CURACIÓN DE LA NIÑA ROMANA
EN CESAREA
#JESÚS ENSEÑA A LOS SUYOS como tienen que querer a todos
#Jesús les enseña COMO SE PUEDE AMAR A QUIEN NO SE CONOCE
#UNA MUJER DICE A JESÚS QUE LE ESPERE AQUÍ
#Jesús cura a la niña HIJA DE VALERIA, AMIGA DE CLAUDIA
#"Tómala, mujer. Dale leche. Está curada".
#Un grupo de israelitas reprochan a Jesús lo que ha hecho
Jesús se encuentra todavía en Cesarea Marítima, no está en la plaza de ayer, sino en un lugar más adentro, pero desde el que no se ven ni el puerto ni la naves. Hay aquí muchos almacenes y bodegas, y viendo que en tierra, en un espacio terroso hay esteras con diversas clases de mercancía, deduzco que estoy cerca de los mercados, que tal vez están situados junto al puerto y a los depósitos para comodidad de los navegantes y compradores. Hay mucho ruido y mucho trajín de gente. Jesús está esperando con Simón y sus primos que los demás apóstoles hayan comprado los alimentos de que tienen necesidad. Algunos niños miran a Jesús con cierta curiosidad. Jesús los acaricia con dulzura mientras sigue hablando con sus discípulos, les dice: "Me desagrada ver la contrariedad que hay de que me acerque a los gentiles. Pero no puedo menos de lo que debo y de ser bueno para con todos. Esforzaos para ser buenos por lo menos vosotros tres y Juan; los otros os seguirán por imitación".
COMO TIENEN QUE QUERER A TODOS
"¿Pero cómo puede uno ser bueno con todos? En fin ellos nos desprecian y oprimen, no nos comprenden, están llenos de vicios..." dice por excusa Santiago de Alfeo.
"¿Qué como puede uno? ¿Estás contento de haber nacido de Alfeo y de María?"
"Claro que lo estoy. ¿Por qué me lo preguntas?"
"Si Dios te lo hubiese preguntado antes de haber sido concebido, ¿habrías querido nacer de ellos?"
"Claro que sí. Pero no comprendo..."
"Y si por el contrario, hubieras nacido de un pagano, al oír que eres acusado de haber nacido de él, ¿qué hubieras dicho?"
"Habría dicho... habría dicho: "No tengo la culpa de esto. Nací de él, pero habría podido haber nacido de otro". Habría dicho: "Sois injustos de acusarme. Si no hago mal ¿por qué me odiáis?" "
"Tú mismo lo has dicho. También estos, a quienes despreciáis porque son paganos, pueden decir lo mismo. Tú no tenías ningún mérito para haber nacido de Alfeo, un verdadero israelita. Debes dar gracias al Eterno porque te hizo este gran favor, y por agradecimiento y humildad deberías tratar de llevar al Dios verdadero otros que no tuvieron este don. Es necesario ser buenos".
"¡Es difícil amar a quien no se conoce!"
COMO SE PUEDE AMAR A QUIEN NO SE CONOCE
"No. Mira. Eh, pequeñín, ven aquí".
Se acerca un niño como de 8 años, que estaba jugando en la esquina con otros dos pequeñuelos. Es un niño fuerte y de cabellos negros, pero de piel muy blanca.
"¿Quién eres?"
"Soy Lucio, Cayo Lucio de Cayo Mario, soy romano, hijo del decurión de guardia, que aquí se ha quedado después de haber sido herido".
"¿Y quiénes son aquellos?"
"Son Isaac y Tobías. Pero no debes decirlo porque no está bien. Les pegarían".
"¿Por qué?"
"Porque ellos son hebreos y yo soy romano. No se puede".
"Pero tú si puedes estar con ellos. ¿Por qué?"
"Porque nos queremos. Siempre jugamos a los dados y al saltarelo. Pero nos escondemos".
"¿Me querrías? También Yo soy hebreo, y no soy niño. Piensa, soy un maestro, como quien dijera, soy un sacerdote".
