JESÚS VISITA AL BAUTISTA 

CERCA DE ENNÓN

 


 

#Jesús camina cierto y solo. Entra, se inclina sobre alguien que está en el suelo, que apenas puede verse a la claridad de la luna que ilumina el sendero, pero que no penetra dentro de la selva. Dice: "Juan".   

#He venido a darte las "gracias". Has cumplido y sigues cumpliendo con la gracia que tienes, tu misión de Precursor mío. Cuando llegue la hora, a mi lado entrarás al cielo, porque Dios con ello te premiará todo.   

#¿Qué quieres de Mí, Maestro y primo tuyo? Voy a morir. Así como un padre se preocupa de sus hijos, así yo de mis discípulos... Tú eres Maestro y sabes cómo los amamos. La única pena que tengo al morir es el miedo de que se pierdan como ovejas sin pastor. Recógelos.  

 #Jesús le pone la mano sobre la cabeza: "Tu llanto de alegría y humildad, tiene eco en un canto lejano, a cuya melodía tu corazoncito saltó de júbilo. Te manda por mi medio muchos saludos, la despedida y consuelos  

 #"Eres mi Juan. Aquel día, en el Jordán, era yo el Mesías que se manifestaba; aquí, ahora soy el primo y Dios que te quiere dar el viático de su amor de Dios y de pariente. Levántate, Juan. Démonos el beso de despedida".

 


 

Una noche clara de luna, tan clara que se ve el terreno con todas sus particularidades y los campos, con el trigo que acaba de nacer hace unos cuantos días, parecen alfombras de felpa verde plateada, por los que atraviesan las cintas oscuras de los senderos, y a sus lados cual vigilantes, los troncos blancos de árboles por donde los ilumina la luna, oscuros por el poniente.

Jesús camina cierto y solo. Su paso es veloz hasta que encuentra un riachuelo que desciende platicando hacia la llanura en dirección del noroeste. Sube por su curso hasta un lugar solitario cercano a una cuesta llena de árboles. Da vuelta, trepando por un sendero, y llega a un refugio natural que está en la falda de la colina.

 

 

Jesús camina cierto y solo. 

Entra, se inclina sobre alguien que está en el suelo, 

que apenas puede verse a la claridad de la luna 

que ilumina el sendero, 

pero que no penetra dentro de la selva. 

Dice: "Juan".

 

El hombre se despierta, y se sienta todavía medio adormecido. Pero pronto se da cuenta de quien lo llama y se pone en pie para luego postrarse por tierra diciendo: "¿Cómo es posible que haya venido a verme mi Señor?"

"Para hacer feliz tu corazón y el mío. Me querías ver, Juan. He venido. Levántate. Vamos a la luz de la luna y sentémonos sobre la piedra que está junto a la cueva".

Juan obedece. Se levanta y sale. Cuando Jesús se ha sentado, él con su piel de oveja que pobremente le cubre su flaquísimo cuerpo, se pone de rodillas frente a Cristo, echándose atrás los largos cabellos descompuestos, que le caen sobre los ojos para ver mejor al Hijo de Dios.

El contraste es muy grande. Jesús pálido y rubio, de cabellera bien peinada y corta barba, Juan es un mechón de cabellos negrísimos por los que se asoman dos ojos hundidos, diría yo, ardientes, que brillan tan profundamente en su negro azabache.

 

He venido a darte las "gracias". 

Has cumplido y sigues cumpliendo con la gracia que tienes, 

tu misión de Precursor mío. 

Cuando llegue la hora, a mi lado entrarás al cielo, 

porque Dios con ello te premiará todo.

 

"He venido a darte las "gracias". Has cumplido y sigues cumpliendo con la gracia que tienes, tu misión de Precursor mío. Cuando llegue la hora, a mi lado entrarás al cielo, porque Dios con ello te premiará todo. Cuando me esperes, estarás ya en la paz del Señor, querido amigo mío".

"Muy pronto entraré en la paz. Maestro mío y Dios mío, bendice a tu siervo para que encuentre fuerzas en su última prueba. Sé que está próxima y que todavía tengo que dar un testimonio, el de la sangre. Y Tú, mejor que yo, sabes que la hora mía se acerca. Tu venida, es muestra de tu misericordiosa bondad, de tu corazón de Dios para fortalecer al último mártir de Israel y al primer mártir de la nueva era. Pero dime una cosa: ¿deberé esperar mucho tu llegada?"

