JESÚS EN "AGUAS CLARAS"
NO DESEARÁS LA ESPOSA
DE LOS DEMÁS
#Jesús cura a un joven leproso por las lágrimas de su madre
#Jesús mira. Piadoso le sonríe: "Levántate, madre. Tu hijo está curado. Pero por ti. No por él."
#"No desearás la esposa de los demás" se une con "No cometerás adulterio"
#El marido que va a otros amores es un asesino de su mujer, de sus hijos, de sí mismo.
POR LAS LÁGRIMAS DE SU MADRE
Jesús está atravesando por en medio de tanta gente como si fuese un poblado pequeño que lo llama por todas partes. Quién muestra sus heridas, quién le enumera sus desgracias, quien se limita a decir: "Ten piedad de mí" y quién le presenta su pequeñuelo para que lo bendiga. El día sereno y sin viento ha atraído mucha, mucha gente.
Cuando Jesús ya casi está en su lugar, del caminillo que conduce al río llega un lamento: "Hijo de David piedad para este infeliz."
Jesús voltea hacia aquella dirección y la gente y los discípulos también. Pero un montón de bojes esconde al que ha hecho la súplica.
"¿Quién eres? Sal Fuera."
"No puedo. Estoy infectado. Debo ir al sacerdote para que sea yo borrado del mundo. He pecado y la lepra me ha salido al cuerpo. ¡Espero en Ti!"
"¡Un leproso! ¡Un leproso! ¡Anatema! ¡Lapidémoslo!" La multitud se amotina.
Jesús hace un gesto e impone silencio y hace que nadie se mueva. "Es uno que no está más infectado que el que ha pecado. A los ojos de Dios es mucho más inmundo el pecador impenitente que el leproso arrepentido. Quien es capaz de creer venga conmigo."
Además de los discípulos, algunos curiosos siguen a Jesús. Los otros alargan sus cuellos, pero se quedan donde están.
Jesús se adentra más allá de la casa y del caminillo en dirección del montón de bojes. Luego se detiene y ordena: "¡Muéstrate!"
Sale fuera un hombre que todavía es joven, de cara hermosa en la que despunta el bigote y barba rala, una mirada aún llena de vida, de ojos enrojecidos por el llanto.
Le sale al encuentro un fuerte grito: "Hijo mío" de en medio del grupo de mujeres todas cubiertas que lloraban ya en el patio de la casa, cuando Jesús pasó y que se habían puesto a llorar mucho más fuerte, cuando la multitud la había amenazado. "Hijo mío" y la mujer cae en los brazos de otra, que no sé si será pariente o amiga.
Jesús solo avanza a donde está el infeliz: "Eres muy joven. ¿Cómo es que estás leproso?"
El joven baja lo ojos, enrojece, balbucea, pero no más. Jesús repite la pregunta. El joven dice algo más claro, pero no logro captar sus palabras: "...mi padre... fui.... y pecamos... no solo yo..."
"Allí está tu madre que está esperando con lágrimas. En el Cielo está Dios, el cual sabe. Aquí estoy Yo que también sé. Pero para tener compasión, tengo necesidad de que te humilles. Habla."
"Habla, hijo. Ten piedad de las entrañas que te llevaron" gime la madre que se ha arrastrado hasta Jesús, y de rodillas, inconscientemente ha cogido la orla del vestido de Jesús con una mano y extiende la otra hacia su hijo y al hacerlo enseña una pobre cara bañada en lágrimas.
Jesús le pone la mano sobre la cabeza. "Habla" torna a decir.
"Soy el primogénito y ayudo a mi padre en los negocios. Me mandó a Jericó muchas veces para hablar con sus clientes y... la de uno... la esposa de uno era bella y joven... me ... gustó. Fui más veces que las necesarias... Le agradé... nos deseamos y... pecamos en ausencia del marido... no sé como sucedería, porque ella estaba sana. Sí. No solo yo era sano y la amé... pero también ella era sana y me amó. No sé si... si junto conmigo amaba a otros y se contagió... sé que muy pronto ella se marchitó y ahora está en los sepulcros para morir viva... Y... yo... y...yo... ¡Mamá! Tú lo has visto. Es poca cosa, pero dicen que es lepra... y que moriré con ella. ¿Cuando? ¡No más vida, no más casa... no más mamá!...¡Oh, mamá! ¡Te veo y no te puedo besar! Hoy vienen a descoserme los vestidos a arrojarme de mi casa... del poblado... soy peor que un muerto. Y no tendré el consuelo de que mi madre llore sobre mi cadáver..."
