LA SAGRADA FAMILIA EN EGIPTO

 


 

#Es en un lugar de Egipto. Veo una casa. El suelo es blanco. Una casa pobre de una gente muy pobre.   

#sobre una estera, está el Niño Jesús. Me parece que tiene dos años y medio al máximo.  

  #Veo que viene por el camino un hombre no muy alto Reconozco a José, que sonríe.   

#José entra en la casa, en una habitación que debe ser taller, cocina y comedor.   

#José prende una lámpara que ilumina la habitación Después de haber orado, se sienta a la mesa. María tiene sobre sus rodillas a Jesús   

 

#10210

 

#En aquella casa se observó un gran orden   

"Las cosas que ves te dan a ti y a los demás una lección. Es de humildad, resignación y buena armonía, propuesta como ejemplo a todas las familias cristianas, sobre todo a las familias cristianas en este particular y doloroso momento.   

#Privados de los muebles tan queridos de "su" casita. Con la nostalgia de la patria y del hogar. Con la necesidad de trabajar para el sustento diario   

#En aquella casa había serenidad, sonrisa, concordia y de común acuerdo se trataba de hacerla más bella. No hay sino un solo pensamiento: el de que esa tierra me fuese menos dura, menos miserable a Mí, Hijo de Dios.   

#¡Amado padre mío, el de la tierra, cuánto te amó Dios, cuánto Dios Padre que está en los cielos, cuánto el Hijo suyo que había venido a la tierra como Salvador!   

#La castidad unida a la caridad trae consigo un cortejo de otras virtudes, hace de dos que se aman castamente, dos perfectos y santos cónyuges.   

#En aquella casa se oraba. Muy poco se ora en los hogares de ahora.   

#En aquella casa se amaba el trabajo. Hubiera sido amado, aun cuando hubiera habido dinero en abundancia, porque con el trabajo el hombre obedece la orden de Dios y se ve libre del vicio que como hiedra tenaz se pega y ahoga a los ociosos   

#En aquella casa se observó el orden. El orden sobrenatural, moral y material.   

#Pero lo que viste es una gran lección. Meditadla, vosotros que ahora sufrís mucho por haber faltado en muchas cosas contra Dios. Imitad a los santos Esposos que fueron para Mí: Madre y padre."

 


 

La delicada visión de la Santa Familia. Es en un lugar de Egipto. No tengo ninguna duda porque veo el desierto y una pirámide.

 

Es en un lugar de Egipto. Veo una casa. El suelo es 

blanco. Una casa pobre de una gente muy pobre.

 

Veo una casa. El suelo es blanco. Una casa pobre de una gente muy pobre. Las paredes apenas si están revocadas y cubiertas con una mano de cal. La casa tiene dos puertas, la una cerca de la otra, que llevan a las dos únicas habitaciones, en las que por ahora no entro. La casa está en medio de un terreno arenoso rodeada de una cerca de cañas clavadas en el suelo, una cerca inútil para los ladrones; puede servir a lo más para que no entre algún perro o gato solitario. Pero ¿quién va a tener ganas de robar  donde se ve claro que no hay ni sombra de riquezas?

Para que el terreno se vea menos triste y miserable, sobre la valla se ven enredaderas. A un lado y dentro del recinto hay un árbol de jazmín y rosas comunes. Gracias al cuidado y paciencia, el terreno que de sí es arenoso y seco se ha convertido en un pequeño huerto. Veo unas verduras muy pequeñas en su centro, bajo un árbol de tronco grueso, que no sé de qué clase sea, que da un poco de sombra al terreno ardiente y a la casita. Al tronco del árbol está amarrada una cabra blanquinegra, que mastica y rumia las hojas de algunas ramas tiradas en el suelo.

 

sobre una estera, está el Niño Jesús. Me parece 

que tiene dos años y medio al máximo.

 

Y cerca, sobre una estera, está el Niño Jesús. Me parece que tiene dos años y medio al máximo. Juega con algunos pedacitos de madera tallados, que parecen ovejitas o caballitos y con algunas virutas de madera blanquecina, menos enrizadas que sus rizos de oro. Con sus manitas gorditas trata de poner estas virutas en forma de collar en el cuello de sus juguetes.

