JESÚS VA A CASA DE DORAS
MUERTE DE JONÁS
#También Jesús ve y contempla. La tristeza se ve en su rostro bañado de lágrimas.
#Pedro llama a Jesús para que salude a los siervos de Yocana
#Pedro, Juan,Andrés y Santiago aran el campo
#En el reino de mi Padre no es justo. Diversa será la manera de juzgar.
#Los hombres tienen la boca abierta al oírlo
#Cuento las frutas y recojo todas las semillas
#"¡Este lecho es mío! Te vendí el siervo, no el lecho."
#"Te pongo en manos del Dios del Sinaí"
#Doctrina para los hombres de armas
#Jesús llega con Jonás a su casa de Nazaret
Vuelvo a ver la llanura de Esdrelón, es de día pero un día seminublado de fines de otoño. Debió de haber llovido por la noche; una de las primeras melancólicas lluvias de los meses invernales, porque la tierra está húmeda aunque no lodosa. Todavía sopla el viento, un viento que arranca las amarillentas hojas y penetra en los huesos con su humedad.
Son escasas las yuntas de bueyes para hacer la fatigosa tarea de revolver la pesada tierra esta fértil llanura, para prepararla para cuando comience la siembra. Y lo que más me duele es ver que en algunos lugares son los mismos hombres los que hacen el trabajo de los bueyes, jalando el arado con todas las fuerzas de sus brazos, y hasta con el pecho, apuntalando los pies en el suelo ya flojo y cual esclavos trabajan penosamente en lo que hasta los fuertes toros se cansan.
JESÚS VE, CONTEMPLA, LA TRISTEZA
SE VE EN SU ROSTRO BAÑADO DE LÁGRIMAS.
También Jesús ve y contempla. La tristeza se ve en su rostro bañado de lágrimas. Los discípulos: once, porque Judas está todavía ausente y los pastores ya no están, hablan entre sí y Pedro dice: "Pequeña, pobre y fatigosa también es la barca... ¡pero cien veces mejor que este trabajo de bestias de tiro!" y luego pregunta: "Maestro ¿serán ya los siervos de Doras?"
Simón Zelote responde: "No creo: sus campos están mas allá de aquellos árboles frutales. Todavía no los vemos."
Mas Pedro, siempre curioso, se separa del camino y se va por una vereda entre los dos campos. Sobre los bordes se han sentado por un momento cuatro flacos y sudados campesinos. Respiran fatigosamente. Pedro les pregunta: "¿Sois de Doras?"
"No, somos de su pariente, de Yocana. Y tú, ¿quién eres?"
"Soy Simón de Jonás, pescador de Galilea hasta la luna de Ziv, ahora soy Pedro de Jesús de Nazaret, el Mesías de la Buena Nueva." Pedro dice gustoso y con el orgullo de alguien que dijera: "Pertenezco al alto y divino César de Roma" y mucho más. Su honrada cara resplandece de alegría al decir que es de Jesús.
"¡Oh!... ¡El Mesías! ¿Dónde?, ¿dónde está?" preguntan los cuatro infelices.
"Es aquel. Aquel alto y rubio, vestido de rojo oscuro. El que está ahora mirando hacia aquí y que sonríe porque está esperándome."
"¡Oh!... Si fuésemos a Él... ¿nos arrojaría?"
"¿Arrojaros?... ¿Por qué? Es el amigo de los infelices, de los pobres, de los oprimidos, y me parece que vosotros... pertenecéis a estos..."
"¡Oh! ¡que si lo somos! Pero jamás como los de Doras. Al menos tenemos pan suficiente y no se nos apalea a no ser que dejemos el trabajo, pero..."
"Quieres decir que si el hermoso señorito de Yocana os encontrase aquí hablando, os..."
"Nos apalearía, como no apalea a sus perros..."
PEDRO LLAMA A JESÚS PARA QUE SALUDE
A LOS SIERVOS DE YOCANA
Pedro da un silbido significativo. Luego dice: "Ahora es mejor hacer así..." y poniendo sus manos en la boca a modo de embudo, grita fuerte: "Maestro, ven aquí. Hay corazones que sufren y te quieren."
"Pero ¿que estás diciendo? ¡Él! ¡Si nosotros somos siervos sin ningún valor!" Los cuatro están aterrorizados de tanto atrevimiento.
Las apaleadas no son algo agradables, y si se asoma ese hermoso fariseo, yo no querría participar de ellas..." ríe Pedro sacudiendo con una de sus manotas al más aterrorizado de los cuatro.
