PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

 


 

#José y María van a Jerusalén a ofrecer al Niño en el Templo.   

#Entran en el recinto del Templo   

#Acude un sacerdote a recibirlos y entran en el Templo después de entregar las ofrendas.  

  #María ofrece al Niño y el sacerdote lo eleva con los brazos extendidos.   

#Un anciano encorvado y que cojea, se acerca a María, le pide el Niño y María se lo da. Es Simeón.   

#Viene en su ayuda Anna que lo consuela   

#"Mujer, quien ha dado el Salvador a su pueblo, no dejará de tener el poder de dar su ángel que consuele tu llanto. Jamás faltó la ayuda del Señor a las grandes mujeres de Israel y tú eres mayor que Judit y Yaliel. Nuestro Dios te dará un corazón de tanta delicadeza y fuerza que puedas resistir a las ondas de dolor, por lo que serás la mujer más grande de la creación, serás la Mamá. Y Tú, Pequeñín, acuérdate de mí en la hora de tu misión."

 


 

JOSÉ Y MARÍA VAN A JERUSALÉN A OFRECER AL NIÑO 

EN EL TEMPLO

 

Veo que sale de una casa muy modesta una pareja. De una escalera exterior baja una joven madre con un niño en los brazos, envuelto en un lienzo blanco

Reconozco a la Virgen. Es siempre Ella, pálida y rubia, ligera y tan gentil en su moverse. Está vestida de blanco con un manto de azul pálido. Sobre la cabeza un velo blanco. Lleva con mucho cuidado a su Hijito. A los pies de la escalera la espera José con un borriquillo de color gris. Tanto el vestido de José como su manto son de color café pálido. Mira a María y le sonríe. Cuando María llega cerca del borriquillo, José se pasa las riendas del asno por el brazo izquierdo y toma por un momento al Niño que tranquilo duerme, para dejar que María se acomode lo mejor que pueda en la silla. Luego se lo devuelve, y se ponen en camino.

José camina al lado de María, teniendo siempre al borrico por la brida, y pone atención que camine derecho y que no vaya a tropezarse. María lleva sobre su seno a Jesús, y como teme que el frío pueda hacerle daño, le cubre con una parte de su manto. Hablan poco los dos esposos, pero con frecuencia se envían sonrisas.

El camino, que no es una gran cosa, se desenvuelve en medio de una campiña que la estación ha despojado de todo. Alguno que otro viajero ve a estos dos, o los alcanza, pero son raros.

Después se ven casas y los muros que circundan una ciudad. Los dos esposos entran en ella por una puerta y siguen por un empedrado de la ciudad (muy  separadas las losas una de otra). El camino se hace mucho más difícil, bien por el tráfico que hace que a cada momento se detenga el asno, bien porque ya sobre las piedras, ya en los agujeros en que estas faltan, como que tambalea, lo que perturba a María y al Niño.

La calle no es plana. Sube ligeramente. Se halla metida entre casas altas con puertas estrechas y bajas, con pocas ventanas que dan a la calle. Arriba, el cielo se asoma con tajadas de azul entre casa y casa, mejor dicho, entre terraza y terraza. Abajo, en la calle hay gente, se oye el vocerío; unos a pie se cruzan, otros sobre su asno, o con ellos cargados de mercancías, otros vienen detrás de una caravana de camellos que impide todo el paso. En un cierto punto pasa, metiendo mucho ruido de pisadas y armas, una patrulla de legionarios romanos, que desaparecen detrás de un arco, puesto a horcajadas sobre una calle muy estrecha y pedregosa.

José da vuelta a la izquierda y toma por una más ancha y más bella. Veo la muralla coronada de almenas que ya antes había visto y que está al fondo de la calle.

María baja del borrico cerca de la puerta donde hay una especie de lugar apropiado para los borriquillos. Digo "lugar apropiado" porque es una especie de barraca, mejor dicho, de tinglado, donde hay paja derramada y estacas con argollas para amarrar a los animales. José da algunas monedas a un hombrecillo que ha acudido y con ellas compra un poco de heno y saca agua de un pozo rudimentario que está en el rincón y da de beber al asno.

 

ENTRAN EN EL RECINTO DEL TEMPLO

 

Luego se une a María, y ambos entran en el recinto del templo. Se dirigen luego a un pórtico largo donde están aquellos que Jesús más tarde castigó severamente: los vendedores de tórtolas y corderos y los cambistas. José compra dos palomos blancos. No cambia dinero. Se comprende que tiene lo que le hará falta.

José y María se dirigen a una puerta lateral que tiene 8 gradas, como me parece tengan todas las puertas, porque el cubo del templo está elevado sobre el resto del suelo. Esta puerta tiene un gran atrio, como los portones de nuestras casas de ciudad, para dar una idea, pero más amplio y adornado. En él hay a derecha e izquierda dos como especie de altares, esto es, dos fabricaciones rectangulares, que para qué sirvan no lo comprendo al principio. Parecen conchas bajas, porque la parte interior es más baja que el borde exterior que es superior unos cuantos centímetros.