Está sano. Sonríe. Es muy hermoso. Una cabecita con rizos tupidos y dorados. Su piel es blanca y hermosa de color rosa, ojitos vivos, brillantes, de un azul oscuro. La expresión naturalmente es diversa, pero reconozco el color de los ojos de mi Jesús: dos zafiros oscuros y hermosísimos. Tiene una camisita blanca que debe ser su tuniquita. Las mangas le llegan hasta los codos. En sus piececitos no tiene nada. Sus pequeñas sandalias están en la estera, y le sirven también de juguete, pues pone sus animalitos dentro y los jala de la correa como si fuesen un carrito. Son unas sandalias muy sencillas: una suela y dos correas que parten una de la punta y otra del calcañal. La de la punta se bifurca en un cierto punto y un trozo pasa entre el agujero de la correa del calcañal para unirse con la otra, formando una especie de anillo sobre el empeine.

Un poco más allá, y también bajo la sombra, está la Virgen. Teje en un rústico telar y cuida al Niño. Veo las manos delgadas y blancas que van y vienen metiendo la lanzadera en el tejido, y con sus pies que traen sandalias, mueve el pedal. La túnica que viste es de color de malva: un violeta-rosado como ciertas amatistas. No tiene nada sobre su cabeza, y así puedo ver que su cabellera rubia está dividida en dos partes y que su peinado son unas trenzas sencillas que le forman un adorno en la nuca. Las mangas de su túnica son largas y estrechas. Ningún adorno fuera de su belleza y de su dulcísima expresión. El color de su rostro, de sus cabellos y ojos, la forma de su rostro siempre son los mismos desde que los veo. Aquí parece muy joven. Tal vez frisa los veinte años.

Algunas veces se levanta, se inclina sobre el Niño, al que vuelve a poner sus sandalias y se las amarra con cuidado, luego lo acaricia y le besa en la cabecita y en sus ojitos. El Niño trata de decir algunas palabritas y Ella responde, pero no comprendo las palabras. Luego regresa a su telar, extiende sobre él y sobre la tela un lienzo, toma el banco en que estaba sentada y lo lleva dentro. El Niño la sigue con la mirada, sin importunarla porque lo deja solo.

Se ve que el trabajo ha terminado, que llega la noche. De hecho el sol se esconde entre los desnudos arenales. Es un verdadero incendio que invade todos el cielo detrás de la lejana pirámide.

María regresa. Toma de la mano a Jesús y lo levanta de donde estaba sentado. El Niño obedece sin resistencia. La Mamá recoge los juguetes y la estera y los lleva dentro. El corre con sus piernecitas curvas a donde está la cabrita, y le echa los brazos al pescuezo. La cabrita bala y restriega su hocico contra la espalda de Jesús.

María regresa. Trae ahora un largo velo sobre su cabeza y un cántaro en la mano. Toma a Jesús de la manita y se van los dos, dando vuelta por la casita.

Yo los sigo, admirando la gracia del cuadro. La Virgen que regula su paso con el del Niño y este que trota a su lado. Veo que sus calcañales sonrosados se levantan y se posan sobre la arena de la vereda con la gracia propia de los niños al caminar. Noto que su tuniquita no le llega hasta los pies, sino hasta la mitad de las pantorrillitas. Es muy linda, sencilla, sostenida en la cintura con un cordón muy blanco.

Veo que en la valla, por delante de la casa, hay una entrada tosca, que María abre para salir. Es un pobre camino en la extremidad de una ciudad o pueblo, no sé bien, y a cuyo lado se ve alguna que otra casita pobre como esta, con su huertecillo también. No veo a nadie. María mira hacia el centro, no hacia la campiña, como que si esperase a alguien, luego se dirige hacia un estanque  o pozo, o lo que sea, que está a una decena de metros más allá y donde se ven palmas que hacen sombra. Veo que también hay allí hierba verde.

 

Veo que viene por el camino un hombre no muy alto 

Reconozco a José, que sonríe.

 

Veo que viene por el camino un hombre no muy alto, pero robusto. Reconozco a José, que sonríe. Es más joven de como lo vi en la visión del paraíso. Parece tener al máximo cuarenta años. Tiene los cabellos y la barba tupidos y negros, la piel más bien requemada, los ojos oscuros. Una cara honrada y paciente, una cara que inspira confianza. Al ver a Jesús y a María apresura el paso. Trae sobre el hombro izquierdo una especie de sierra y una especie de garlopa, y en la mano otros instrumentos de su oficio, no como los de ahora, pero muy semejantes. Parece que regresa de haber hecho algún trabajo en casa de alguien. Su túnica es entre color de nuez y café, no muy larga -le llega un poco más arriba del tobillo- las mangas cortas hasta el codo. En la cintura una correa, como me parece. Su vestido es de trabajo. En los pies trae sandalias entrelazadas sobre el empeine.

