MUERTE DE SAN JOSÉ
#Jesús está trabajando en el taller
#La Virgen va a ver a Jesús y le anuncia que José está moribundo. ambos van a la habitación de José.
#Jesús recita salmos que alegran a José
#" 'Protégeme, Señor, porque en Ti he puesto mi confianza...
#" 'Cuán hermosas son tus tiendas ¡oh Señor!
#Muéstranos, Señor, tu misericordia y concédenos a quien nos salve.
#" '¡Oh Señor!, acuérdate de David en el tiempo de su adversidad.
#"Feliz el hombre que teme al Señor y pone todo su gusto en sus mandamiento...
#"Quien se apoya en la ayuda del Altísimo vive bajo la protección del Dios del cielo."
#"Él me soltó del lazo de los cazadores y de las palabras duras.
#Adelántate a decir a los Patriarcas que la Salvación está en el mundo
Veo el interior de un taller de carpintero. Me parece que dos de sus paredes sean de roca, como si se hubiese aprovechado de alguna gruta natural para hacer una habitación. Las paredes que dan al norte y poniente son de roca; las del sur y oriente son de revoque como las nuestras.
En la parte norte, en un hueco de la roca, hay un pequeño horno rudimentario, en el que hay un botecito con barniz o cola, no sé bien. El humo durante tantos años ha terminado por pintar las paredes de negro. Un agujero en la pared, sobre el que hay una gruesa teja curva, quiere hacer las veces de chimenea, pero no lo logra, porque también las otras paredes están negras de humo, y aun en estos momentos se ve que dentro del taller lo hay.
JESÚS ESTÁ TRABAJANDO EN EL TALLER
Jesús está trabajando. Con la garlopa empareja tablones que después pone contra el muro, a sus espaldas. Luego toma algo como taburete, que está en medio de un tornillo, lo quita, mira si está bien, lo examina atentamente con la escuadra, va a la chimenea, toma el botecito, mueve dentro con un palito o pincel no sé. Tan sólo veo la parte que sale y que es semejante a un palito para mover algo.
El vestido de Jesús es del color café de nuez. Es una túnica bastante corta. Las mangas arremangadas hasta el codo. Trae una especie de mandil, en el que se limpia los dedos después de haber tocado el botecito. Está solo. Trabaja con fuerza, pero sin impaciencia. Nada de desorden, nada de precipitación. No se fastidia de nada, ni del nudo de una tabla que le cuesta trabajo emparejarlo, ni de un desatornillador ( por lo que me parece) y que se le cae dos veces del banco, ni del humo que le debe entrar en los ojos.
De cuando en cuando levanta su cabeza y mira hacia la parte del sur, donde hay una puerta cerrada, y lo hace como si tratase de escuchar. En cierto momento se asoma por una puerta que da al oriente, y a la calle. Veo un trozo de una callejuela polvorienta. Parece como si Jesús esperase a alguien. Cierra la puerta. Torna al trabajo. No está triste, pero sí como preocupado.
LA VIRGEN VA A VER A JESÚS Y LE ANUNCIA
QUE JOSÉ ESTA MORIBUNDO
AMBOS VAN
A LA HABITACIÓN DE JOSÉ
Mientras está trabajando en algo que me parece que sean trozos de una rueda, entra la Virgen. Entra por una puerta de la parte sur. Entra de prisa y corre a Jesús. Su vestido es de azul oscuro y no lleva nada en la cabeza. Una sencilla túnica ceñida a la cintura con una faja de igual color. Con ansia apoya ambas manos en un brazo como en forma de súplica y de dolor. Jesús la acaricia, poniéndole su brazo sobre su espalda, la consuela, luego se va con Ella, dejando el trabajo y quitándose antes el mandil.
Me imagino que V. quiere saber lo que le dijo. Fueron pocas palabras: "¡Oh, Jesús! ¡Ven, ven! ¡Está muy mal!" Las dice con sus labios que tiemblan y con lágrimas en sus ojos enrojecidos y cansados. Jesús no dice sino: "¡Mamá!" pero hay todo en esa palabra.