Jesús con su largo paso va hasta allí. Los cuatro no saben que hacer. Querrían ir a su encuentro, pero el respeto los paraliza. Pobres seres a quienes la perversidad humana ha atemorizado. Caen al suelo adorando desde ahí al Mesías que se acerca.
"La paz a todos los que me desean. Quien me desea
tiene deseo del bien y Yo lo amo como a un amigo.
Levantaos. ¿Quiénes sois?"
"La paz a todos los que me desean. Quien me desea tiene deseo del bien y Yo lo amo como a un amigo. Levantaos. ¿Quiénes sois?"
Los cuatro apenas si quieren levantar la cara del suelo y siguen de rodillas, mudos.
Pedro habla: "Son cuatro siervos del fariseo Yocana, pariente de Doras. Querrían hablarte, pero... si llega él, serán apaleados y por eso te dije: "¡Ven!" ¡Ea, muchachos! ¡No os come! Tened confianza. Tomadlo como a un amigo vuestro."
"Nosotros... nosotros te conocemos... lo decía Jonás..."
"Vengo por él. Sé que me ha anunciado. ¿Qué sabéis de Mí?"
"Que eres el Mesías. Que te vio cuando eras pequeñito, que los ángeles cantaron paz a los buenos cuando Tú llegaste, que fuiste perseguido... pero que te salvaste, y ahora has buscado a tus pastores... y que los amas. Estas últimas cosas las decía ahora. Y nosotros pensábamos: Si es tan bueno de amar y buscar a los pastores, ciertamente nos podrá querer también a nosotros aunque sea un poco... Tenemos mucha necesidad de que alguien nos ame..."
"Os amo. ¿Sufrís mucho?"
"¡Oh!... Pero los de Doras, peor. ¡Si Yocana nos encontrase hablando!... Pero hoy está en Gerguesa. Todavía no ha regresado de los Tabernáculos. Su mayordomo nos dará esta noche de comer según el trabajo hecho. ¡No importa! Recuperaremos el tiempo con no descansar en la comida de la hora de la siesta."
PEDRO, JUAN, ANDRÉS Y SANTIAGO ARAN EL CAMPO
"Di, muchacho. ¿No sería yo capaz de jalar ese arado? ¿Es un trabajo difícil?" pregunta Pedro.
"Difícil no, pero fatigoso. Requiere fuerza."
"Fuerzas tengo. Déjame ver. Si logro, mientras tu hablas, yo la hago de buey. Tú Juan, Andrés y Santiago... adelante a la lección. Pasemos de los peces a los gusanos de la tierra. ¡Ea!" Pedro pone su mano en el eje que atraviesa el timón. En cada arado hay dos hombres, uno de cada lado de la larga esteva (pieza corva del arado, donde se apoya la mano). Mira e imita todos los movimientos del campesino. Fuerte como es, y reposado, trabaja bien y el otro lo alaba.
"Soy un maestro en arar" exclama contento el buen Pedro.
"¡Ea, Juan! Ven aquí. Un toro y un becerro por arado. En el otro, Santiago y el toro mudo de mi hermano. ¡Ánimo!... ¡Eh! ¡ahora!" y el par de arados, empiezan a revolver la tierra y a hacer el surco a través del largo campo; y al llegar al límite, voltean el arado y hacen otro surco. Parece como si hubiesen trabajado siempre de campesinos.
"¡Qué buenos son tus amigos!" dice el más valeroso de los siervos de Yocana. "¿Tú los hiciste?"
"He dado una regla a su bondad. Como tú haces con las tijeras de podar. La bondad existía en ellos. Ahora florece bien, porque hay quien cuide de ella."
"Son también humildes. Amigos tuyos y ayudar ¡así a pobres siervos!"
"Conmigo no pueden estar sino los que aman la humildad, la mansedumbre, la continencia, la honradez y el amor, sobre todo el amor. Porque quien ama a Dios y al prójimo tiene por lo tanto todas las virtudes y conquista el cielo."
"¿Podremos también nosotros conseguirlo, nosotros que no tenemos tiempo de orar, de ir al Templo, ni siquiera de levantar la cabeza del surco?"
"Responded, ¿existe en vosotros rebelión, y reprocháis a Dios por haberos puesto entre los últimos de la tierra?"
