EL LEPROSO CURADO CERCA DE

 COROZAIN

 


 

#tengo ante mi vista un leproso.    

#Se me antoja la imagen de la MUERTE que anduviese por la tierra y que un pellejo amarillento cubriese su esqueleto     

#"¿En dónde estás, Abel...?" se oye gritar una voz.     

#Quiero que estés de fiesta, pobre amigo mío, para que te prepares a una fiesta mucho mayor."   

#Óyeme, Abel. Si puedes tener fe serás feliz ¿En quién? En el Rabí que me curó a mí    

  #Te llevaré hasta aquel bosquecillo, y después iré a buscar al Maestro   

#Pero antes de que él llegue al bosquecillo, Jesús ha llegado con Samuel. 

  #"Eres bueno, Samuel; por esto la gracia te ha visitado. Quien ama, todo lo puede de Dios. Pero mira, allí algo hay entre el follaje..."    

"¡Maestro, Mesías, Santo, piedad de mí!" "¡Oh, Señor mío! ¡si Tú quieres, Tú puedes limpiarme!"    

  #Pero Jesús da un paso adelante. Majestuosos, bueno, cariñoso, pone sus dedos sobre la cabeza comida de la lepra y dice con voz tranquila, toda de amor pero llena de imperio: "¡Lo quiero! ¡Sé limpio!" La mano queda todavía por algún minuto sobre la pobre cabeza. "Levántate. Ve al sacerdote. Cumple cuanto la Ley prescribe. Y no digas lo que te he hecho. Sólo se bueno. No peques más. Te bendigo."    

 #"Haz cuanto requiere la Ley. Nos volveremos a ver otra vez. por segunda vez sea sobre ti mi bendición."

 


 

tengo ante mi vista un leproso.

 

Con precisión de una fotografía perfecta desde esta mañana antes de que rompiera el alba, tengo ante mi vista un leproso.

Es un espantajo de hombre. No podría decir cuántos años tenga, debido a los estragos que el mal ha hecho en él. Es un esqueleto, está semidesnudo y tiene le cuerpo reducido al estado de una momia corroída; en las manos y en los pies faltan partes, de modo que las extremidades no parecen ni siquiera ser de hombre. Las manos encogidas y torcidas tienen uñas como de algún monstruo alado, los pies parecen como pezuñas de buey, ¡hasta ese punto están despedazadas y desfiguradas!

Y después... ¡la cabeza! Pienso que un muerto no sepultado y que se haya momificado bajo los rayos del sol y del viento, puede asemejarse a esta cabeza. Poco mechones de cabellos esparcidos aquí y allá están pegados a la piel amarillenta y costrosa como si hubiese sido secada con polvo sobre una calavera. Los ojos semicerrados y sumidos hasta adentro, los labios y la nariz destruidos por el mal, muestran los cartílagos y las encías; las orejas son dos pedazos de miseria, y sobre de esto se ve una piel como de cartón, amarillenta como cierta clase de barro, bajo la cual se transparentan los huesos... parece como si su fin fuese el tener unidos los huesos dentro de un raído costal. Todo él es un montón de cicatrices o de llagas purulentas... ¡Un espantajo!

Se me antoja la imagen de la MUERTE que anduviese por la tierra y que un pellejo amarillento cubriese su esqueleto; envuelta en un raído manto hecho pedazos, y que tuviese en la mano no la guadaña, sino un bastón de nudos, arrancado de cualquier árbol.

Está en el umbral de una cueva, de una verdadera cueva, tan destruida que no sé si fue al principio un sepulcro o una choza para los que viven en el bosque, o es ya una choza en ruinas. Mira por el camino, que está separado de su cueva más de un centenar de metros. El camino es una vía principal que está polvosa y todavía llena de sol. Nadie se ve por ella a vista de pájaro, tan solo sol, polvo y soledad. Más arriba hacia el noroeste debe de existir un pueblecillo.

El leproso mira y suspira. Después toma una bandeja viejísima y la llena en un riachuelo. Bebe. Se mete dentro de un montón de ruinas, detrás de la cueva, se inclina y arranca del suelo raíces de hierbas. Vuelve al riachuelo, les lava la tierra y se las come despacio, llevándolas con trabajo a la boca con las manos destrozadas... Deben de estar tan duras como palos. Se esfuerza en masticarlas y muchas las escupe por no poderlas tragar, no obstante que trata de ayudarse con sorbos de agua.

 

"¿En dónde estás, Abel?..." se oye gritar una voz.

 

"¿En dónde estás, Abel?..." se oye gritar una voz.

