ADIÓS A LOS DE SICAR

 


 

#BARUC HABLA POR VOSOTROS A DIOS   

#BARUC, ORA ASÍ  

 #JESÚS ORA CON LOS ALLÍ REUNIDOS

 


 

Jesús dice a los samaritanos de Sicar: "Antes de dejaros, porque tengo otros hijos a quienes he de evangelizar, quiero haceros brillantes los caminos de la esperanza y poneros dentro de ellos diciendo: caminad seguros que la meta es cierta. Y hoy no tomo al gran Ezequiel; tomo al discípulo predilecto de Jeremías, el más grande de los Profetas.

 

BARUC HABLA POR VOSOTROS A DIOS

 

Baruc habla por vosotros. Realmente él toma vuestras almas y habla por ellas al Dios sublime que está en los cielos. Vuestras almas. No me refiero tan sólo a las de los samaritanos, sino a las vuestras, oh estirpe del pueblo electo, que habéis caído en muchísimos pecados y también toma las vuestras, oh pueblos gentiles que oís que hay un Dios desconocido entre los muchos que adoráis, un Dios que vuestra alma siente que es el único y el verdadero pero que vuestra pesantez os impide de buscarlo para conocerlo como el alma querría. Por lo menos os ha sido dada una ley moral, oh gentiles, oh idólatras, porque sois hombres y el hombre tiene en sí una esencia que viene de Dios y que se llama espíritu, esencia que habla y aconseja de elevación y que impele a una vida santa. Vosotros la habéis obligado a ser esclava de una carne viciosa, destruyendo la ley moral humana, la que teníais, y os habéis hecho, también humanamente hablando, pecadores, al rebajar el concepto de vuestra fe y de vosotros mismos a un nivel de bestialidad que es inferior a la de los brutos. Y con todo oíd. Oid todos. Y comprended, y por lo tanto obrad cuanto más conocedores sois de la Ley de una moral sobrenatural que el Dios verdadero os entregó.

Baruc ruega, y esta es la plegaria que debe estar en vuestros corazones humillados. Una noble humildad que no es degradación ni cobardía, sino conocimiento exacto de las propias condiciones miserables y deseo santo de encontrar el medio para mejorarse espiritualmente.

 

BARUC, ORA ASÍ

 

Baruc, pues, ora así: "Míranos oh Señor, desde tu santa morada, inclina tus oídos y escúchanos. Abre los ojos y piensa que no los muertos que están en el sepulcro, cuyo espíritu está separado de sus entrañas, serán los que rendirán honra y justicia al Señor, sino el alma afligida con el tamaño de sus desventuras, que encorvada y débil camina con los ojos entristecidos. Es el alma que tiene hambre de Ti, oh Dios, la que te devuelve gloria y justicia". Y Baruc humildemente llora, y cada justo debe llorar con él viendo y nombrando con su verdadero nombre las desgracias que tiene un pueblo, en otro tiempo fuerte, y ahora desolado, dividido y sujeto: "No escuchamos tu voz y has cumplido tus palabras que nos dijiste por medio de tus siervos, los profetas... Y he aquí que los huesos de nuestros reyes y de nuestros padres han sido sacados de sus sepulcros, han muerto entre atroces dolores, de hambre, de peste, al filo de la espada. Y el Templo en el que tu nombre era invocado, ha sido reducido al estado en que se encuentra a causa de la iniquidad de Israel y de Judá".

¡Oh hijos del Padre! no digáis: "Tanto nuestro templo como el vuestro se han levantado y resucitado, y son hermosos". No. Un árbol que el rayo ha dividido desde la cima hasta las raíces, no puede sobrevivir. Podrá vegetar miserablemente con un esfuerzo de vida que le dan retoños de las raíces que no quieren morir, y será una maleza infructuosa, pero jamás llegará a ser otra vez la planta orgullosa, rica en frutos buenos y suaves. La resquebrajadura que empezó con la separación, se acendra siempre más, no obstante no se vea que la construcción está quebrada, sino que es bella y nueva. Destroza las conciencias que en ella habitan. Y llegará la hora en que, apagada toda llama sobrenatural, faltará el Templo, altar de metales preciosos que para subsistir debe estar en continua ebullición al calor de la fe y caridad de sus ministros, lo que es su vida. Y el Templo, frío, apagado, manchado, lleno de cadáveres, se convertirá en pestilencia sobre la que los cuervos extranjeros y el alud del castigo divino caerán para hacer de él una ruina.

 

JESÚS ORA CON LOS ALLÍ REUNIDOS

 

Hijos de Israel, llorando orad conmigo, vuestro Salvador. Mi voz levante las vuestras y penetre, ella que puede, hasta el trono de Dios. Quien ora con el Cristo, Hijo del Padre, es escuchado. Digamos la antigua y santa plegaria de Baruc: "Y ahora, Señor Omnipotente, oh Dios de Israel, todas las almas llenas de angustia, todos los corazones llenos de ansiedad gritan a Ti. Escucha, oh Señor y ten piedad. Tú eres un Dios misericordioso, ten piedad de nosotros porque hemos pecado delante de ti. Tú para siempre estás sentado en tu trono, ¿y debemos nosotros perecer para siempre? Señor Omnipotente, Dios de Israel, escucha la plegaria de los que han muerto y de sus hijos, que han pecado delante de Ti. No escucharon la voz de su Señor Dios y a nosotros nos han sobrevenido sus desgracias. No te acuerdes de la iniquidad de nuestros padres, sino de tu poder y de tu Nombre... Pues que invocamos este Nombre y abandonamos la iniquidad de nuestros padres, ten piedad".

Orad de este modo y convertios verdaderamente, tornando a la verdadera sabiduría que es la de Dios y se encuentra en el Libro de los mandamientos de Dios y en la Ley que para siempre dura y que ahora, Yo, el Mesías de Dios, he venido otra vez a traer, en su simple e inalterable forma, a los pobres del mundo, anunciándoles la buena nueva de la era de la Redención, del perdón, del amor, de la paz. Quien cree en esta Palabra, llegará a la vida eterna.

Os dejo, ciudadanos de Sicar que habéis sido buenos con el Mesías de Dios. Os dejo con mi paz".

"¡Quédate otro poco!"

"¡Vuelve otra vez!"

"Nadie nos volverá a hablar como Tú".

"¡Que seas bendito, Maestro bueno!"

"Bendice a mi niñito".

"Ruega por mí, Tú, que eres Santo".

"Permíteme que conserve una de tus franjas como bendición".

"Acuérdate de Abel".

"Y de mí, Timoteo".

"Y de mí, Yeray".

"De todos. De todos. La paz venga sobre vosotros".

Lo acompañan hasta fuera de la ciudad por algunos centenares de metros, luego, poco a poco, regresan...

III. 25-28

A. M. D. G.