JUAN Y SANTIAGO
HABLAN A PEDRO DEL MESÍAS
#Juan llama a los de la barca. Les anuncia que habló con el Mesías
#Juan trata de convencer a Pedro que el Mesías está entre ellos
#Pedro dice: "Si Él ha hablado así, entonces es menester ir inmediatamente a donde Él está."
#Se visten y se ponen en camino. Van a ver a Jesús
#"Maestro, Tú nos llamas pero todos nosotros somos pobres, ¿qué tenemos que traerte?"
Hay una aurora hermosísima sobre el Mar de Galilea. De cielos y tierra se desprenden fulgores color de rosa que poco se diferencian de los modestos que brotan entre los muros de los huertecillos del pueblecillo ribereño, los cuales se elevan y parece que se doblan sobre las veredas como las copas despeinadas y vaporosas de los árboles cargados de fruta.
El pueblo apenas despierta al oír el paso de alguna mujer que va a la fuente o al estanque para lavar, y con las voces de los pescadores que descargan sus cestas de peces y hacen contratos con mercaderes venidos de otras partes, o que llevan los peces a sus casas. Lo llamo pueblecillo, pero no es tan pequeño. Es más bien pobre, al menos la parte que estoy viendo, pero extenso por la parte que va al lado del lago.
Juan llama a los de la barca. Les anuncia
que habló con el Mesías
Juan sale de una vereda y camina de prisa hacia el lago, le sigue Santiago que va más despacio. Juan mira las barcas que están en la ribera, pero no ve la que busca. Luego la distingue a unos cuantos centenares de metros separada de la ribera y que hace preparativos para volver a entrar al mar por lo que lanza con todas sus fuerzas, con las manos en la boca, un largo: "¡Oh é!" que debe ser señal ya conocida. Después, cuando nota que lo oyeron, se deshace en señas para decirles: "Venid, venid."
Los hombres de la barca, no sabiendo de que se trata dan duro con los remos y la barca se desliza veloz, más que con la vela que ellos amainan, tal vez para remar más de prisa. Cuando se encuentran como a unos diez metros de la ribera, Juan no espera más, se quita el manto y la larga túnica que tira sobre la playa, luego las sandalias y se levanta la tuniquilla que sostiene con una mano a la cintura, y baja al agua al encuentro de los que llegan.
"¿Por qué no vinisteis?..." pregunta Andrés. Pedro, que está de muy mal humor, no dice nada.
"¿Y tú y Santiago por qué no vinisteis conmigo?" responde Juan a Andrés.
"Fui a pescar. No tengo tiempo que perder. Tú desapareciste con aquel hombre..."
"Te hice señas de que vinieras. Es Él en persona. ¡Si oyeras qué palabras!... Estuvimos con El todo el día y la noche hasta muy tarde. Ahora vinimos a deciros: "Venid". "
Juan trata de convencer a Pedro que el Mesías
está entre ellos
"¿Es exactamente Él? ¿Estás seguro? Lo vimos aquella vez cuando el Bautista nos lo señaló."
"Es Él, no lo negó"
"Cualquiera puede decir lo que mejor le conviene con tal de imponerse a los credulones... ¡No sería la primera vez...!" Pedro refunfuña descontento" ¡Oh Simón! ¡No digas eso! ¡Es el Mesías! ¡Sabe todo y te oye!" Juan se siente dolorido y preocupado por las palabras de Simón Pedro.
"¡Bueno!... el Mesías... y se muestra exactamente a ti, a Santiago y a Andrés, tres pobres ignorantes. ¡Si que estamos bien con ese Mesías! y... me oye... ¡Pobre muchacho! Los primeros rayos del sol primaveral te han hecho mal. ¡Ea, vente a trabajar. Será mejor y... déjate de cuentos!"
"Es el Mesías, te lo digo. Juan decía cosas santas, pero éste habla de Dios. No puede decir palabras semejantes, quien no es el Mesías."