El leproso se sacude, tiene sobre los labios un algo que podría parecer una sonrisa. Pero están tan atrofiados que aún esto que podría ser sonrisa es caricatura. Responde con una voz rara y chillante: "¡Aquí estoy! No pensaba más, que vinieses. Me imaginaba que te había pasado alguna desgracia. Estaba yo triste... si me faltaras también tú, ¿que le quedaría a este pobre Abel?" y al decirlo, se dirige al camino, hasta donde la Ley lo permite, pues se detiene a la mitad de la distancia.

Por el camino avanza un hombre tan aprisa que paree correr. 

"¿Eres tú Samuel, en verdad? Si no eres tú a quien espero, quienquiera que seas, ¡no me hagas mal!"

"Soy yo, Abel, exactamente yo. Estoy curado. Mira como corro. Estoy un poco retrasado, lo sé. Y pensaba en ti. Pero cuando sepas... ¡Oh! serás feliz. Aquí tengo no solo los acostumbrados mendrugos de pan, sino toda una torta fresca y sabrosa para ti y también traigo un oloroso pescado y queso. Todo para ti. Quiero que estés de fiesta, pobre amigo mío, para que te prepares a una fiesta mucho mayor."

"¿Pero cómo es que eres tan rico? No lo entiendo..."

"Ahora te lo cuento."

"Y...¡Sano! ¡No pareces tú!"

"Óyeme, pues. Supe que en Cafarnaún estaba aquel Rabí que es Santo y fui..."

"Detente, detente. Soy inmundo."

"¡Oh, no importa! Ya no tengo miedo a nada" el hombre que no es otro que el pobre contrahecho a quien curó Jesús se ha acercado al leproso. Ha avanzado hablando y sonriendo feliz.

El leproso dice otra vez: "Detente en nombre de Dios. Si te viere alguien..."

"Me detengo. Mira: Pongo las provisiones. Come mientras yo hablo" pone sobre una gruesa piedra una alforja y la abre.

Después se retira unos cuantos pasos, mientras el leproso se adelanta y se arroja sobre aquellos alimentos inusitados. "¡Oh! ¡Cuánto tiempo hace que no comía así! ¡Cómo está sabroso! E imaginar que pensaba que me iría a acostar con el estómago vacío. Hoy no había llegado ninguno que tuviese piedad... ni tú tampoco... había masticado raíces..."

"Pobre Abel! Pensaba en ello y decía: "¡Bien, ahora estará triste pero después será feliz!" "

"Feliz, sí, por esta buena comida. Pero después..."

"¡No! Serás feliz para siempre."

El leproso sacude la cabeza.

 

"Óyeme, Abel. Si puedes tener fe serás feliz."

¿en quién?

En el Rabí que me curó a mí

 

"Óyeme, Abel. Si puedes tener fe serás feliz."

"Pero fe... ¿en quién?"

"En el Rabí. En el Rabí queme curó a mí."

"¡Pero yo soy leproso y reducido hasta lo último! ¿Cómo puede curarme?"

"¡Oh! lo puede. Es Santo."

"Sí, también Eliseo curó a Naamán el Leproso... lo sé... pero yo... yo no puedo ir al Jordán."

"Tú serás curado sin necesidad de agua, escucha: Este Rabí es el Mesías, ¿entiendes? El Mesías, el Hijo de Dios. Cura a todos los que tienen fe. Dice: "Quiero" y los demonios escapan y los miembros se enderezan, y los ojos ciegos ven."

¡Oh! Si tuviese fe. Pero ¿cómo puedo ver al Mesías?"

"Pues a esto he venido. Él está en aquel pueblo. Sé en donde estará esta tarde. Si quiere... he pensado... se lo digo a Abel y si Abel cree tener fe lo conduzco al Maestro."

"¿Estás loco, Samuel? Si me acerco a las casas me lapidarán."

 

Te llevaré hasta aquel bosquecillo, 

y después iré a buscar al Maestro

 

"No a las casas. La tarde pronto baja. Te llevaré hasta aquel bosquecillo, y después iré a buscar al Maestro. Te lo traeré..."

"¡Vete, vete pronto! Yo solo voy hasta ese lugar. Caminaré por las zanjas, entre los cercados del camino, pero vete, vete... ¡Oh, vete mi buen amigo! Si supieses qué cosa es tener este mal. Y ¡qué cosa es esperar que lo curen a uno!... " El leproso no piensa ni siquiera en la comida. Llora y gesticula implorando a su amigo.

"Voy, y tú ¡ven!" El ex-contrahecho se va corriendo.

