CANCIÓN DE CUNA DE LA VIRGEN
#"Nubecillas, todas de oro - parecen del Señor sus greyes.
#Miles de brillantes estrellas - en el cielo a mirar se asoman.
#Todos los rutilantes ángeles - que en el paraíso hay
#Después el cielo se pondrá rojo - con el regreso de la aurora.
#Sin tu Mamá no puedes estar - aun cuando sueñas el cielo.
#Yo siempre contigo estaré . Eres vida del corazón...
Esta mañana vi la Virgen en la casa de Belén, en la habitación en que estaba, arrullar a Jesús para que se durmiera. En dicha habitación está el telar de María y otras labores de costura. Parece como que María hubiese dejado su trabajo para dar de mamar al Niño, cambiarle los pañales. El Niño debe de tener ya algunos meses, unos seis, al máximo, ocho. Cuando termine de arrullarlo tornará a su trabajo.
Es ya tarde, el crepúsculo que había cubierto el cielo con guedejas de oro, se ha ocultado ya. Las ovejas han regresado de un hermoso prado y levantando su trompa, balan.
Parece que el Niño no pueda dormirse, está como un poco intranquilo por los dientes que le empiezan a salir y por lo propio de la niñez.
He escrito, como he podido, en medio de la semipenumbra de la hora, este canto en un pedazo de papel y ahora lo copio aquí.
"Nubecillas, todas de oro - parecen del Señor sus greyes.
En el prado todo flor - otra grey mirando está.
Si todas las greyes tuviese yo - que sobre la tierra hay
el corderito más amado - siempre serías Tú...
Duerme, duerme, duerme, duerme...
No llores más...
Miles de brillantes estrellas - en el cielo a mirar se asoman.
Tus delicadas pupilas - no las hagan llorar.
Tus ojos de zafiro - son estrellas del corazón.
Tus lágrimas, mi dolor - ¡Oh! no llores más...
Duerme, duerme, duerme, duerme...
No llores más...
Todos los rutilantes ángeles - que en el paraíso hay
te rodean, ¡Oh Pequeñito! - para verse en tu mirada.
Pero Tú lloras. Quieres que Mamá - quieres que Mamá, Mamá, Ma...
te cante dulce canción - dulce canción, dulce canción.
Duerme, duerme, duerme duerme...
No llores más...
Después el cielo se pondrá rojo - con el regreso de la aurora.
Y Mamá todavía no descansa - para no hacerte llorar.
Cuando despiertes dirás: "Mamá" - "Hijo" yo te diré,
y un beso, amor y vida - con la leche te daré.
Duerme, duerme, duerme, duerme...
No llores más...
Sin tu Mamá no puedes estar - aun cuando sueñas el cielo.
¡Ven, ven! Bajo mi velo - podrás dormirte.
Mi pecho tendrás por almohada - mis brazos serán tu cuna.
No tengas miedo alguno - Contigo estoy yo...
Duerme, duerme, duerme, duerme...
No llores más...
Yo siempre contigo estaré . Eres vida del corazón...
Duerme... Parece una flor... recostada sobre mi pecho...
Duerme... No hagáis ruido - Tal vez ve a su Padre Santo...
Esa mirada seca el llanto... de mi dulce Jesús...
Duerme, duerme, duerme, duerme...
y no llores más..."
No es posible describir la belleza de la escena. No es sino una madre que arrulla a su pequeñuelo. Pero es esa Madre y es ese Pequeñuelo. Ud. no tiene idea de la gracia, del amor, pureza celestial que hay en esta pequeña, soberbia y delicada escena que me alegra con su recuerdo, y cuya melodía me la sigo repitiendo, para que Ud. pueda oírla . Yo no tengo esa voz argentina, purísima de María, la voz virginal suya... Pareceré un órgano desafinado, no importa, haré como pueda. ¡Que hermosa pastorela, para cantarse en Navidad!
María primero mecía lentamente la cuna de madera, luego, al ver que Jesús no se tranquilizaba, lo tomó en sus brazos, junto al cuello, se sentó cerca de la ventana abierta, teniendo a su lado la cunita, y balanceándola levemente con el ritmo de su canto. Dos veces repitió la canción, hasta que el niño Jesús cerró sus ojitos, reclinó la cabeza sobre el pecho materno y se durmió, con la carita pegada en el pecho; una manita apoyada sobre un pecho materno, junto a su mejilla de color rosa, y la otra colgando. El velo de María cubre a su Hijito. Después se levanta con mucho cuidado, pone a su Jesús en la cuna, lo cubre con tela de lino, extiende un velo para defenderlo de as moscas y del aire, y así sigue contemplado a su Tesoro que duerme.
María tiene una mano sobre su corazón, y la otra apoyada sobre la cuna, pronta a quitarla si el Niño fuese a despertarse Sonríe dichosa, un poco inclinada, mientras las sombras y el silencio caen sobre la tierra y penetran en la habitación.
¡Qué paz! ¡Qué belleza! ¡Estoy feliz!
I. 182-184
A. M. D. G.