DEJAD AL SEÑOR EL CUIDADO DE
PROCLAMAROS SUS SIERVOS
#las condiciones esenciales para agradar a Dios y ser digno de que venga al corazón:
#Fe: José creyó ciegamente en las palabras del mensajero celestial.
#Caridad absoluta. Caridad que sabe perdonar, que quiere perdonar.
#Humildad absoluta como la caridad. Saber reconocer que se faltó aun con el simple pensamiento
#Dejad al Señor el cuidado de proclamaros sus siervos
Dice María:
"Nadie tome mi palidez de un modo equívoco. No se debía a que temiese a los hombres. Humanamente hablando me hubieran lapidado. Esto no lo temía. Sufría porque José sufría. No me causaba ningún temor el hecho de que me fuese a acusar. Solamente me desagradaba que pudiese, insistiendo en su acusación, faltar a la caridad. Cuando lo ve, la sangre se me fue del corazón por este motivo. Era el momento en que un justo habría podido ofender a la Justicia ofendiendo la caridad. Y que un justo faltase, él que nunca faltaba, me hubiera proporcionado un inmenso dolor.
Si no hubiese sido humilde hasta el extremo,
como lo dije a José, no hubiera
merecido llevar en mí a Dios
las condiciones esenciales para agradar a Dios
y ser digno de que venga al corazón:
Si no hubiese sido humilde hasta el extremo, como lo dije a José, no hubiera merecido llevar en mí a Dios que para borrar la soberbia humana se aniquilaba a Sí mismo, al humillarse en ser hombre. Te mostré esta escena que ninguno de los evangelios refiere, porque quiero llamar la atención frecuentemente equivocada de los hombres acerca de las condiciones esenciales para agradar a Dios y ser digno de que venga al corazón:
Fe: José creyó ciegamente en las palabras del mensajero celestial. No pedía sino creer, porque estaba convencido sinceramente de que Dios es bueno y que él, que había esperado en el Señor, no permitiría que fuese objeto de traición, engaño, befa de su prójimo. No pedía sino poder confiar en mí porque, honesto como era, no podía pensar sino con dolor que otros no lo fuesen. Vivía la Ley y la Ley dice: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Nosotros nos amamos tanto que nos creemos perfectos aun cuando no lo seamos. ¿Por qué entonces no amar al prójimo, teniéndolo por imperfecto?
Caridad absoluta. Caridad que sabe perdonar, que quiere perdonar. Perdonar de antemano, excusando en el corazón las debilidades del prójimo. Perdonar al punto, procurando buscar todos los atenuantes.
Humildad absoluta como la caridad. Saber reconocer que se faltó aun con el simple pensamiento, y no tener el orgullo, más nocivo que la culpa cometida, de no querer decir: "Me he equivocado". Fuera de Dios, todos los demás yerran. ¿Quién es el que puede decir: "Jamás me equivoco?" Y todavía es más difícil la humildad, la que sabe guardar el secreto de las maravillas de Dios realizadas en nosotros, cuando no hay necesidad de proclamarlas para alabarlo, para no humillar a nuestro prójimo que no ha recibido de Dios tales dones especiales. Si quiere, ¡oh! si quiere Dios se revela a Sí mismo en su siervo. Isabel me "vio" como era yo, mi esposo me conoció por lo que era, cuando llegó la hora de hacerlo.
Dejad al Señor el cuidado de proclamaros
sus siervos
Dejad al Señor el cuidado de proclamaros sus siervos. Tiene Él una amorosa prisa, porque cualquiera que es llamado a una misión particular es una nueva gloria que se añade a la suya infinita, porque es testimonio de cuanto es el hombre, así como Dios lo quería: una perfección inferior que refleja a su Autor. Quedaos en la penumbra y en el silencio, vosotros amados de la gracia, para poder escuchar las únicas palabras que son de "vida", para poder merecer tener sobre vosotros y en vosotros al Sol que eternamente brilla.
¡Oh Dios que eres Luz beatísima! que eres la gloria de tus siervos, brilla sobre ellos para que se regocijen en su humildad, alabándote a Ti, a Ti solo, que destruyes a los soberbios y elevas hasta los resplandores de tu reino a los humildes que te aman."
I. 142-143
A. M. D. G.