Abel desciende penosamente en la zanja que va a lo largo del camino lleno de hierbas que han crecido en el fondo seco. Por en medio apenas si hay un hilo de agua. La tarde empieza a bajar mientras el infeliz resbala entre los montones de hierbas, siempre alerta por si oye algún paso. Se oculta dos veces en el fondo; la primera vez porque pasa un jinete al otro lado del camino, la segunda porque pasan tres hombres, cargando heno y que van al pueblo. Después prosigue.

Pero antes de que él llegue al bosquecillo, Jesús ha llegado con Samuel.

"Dentro de poco estará aquí. Camina despacio por las llagas. Ten paciencia".

"No tengo prisa."

"¿Lo curarás?"

"¿Tiene fe?"

"¡Oh!... se moría de hambre, veía aquellos alimentos después de años de no haberlos comido, y sin embargo después de algunos bocados todo lo dejó para venir aquí."

"¿Cómo lo has conocido?"

"¿Sabes?... después de mi desgracia vivía de limosna y recorría los caminos para ir de un lugar a otro. Por aquí pasaba cada siete días y había salido él bajo un temporal que habría espantado aun a los mismos lobos, hasta  el camino que lleva al pueblo, en busca de alguna cosa. Rastreaba entre las inmundicias como un perro. Yo tenía pan seco en la alforja, regalo de personas buenas, y le di la mitad. Desde entonces somos amigos y cada semana lo proveo con lo que tengo... Si tengo mucho, mucho; si poco, poco. Hago lo que puedo, como si fuese mi hermano. Y desde aquella tarde en que me curaste, bendito seas Tú, pienso en él y en Ti."

 

Eres bueno, Samuel; por esto la gracia 

te ha visitado. Quien ama, todo lo puede de Dios. 

 

"Eres bueno, Samuel; por esto la gracia te ha visitado. Quien ama, todo lo puede de Dios. Pero mira, allí algo hay entre el follaje..."

"¿Eres tú, Abel?"

"Soy yo."

"Ven. El Maestro te está esperando, bajo este nogal."

El leproso sale de la zanja y sube sobre la orilla, la pasa, avanza hasta el pasto. Jesús apoyada la espalda en un alto nogal, lo está aguardando.

 

"¡Maestro, Mesías, Santo, piedad de mí!"

"¡Oh, Señor mío! ¡si Tú quieres, Tú puedes limpiarme!"

 

"¡Maestro, Mesías, Santo, piedad de mí!" y se arroja sobre la hierba a los pies de Jesús. Con la cara al suelo dice: "¡Oh, Señor mío! ¡si Tú quieres, Tú puedes limpiarme!" y después se atreve a ponerse de rodillas, extiende sus brazos de esqueleto con las manos contrahechas, y alarga su cara huesuda, acabada... las lágrimas bajan de sus órbitas enfermas hasta los corroídos labios.

Jesús lo mira con piedad. Mira esta pantomima de hombre, que el mal horrible devora y que solo una verdadera caridad puede soportarlo de cerca, tan repugnante y maloliente es. Y sin embargo he aquí a Jesús que extiende una mano hermosa y sana. Es la mano derecha que alarga como para acariciar al pobrecillo.

Este sin levantase se echa para atrás, sobre sus calcañares, y grita: "¡No me toques! ¡Piedad de Ti!"

 

"¡Lo quiero! ¡Sé limpio!"

 

Pero Jesús da un paso adelante. Majestuosos, bueno, cariñoso, pone sus dedos sobre la cabeza comida de la lepra y dice con voz tranquila, toda de amor pero llena de imperio: "¡Lo quiero! ¡Sé limpio!" La mano queda todavía por algún minuto sobre la pobre cabeza. "Levántate. Ve al sacerdote. Cumple cuanto la Ley prescribe. Y no digas lo que te he hecho. Sólo se bueno. No peques más. Te bendigo."

¡Oh, Señor! ¡Abel! ¡Estás completamente curado!" Samuel, que ve la metamorfosis de su amigo, grita de alegría.

"Sí, está sano. Lo mereció por su fe. Adiós. ¡La paz sea contigo!"

"¡Maestro, Maestro! ¡No te dejo! ¡No te puedo dejar!"

"Haz cuanto requiere la Ley. Nos volveremos a ver otra vez. por segunda vez sea sobre ti mi bendición."

Jesús se pone en camino haciendo señales a Samuel de que se quede. Y los dos amigos lloran de alegría, mientras que a la luz de un cuarto creciente lunar vuelven a la cueva para la última posada en aquel antro de desventura.

I. 374-379

A. M. D. G.