"¡Oh, no, Maestro! Es nuestra suerte. Cuando cansados nos echamos en la cama, decimos: "¡Y bien!, el Dios de Abraham sabe que estamos tan exhaustos que no podemos decirle más que: 'Bendito seas, Señor' " y agregamos: "También hoy hemos vivido sin cometer pecado"... Sabes... podríamos robar un poquito, comer el pan con frutas, o echar aceite en la hierbas molidas. Pero el amo dijo: "A los siervos basta el pan y las hierbas cocidas, y en tiempo de la mies un poco de vinagre para templar la sed y proporcionar vigor", y ... así lo hacemos. En fin... se podría estar peor."
"Yo en verdad os digo, que el Dios de Abraham sonríe al ver vuestros corazones, mientras su rostro es severo con quienes lo insultan en el Templo con mentirosas plegarias, porque no aman a sus semejantes."
"¡Oh! ¡Pero entre sí se aman! Al menos, parece ser así porque se veneran mutuamente con regalos e inclinaciones. A nosotros es a quienes no aman. Somos diferentes a ellos, y es justo."
EN EL REINO DE MI PADRE NO ES JUSTO
"No. En el reino de mi Padre no es justo. Diversa será la manera de juzgar. No los ricos y poderosos, porque lo sean, tendrán honras, sino los que habrán siempre amado a Dios sobre sí mismos y sobre cualquier otra cosa como dinero, poder, mujer y mesa; y amado a sus semejantes que son todos los hombres, ricos o pobres, famosos o desconocidos, doctos o sin cultura, buenos o malvados. Sí, también es necesario amar a los malvados. No porque lo sean sino por compasión de su pobre alma que han herido de muerte. Es menester amarlos con un amor que pida al Padre celestial que los cure y redima. En el reino de los cielos serán bienaventurados los que habrán honrado al Señor con verdad y justicia, y amado a sus padres y parientes con respeto; los que no habrán robado de ninguna manera cosa alguna, en otras palabras, los que habrán dado y pretendido lo justo, también en el trabajo de sus siervos. Los que no habrán destruido ni reputación ni persona y no habrán tenido deseo de matar, aun cuando los modales de los otros sean tan crueles que solivianten el corazón al desprecio y a la rebelión; los que no habrán jurado en falso, dañando al prójimo y a la verdad; los que no habrán cometido adulterio o cualquier vicio carnal; los que mansos y resignados habrán siempre aceptado su suerte sin envidiar a los demás. De estos es el reino de los Cielos, y aun el mendigo puede ser allá arriba un rey feliz, mientras el Tetrarca con su poder será un poco menos que nada, mejor dicho más que nada: Será pasto de Mammón si hubiere obrado contra la ley eterna del Decálogo."
Los hombres tienen la boca abierta al oírlo
CUENTAN A JESÚS QUE JONÁS ESTÁ MUY ENFERMO
Los hombres tienen la boca abierta al oírlo. Cerca de Jesús están Bartolomé, Mateo, Simón, Felipe, Tomás, Santiago y Judas Alfeo. Los otros cuatro continúan su trabajo, colorados, acalorizados, pero alegres. Pedro es suficiente para tener a todos alegres.
"¡Oh! Cuánta razón tenía Jonás en llamarte: "Santo" Todo en Ti es santo; las palabras, la mirada, la sonrisa... Jamás habíamos experimentado en el alma, así..."
"¿Hace mucho que no veis a Jonás?"
"Desde que está enfermo."
"¿Enfermo?"
"Sí, Maestro. No puede más. Antes se podía arrastrar, pero después de las labores del verano y de la vendimia no puede estar ya en pie. Y con todo... ese lo hace trabajar... ¡Oh! Tú dices que es menester amar a todos. ¡Pero es muy difícil amar a las hienas! Y Doras es peor que una hiena."
"Jonás lo ama..."
"Sí, Maestro. Y yo digo que es santo, como los que por su fidelidad al Señor Dios fueron martirizados."
"Has dicho bien. ¿Cómo te llamas?"
"Miqueas y este Saulo, este Joel y este Isaías."
Recordaré al Padre vuestros nombres. ¿Decís que Jonás está muy enfermo?"
"Sí. Apenas termina el trabajo se echa sobre su jergón de paja y no lo vemos más. Nos lo dicen los otros siervos de Doras."
"¿Está en el trabajo a esta hora?"
"Si puede estar en pie, sí. Entonces estará más allá de aquel manzanar."
"¿Tuvo buena cosecha Doras?"