María sonríe y el Niño lo saluda con grititos de alegría y extiende su brazo derecho que está libre. Cuando los tres se encuentran, José se inclina para ofrecer al Niño una fruta que me parece manzana, por el color y forma. Luego le tiende los brazos y el Niño deja a la Mamá y se sube en ellos, inclinando su cabecita contra el cuello de José que lo besa. Jesús también lo besa. Un cuadro de gracia sin par.

Olvidaba decir que María había sido muy atenta en tomar los instrumentos de trabajo de José para que libremente pudiese tener al Niño en sus brazos.

Después José, que se había acuclillado para estar al tamaño de Jesús, se levanta, toma con su mano izquierda sus instrumentos y con su brazo derecho al pequeño Jesús. Se dirige a casa, mientras María va a la fuente a llenar el cántaro.

Ya dentro del recinto, José baja al niño, toma el telar de María, lo mete dentro, y ordeña la cabra. Jesús observa atentamente todo esto y cómo encierra la cabra en un cuchitril que está al lado de la casa.

El crepúsculo poco a poco va tornándose en noche. Veo lo rojizo que se convierte en color morado sobre la arena, que parece temblar debido al calor. La pirámide se ve más oscura.

 

José entra en la casa, en una habitación 

que debe ser taller, cocina y comedor.

 

José entra en la casa, en una habitación que debe ser taller, cocina y comedor. Se ve que la otra es para dormir, pero no entro en ella. Hay un horno encendido. Hay un banco de carpintero, una pequeña tabla con bancos, lugar donde se ponen los trastos, y dos lámparas  con aceite. En un rincón, el telar de María. Hay mucho, mucho orden y limpieza. Una mansión paupérrima pero muy limpia.

Voy a decir algo que he observado: en todas las visiones referentes a la vida humana de Jesús, he notado que tanto Él como María, así como José y Juan, fueron siempre ordenados y sus vestidos fueron limpios, modestos y no caros, pero limpios que los hacen aparecer elegantes.

 

José prende una lámpara que ilumina 

la habitación Después de haber orado, 

se sienta a la mesa. 

María tiene sobre sus rodillas a Jesús 

 

María vuelve con el cántaro. Cierran la puerta, pues el crepúsculo ha desaparecido. José prende una lámpara que ilumina la habitación la pone sobre el banco, donde se inclina para seguir trabajando en pequeños anaqueles, mientras María prepara la cena. También el fuego ilumina la habitación. Jesús, con sus manitas apoyadas sobre el banco y la cabecita volteada hacia arriba, mira fijamente lo que está haciendo José.

Después de haber orado, se sienta a la mesa. No se hacen, como es natural, la señal de la cruz, pero oran. José dice una parte de la oración y María responde con la otra. No comprendo nada. Debe tratarse de algún salmo. Lo dicen en una lengua que no conozco para nada.

Se sientan. Ahora la lámpara está sobre la mesa. María tiene sobre sus rodillas a Jesús al que da de beber la leche de la cabra en la que mete pedazos de pan, de una torta grande y redonda, de costra oscura, y oscura también por dentro. Parece un pan hecho de centeno y cebada. Tiene mucho salvado porque se ve grisáceo. José come pan y queso, una rebanada de queso y mucho pan. María sienta a Jesús sobre un banquito cercano a Ella y trae a la mesa verduras cocidas -me parece que están hervidas y preparadas como lo solemos hacer nosotros- y come también de ellas después de que José se sirvió. Jesús mordisquea su manzana y sonríe descubriendo sus blancos dientecitos. Termina la cena con aceitunas y dátiles. No sé bien, porque para ser aceitunas son demasiado claras y para ser dátiles muy duros. Nada de vino. La cena de una gente pobre.

Pero es tanta la paz que se respira en esta habitación, que ningún palacio real me la podría proporcionar. Y ¡qué armonía!

10210

 

EN AQUELLA CASA SE OBSERVÓ UN GRAN ORDEN

 

Dice Jesús:

 "Las cosas que ves te dan a ti y a los demás una lección. Es de humildad, resignación y buena armonía, propuesta como ejemplo a todas las familias cristianas, sobre todo a las familias cristianas en este particular y doloroso momento.

