EL ADIÓS A LA MADRE
Y PARTIDA DE NAZARET
#Jesús está sentado a la mesa. Come y María le sirve
#Jesús reza el Padre nuestro con su Madre en el huerto de su casa
#"Venga tu reino. Hágase tu voluntad"
Veo el interior de la casa de Nazaret. Veo una pieza, que parece el comedorcito en donde la familia suele tomar los alimentos y descansar en los momentos de reposo. Es una pieza pequeña con una sencilla mesa rectangular al frente de una especie de armario y recargada contra la pared, con el asiento de un lado. Junto a las otras paredes hay un telar con banco, además, otros bancos y un escritorio, sobre el que hay lámparas de aceite y otras cosas. Una puerta abierta da al huertecillo. Debe de ser tarde, pues el único vestigio que queda del sol es un rayo de luz sobre la cima del alto árbol, cuyas primeras hojas comienzan a reverdecer.
Jesús está sentado a la mesa. Come y María le sirve
Jesús está sentado a la mesa. Come y María le sirve yendo y viniendo por una puertecilla, que me imagino lleve al lugar en donde está la cocina, de la que apenas se ve el brillo de la puerta cerrada. Jesús dice dos o tres veces a María que se siente y que coma también ella, pero no quiere, sacude la cabeza con una sonrisa triste y trae después las verduras molidas, que me parecen haga las veces de caldo, luego peces fritos y después un queso blando y fresco hecho de leche de oveja, de forma redonda, como una de esas piedras que se ven en los ríos y finalmente, olivas pequeñas y negruzcas. Los panecillos de tamaño pequeño y redondo, está ya colocado a la mesa en un plato común. Los panecillos tienen el color negruzco, como si no les hubiese quitado la costra. Jesús tiene ante sí una jarra con agua y un vaso. Come en silencio, mientras que con dolor amorosamente mira a la Mamá.
María, se ve claramente, lleva una pena. Va y viene para darse valor. Prende una lámpara, aunque todavía hay luz suficiente, la pone cerca de Jesús y al alargar el brazo, furtivamente acaricia la cabeza de su hijo; abre una alforja de color de nuez, que me parece de esa clase de tela hecha de lana pura e impermeable y mete la mano dentro y registra, sale al huertecillo y va hasta el fondo, a algo así como una alacena, de donde toma unas manzanas más bien secas, que se conservaron ahí desde el verano y las mete en la alforja; en seguida toma un pan y un queso pequeño, que los pone dentro también aunque Jesús protesta diciendo que ya tiene más que suficiente.
A continuación, María se sienta a la mesa, en el ángulo, a la izquierda de Jesús y le mira comer. Los observa con amor, con adoración, con el rostro todavía más pálido que de costumbre, pues el dolor la ha hecho como envejecer y sus ojos sombreados y enrojecidos dan indicios de haber llorado. Parecen más limpios que de ordinario como si la lágrima que está a punto de caer, los hubiera lavado. Son dos ojos llenos de dolor y llenos de cansancio.
Jesús toma una mano de María con su mano
izquierda y se la lleva a la mejilla,
la oprime contra ella y la detiene a
sí un momento, para brindar una caricia
a la pobre Mamacita que tiembla
Jesús come despacio, algo así como contra su voluntad y tan solo para dar gusto a su Madre; está más pensativo que de costumbre, levanta la cabeza y la mira. Y se encuentra con una mirada llena de lágrimas. Baja la cabeza para no estorbarla y tan sólo le toma las manos delgadas que tiene puestas sobre la orilla de la mesa. Toma una mano de María con su mano izquierda y se la lleva a la mejilla, la oprime contra ella y la detiene así un momento, para brindar una caricia a la pobre Mamacita que tiembla, y después la besa en el cuello con tanto amor como respeto.
Veo que María se lleva a la boca la mano izquierda que está libre para ahogar un sollozo, después, con los dedos se seca una lágrima que saliéndole del ojo, viene bañando la mejilla. Termina Jesús de comer y María sale pronto, al huertecillo donde ya hay poca luz y desaparece.
Apoya Jesús el codo izquierdo sobre la mesa y sobre la mano apoya la frente y se sumerge en sus pensamientos. Deja de comer. Después escucha y se levanta.
También Él sale al huertecillo y después de haber mirado alrededor, toma a la derecha, respecto del lado de la casa y entra a través de una hendidura que hay en la pared rocosa, al lugar en donde Él trabajaba de carpintero. Todo allí está en orden. No se ven pedazos de madera, ni virutas, ni fuego. Está tan solo el banco y las herramientas de trabajo. No hay otra cosa. María inclinada sobre el banco, llora. Parece una niña. Tiene la cabeza sobre el brazo izquierdo doblado y llora en silencio amargamente. Jesús entra despacito se le acerca delicadamente y sólo cae en la cuenta de que Él está allí, cuando el Hijo le pone la mano sobre la cabeza y le dice "Mamá" con una voz de queja amorosa.