"¡Oh! Célebre en toda la región. Fueron apuntalados los árboles, por el tamaño tan grande, tan milagroso y Doras tuvo que construir nuevas cubas, porque en las antiguas no hubiera cabido la uva. ¡Era tanta!"
"Entonces Doras debió de haber premiado a su siervo."
"¡Premiado! ¡Oh! ¡Señor, qué mal lo conoces!"
"Jonás me dijo que hace años lo golpearon hasta medio matarlo porque se perdieron algunos racimos de uvas y que por deudas se convirtió en esclavo, al haberlo acusado el amo por la pequeña pérdida. Este año que tuvo una cosecha milagrosa, debía de haberle dado premio."
"No. Lo apaleó ferozmente, acusándolo de no haber
obtenido los años anteriores igual abundancia,
porque no había cultivado la tierra como se debía."
"No. Lo apaleó ferozmente, acusándolo de no haber obtenido los años anteriores igual abundancia, porque no había cultivado la tierra como se debía."
"¡Ese hombre es una fiera!" exclama Mateo.
"No. Es un sin alma" dice Jesús. "Os dejo hijos, con una bendición. ¿Tenéis pan y comida para hoy?"
"Tenemos este pan" y muestran una torta oscura que sacaron de una bolsa que está en el suelo.
"Tomad mi comida. No tengo más que esto. Hoy estaré en la casa de Doras y..."
"¿Tú, en la casa de Doras?"
"Sí, para rescatar a Jonás. ¿No lo sabíais?"
"Nadie sabe nada aquí. Pero... desconfía, Maestro. Eres como una oveja en la cueva del lobo."
"No me podrá hacer nada. Tomad mi comida. Santiago, dales cuanto tengamos. También vuestro vino. Alegraos un poco también vosotros, pobres amigos, en el alma y en el cuerpo. Pedro, vámonos."
"Voy, Maestro. No quedaba más que este surco." Corre a donde está Jesús, respirando fatigado. Se seca con el manto que se había quitado, se lo pone y ríe feliz.
Los cuatro no terminan de dar las gracias.
"¿Pasarás por aquí, Maestro?"
"Sí, esperadme. Saludaréis a Jonás. ¿Lo podréis hacer?"
"¡Oh! ¡Sí! El campo debía de estar arado para el atardecer y ¡ya hay más de dos terceras partes! ¡Qué bien y qué pronto! ¡Tus amigos son fuertes! Dios os bendiga. Hoy para nosotros es una fiesta mayor que la de los Ácimos. ¡Oh! ¡Que Dios os bendiga a todos! ¡A todos! ¡A todos!"
JESÚS SE DIRIGE A LA CASA DE DORAS
Jesús se dirige derecho al manzanar. Lo atraviesan, llegan a los campos de Doras. Otros campesinos al arado o encorvados para arrancar de los surcos las hierbas. Jonás no está. Jesús es reconocido y sin dejar los hombres el trabajo, lo saludan.
¿Dónde está Jonás?"
"Después de dos horas se cayó en el surco y lo han llevado a casa. Pobre Jonás. Poco le queda por sufrir. Está ya a su término. Jamás volveremos a tener un amigo tan bueno."
"Me tenéis en la tierra y a él en el seno de Abraham. Los muertos aman a los vivos con doble amor: con el suyo y con el que reciben al estar con Dios, y por lo tanto con amor perfecto."
"¡Oh! Ve pronto a donde está. ¿Qué vas a decir a Doras?" preguntan los discípulos.
"Iré como si nada supiese. Si él se ve cogido de frente, es capaz de enfurecerse contra Jonás y sus siervos."
"Tiene razón tu amigo: es un chacal" dice Pedro a Simón.
"Lázaro nunca dice más que la verdad y nunca habla mal de nadie. ¡Lo conocerás y lo amarás!" responde Zelote.
Se distingue ya la casa del fariseo. Larga, baja, bien construida, en medio de árboles frutales ya sin fruta. Una casa de campaña, pero rica y cómoda. Pedro con Simón van por delante a avisar.
Sale Doras. Un viejo con el perfil duro, de viejo rapaz. Ojos irónicos, boca de sierpe que gesticula una sonrisa falsa entre la barba que es más blanca que negra. "Salud, Jesús" saluda familiarmente y con manifiesta condescendencia.
Jesús no dice: "Paz"; solo responde: "Tenla igualmente."
"Entra. La casa te acoge. Has sido puntual como un rey."
