UN NUEVO DISCÍPULO. 

PARTEN PARA GALILEA

 


 

#El administrador habla con Jesús de lo que hizo a Aglae   

#Jesús toma el brazalete de oro y lo entrega a Pedro diciendo: "Para los pobres"  

  #El Maestro no ama la violencia. Creéis que vencería usando la violencia. Esto es un pobre sistema humana que sirve por un tiempo   

#Jesús consuela al sinagogo Timoneo y tranquiliza su conciencia   

#Jesús hace a Timoneo discípulo suyo

 


 

EL ADMINISTRADOR HABLA CON JESÚS

DE LO QUE HIZO A AGLAE

 

 "Señor, no he cumplido más que con mi deber para con Dios, con mi amo y la sinceridad de mi conciencia. Durante el tiempo en que estuvo esta mujer, la cuidé porque era mi huésped y siempre vi que era una mujer honesta. Puede ser que haya sido pecadora. Ahora no lo es. ¿Por qué debo meterme en el pasado sobre el que ella ha puesto una cerradura para anularlo? Tengo hijos jóvenes y que no son feos. Jamás enseñó su cara, que es verdaderamente hermosa, ni se le oyó hablar. Puedo decir que oí su voz argentina cuando gritó al ser herida. Cuando pedía algo que era poca cosa, me lo pedía a mí o a mi mujer, y lo decía detrás del velo y tan quedito que casi no se entendía. Mira que prudente fue. Cuando temió que su presencia podía causar daño, se fue... le había prometido ayuda y defensa, pero no lo aceptó. De este modo no se comportan las mujeres perdidas. Rogaré por ella como me lo pidió sin tener necesidad de este recuerdo. Tenlo, Señor. Haz alguna limosna con el brazalete y que sea para su bien. Esto le producirá ciertamente paz".

El administrador habla respetuosamente a Jesús. Es un hombre muy bien presentado, de cara honrada y cuerpo robusto. Detrás de él hay seis jovencillos parecidos a su padre, seis caras francas e inteligentes, y está su mujer, una mujercita delgada y toda dulzura que escucha a su marido como escucharía a un dios, inclinando la cabeza continuamente.

 

JESÚS TOMA EL BRAZALETE DE ORO

 

Jesús toma el brazalete de oro y lo entrega a Pedro diciendo: "Para los pobres". Luego se dirige al administrador: "No todos en Israel tienen tu rectitud. Eres sabio, porque distingues el bien y el mal y sigues el bien sin valuar la utilidad humana en hacerlo. Te bendigo en nombre del Eterno Padre, y también a tus hijos, a tu mujer, a tu casa. Conservaos siempre en esta disposición de espíritu, y el Señor estará siempre con vosotros y obtendréis la vida eterna. Ahora me voy. Pero no digo que no nos volveremos a ver. Regresaré y podréis venir siempre a Mí. Dios os dé su paz por lo que hiciste por Mí y por esa pobre creatura".

El administrador, sus hijos y por último su mujer se arrodillan y besan los pies de Jesús, que después de un último ademán de bendición se aleja junto con los discípulos en dirección del poblado.

"¿Y si todavía están esos sinvergüenzas?" pregunta Felipe.

"A nadie se le puede prohibir hablar por las calles de la tierra" responde Judas de Alfeo.

"No, pero para ellos somos "anatema"."

"¡Oh! Déjalos. ¿Te preocupa algo?"

 

EL MAESTRO NO AMA LA VIOLENCIA

 

¿CREÉIS QUE VENCERÍA USANDO LA VIOLENCIA?

ESTO ES UN POBRE SISTEMA HUMANO 

QUE SIRVE POR UN TIEMPO

 

"No me preocupo de otra cosa más que de que el Maestro no ama la violencia. Y ellos que lo saben, se aprovechan de ello" rezonga Pedro entre la barba. Y cree que Jesús no lo ha oído porque está hablando con Simón e Iscariote.

Pero lo ha oído y medio severo, medio sonriente se vuelve y dice: "¿Crees que vencería usando la violencia? Esto es un pobre sistema humano que sirve por un tiempo, para victorias de los hombres. ¿Cuánto tiempo dura el atropello? Hasta que no produzca en los atropellados reacciones que, al unirse, engendran una violencia mayor, que abate el atropello que existía antes. No quiero un reino temporal. Quiero un reino eterno: el reino de los Cielos. ¿Cuántas veces os lo he dicho? ¿Cuántas os lo deberé de decir? ¿No lo entenderéis jamás? Si. Vendrá el momento cuando lo entenderéis."

"¿Cuándo, Señor mío? Tengo prisa en entender para ser menos ignorante" dice Pedro.

"¿Cuándo? Cuando seréis machacados como el grano entre las piedras del dolor y del arrepentimiento... Podríais, antes bien, deberíais entender antes. Pero para obtener esto deberíais despedazar vuestra humanidad y dejar libre el espíritu, y no sabéis usar esta fuerza sobre vosotros mismos. Pero entenderéis... entenderéis. Y entonces también comprenderéis que no podía usar de violencia, ni de medio humano para establecer el reino de los Cielos: el reino del Espíritu. Pero entre tanto, no tengáis miedo. Esos hombres que os preocupan no os harán nada. A ellos les basta el haberme arrojado."

"¿No era más fácil mandar un recado al sinagogo para que viniese a la casa del administrador, o que nos esperase en el camino principal?"