Entran en la habitación del lado, bañada del sol que entra por una puerta abierta y que da al huertecillo también lleno de luz y de verdor, por el que revolotean palomos entre un ondear de ropa puesta a secar. La habitación es pobre pero ordenada. Un lecho con una especie de colchonetas (digo colchonetas porque es algo grueso y muelle, pero no como las de nuestros lechos). En él, recostado entre almohadones está José. Está agonizando. Su cara pálida, su mirar apagado, su pecho que palpita anhelante, el cuerpo suelto, señal son de que agoniza.
María se pone a su izquierda, le toma la mano arrugada y lívida en las suyas, se la frota, la acaricia, la besa, le seca con un pañuelo el sudor que corre por sus hundidas sienes, la lágrima que se le congela en el ángulo del ojo, le humedece los labios con un trozo de lino mojado en un líquido que parece vino blanco.
Jesús se pone a su derecha. Endereza cuidadosamente el cuerpo que se deja caer, lo vuelve a poner sobre almohadones que también acomoda María. Acaricia en la frente al agonizante y trata de reanimarlo.
María llora en voz baja. Sus lágrimas corren por sus pálidas mejillas y le bañan su vestido. Parecen relucientes zafiros.
José vuelve en sí por unos cuantos minutos, mira a Jesús, le da la mano como para decirle algo o para recibir al contacto divino, fuerzas en la última prueba. Jesús se inclina y le besa la mano. José sonríe. Luego vuelve sus ojos para buscar con la mirada a María y también Ella sonríe. Se arrodilla junto al lecho tratando de seguir sonriendo, pero no lo logra e inclina su cabeza. José le pone la mano sobre la cabeza con una casta caricia que parece una bendición.
No se oye más que el revoloteo, y arrullo de las palomas; el crujir de las hojas, el caer del agua, y en la habitación, el respiro del agonizante.
JESÚS RECITA SALMOS QUE ALEGRAN A JOSÉ
Jesús mira alrededor del lecho, toma un banquito, y hace que se siente María, diciéndole solamente: "Mamá". Regresa a su lugar y vuelve a tomar entre sus manos la mano de José. Es tan real la escena, que lloro por la aflicción de María. Después Jesús se inclina sobre el agonizante, y dice en voz baja un salmo. Sé que es un salmo, pero ahora no puedo decirle cuál sea.
Empieza de este modo:
" 'Protégeme, Señor, porque en Ti he puesto mi confianza...
En favor de los santos que hay en la tierra, ha satisfecho admirablemente mis deseos...
Bendeciré al Señor que me da consejos...
Tengo siempre delante de mí al Señor. Está a mi derecha para que no caiga.
Por esto mi corazón se alegra, y mi lengua se regocija, también mi cuerpo descansará en la esperanza.
Porque no abandonarás mi alma en la mansión de los muertos, ni permitirás que tu santo experimente la corrupción.
Me permitirás que conozca los caminos de la vida, me colmarás de alegría con tu rostro'. "
José se reanima y con una sonrisa mayor mira a Jesús y le oprime los dedos. Jesús le responde con otra sonrisa, le estrecha la mano, y suavemente inclinado sobre su padre putativo continúa:
" 'Cuán hermosas son tus tiendas ¡oh Señor!
Bienaventurados los que viven en tu casa... Bienaventurado el hombre que encuentra en Ti sus fuerzas. Él se ha propuesto subir del valle de lágrimas, al lugar amado.
¡Oh Señor! escucha mi plegaria...
¡Oh Dios! vuelve tus ojos y mira el rostro de tu Ungido...'."
José con un sollozo mira a Jesús y hace como que quisiera bendecirlo. Pero no puede. Es claro que comprenda, pero no puede hablar. Sin embargo está feliz. Mira con animación y confianza a Jesús.
" '¡Oh Señor!' " continúa diciendo Jesús. " 'Tú eres propicio a tu tierra, has librado de la esclavitud a Jacob...
Muéstranos, Señor, tu misericordia y concédenos a quien nos salve.
Quiero saber lo que dentro de mí dice el Señor Dios. Sin duda que hablará de paz a su pueblo debido a sus santos y a los que de corazón vuelven a Él.
Sí. Tu salvación no está lejana... la gloria habitará sobre la tierra... La bondad y la verdad se han encontrado; la justicia y la paz se han dado el beso. La verdad ha despuntado de la tierra, y la justicia asomándose desde los cielos.
Sí. El Señor se mostrará benigno y nuestra tierra producirá sus frutos. La justicia caminará delante de Él y en los senderos dejará sus huellas".