Viste una pobre casa. Y lo que es doloroso, una casa pobre en un país extraño.

Muchos, tan sólo porque son de los "fieles más o menos buenos" oran y me reciben en la eucaristía, oran y participan a la comunión por "sus" necesidades, no por las del alma y por gloria de Dios -porque es muy raro quien al orar no sea un egoísta;- muchos pretenderían tener una vida material y fácil, defendida contra la menor aflicción, próspera y feliz.

José y María me tenían a Mí, Dios verdadero, para ellos, su Hijo, y con todo no tuvieron ni siquiera la satisfacción de ser pobres en su patria, en el lugar donde eran conocidos, donde por lo menos tenían "su" casita y donde no existía la preocupación de buscar alojo, pues eran conocidos, y era fácil encontrar trabajo y comprar lo necesario para la vida. Son dos prófugos que han huido para que Yo siguiera viviendo. Clima diverso, país diferente, costumbres raras, en medio de una gente que no los conoce, y que no deja de desconfiar de quienes han huido y son desconocidos.

 

Privados de los muebles tan queridos de "su" 

casita. Con la nostalgia de la patria y del hogar. 

Con la necesidad de trabajar 

para el sustento diario

 

Privados de los muebles tan queridos de "su" casita, de tantas cosas pequeñas y necesarias que tenían allí que no parecían ser muy útiles, mientras que acá, donde no tienen nada, parecen realmente útiles como lo superfluo hace aparecer bellas las casas de los ricos. Con la nostalgia de la patria y del hogar, con el pensamiento de las cosas dejadas allá, del huertecillo que nadie cuidará ahora tal vez, de la vid y del higo y de otras plantas necesarias. Con la necesidad de trabajar para el sustento diario, para los vestidos, para la leña, para Mi, que era niño, que no podía comer de lo que los adultos comen. Y tantas penas en el alma. La nostalgia, lo que traería del día siguiente, la desconfianza de las personas reacias, sobre todo en los primeros días, a dar trabajo a dos desconocidos.

 

En aquella casa había serenidad, sonrisa, 

concordia y de común acuerdo 

se trataba de hacerla más bella

 

No hay sino un solo pensamiento: 

el de que esa tierra me fuese menos dura, 

menos miserable a Mí, Hijo de Dios.

 

Y sin embargo lo viste. En aquella casa había serenidad, sonrisa, concordia y de común acuerdo se trataba de hacerla más bella, aun en el pobre huertecillo, para que todo fuese lo más semejante posible a la que dejaron y más cómoda. No hay sino un solo pensamiento: el de que esa tierra me fuese menos dura, menos miserable a Mí, Hijo de Dios. Era el amor de padre que se manifiesta en mil modos: tenían una cabra que compraron con muchas horas de trabajo; me habían hecho mis juguetes, me llevaban fruta sólo para Mí, sin que ellos la probasen.

¡Amado padre mío, el de la tierra, cuánto te amó Dios, cuánto Dios Padre que está en los cielos, cuánto el Hijo suyo que había venido a la tierra como Salvador!

 

La castidad unida a la caridad trae consigo un 

cortejo de otras virtudes, hace de dos 

que se aman castamente, dos perfectos 

y santos cónyuges.

 

En esa casa no hubo nerviosismos, altercados, caras fruncidas. Nunca el reproche mutuo, y mucho menos se reprochó algo a Dios porque no los colmaba con bienes materiales. José no echa en cara a María que sea la causa de su molestia, y María a José el de no saber proporcionarle mejores comodidades. Se amaban santamente, esta es la razón. Y por esto su preocupación no consistía en buscar su propio bien, sino el del cónyuge. El verdadero amor no conoce egoísmo. El verdadero amor siempre es casto, aunque no sea perfecto en la castidad, como el de aquellos dos esposos vírgenes. La castidad unida a la caridad trae consigo un cortejo de otras virtudes, hace de dos que se aman castamente, dos perfectos y santos cónyuges.

El amor de María y de José era perfecto, por esto incitaba a cualquier otra virtud, sobre todo a la de la caridad para con Dios -alabado sea en todo momento- pese a que su santa voluntad fuese dolorosa al cuerpo y al corazón, bendito porque en estos dos santos el espíritu tenía siempre una viveza y poderío inmenso, y esto era un agradecimiento al Señor por haberlos elegido por custodios de su eterno Hijo.

