JESÚS EN LAS BODAS DE CANÁ
#Podría decirse que la casa se encuentra en los suburbios de Caná
#Jesús llega a las bodas de Susana
#"La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con todos vosotros."
Veo una casa característicamente oriental; un cubo blanco más largo que alto, con pocas entradas, rematado con una terraza rodeada de una pared de cerca de un metro de altura a la que da sombra una vid que llega hasta allí y extiende sus ramas más allá de la otra media terraza expuesta al sol.
Una escalera exterior sube a lo largo de la fachada hasta una puerta, que está a la mitad de ella. Abajo, hay puertas bajas y pocas, no más de dos por cada lado que dan a las habitaciones también bajas y oscuras. La casa se levanta en medio de una especie de campiña en donde hay más hierba que espacio libre, y tiene en el centro un pozo. Hay también higueras y manzanos. La casa da a la calle, pero no está cerca de ella. Está un poco adentro, y un vericueto entre las hierbas la une con la calle principal.
Podría decirse que la casa se encuentra en los
suburbios de Caná
Podría decirse que la casa se encuentra en los suburbios de Caná; una casa de campesinos, que viven en medio de su propiedad. La campiña se extiende más allá de la casa con sus lejanías verdes y apacibles. Hay un sol hermoso y un cielo tersamente azul. Al principio no veo otra cosa. La casa está sola.
Veo a continuación a dos mujeres con vestidos largos y un manto que hace las veces también de velo, que vienen caminando y se dirigen a esta parte del sendero. Una parece de mayor edad; sobre los cincuenta años, viste de oscuro, un color semi-café como de lana natural. La otra viste más claro, su vestido es de color amarillo pálido y manto azul, parece tener unos treinta y cinco años. Es muy bella, esbelta y tiene un porte lleno de dignidad, aunque sea todo gentileza y santidad, al acercarse noto la palidez de su rostro; sus ojos son azules y el pelo rubio asoma por debajo del velo.
Reconozco a María Santísima. No sé quien sea la otra, que es morena y de más edad. Hablan entre sí. La Virgen sonríe. Cuando están ya cerca de la casa, alguien, encargado de dar el aviso de su llegada, lo hace, y salen a su encuentro hombres y mujeres con trajes de fiesta, que les hacen muchos festejos, pero sobre todo a María Santísima.
Parece la hora matinal, diría como las nueve, tal vez antes, porque la campiña conserva todavía el aspecto fresco de las primeras horas del día en que aún brilla el rocío sobre la verde hierba y en el aire puro no hay polvo.
Me parece que es la primavera, porque la hierba no está seca y los campos están cubiertos de trigo con espigas aún sin madurar. Todo es verde. Las hojas de las higueras y de los manzanos están verdes y tiernas, lo mismo sucede con las de los sarmientos. No veo frutas ni flores en los manzanos, ni en las higueras, ni en la vid. La razón será que el manzano ha acabado de florecer y no se ven las frutitas todavía.
María, a quien le hacen muchos homenajes y la acompaña un anciano que probablemente es el dueño de la casa, sube por la escalera exterior y entra en la sala grande que parece ocupar toda, o una gran parte del piso que está arriba. Creo que puedo decir que lo que da al exterior, es lo que constituye las habitaciones propiamente dichas de la casa. Las alacenas, los armarios y las bodegas, que esta sala esté reservada tan sólo a casos especiales, como a estas, o a trabajos que requieren mucho lugar, o para poner allí las herramientas agrícolas. En las fiestas quitan todo y lo adornan, como sucede hoy, con ramas verdes, esteras y mesas para alimentos.
En el centro hay una mesa bien provista con jarras y platos llenos de frutas. Cerca de la pared que está a mi derecha hay otra pero menos provista. A mi lado izquierdo hay una alacena larga con platos, con quesos y otros alimentos que me parecen ser tortas con miel y dulces. En el suelo, cerca de esta pared, hay otras jarras y seis grandes vasos con asas de metal. Se les podría dar el nombre de jarrones.
María escucha benévolamente todo lo que le dicen, después, cortésmente se quita el manto y ayuda a terminar de preparar la mesa. La veo ir de acá para allá poniendo en orden los lechos-silla, componiendo las guirnaldas de flores, dando mejor presentación a las frutas, viendo que en las lámparas haya aceite. Sonríe y habla muy poco y esto en voz baja. Pero para escuchar es toda oídos bondadosos.
Se oye por el camino un rumor de instrumentos
musicales. Por el camino viene Jesús, Juan
y Judas Tadeo
Se oye por el camino un rumor de instrumentos musicales, no muy armoniosos en verdad y todos, menos María, corren afuera. Rodeada de sus padres y amigos, veo que entra la adornada novia al lado del novio que fue el primero en salirle al encuentro.
En este momento la visión tiene un cambio. Estoy viendo en lugar de la casa, un poblado. No sé si sea Caná o algún otro pueblo. Veo a Jesús con Juan y con otro que probablemente, si no me engaño, es Judas Tadeo.
