EL EDICTO DEL CENSO
#José entra en la casa como si estuviese preocupado
#En la sinagoga hay un edicto ordenando que hay que ir al lugar de origen a empadronarse
Veo la casa de Nazaret. La pequeña habitación donde habitualmente María suele tomar sus alimentos. Ahora está trabajando en una tela blanca. Deja su labor para prender una lámpara, porque ya atardece y no puede ver bien con la luz verdosa que entra por la puerta semicerrada que da al huerto. Cierra, pues, la puerta. Veo que su seno está ya muy abultado, y sin embargo siempre bella. Su andar es ligero y majestuoso como cualquier cosa que hace. No se nota en ella ninguna de las acciones lentas que se notan en las mujeres cuando se ven en cinta y próximas a dar a luz. Tan sólo su rostro está cambiando.
Ahora es ya mujer. Antes, cuando la Anunciación era una doncella de rostro sereno e inocente: un rostro de niña. Después, en la casa de Isabel, cuando nació el Bautista, su rostro se revistió de un aire maduro. Ahora es sereno, dulcemente majestuosos, como el de la mujer que ha llegado a su perfección por la maternidad.
María, pues es verdaderamente "una mujer", llena de donaire, de dignidad. Su sonrisa también se ha cambiado en dulzura y majestad. ¡Qué bella es!
JOSÉ ENTRA EN LA CASA COMO SI ESTUVIESE PREOCUPADO
Entra José. Parece que regresa del poblado porque entra por la puerta de la casa y no por la de la calle. María levanta su cabeza y le envía una sonrisa. Lo mismo José, pero parece que lo haga forzado, como si estuviese preocupado. María lo mira con ojos interrogativos. Se levanta para tomar el manto que José se está quitando, lo dobla y lo pone sobre un arquibanco.
José se sienta junto a la mesa. Apoya su codo en ella y la cabeza sobre la mano, mientras con la otra, pensativo, se peina y despeina alternativamente la barba.
"¿Tienes algo que te atormenta?" pregunta María. "¿Puedo consolarte?"
"Tú siempre me consuelas, María, pero esta vez tengo una gran preocupación... por ti."
"¿Por mí, José? ¿De qué se trata?"
EN LA SINAGOGA HAY UN EDICTO ORDENANDO QUE HAY
QUE IR AL LUGAR DE ORIGEN A EMPADRONARSE
"Pusieron un edicto en la puerta de la sinagoga. Se ordena que todos los palestinenses se empadronen y hay que ir a empadronarse al lugar de origen. Debemos ir a Belén..."
"¡Oh!" interrumpe María, poniéndose una mano sobre el vientre.
"¿Te molesta, verdad? Es duro. Lo sé."
"No, José. No es esto. Pienso... pienso en las Sagradas Escrituras: en Raquel, madre de Benjamín, y mujer de Jacob de la que nacerá la Estrella: el Salvador. Raquel fue sepultada en Belén, del que está escrito: "Y tú, Belén de Efrata, eres el más pequeño entre los poblados de Judá, pero de ti saldrá el Dominador". El Dominador que fue prometido a la estirpe de David. Él nacerá de ella..."
"¿Crees... crees que llegó ya el tiempo? ¡Oh! ¿cómo haremos?" José está asustado. Mira a María con dos ojos llenos de compasión.
Ella cae en la cuenta. Sonríe. Sonríe más consigo misma, que con él. Una sonrisa que parece decir: "Es un hombre, justo, pero hombre. Ve tan sólo como hombre. Piensa como hombre. Compadécelo, alma mí, y guíalo a ver como espíritu." Su bondad la empuja a serenarlo. No dice nada que no sea verdad, pero trata de despejar su preocupación. "José, José. El tiempo está ya muy próximo. Pero el Señor puede abreviarlo para quitarte esta preocupación. Sí que lo hará. No tengas miedo."
¡PERO EL VIAJE! ¿ENCONTRAREMOS ALOJO?
NO TENGAS MIEDO. DIOS HACE QUE LOS ANIMALES QUE ÉL
CREÓ ENCUENTREN UN REFUGIO
"¡Pero el viaje!... ¡Quién sabe cuánta gente! ¿Encontraremos alojo? ¿Tendremos tiempo para regresar? Y si... dieses a luz allá ¿cómo nos las arreglaremos? No tenemos casa... No conocemos a nadie..."
"No tengas miedo. Todo saldrá bien. Dios hace que los animales que Él creó encuentren un refugio. ¿No crees que no vaya a encontrar uno para su Mesías? Confiemos en Él ¿o no? Siempre hemos puesto nuestras esperanzas en Él. Cuanto más fuerte es la prueba, tanto más confiemos en Él. Como dos niños pongamos nuestra mano sobre la del Padre. Él nos guía. De hecho nos hemos entregado a Él. Mira cómo nos ha traído hasta acá bondadosamente. Un padre, aun el mejor, no lo hubiera podido haber hecho mejor. Somos sus hijos y siervos.
Cumplimos con su voluntad. No nos puede pasar nada malo. También el edicto es su voluntad. ¿Qué cosa es el César? Un instrumento de Dios. Desde que el Padre determinó perdonar al hombre, arregló de antemano los sucesos para que su Mesías naciese en Belén. Belén, la pequeña ciudad no existía aún y su gloria ya estaba señalada. Para que esta gloria se realice y la palabra de Dios no deje de cumplirse -y acaecería si el Mesías naciese en otra parte- mira que un poderosos se ha erguido, muy lejos de aquí, y nos ha dominado y ahora quiere conocer el número de sus súbditos, ahora, mientras el mundo está en paz... ¡Oh! ¿qué importa nuestra breve fatiga si pensamos en la belleza de esos instantes de paz? Piensa, José. ¡Un tiempo en que no hay odio en el mundo! ¿Puede haber otro más dichoso para que surja la "Estrella" cuya luz es divina y que significa redención? ¡Oh, no tengas miedo, José! Si los caminos son inseguros, si las muchedumbres hacen difícil el caminar, los ángeles nos ayudarán y protegerán. No a nosotros: a su Rey. Si no encontrásemos albergue, con sus alas formarán una tienda. No nos pasará ningún mal. No nos puede pasa: Dios está con nosotros."
BENDITA TÚ SOL DE MI ESPÍRITU. BENDITA TÚ QUE SABES VER
TODO A TRAVÉS DE LA GRACIA DE LA QUE ESTÁS LLENA.
José la mira y escucha extático. Las arrugas de su frente desaparecen. La sonrisa vuelve. Se levanta sin cansancio ni aflicción. Sonríe. "¡Bendita tú, sol de mi espíritu! ¡Bendita tú que sabes ver todo a través de la gracia de la que estás llena! No perdamos, pues, tiempo; porque hay que partir lo más pronto posible... y regresar también lo más presto, porque aquí todo está preparado para Él.. para Él..."
"Para nuestro Hijo, José. Tal lo debe ser a los ojos del mundo, recuérdalo. El Padre ha rodeado con el misterio su venida, y no tenemos el derecho nosotros de levantar el velo. Él, Jesús, lo hará cuando llegue la hora..."
Es imposible describir la belleza del rostro, mirada, expresión y la voz de María cuando pronuncia el nombre de "Jesús". Es ya el éxtasis.
I. 144-146
A. M. D. G.