"No, Juan. Un poco más de cuanta diferencia existió entre tu nacimiento y el mío".

"Sea bendito el Altísimo. Jesús... ¿puedo decirte así?"

 

¿Qué quieres de Mí, Maestro y primo tuyo?

 

 Voy a morir. 

Así como un padre se preocupa de sus hijos, así yo de mis

 discípulos... 

Tú eres Maestro y sabes cómo los amamos. 

La única pena que tengo al morir es el miedo 

de que se pierdan como ovejas sin pastor. 

 

Recógelos.

 

"Lo puedes, porque eres mi pariente y porque eres santo. El Nombre que también los pecadores pronuncian lo puede decir el santo de Israel. Para ellos es salvación, para ti que sea dulzura. ¿Qué quieres de Mí, Maestro y primo tuyo?"

"Voy a morir. Así como un padre se preocupa de sus hijos, así yo de mis discípulos... Tú eres Maestro y sabes cómo los amamos. La única pena que tengo al morir es el miedo de que se pierdan como ovejas sin pastor. Recógelos. Te devuelvo los que son tuyos y que fueron perfectos discípulos míos en esperarte. En ellos, especialmente en Matías, está realmente presente la Sabiduría. Tengo otros. Irán a Ti. Pero permíteme que te confíe estos personalmente. Son los que más quiero".

"Yo también los quiero. Ve tranquilo, Juan. No perecerán. Ni estos ni los otros tus verdaderos discípulos. Recojo tu herencia y la cuidaré como el tesoro más querido que Yo el Señor haya recibido de su amigo y siervo".

Juan se postra hasta la tierra, y cosa que parece imposible en un personaje tan austero, llora fuertemente de alegría.

 

Jesús le pone la mano sobre la cabeza: 

"Tu llanto de alegría y humildad, tiene eco en un canto

 lejano, a cuya melodía tu corazoncito saltó de júbilo. 

 

Te manda por mi medio muchos saludos, la despedida 

y consuelos

 

Jesús le pone la mano sobre la cabeza: "Tu llanto de alegría y humildad, tiene eco en un canto lejano, a cuya melodía tu corazoncito saltó de júbilo. Ese canto y este llanto son el mismo himno de alabanza al Eterno que "ha hecho grandes cosas, El que es poderoso, en los espíritus humildes". También mi Madre está por entonar de nuevo su canto, que en otros tiempos cantara. Y después también para Ella vendrá la más grande gloria, como para ti después del martirio. Te manda por mi medio muchos saludos, la despedida y consuelos. Lo mereces. Aquí no tienes más que la mano del Hijo del hombre que está sobre tu cabeza, pero del cielo abierto desciende la luz y el amor para bendecirte, Juan".

"No merezco tanto. Soy tu siervo".

 

"Eres mi Juan. 

Aquel día, en el Jordán, era yo el Mesías que se manifestaba;

 aquí, ahora soy el primo y Dios que te quiere dar el viático 

de su amor de Dios y de pariente. 

Levántate, Juan. 

Démonos el beso de despedida".

 

"Eres mi Juan. Aquel día, en el Jordán, era yo el Mesías que se manifestaba; aquí, ahora soy el primo y Dios que te quiere dar el viático de su amor de Dios y de pariente. Levántate, Juan. Démonos el beso de despedida".

"No merezco tanto... Siempre lo he deseado. Durante toda mi vida. Pero no me atrevo a besarte. Eres mi Dios".

"Soy tu Jesús. Adiós. Mi alma estará junto a la tuya hasta la paz. Vive y muere en paz por amor a tus discípulos. No puedo darte ahora más que esto, pero en el cielo te daré el ciento por ciento porque has encontrado gracia ante los ojos de Dios".

Lo levanta y lo abraza besándole sobre las mejillas, y a su vez Juan lo besa. Luego éste se arrodilla otra vez y Jesús le pone las manos sobre su cabeza y ora con los ojos levantados al cielo. Parece como si lo consagrase. Es algo majestuoso. El silencio se prolonga por algún tiempo. Finalmente se despide con su dulce saludo: "Mi paz sea siempre contigo" y torna por el camino por el que vino.

III. 33-35.

 A. M. D. G.