El joven llora. La madre parece una planta arrancada por el vendaval, así tanto la sacuden los sollozos. La gente hace comentarios diversos.
Jesús está triste. Habla: "¿Y cuando pecabas no pensabas en tu madre? ¿Eras tan necio que no te acordabas que tenías una madre en la tierra y un Dios en el Cielo? ¿Y si no hubiese aparecido la lepra, habrías caído en la cuenta de que ofendíais a Dios y al prójimo? ¿Qué hiciste de tu alma? ¿Qué de tu juventud?"
"Fui tentado..."
"¿Eras un niño para no saber que aquel fruto era maldito? ¡Merecerías morir sin piedad!"
"¡Oh! Piedad. Tú solo puedes..."
"No Yo, Dios. Si juras aquí de no pecar más."
"Lo juro. Lo juro. Sálvame, Señor. Me quedan pocas horas para oír la sentencia. ¡Mamá... mamá... Ayúdame con tus lágrimas!... ¡Oh, madre mía!"
La mujer no tiene ya ni voz. Se abraza fuertemente a las piernas de Jesús, levanta su cara con los ojos agrandados por el dolor, una cara en que está pintada la tragedia de alguien que se ahoga y que sabe que es el último sostén que lo mantiene y puede salvarlo.
Jesús mira. Piadoso le sonríe:
"Levántate, madre. Tu hijo está curado.
Pero por ti. No por él."
Jesús mira. Piadoso le sonríe: "Levántate, madre. Tu hijo está curado. Pero por ti. No por él."
La mujer todavía no cree. Le parece que estando separado, él no puede haber sido curado, y hace señales entre sus continuos sollozos de que no.
"Hombre. Quítate la túnica del pecho. Ahí tenías la mancha. Para que tu madre se consuele."
El joven se quita el vestido, y queda desnudo a los ojos de todos. No tiene más que una piel perfecta y lisa de un joven robusto.
"Mira, madre" dice Jesús y se inclina a levantarla del suelo, lo que sirve para retenerla, porque su amor maternal y la vista del milagro la hubiesen lanzado hacia el hijo sin esperar a que estuviese purificado. Sintiéndose imposibilitada de ir a donde su amor la arrojaría, se reclina sobre el pecho de Jesús y lo besa en un verdadero delirio de alegría. Llora, ríe, besa, bendice... y Jesús compasivo la acaricia. Luego dice al joven: "Ve al sacerdote, y acuérdate que Dios te ha sanado por causa de tu madre y para que seas justo en el porvenir. Vete."
El joven se va después de haber alabado al Señor. De lejos lo siguen su madre y las mujeres que la habían acompañado. La multitud prorrumpe en gritos de hosanna.
Jesús regresa a su lugar.
"También él había olvidado que existe Dios que quiere honestidad en las costumbres. Había olvidado que está prohibido hacerse dioses que no son Dios. Había olvidado santificar el sábado como he enseñado. Había olvidado el respeto amoroso hacia su madre. Había olvidado que no se deben cometer actos impuros, que no se debe robar, ser falsos, no desear la esposa de los demás, no matarse a sí mismo y a la propia alma, no cometer adulterio. Todo había olvidado. Ved cómo fue castigado.
HABLA JESÚS:
"NO DESEARÁS LA ESPOSA DE LOS DEMÁS"
"No desearás la esposa de los demás" se une con "No cometerás adulterio". Porque el deseo precede siempre a la acción. El hombre es muy débil para poder desear sin que no llegue a consumar su deseo. Y lo que es del todo triste, el hombre no sabe hacer lo mismo con los deseos justos. Se desea el mal y se realiza. Se desea el bien y hasta ahí se queda, sino es que hasta se retroceda
Como dije a él, lo digo a todos vosotros, porque el pecado de deseo se extiende como se propaga la grama: ¿sois niños para no saber que aquella tentación es mala y que se le debe huir? "Fui tentado". La vieja excusa. Pero así como también es un viejo ejemplo, debería el hombre acordarse de las consecuencias y saber decir: "No". Nuestra historia no carece de ejemplos de castos que permanecieron tales, no obstante las seducciones del sexo opuesto y las amenazas de hombres crueles.