De Juan estoy cierta. Jesús trae un vestido blanco y un manto azul marino. Al oír los instrumentos musicales, el compañero de Jesús pregunta algo a una persona y se lo dice a Jesús. "Vamos a hacer feliz a mi Madre" contesta Jesús con la sonrisa en los labios y se dirige a través de los campos con sus dos compañeros, por detrás de la casa.
Me he olvidado de decir que tengo la impresión de que María es o pariente o amiga de los padres del novio, porque se ve que les tiene confianza.
JESÚS LLEGA A LAS BODAS DE SUSANA
Cuando llega Jesús, el que está de centinela avisa a los demás. El dueño de la casa, con su hijo el novio y María, baja a recibir a Jesús y lo saluda respetuosamente y luego a sus dos acompañantes, cosa que también hace el novio. Lo que más me gusta es el saludo respetuoso de María a su Hijo y viceversa. Ninguna muestra efusiva, pero hay una mirada que acompaña las palabras del saludo: "La paz sea contigo" y una sonrisa que vale por cientos de abrazos y besos. Se ve que el beso flota en los labios de María pero no lo da. Pone su pequeña mano blanca sobre la espalda de Jesús y le compone su larga cabellera. Es una caricia de enamorada púdica.
Jesús sube al lado de su Madre seguido por sus discípulos y los dueños y entra en la sala del banquete, donde las mujeres se apresuran a poner asientos y platos para los tres huéspedes que parece no eran esperados. Puedo decir que la presencia de Jesús era incierta, pero del todo inesperada la de sus compañeros.
"La paz sea en esta casa y la bendición de Dios
con todos vosotros."
Oigo claramente la voz llena, viril, dulcísima del Maestro que al poner pie en la sala dice: "La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con todos vosotros." Es un saludo a todos, lleno de majestad. Domina a todos con su presencia y con su estatura. Es el huésped, tal vez fortuito, pero parece el rey del banquete, más que el esposo, más que el dueño de la casa. Aunque sea humilde y condescendiente, es Él, el que domina.
Jesús se sienta en la mesa central con el novio y la novia, los padres de los novios y los amigos de mayor importancia. A los dos discípulos, por consideración al Maestro, se les hace sentar en la misma mesa.
Jesús tiene las espaldas vueltas a la pared en donde están los jarrones y la alacena; por eso no puede verlos, como tampoco el afanarse del anfitrión, con los platos de carne que traen y que son introducidos a través de una puertecita cercana a la alacena.
Observo una cosa. Fuera de las respectivas madres de los novios y de María, ninguna otra mujer está sentada a la mesa principal. Las otras mujeres hacen bulla por cien de ellas en la otra mesa, y se les sirve después de que han sido servidos los novios y los huéspedes de honor. Jesús está sentado junto al dueño de la casa y frente a María que está sentada al lado de la novia.
Empieza el banquete y le aseguro que a nadie le falta el apetito, ni la sed. Los que comen y beben poco son Jesús y su Madre, que también habla muy poco. Jesús habla un poco más; aunque sea parco en el hablar no es ni altanero ni desdeñoso. Es un hombre cortés, pero no un hablador. Si se le pregunta, responde. Si le hablan, muestra interés, expone su parecer, y después se recoge en Sí como alguien que está acostumbrado a meditar. Sonríe, pero nunca ríe en forma estrepitosa. Si oye una chanza un poco que no va, muestra sencillamente como si no la hubiese oído. María con sus ojos no se desprende de Jesús, igualmente Juan que está en el extremo de la mesa pero pendiente de los labios del Maestro.
María cae en la cuenta de que los servidores
discuten con el anfitrión.
"Hijo", "Hijo, no tienen más vino."
"Mujer, ¿qué más hay entre tú y yo?"
"Haced lo que Él os diga."
María cae en la cuenta de que los servidores discuten con el anfitrión y que este se siente molesto y comprende que algo hay desagradable. "Hijo", dice despacio, llamando la atención de Jesús. "Hijo, no tienen más vino."
"Mujer, ¿qué más hay entre tú y yo?" Jesús al decir estas palabras sonríe aun más dulcemente a María, como que los dos tienen un secreto de alegría y que todos los demás ignoran.
María ordena a los sirvientes: "Haced lo que Él os diga." Es que ha leído en los ojos sonrientes de Jesús el asentimiento que a los otros "llamados" queda oculto. Jesús ordena a los sirvientes: "Llenad de agua los jarrones."
Veo que los llenan con agua traída del pozo, oigo el rechinar de la carretilla que baja y sube el cubo chorreando. Veo también al anfitrión que sorprendido revuelve un poco de aquel líquido, y luego todavía más admirado, lo prueba, lo saborea y habla con el dueño de la casa y con el novio que estaban cerca.
María mira a su Hijo y sonríe; después correspondida con una sonrisa de Él, baja la cabeza con un ligero sonrojo. Es feliz. Por la sala se oye un murmullo y las cabezas se vuelven hacia Jesús y María; algunos se levantan para ver mejor, otros van a los jarrones y seguido de un silencio, en coro alaban a Jesús.
Él se levanta y dice tan solo: "Agradeced a María" y se retira del banquete. Los discípulos lo siguen. En el umbral repite: "La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con vosotros." y añade: "Madre, te saludo."
I. 313-317
A. M. D. G.