"Como hombre honrado" objeta Jesús.
Doras ríe con sorna.
Jesús se vuelve y dice a los discípulos, que no habían sido invitados: "¡Entrad! Son mis amigos."
"Que entren... pero... ¿aquel no es el alcabalero hijo de Alfeo?"
"Este es Mateo, el discípulo del Mesías" dice Jesús con un tono que... el otro entiende y torna a reír con mayor sorna que antes.
Doras querría aplastar al "pobre" Maestro galileo bajo la opulencia de su casa que por dentro es fastuosa. Fastuosa y fría. Los siervos parecen esclavos. Caminan inclinados, dándose prisa rápidos, temerosos siempre de que se les castigue. La casa da la impresión de que en ella reina la frialdad y el odio.
Jesús no se deja aplastar con la ostentación de las riquezas, ni con recordarle la posición y el parentesco... y Doras, que comprende la indiferencia del Maestro, lo lleva consigo por el jardín, en donde hay también árboles; le muestra plantas raras y le ofrece frutos de ellas que los siervos traen en palanganas y en copas de oro. Jesús gusta y alaba la exquisitez de las frutas, algunas conservadas como en jalea con duraznos bellísimos. Otras al natural, como peras de tamaño raro.
CUENTO LAS FRUTAS Y RECOJO TODAS LAS SEMILLAS
"Soy el único en Palestina que tengo estas frutas y creo que ni siquiera las haya en toda la Península. Las mandé traer de Persia y de lugares más lejanos todavía. La caravana me costó casi un talento. Pero ni siquiera los Tetrarcas tienen estas frutas. Probablemente ni el mismo César. Cuento las frutas y recojo todas las semillas. Las peras sólo se comen en mi mesa, porque no quiero que se roben ni una semilla. Le envío a Annás, pero tan sólo cocidas porque así son ya estériles."
"Sin embargo son plantas de Dios. Y los hombres todos son iguales."
"¿Iguales? ¡Noooo! ¿Yo igual a ... a tus galileos?"
"El alma viene de Dios, y Él las crea iguales."
"Pero yo soy Doras, el fiel fariseo..." parece un pavorreal que se esponja al decirlo.
Jesús lo atraviesa con sus ojos de zafiro, que cada vez más se encienden, señal precursora en Él de un acto de piedad o de rigor. Jesús, de vestido purpúreo es mucho más alto que Doras y domina, imponente, a este pequeño, encorvado fariseo embutido en su vestido amplísimo y con una impresionante abundancia de franjas.
Doras después de algún tiempo de auto-admiración de sí mismo, exclama. "Pero Jesús, ¿por qué enviar a la casa de Doras, el fariseo puro, a Lázaro, hermano de una prostituta? ¿Lázaro es tu amigo? ¡No debe serlo! ¿No sabes que está en el anatema, porque su hermana María es una prostituta?"
"No conozco a otro que a Lázaro y sus acciones honradas."
"Pero el mundo recuerda el pecado de esa casa y ve que su mancha se extiende sobre los amigos... ¡No vayas! ¿Por qué no eres fariseo? Si quieres... yo soy poderoso... hago que te acepten no obstante que tú seas galileo. Puedo todo en el Sanedrín. Annás está en mis manos como este pedazo de paño de mi manto. Serías más temido."
"Yo quiero sólo ser amado."
"Yo te amaré. Ve que te amo desde que te cedo, atendiendo a tu deseo, a Jonás."
"Lo he pagado."
"Es verdad, y me admiré que Tú pudieses disponer de tal cantidad."
"No fui yo, sino un amigo lo hizo por Mí."
"Bien, bien. No indago. Digo: Ves que te amo y quiero contentarte. Tendrás a Jonás después de la comida. Sólo por Ti hago este sacrificio..." y ríe en medio de su cruel sonrisa.
Jesús lo mira cada vez con mayor rigor, con los brazos cruzados en el pecho. Están todavía en el jardín de los árboles, en espera de la comida.
DORAS PIDE A JESÚS QUE BENDIGA
SU GANADO Y CAMPOS
"Me debes hacer un favor. Alegría por alegría. Te doy mi mejor siervo, me privo por lo tanto de una utilidad futura. Tu bendición este año (supe que viniste al principio de los grandes calores) me dio cosechas que ha hecho célebres mis posesiones. Bendice ahora mis ganados y mis campos. Para el año próximo echaré de menos a Jonás... y mientras encuentre otro igual a él, ven, bendice. Dame la alegría de que se hable de mí por toda la Palestina y de tener rediles y graneros que revienten de abundancia. ¡Ven!" Lo toma, trata de llevarlo a la fuerza, poseído de su sed de oro.