¿Es la tentación un mal? No lo es. Es la obra del maligno. Y se cambia en gloria para quien la vence.
EL MARIDO QUE VA A OTROS AMORES
ES UN ASESINO DE SU MUJER, DE SUS HIJOS,
DE SÍ MISMO.
El marido que va a otros amores es un asesino de su mujer, de sus hijos, de sí mismo. El que entra a la casa de otro para cometer adulterio es un ladrón y de los más viles. Se parece al cuco, se aprovecha del nido de los demás sin gastos de su parte. El que traiciona la buena fe del amigo es un falsario, porque muestra una amistad que realmente no tiene. El que obra así, se deshonra a sí mismo y a sus padres. ¿Podrá tener de este modo a Dios consigo?
Hice un milagro por su pobre madre (acababa de curar a un joven ante su madre). Pero me provoca tanto asco la lujuria que volví la cara. Vosotros gritasteis de miedo y asco de la lepra; Yo, con mi alma, he gritado por asco a la lujuria. Todas las miserias me rodean y para todas soy el Salvador. Pero prefiero tocar un muerto que ya está corrompido en su carne, y que ya su espíritu goza de paz, que acercarme al que huele a lujuria. Soy el Salvador, pero soy inocente. Que lo recuerden todos los que vienen a mí, y que ponen a mi personalidad lo que en ellos fermenta.
LA RUINA DE UNA JUVENTUD APENAS FORMADA Y
DESTRUIDA POR LA LIBÍDINE,
ME HA CONTURBADO MÁS QUE SI HUBIESE
TOCADO LA MUERTE.
Comprendo que querríais otra cosa distinta de Mí. Pero no puedo. La ruina de una juventud apenas formada y destruida por la libídine, me ha conturbado más que si hubiese tocado la muerte. Vayamos a los enfermos, ya que no puedo, por el asco que me ahoga, ser la Palabra, seré la salud de quien en Mí espera
La paz sea con vosotros.
De hecho, Jesús está muy pálido, como que sufre. No vuelve a sonreír sino hasta cuando se inclina sobre los niños enfermos y sobre los enfermos en andas. Entonces torna a ser el mismo. Sobre todo cuando, al introducir su dedo en la boca de un mudo de unos diez años de edad, le hace decir: "Jesús" y luego: "Mamá."
La gente regresa poco a poco. Jesús se queda a pasear por el sol que inunda la era hasta que se le acerca Iscariote: "Maestro no estoy tranquilo..."
"¿Por qué, Judas?"
"Por aquellos de Jerusalén... los conozco. Déjame ir allá por algunos días. No te digo que me mandes solo. Antes bien te ruego que no sea así. Mándame junto con Simón y Juan. Quienes fueron tan buenos conmigo en el primer viaje a la Judea. El uno me frena, el otro me purifica aún el pensamiento. ¡No puedes creer qué cosa sea para mi Juan! Es un rocío que calma mis ardores y es aceite en mis aguas agitadas...Créelo."
"Lo sé. No te debes por lo tanto admirar si tanto le amo. Es mi paz, pero también serás mi consuelo si siempre eres bueno; si empleas los muchos dones de Dios, para el bien, como hace días que lo estás haciendo, llegarás a ser un verdadero apóstol."
"¿Y me amarás como amas a Juan?"
"Te amo lo mismo, Judas. Pero solo te amaré sin preocupación y dolor."
"¡Oh, Maestro mío! ¡Qué bueno eres!"
"Ve a Jerusalén. No servirá para nada. Pero no quiero quitarte tu deseo de ayudarme. Lo diré ahorita a Simón y a Juan. Vamos. ¿Ves como sufre tu Jesús por muchas culpas? Me siento como uno que haya levantado una carga demasiado pesada. No me des jamás este dolor. No más..."
"No, Maestro. No. Te amo. Lo sabes... pero soy débil..."
"El amor fortifica."
Entran en la casa y todo termina.
II. 796-801
A. M. D. G.