que puede conservarlo ileso del demonio: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu."
Si humildemente, si amorosamente entregáis vuestro corazón a Dios, lo conducirá como un padre guía a su pequeñuelo, y no permitirá que cosa alguna le haga mal. Jesús en sus dolores oró para enseñaros a orar.
Os lo recuerdo en estos días de Pasión. Tú, María, tú que ves mi gloria de Madre y con ella te extasías, piensa y recuerda que tuve a Dios a través de un dolor siempre creciente. Bajó juntamente con el Germen de Dios y cual gigante árbol creció hasta tocar el cielo con la copa y el infierno con sus raíces, cuando pusieron en mis rodillas los despojos mortales de la Carne de mi carne, y vi y conté las llagas y toqué su Corazón desgarrado para beber el dolor hasta la última gota."
I. 128-131.
A. M. D. G.