La has visto ahora, padre, y por ella trabajaste fatigosamente. Has ayudado para que llegase esta hora, y el Señor te dará su premio. Yo te lo digo" añade Jesús, secando una lágrima de alegría que lentamente baja por las mejillas de José.
Luego prosigue:
" '¡Oh Señor!, acuérdate de David en el tiempo de su adversidad.
Cómo juró al Señor: no entraré a mi casa, no me acostaré, no dejaré que mis ojos se cierren al sueño, lo mismo que mis párpados, ni descanso daré a mis sienes, hasta que no haya encontrado un lugar para el Señor, una mansión para el Dios de Jacob...
Levántate, Señor, y ven al lugar de tu descanso, Tú y tu santa Arca (María comprende y solloza).
Revístanse de justicia tus sacerdotes y celebren fiesta tus santos.
Por amor de David tu siervo, no dejes de mostrar el rostro de tu Ungido.
El Señor hizo una promesa a David y la mantendrá: 'Pondrá sobre tu trono al fruto de tu seno'.
El Señor tiene elegida su morada...
Haré que florezca el poder de David, preparando una antorcha encendida para mi Ungido."
Gracias, padre mío, en nombre mío y en el de mi
Madre. Fuiste un padre bueno.
El Eterno te puso para que tuvieses
cuidado de su Mesías y de su Arca.
Gracias, padre mío, en nombre mío y en el de mi Madre. Fuiste un padre bueno. El Eterno te puso para que tuvieses cuidado de su Mesías y de su Arca. Fuiste la antorcha encendida para Él, y tuviste entrañas de caridad para con el Fruto del seno santo. Ve en paz, padre, a mi Madre no le faltará ayuda. El Señor ha dispuesto que no esté sola. Ve tranquilo a tu descanso. Yo te lo digo."
María está con el rostro inclinado sobre las cobijas (parecen colchas) extendidas sobre el cuerpo de José que se enfría. Jesús prodiga más consuelo porque el aliento se hace fatigoso y la mirada se va nublando.
"Feliz el hombre que teme al Señor y pone todo su gusto en sus mandamiento...
Su rectitud permanece por los siglos de los siglos.
Entre los hombres rectos surge, como entre las tinieblas la luz, el misericordioso, el benigno, el justo...
El justo será siempre recordado... Su justicia es eterna, su poder llegará hasta la gloria...".
Tú tendrás esta gloria, padre. Pronto iré a traerte con los Patriarcas que te han precedido, a la gloria que te espera. Alégrese tu alma con mis palabras.
"Quien se apoya en la ayuda del Altísimo vive bajo la protección del Dios del cielo."
Tú estás allí, padre mío.
"Él me soltó del lazo de los cazadores y de las palabras duras.
Te cubrirá con sus alas y bajo sus plumas encontrarás refugio.
Su verdad te defenderá como escudo, no temerás los fantasmas nocturnos...
El mal no se acercará a ti... porque sus ángeles han recibido la orden de guardarte en todos tus caminos.
Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no se pegue contra las piedras.
Caminarás sobre el áspid y el basilisco y aplastarás el dragón y el león.
Porque esperaste en el Señor, Él te dice ¡oh padre! que te libertará y te protegerá.
Porque levantaste a Él tu voz, te escuchará. Estará contigo en la última tribulación, te glorificará después de esta vida, haciéndote ver ya desde esta su Salvación",
y en la otra haciéndote entrar por el Salvador que ahora te consuela y que pronto, ¡oh, muy pronto! irá, te lo repite, a darte el abrazo divino y llevarte consigo a la cabeza de todos los Patriarcas, a donde está preparado el lugar para el Justo que fue mi padre bendito.
Adelántate a decir a los Patriarcas que la Salvación está en el mundo, y que el Reino de los cielos pronto les estará abierto. Ve, padre. Mi bendición te acompañe."
Jesús ha alzado su voz para que José en la niebla de la agonía pueda oírla. El fin es inminente. Respira ansiosamente. María lo acaricia. Jesús se sienta sobre el lado del lecho, abraza y atrae hacia Sí al agonizante que se extingue sin ningún movimiento.
Es una escena maravillosamente serena. Jesús vuelve a colocar al Patriarca y abraza a María que se le había acercado presa del dolor.
I. 243-249
A. M. D. G.