"Simón, ya no soy un muchacho. Tengo mis años y me gusta ser tranquilo y reflexionar. Lo sabes. He hablado poco pero he escuchado mucho en las horas que estuvimos con el Cordero de Dios, y te digo que verdaderamente no puede ser más que el Mesías. ¿Por qué no creerlo? ¿Por qué no querer creerlo? Dudas porque no lo has oído. Pero yo creo. Somos pobres e ignorantes pero Él bien dice que ha venido anunciar la Buena Nueva del reino de Dios, del reino de paz a los pobres, a los humildes, a los pequeñuelos, antes que a los grandes. Ha dicho: "Los grandes tienen ya placeres pero comparados con lo que vengo a anunciar no tienen por qué ser envidiados. Los grandes, tiene ya a base de cultura los medios para llegar a comprender. Pero yo vengo a 'los pequeñuelos' de Israel y del mundo, a los que lloran y esperan, a los que buscan la luz y tiene hambre del verdadero Maná; de los doctos no reciben ni luz ni alimento, sino tan sólo peso, oscuridad, cadenas y desprecio. Y llamo 'a los pequeñuelos'. Yo he venido a tergiversar el mundo. Haré bajar lo que estaba en alto y subir lo que hasta ahora era despreciado. Quien desee la verdad y la paz, quien anhele la vida eterna, venga a Mí. Quien ame la luz... ¡Venga! Yo soy la luz del mundo".
"Juan, ¿no dijo así?" Santiago habló con calma, pero con gesto conmovido.
También dijo: "El mundo no me amará.
El gran mundo, porque se ha corrompido
con vicios y comercios idolátricos.
El mundo tampoco me amará porque los
hijos de la tinieblas no aman la luz.
"Así es. También dijo: "El mundo no me amará. El gran mundo, porque se ha corrompido con vicios y comercios idolátricos. El mundo tampoco me amará porque los hijos de la tinieblas no aman la luz. Pero la tierra no se compone solamente del gran mundo. En ella están también los que, a pesar de estar mezclados con el mundo, no pertenecen a él. Hay algunos que son del mundo porque están aprisionados como peces en la red". De veras que así dijo porque caminábamos en la playa del lago y señalaba las redes que arrastraban a la ribera los peces. Dijo aun más. "Ved, ninguno de aquellos peces quería entrar en la red. También los hombres, no querrían intencionalmente ser presa de Mammón, ni siquiera los malvados, porque estos con la soberbia que los ciega, no creerían carecer del derecho de hacer lo que quisieren. Su pecado es la soberbia. Debajo de ella nacen todos los demás. Pero los que no son del todo malos, mucho menos desearían pertenecer a Mammón, pero tropiezan y caen por falta de reflexión y por un peso que los arrastra al fondo, que es el pecado de Adán. He venido a quitar esa culpa y a dar, mientras llega la hora de la redención, una fuerza tal a quien creyere en Mí, capaz de soltarlo de los lazos que lo tienen agarrado y dejarlos libres para seguirme a Mí, que soy la luz del mundo". "
Pedro dice: "Si Él ha hablado así, entonces es
menester ir inmediatamente a donde Él está."
"Si Él ha hablado así, entonces es menester ir inmediatamente a donde Él está." Pedro, con sus impulsos arrebatados que me gusta tanto. Ya lo ha decidido y se dispone a descargar la nave que ha llegado a la ribera y los pescadores la han casi sacado sobre la arena, quitando las redes, las cuerdas y las velas. "Y tú, tonto Andrés ¿Por qué no fuiste con estos?"
"Pero... ¡Simón! Tú me has reñido porque no convencí a estos que viniesen conmigo... toda la noche has estado refunfuñando... y ahora me regañas porque no fui?..."
"Tienes razón... pero yo no lo había visto... tú sí... y debes de haber visto que no es como nosotros... tendrá algo de bello que atraiga más."
"¡Oh, sí!" dice Juan. "¡Qué rostro! ¡Qué ojos!... ¿No es así Santiago?... ¡Qué ojos! y ¡una voz!... ' ¡Ah, qué voz! Cuando te habla parece que estás soñando en el Paraíso."