"¡Oh, qué prudente estás hoy, Tomás mío! No, no era fácil. Mejor dicho: era más fácil, pero no era justo. El ha demostrado heroísmo por Mí y se le injurió en su hogar por causa mía. Es justo que Yo vaya a consolarlo en su casa."

Tomás levanta los hombros y no dice más.

 

JESÚS CONSUELA AL SINAGOGO TIMONEO

Y TRANQUILIZA SU CONCIENCIA

 

He aquí el poblado, grande pero muy campestre, con sus casas entre los huertos ahora sin hojas y con muchos rebaños. Debe ser un lugar muy propicio para el pastoreo, porque de todas partes se oye el balido de ovejas que van y vienen por los pastizales de la llanura. El acostumbrado crucero de caminos en cuyo centro está la plaza con su fuente en medio. Y allí está la casa del sinagogo.

Una mujer anciana en cuya cara hay muestras de llanto abre y al ver al Señor tiene un movimiento de alegría y se postra profiriendo una bendición.

"Levántate, madre. Vine a deciros adiós. ¿Dónde está tu hijo?"

"Allí..." y señala una habitación que está en el fondo. "¿Viniste a consolarlo? Yo no soy capaz..."

"¿Está desconsolado? ¿Le duele el haberme defendido?"

"No, Señor. Pero tiene un escrúpulo. Tú lo oirás. Voy a llamarlo."

"No. Yo voy. Esperadme aquí. Vamos, mujer."

Jesús camina los pocos metros del vestíbulo, empuja la puerta, entra en una habitación se acerca despacio a un hombre que está sentado, inclinado hacia la tierra, absorto en una dolorosa meditación.

"La paz sea contigo Timoneo."

"¡Señor! ¡Tú!"

"Yo. ¿Por qué estás triste?"

"Señor... yo... Me dijeron que he pecado. Me dijeron que soy anatema. Me estoy examinando, y no me parece que lo sea. Pero ellos son los santos de Israel, y yo el pobre sinagogo. Ciertamente tienen razón. Ahora no me atrevo a levantar la cara ante el rostro airado de Dios. Y tanto que me hace falta en esta hora. Lo servia con verdadero amor y trataba de darlo a conocer. Ahora estoy privado de este bien, porque el Sanedrín de seguro me maldice."

"¿Pero cuál es el dolor? ¿De no ser más el sinagogo, o de estar imposibilitado de hablar de Dios?"

"¡Es esto, Maestro lo que me produce dolor! Pienso que me insinúas si me desagrada no ser sinagogo por las utilidades y honores que trae consigo. Esto no me preocupa. No tengo más que a mi madre, nativa de Asra, donde tengo una pequeña casa. Techo para ella y con qué viva ella, lo hay. En cuanto a mí... soy joven. Trabajaré. Pero yo he pecado, no me atreveré a hablar más de Dios."

"¿Por qué has pecado?"

"Dicen que soy cómplice de... ¡Oh! ¡Señor!... ¡No me hagas que lo diga!..."

"No. Ni siquiera Yo lo digo. Yo y tú conocemos sus acusaciones y sabemos que son mentira. Por lo tanto no has pecado. Yo te lo digo."

"¿Entonces puedo otra vez levantar mi mirada al Omnipotente? Te puedo..."

 

JESÚS LO HACE DISCÍPULO SUYO

 

"¿Qué cosa, hijo?" Jesús es todo dulzura mientras se inclina sobre el joven que bruscamente se ha encogido como atemorizado. "¿Qué cosa? Mi Padre busca tu mirada, la quiere. Yo quiero tu corazón y tu pensamiento. Cierto que el Sanedrín lanzará su golpe contra ti. Yo te abro los brazos y te digo: "Ven". ¿Quieres ser un discípulo mío? Veo en ti cuanto es necesario para ser obrero del Patrón Eterno. Ven a mi viña..."

"¿De veras lo dices, Maestro? Madre... ¿oyes? Soy feliz, madre mía. Yo... bendigo este dolor porque me has proporcionado esta alegría. Celebrémoslo con una fiesta, madre. Luego me iré con el Maestro, y tú regresarás a tu casa. Vengo al punto, Señor mío, que has desterrado todos mis temores, dolores y miedo que tenía de Dios."

"No. Esperarás la palabra del Sanedrín con corazón sereno y sin rencor. Quédate en tu lugar, hasta que se te permita que sigas. Luego me alcanzarás en Nazaret o Cafarnaum. Adiós. La paz sea contigo y con tu mamá."

"¿No te detienes en mi casa?"

"No. Iré a la casa de tu mamá."

"Es una población poco fiel."

"Le enseñaré fidelidad. Adiós, madre. ¿Estás feliz ahora?" Jesús la acaricia, como hace con las mujeres ancianas a las que casi siempre llama: "madre."

"Feliz, Señor. Había alimentado un varón para el Señor. El me lo toma para siervo de su Mesías. Sea bendito el Señor. Bendito Tú que eres su Mesías. Bendita la hora en que viniste. Bendito mi hijo que ha sido llamado a su servicio."

"Bendita sea la madre santa como Anna de Elcana. La paz sea con vosotros."

Los dos acompañan a Jesús que sale. Se junta con sus discípulos, nuevamente saluda y luego empieza su camino en dirección de Galilea.

II. 868-872

A. M. D. G.