 

En aquella casa se oraba. Muy poco se ora 

en los hogares de ahora.

 

En aquella casa se oraba. Muy poco se ora en los hogares de ahora. Se levanta el sol, viene la noche; se empiezan los trabajos; se sienta a la mesa sin un pensamiento hacia el Señor, que os ha permitido ver un nuevo día, el poder llegar a una nueva noche, que ha bendecido vuestras fatigas y concedido que se convirtiesen en medio de adquirir esa comida, ese fuego, esos vestidos, ese techo, que son cosas necesarias para la vida humana. Siempre es "bueno" lo que viene del buen Dios. Aunque las cosas sean pocas y pobres, el amor les da sabor y fuerza, el amor que os hace ver en el que os ama al Padre, el Eterno Creador.

En esa casa había frugalidad. La hubiera habido aun cuando no hubiese faltado el dinero. Se come para vivir, no se come para dar placer a la garganta, ni para saciarse de manjares caprichosos hasta no poder más y no se tiene ni siquiera un pensamiento para aquellos que apenas si tienen algo que comer, o bien que no tienen nada, ninguna reflexión de que si ellos tuviesen moderación, muchos podrían ser ayudados en su hambre.

 

En aquella casa se amaba el trabajo. Hubiera sido 

amado, aun cuando hubiera habido dinero en 

abundancia, porque con el trabajo el hombre 

obedece la orden de Dios y se ve libre del vicio 

que como hiedra tenaz se pega 

y ahoga a los ociosos

 

En aquella casa se amaba el trabajo. Hubiera sido amado, aun cuando hubiera habido dinero en abundancia, porque con el trabajo el hombre obedece la orden de Dios y se ve libre del vicio que como hiedra tenaz se pega y ahoga a los ociosos, semejantes a inmóviles peñascos. La comida es sabrosa, el descanso también, así como también el corazón siente la felicidad, cuando se ha trabajado en conciencia y se ha gozado de un poco de descanso entre un trabajo y el otro. El vicio de las múltiples garras no vegeta ni en la casa, ni en el corazón de quien ama el trabajo. Y al no vegetar, prospera el amor, la estima, el respeto recíproco y crecen en una atmósfera pura los tiernos vástagos, que se convierten en semillas de futuras familias santas.

En aquella casa reinaba la humildad. Cuántas lecciones de humildad para vosotros ¡soberbios! María habría podido tener, humanamente hablando, miles y miles de razones para ensoberbecerse, y hacerse venerar de su esposo. Muchas de las mujeres lo hacen tan sólo por ser un poco más cultas, o más nobles por nacimiento, o más ricas que el marido. María es Esposa y Madre de Dios y sin embargo -sirve- no se hace servir del esposo y esto por amor hacia él. José es el jefe de la casa. Dios lo juzgó digno de ser cabeza de familia, de recibir de Él el encargo de custodiar al Verbo Encarnado y a la Virgen, complacencia del Espíritu Santo. Y sin embargo se preocupa por socorrer a María en sus fatigas y trabajos, y él hace los más humildes quehaceres para que María no se fatigue, y cuanto le es posible se industria para hacerle cómoda la casa y para que el jardín tenga flores.

 

En aquella casa se observó el orden. El orden 

sobrenatural, moral y material.

 

En aquella casa se observó el orden. El orden sobrenatural, moral y material. Dios es la Cabeza Suprema y a Él se debe dar culto y amor: orden sobrenatural. José es la cabeza de la familia y a él se le debe dar afecto, respeto y obediencia: orden moral. La casa es un don de Dios como los vestidos y los muebles. En todas las cosas está la Providencia de Dios, del Dios que provee de lana a las ovejas, de plumaje a los pájaros, de hierba a los prados, de pasto a los animales, de semillas y hierbecita a las aves, y teje el vestido con que se cubren los lirios del campo. La casa, los vestidos, los muebles se deben recibir con gratitud, bendiciendo la mano divina que los da, y tratándolos con respeto como un don del Señor, sin mirarlos con mal humor porque son pobres, sin destruirlos, abusando de la Providencia: orden material.

No pudiste comprender las palabras que se pronunciaron en dialecto nazaretano, ni las palabras que se dijeron en la oración. Pero lo que viste es una gran lección. Meditadla, vosotros que ahora sufrís mucho por haber faltado en muchas cosas contra Dios. Imitad a los santos Esposos que fueron para Mí: Madre y padre."

I. 206-214

A. M. D. G.