"¡Pronto! ¡Pronto, vamos a buscarlo! Vosotros (habla a los pescadores) llevad todo al Zebedeo y decidle que lo haga él. Esta tarde regresaremos para la pesca."
SE VISTEN Y SE PONEN EN CAMINO. VAN A VER A JESÚS
Se visten y se ponen en camino. Pero Pedro, después de algunos metros, se detiene, coge a Juan por el brazo y le dice: "¿Has dicho que sabe todo y que todo oye?..."
"Así es. Imagínate que cuando nosotros veníamos, la luna estaba ya en alto y dijimos: "¡Quién sabe que cosa estará haciendo ahora Simón!" El dijo: "Está echando la red y no puede conformarse de que tenga que hacerlo por sí solo, ya que vosotros no fuisteis con la otra barca en una noche así tan buena para la pesca. No sabe que dentro de poco pescará con otras redes y no hará otra cosa más que pescar."
"¡Que Dios me ampare! ¿De veras que así dijo? Si es así habrá oído también que lo he tratado como a mentiroso... No puedo ir a donde Él está."
"¡Oh! es muy bueno. Si sabe lo que tú pensaste. Ya lo sabía, porque cuando estábamos a punto de dejarlo y le dijimos que te veníamos a ver, dijo: "Id, pero no os dejéis vencer con las primeras palabras de burla. Quien desee venir conmigo tiene que saber mantener la cabeza erguida contra las burlas del mundo o las prohibiciones de sus padres. Yo valgo más que la sangre y la sociedad y las venzo; quien está conmigo, también vencerá para siempre". Y añadió: "Aprended a hablar sin temor. Os escuchará a vosotros porque es hombre de buena voluntad."
"¿Así dijo? Si es así, voy. Háblame de Él mientras vamos caminando. ¿En donde está?"
"En una pobre casa. Deben ser amigos suyos."
"Pero... ¿Es pobre?"
"Un obrero de Nazaret. Así lo dijo."
"¿De qué vive, sino trabaja más?"
"No se lo preguntamos. Tal vez le ayudarán sus familiares."
"Sería mejor llevarle pescados, pan, fruta... alguna cosa. Vamos a preguntar a un rabí, porque es como un rabí y más que un rabí vamos con las manos vacías. A nuestros rabíes no les gusta así..."
No teníamos más que veinte monedas entre
Santiago y yo y se las ofrecimos, dijo:
"Dios os pague con bendiciones de pobres,
venid conmigo" al punto las distribuyó
entre los pobrecillos, que sabe donde viven.
"Pero a Él así le gusta. No teníamos más que veinte monedas entre Santiago y yo y se las ofrecimos, como se acostumbra con los rabíes. No las quiso. Pero como le insistíamos tanto, dijo: "Dios os pague con bendiciones de pobres, venid conmigo" al punto las distribuyó entre los pobrecillos, que sabe donde viven. Y a nosotros que le preguntamos:"...¿y nada te guardas para Ti, Maestro?" nos contestó: "La alegría de hacer la voluntad de Dios y de servir para su gloria". También le dijimos: "Maestro, Tú nos llamas pero todos nosotros somos pobres, ¿qué tenemos que traerte?" Respondió con una sonrisa que puede ser la felicidad del paraíso: "Quiero de vosotros un gran tesoro". Y nosotros: "¡ Pero si no tenemos nada !" Y Él: "Es un tesoro de siete nombres, que aunque el más miserable puede tener, el más rico puede no poseer. Este tesoro que deseo, ya lo tenéis vosotros. Oíd sus nombres: caridad, fe, buena voluntad, recta intención, continencia, sinceridad y espíritu de sacrificio. Esto es lo único que exijo a quien me sigue y es lo que hay en vosotros aunque adormecido como la semilla bajo el suelo invernal pero el sol de mi primavera lo hará germinar con siete espigas". Así dijo."
"¡Ah! esto me asegura de que es el verdadero Raboni (maestro mío), el Mesías prometido. No es duro con los pobres, no exige dinero... esto basta para llamarlo el Santo de Dios. ¡Vayamos tranquilos!"
I. 287-291
A. M. D. G.