 

ACUDE UN SACERDOTE A RECIBIRLOS Y ENTRAN 

EN EL TEMPLO DESPUÉS DE ENTREGAR LAS 

OFRENDAS

 

No sé si José lo llamó o si viene voluntariamente, pero el caso es que acude un sacerdote. María ofrece los dos palomos y yo, que sé lo que les espera, vuelvo los ojos a otra parte. Observo los adornos del ciclópeo portal del techo, del atrio. Pero me parece ver con el rabo del ojo, que el sacerdote rocía a María con agua. Y debe de serlo, porque no veo ninguna mancha sobre su vestido. Luego Ella, que junto con los palomos había dado unas cuantas monedas al sacerdote (me había olvidado de decirlo) entra con José en el verdadero templo, acompañada del sacerdote.

Miro por todas partes. Es un lugar muy adornado. Esculturas con cabezas de ángeles y palmas y se ven adornos en las columnas, en las paredes y en el techo. La luz entra por raras ventanas alargadas, estrechas, claro que sin vidrios, y cortadas diagonalmente sobre la pared. Supongo que sea para impedir que cuando llueva, entre el agua.

María se adelanta hasta un cierto punto. Luego se detiene. A unos metros de Ella hay otras gradas y terminadas, una especie de altar, más allá del cual hay otra fabricación.

Caigo en la cuenta de que creía que estaba en el Templo y por el contrario estoy en lo que lo rodea, esto es, el Santo, al que parece que nadie fuera de los sacerdotes, pueda entrar. Lo que yo pensaba que era Templo no lo es, pues, sino un atrio cerrado que por tres partes rodea el Templo, donde está el Tabernáculo. No sé si me he explicado bien, pues no soy arquitecta, ni ingeniera.

 

MARÍA OFRECE AL NIÑO Y EL SACERDOTE LO 

ELEVA CON LOS BRAZOS EXTENDIDOS

 

María ofrece al Niño, que se ha despertado y que vuelve sus ojitos inocentes, como suelen hacerlo los niños de su edad al sacerdote que lo toma en sus brazos, y lo eleva con los brazos extendidos hacia el templo, enfrente de esa clase de altar que está en las gradas. La ceremonia ha terminado. El Niño vuelve a la Mamá y el sacerdote se va.

 

UN ANCIANO ENCORVADO Y QUE COJEA, SE ACERCA 

A MARÍA, LE PIDE EL NIÑO Y MARÍA SE LO DA. 

ES SIMEÓN

 

Hay gente curiosa que mira. De entre ella se abre paso un anciano encorvado y que cojea apoyándose en un bastón. ¡Quién sabe cuántos años tenga! Pienso que más de los 80. Se acerca a María, le pide que por unos momentos le permita el Niño y María sonriente se lo da.

Simeón, no es un hombre que perteneciese a la clase sacerdotal, como siempre había yo pensado, sino un simple fiel, como se ve por su modo de vestir. Toma a Jesús y lo besa. Jesús le sonríe con la sonrisa de los infantes que no sabe qué quieran. Parece que lo mira con curiosidad, porque el anciano llora y ríe al mismo tiempo y las lágrimas le forman un tejido de brillantes entre las arrugas y le corren hasta la barba larga y blanca, a la que Jesús extiende sus manitas. Es Jesús, pero siempre un infante, y lo que se mueve, le llama la atención y siente ganas de asir lo que ve, para saber qué es. María y José sonríen, también los que se han acercado alaban la belleza del Infante.

Oigo las palabras del santo anciano y veo que José se admira, que María se conmueve y también los que se han acercado, algunos de ellos se admiran, otros se conmueven con las palabras del anciano, otros finalmente se ríen. Entre estos hay algunos barbudos y orgullosos sinedritas que mueven la cabeza, al mirar a Simeón con una sonrisa de compasión irónica. Pensarán que está fuera de seso por su edad.

La sonrisa de María termina en una palidez cuando Simeón le anuncia su dolor. Aun cuando lo sepa, estas palabras le atraviesan el alma. Se arrima a José para encontrar refugio, se estrecha con ansias al Niño y bebe, como un alma sedienta, las palabras de Anna la que como mujer que es -siente piedad del sufrimiento de la Virgen y le promete que el Eterno la consolará con una fuerza sobrenatural cuando llegue la hora de padecer.

 

VIENE EN SU AYUDA ANNA QUE LE CONSUELA

 

"Mujer, quien ha dado el Salvador a su pueblo, no dejará de tener el poder de dar su ángel que consuele tu llanto. Jamás faltó la ayuda del Señor a las grandes mujeres de Israel y tú eres mayor que Judit y Yaliel. Nuestro Dios te dará un corazón de tanta delicadeza y fuerza que puedas resistir a las ondas de dolor, por lo que serás la mujer más grande de la creación, serás la Mamá. Y Tú, Pequeñín, acuérdate de mí en la hora de tu misión."

I. 176-179

A. M. D. G.