Jesús se opone: "¿Dónde está Jonás?" enérgicamente pregunta.
"En los arados. Ha querido todavía hacer esto por su buen patrón, pero vendrán antes de que termine la comida. Entre tanto ven a bendecir los ganados y los campos, los árboles frutales, las viñas y los olivares... Todo... todo... ¡Oh! ¡Qué fértiles serán el año que entra! Ven, pues."
"¿Dónde está Jonás?" dice Jesús en un tono mucho más fuerte.
"¡Ya te lo dije! Al frente de los arados. Es el primer siervo y no trabaja: preside."
"¡Mentiroso!"
"¿Yo?...¡Lo juro por Yeové!"
"¡Perjuro!"
"¿Yo?...¿Yo perjuro? Yo soy el fiel más fiel. ¡Ten cuidado como hablas!"
"¡Asesino!" Jesús ha levantado cada vez más fuerte la voz, y la última palabra parece como si fuese trueno.
Los discípulos se acercan a Él, los siervos se asoman por las puertas, temerosos. El rostro de Jesús es formidable en su severidad. Parece como si sus ojos arrojasen rayos fosforescentes.
A Doras por un momento el temor le sobrecoge. Se hace más pequeñito, como un montón de tela finísima junto a la alta persona de Jesús vestido con lana pesada de un rojo oscuro. Mas después la soberbia se apodera otra vez de él y grita con voz chillona, como la de las zorras: "En mi casa yo sólo doy órdenes. ¡Sal de aquí vil galileo!"
"¡Saldré después de haberte maldecido a ti, a tus campos, ganados y viñas para este año y para los que vengan!"
"¡No, esto no! Sí, es verdad. Jonás está enfermo. Pero se ha curado. Se ha recuperado. Retira tu maldición."
"¿Dónde está Jonás? Que un siervo me conduzca a él, al punto. Yo lo pagué y pues que tú lo consideras como una mercancía, como una máquina, por tal lo tomo y como lo he comprado, lo quiero."
Doras saca un silbato de oro de entre su pecho y silba tres veces. Muchos siervos de la casa y del campo acuden de todas partes corriendo en tal forma inclinados, que casi cubren a su temido dueño. "¡Llevad a este a donde está Jonás y entregádselo! ¿A dónde vas?"
JESÚS SE DIRIGE A LA CASUCHA DONDE ESTÁ JONÁS
Ni siquiera responde Jesús. Camina detrás de los siervos que se han precipitado más allá del jardín por las casuchas de los campesinos. Entran en la bamboleante casucha de Jonás.
Él, realmente es un esqueleto semidesnudo que respira fatigosamente por la fiebre, sobre un lecho de cañas, sobre las que sirve de colchón un vestido remendado y de cobija un manto todavía más roto. La joven de la otra vez lo cuida como puede.
"¡Jonás, amigo mío! ¡He venido a llevarte!"
"¿Tú?... ¡Señor mío! Me muero... ¡pero soy feliz de tenerte aquí!"
"Fiel amigo, eres libre desde ahora, y no morirás aquí. Te llevo a mi casa."
"¿Libre?... ¿Por qué?... ¿A tu casa? ¡Ah sí! Habías prometido que vería a tu Madre."
Jesús es todo amor. Se inclina sobre el miserable lecho del infeliz.
"Pedro, tú eres fuerte. Levanta a Jonás, y vosotros dadle el manto. Este lecho es muy duro para cualquiera en estas condiciones."
Los discípulos prontamente se quitan los mantos, los doblan y vuelven a doblar y los ponen debajo, otros los ponen de almohada. Pedro coloca su carga de huesos y Jesús lo cubre con su mismo manto.
"Pedro, ¿tienes dinero?"
"Sí, Maestro, tengo cuarenta denarios."
"Está bien. Vámonos. Animo, Jonás. Un poco todavía de molestia, y después habrá mucha paz en mi casa, cerca de María..."
"María... sí... ¡Oh!" En medio de su agotamiento llora Jonás. No sabe más que llorar.
"Adiós, mujer. El Señor te bendecirá por tu misericordia."
"Adiós, Señor. Adiós, Jonás. Ruega, rogad por mí." La joven llora...