María levanta la cabeza y mira a Jesús en medio de un velo de lágrimas. Se reclina sobre Él, con las dos manos juntas, sobre su brazo derecho. Jesús le enjuga el rostro con la orilla de su manga y después la abraza; la atrae sobre su corazón y la besa en la frente. Jesús es majestuoso, parece más viril que de costumbre y María parece muy niña, sin contar con el dolor que se dibuja en su rostro.
JESÚS REZA EL PADRE NUESTRO CON SU MADRE
EN EL HUERTO DE SU CASA.
"Ven Mamá" le dice Jesús, y sin soltarla con su brazo derecho se dirige al huerto, donde se sienta en una banca que está pegada a la pared de la casa. El huerto está silencioso, la oscuridad lo invade. Hay tan solo un rayo de luna y el fulgor que sale del comedorcito. La noche es serena. Jesús habla a María. Al principio no puedo entender las palabras que apenas articula, a las que María contesta que sí con la cabeza. Después oigo: "Haz que vengan los familiares. No te quedes sola. Estaré más tranquilo, Mamá, y tú sabes que necesito de tranquilidad para llevar a cabo mi misión. Mi amor no te dejará. Vendré lo mas que pueda a verte y te avisaré cuando esté en Galilea y no pueda venir a casa. Entonces tú me vendrás a ver, Mamá, esta hora tenía que llegar. Empezó cuando el Ángel se te apareció y ahora ya ha sonado y tenemos que vivirla ¿no es así Mamá? Después vendrá la paz y alegría, porque la prueba ha sido vencida. Primero es menester atravesar este desierto como los antiguos patriarcas para poder entrar en la Tierra Prometida. El Señor Dios nos ayudará, como ayudó a ellos y nos dará su ayuda como un maná espiritual para alimento de nuestra alma que luchará para vencer la prueba. Vamos a decir juntos el Padre Nuestro..."
"Venga tu reino. Hágase tu voluntad"
Jesús se pone de pie. María también lo hace y ambos levantan el rostro al cielo. Dos hostias vivientes que brillan en la oscuridad. Jesús reza despacio, pero con voz clara, dejando caer poco a poco las palabras de la oración dominical. Hace hincapié en las frases: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad" separándolas una de otra. Ora con los brazos abiertos, no como si estuviera en cruz, sino como hacen los sacerdotes cuando dicen: "El Señor sea con vosotros." María tiene las manos juntas.
Entran en casa y Jesús, a quien no he visto nunca beber vino, vacía de una jarra que hay en la alacena en una copa, un poco de vino blanco y la pone sobre la mesa.
Toma a María de la mano y la hace que se siente cerca de sí y que beba del vino en que moja un pedazo de pan que le da a comer. Después abraza a la Mamá contra su pecho, contra su corazón. Están sentados no según la costumbre de su tiempo, sino como nosotros lo hacemos. No dicen ni una palabra. Escuchan. María acaricia la mano derecha de Jesús y sus rodillas. Jesús acaricia a María en el brazo y en la cabeza. Después Jesús se pone de pie y también María; se abrazan y se besan amorosamente una y otra vez. Parece como si quisieran ya dejarse. Pero María vuelve a estrechar contra de sí a su Hijo. Es la Señora, porque al fin de cuentas es una Madre, una Madre que debe separarse de su Hijo y que sabe en qué va a parar la separación. Que no se me venga a decir que María no sufrió. Antes, así lo creía yo un poco, pero ahora no.
Toma Jesús su manto azul marino, se lo hecha sobre las espaldas y sobre la cabeza a manera de capucha. Después se tercia la alforja de modo que no le estorbe al caminar. María lo ayuda y no termina nunca de arreglarle el vestido, el manto y el capucho y así lo acaricia una vez más.
Jesús se dirige a la puerta después de haber
hecho en el aire algo así como una bendición
sobre la pieza. María lo sigue y en el umbral
ambos se dan el último beso.
Jesús se dirige a la puerta después de haber hecho en el aire algo así como una bendición sobre la pieza. María lo sigue y en el umbral ambos se dan el último beso. El camino está silencioso y solitario, bañado en la luz de la luna. Jesús se pone en camino. Vuelve su rostro dos veces para mirar a la Mamá que apoyada sobre la puerta, aparece más blanca que la luna y se ve que un llanto silencioso es vertido de sus ojos mientras Jesús se aleja por la blanquecina callejuela. María sigue llorando apoyada contra la puerta. En un recodo del camino Jesús desaparece. Ha empezado su camino de predicador, que terminará en el Gólgota. María entra en casa llorando y cierra la puerta. También para Ella ha empezado el camino que la llevará al Gólgota... y para nosotros...
I. 263-266
A. M. D. G.