Cuando está para salir, aparece Doras. Jonás por un momento se llena de terror y se tapa la cara. Jesús le pone una mano sobre la cabeza y sale a su lado, más severo que un juez. El miserable cortejo sale al patio, y toma el camino del jardín.
TE VENDÍ EL SIERVO NO EL LECHO.
"¡Este lecho es mío! Te vendí el siervo, no el lecho."
Jesús le arroja a los pies la bolsa sin hablar. Doras la toma, la vacía. "Cuarenta denarios y cinco dracmas. ¡Es poco!"
Jesús mira al avariento y repugnante hombre en tal forma que es imposible describirla. No dice nada.
"Dime al menos que retiras el anatema."
TE PONGO EN MANOS DEL DIOS DEL SINAÍ
Jesús lo fulmina con una nueva mirada y una nueva frase: "Te pongo en manos del Dios del Sinaí" y pasa derecho al lado de la rústica camilla que llevan Pedro y Andrés.
Doras, al ver que todo es inútil, que su condena es segura, grita: "¡Nos veremos, Jesús! ¡Oh! ¡Te tendré nuevamente entre las uñas! Te haré guerra a muerte. Llévate si quieres esa piltrafa de hombre. No me sirve más. Me ahorraré el entierro. Vete, vete. ¡Satanás maldito! Todo el Sanedrín lo pondré contra ti. ¡Satanás, Satanás!"
Jesús aparenta no oír. Los discípulos están consternados. Jesús se preocupa sólo de Jonás. Busca los caminos más planos y mejores hasta que llega a un crucero cerca de los campos de Yocana. Los cuatro campesinos corren a saludar a su amigo que parte y al Salvador que bendice.
Pero desde Esdrelón hasta Nazaret el camino es largo y no se puede avanzar ligeros con la piadosa carga. Por el camino principal no se ve ningún carro o carreta. Nada. Continúan en silencio. Jonás parece que duerme, pero no abandona la mano de Jesús.
AL ATARDECER UN CARRO MILITAR ROMANO
LO ALCANZA
Ya al atardecer, se ve un carro militar romano que los alcanza. "En nombre de Dios, deteneos" dice Jesús, levantando el brazo.
Los dos soldados se detienen. Del capote extendido sobre el carro saca la cabeza un pomposo militar: "¿Qué quieres?" pregunta a Jesús.
"Tengo un amigo que se está muriendo. Os pido para él un lugar en el carro."
"No se podría... pero sube. Tampoco somos perros."
Suben la camilla.
"¿Tu amigo?... ¿Quién eres?"
"Jesús de Nazaret."
"¿Tú? ¡Oh!..." el oficial lo mira curioso. "Entonces, si tú eres... subid cuantos podáis. Basta con que no os asoméis... así son las órdenes... pero sobre las órdenes está el ser humano, ¿o no?... y Tú eres bueno. Lo sé.¡Eh! nosotros los soldados lo sabemos todo. ¿Cómo lo sé?... Hasta las piedras hablan en bien y en mal. Nosotros tenemos orejas para oír y servir al César, Tú no eres un falso Mesías como los anteriores, sediciosos y rebeldes. Tú eres bueno. Roma lo sabe. Este hombre... está muy enfermo."
"Por eso lo llevo a la casa de mi Madre."
"¡Umh! ¡Poco tendrá que cuidarlo! Dale un poco de vino de esa cantimplora... Tú, Aquila, arrea los caballos y ... tú Quinto dame las raciones de miel y de mantequilla. Es mía pero le hará bien. Tiene mucha tos y la miel le hace bien."
"Eres bueno".
"No. Soy menos malo que muchos. Estoy contento de tenerte conmigo. Acuérdate de Publio Quintiliano de la Itálica. Estoy en Cesarea. Pero ahora voy a Tolemaide. Inspección de orden."
"No me eres enemigo."
DOCTRINA PARA LOS HOMBRES DE ARMAS
"¿Yo? Enemigo de los malos, jamás de los buenos. Querría también yo ser bueno. Dime:¿Qué doctrina predicas para nosotros los hombres de armas?"
"La doctrina es única para todos. Justicia, honradez, continencia, piedad. Ejercer el propio oficio sin abusos. Aun en los duros momentos de las armas, no olvidar el ser humanos. Buscar de conocer la verdad, o sea a Dios Uno y Eterno, sin cuyo conocimiento cualquier acción está privada de gracia y por lo tanto del premio eterno."
"Y cuando esté muerto, ¿qué me interesa el bien hecho?
"Quien se acerca al Dios verdadero encuentra ese bien en la otra vida."
"¿Vuelvo a nacer?... ¿me convierto en tribuno o aun en emperador?"
"No. Te haces igual a Dios al unirte con Él en su eterna beatitud en el cielo."
"¿Cómo? ¿En el Olimpo yo?... ¿Entre los dioses?"
"No existen los dioses. Existe el Dios verdadero. El que Yo predico. El que te oye y pone señal en tu bondad y en tu deseo de conocer el bien."
"¡Esto me basta! No sabía que Dios se pudiese ocupar de un pobre soldado pagano."
"Él te creó, Publio. Por eso te ama y querría que estuvieses con Él."
"¡Eh!... ¿por qué no? Pero... nadie nos habla de Dios jamás..."
"Vendré a Cesarea y me escucharás."
"¡Oh! Sí, iré a oírte. Allá está Nazaret. Querría servirte algo más. Pero si me ven..."
"Desciendo y te bendigo por tu buen corazón."
"Salve, Maestro."
"El Señor se os muestre, ¡adiós, soldados!"
Descienden y vuelven a caminar.
"Jonás, en breve vas a descansar" dice Jesús alentándolo.
Jonás sonríe. Entre más atardece, está más seguro de estar más lejos de Doras y más tranquilo se muestra.
JESÚS LLEGA CON JONÁS A SU CASA DE NAZARET
Juan con su hermano corre adelante a avisar a María. Y cuando el pequeño cortejo llega a Nazaret, que está casi desierto en la noche que cae, María está en las afueras esperando a su Hijo.
"Madre, aquí está Jonás. Bajo tu dulzura se recupera para comenzar a gustar de su Paraíso. ¡Feliz Jonás!"
"¡Feliz, feliz!" murmura el extenuado como en un éxtasis.
Se le lleva a la habitación en donde murió José.
"Estás en el lecho de mi padre. Y aquí está mi Mamá y Yo. ¿Ves? Nazaret se convierte en Belén, y tú ahora eres el pequeño Jesús entre dos que te aman, y ellos son los que veneran en ti al siervo fiel. No ves los ángeles, pero revolotean a tu alrededor con alas de luz y cantan las palabras del canto navideño..."
Jesús derrama su dulzura sobre el pobre Jonás que poco a poco va debilitándose. Parece como si para morir aquí, hubiera aguantado tanto... pero es feliz. Sonríe, trata de besar la mano de Jesús, la de María y de decir, decir... pero la falta de aliento destroza sus palabras. María, cual Madre, lo conforta. El repite: "Sí...Sí" con una sonrisa en su cara de esqueleto.
Los discípulos conmovidos miran desde la puerta del huerto."Dios ha escuchado tu largo deseo. La estrella de tu larga noche se convierte ahora en la estrella de tu eterno amanecer. ¿Sabes su nombre?" pregunta Jesús.
"Jesús, ¡el tuyo! ¡Oh! ¡Jesús! Los ángeles... ¿Quién está cantándome el himno angelical? Mi alma lo oye... pero también mis orejas lo quieren oír. ¿Quién lo canta para hacerme feliz?... ¡Tengo mucho sueño! Me he cansado mucho. ¡Muchas lágrimas... muchos insultos... Doras... Yo...lo perdono... pero no quiero oír su voz y la oigo... Es como la voz de Satanás junto a mi agonía. ¿Quién me cubre esa voz con palabras venidas del paraíso?"
Es María que vuelve a cantar en voz baja y con el mismo tono la canción que compuso a Jesús Niño: "Gloria a Dios en los altos cielos y paz a los hombres de acá abajo." Lo repite dos o tres veces porque ve que Jonás se ha tranquilizado al oírla.
"¡No habla más Doras!" dice después de un poco de tiempo. "Sólo los ángeles... era un Niño... en un pesebre... entre un buey y un asno... y era el Mesías y yo lo adoré... y con Él estaba José y María..." La voz se apaga en un breve murmullo y sigue un silencio.
"¡Paz en el Cielo al hombre de buena voluntad! ¡Ha muerto! Lo pondremos en nuestro pobre sepulcro. Merece que espere la resurrección de los muertos junto a mi justo padre" dice Jesús.
Y mientras María de Alfeo, a quien alguien ha avisado entra, todo termina.
II. 661-675
A. M. D. G.