"¿Y a mí qué me interesa? Si me amas, yo te amo. Y te quiero mucho, porque Tú me quieres".
"¿Cómo lo sabes?"
"Porque eres bueno. Quien es bueno ama".
"He aquí, amigos, lo que os decía. El secreto para amar es ser buenos. Entonces se ama sin pensar si este pertenece a esta o a aquella fe".
Y Jesús, llevando de la mano al pequeño Cayo Lucio, va a acariciar a los pequeñuelos hebreos que espantados se escondieron detrás de un zaguán, y les dice: Los niños buenos son ángeles. Los ángeles tiene una sola patria: el Paraíso. Tienen una sola religión: la del Dios único. Tienen un solo templo: el corazón de Dios. Amaos siempre como ángeles".
"Pero si nos ven, nos pegan..."
Jesús mueve con tristeza la cabeza, pero no objeta nada...
UNA MUJER DICE A JESÚS QUE LE ESPERE AQUÍ
Una mujer alta y hermosa llama a Lucio, que gritando: "Mamá" deja a Jesús. Al acercarse a su mamá le dice: "Tengo un amigo grande, ¿sabes? ¡Es un maestro!..."
La mujer no se aleja con el hijo, antes se dirige a Jesús y le pregunta: "Salve. ¿Eres Tú el hombre de Galilea que ayer habló en el puerto?"
"Yo soy".
"Entonces, espérame aquí. Vengo pronto" y se va con su pequeñuelo.
Los otros apóstoles se han juntado, todos menos Mateo y Juan. Preguntan: "¿Quién es?"
"Una romana, me parece" responde Simón y los demás.
"¿Qué quiere?"
"Dijo que la esperara aquí. Ya lo sabremos".
Entre tanto gente curiosa se ha acercado y espera.
A UNA HIJITA DE UN AMIGO
DE CLAUDIA (ESPOSA DE PILATOS
Regresa la mujer con otros romanos. "¿Eres, pues Tú el Maestro?" pregunta uno que parece ser siervo de alguna casa de ricos. Y al recibir respuesta afirmativa: "¿Te causaría asco curar a una hijita de un amigo de Claudia? La niña está muriendo casi sofocada. Ni el médico sabe la causa. Ayer estaba bien, y esta mañana se encuentra en agonía".
"Vamos".
Dan unos cuantos pasos por el camino que lleva al lugar donde estuvieron ayer y entran por el portón abierto de una casa, en la que parece viven romanos.
"Espera un momento". El hombre entra veloz y casi un instante después aparece y dice: "Ven".
Pero antes de que Jesús pueda entrar, sale una joven de aspecto señoril, pero en un estado de aflicción que todos ven. Trae en sus brazos a una niñita de pocos meses, que lívida se va ahogando. Yo pienso que tenga una difteria mortal y que se encuentra en los últimos momentos de la vida. la mujer busca consuelo en el pecho de Jesús como un náufrago en un peñasco. Su llanto es tan grande que no le permite hablar.
HIJA DE VALERIA, AMIGA DE CLAUDIA
Jesús toma a la niñita, que tiene todavía algunos movimientos convulsivos en las manitas exangües. Sus uñitas están moradas. La levanta. Su cabecita balancea sin fuerza alguna. La mamá, sin ninguna soberbia de ser romana, se ha dejado caer a los pies de Jesús, por tierra, y llora con la cara levantada, los cabellos medio descompuestos, los brazos extendidos que ajan el vestido y manto de Jesús. Detrás y alrededor, hay romanos de la casa y hebreas de la ciudad que están mirando.
Jesús moja su índice de la mano derecha con saliva y lo mete en la boquita anhelante, hasta dentro. La niñita se contorsiona y ennegrece más su carita. La madre grita: "¡No, no!" y parece como si se clavase sobre un puñal. La gente detiene la respiración. El dedo de Jesús sale envuelto en medio de montón de membranas purulentas; y la niña no se contorsiona más. Y luego después de un brevísimo llanto se calma con una sonrisa angelical. Agita las manitas y mueve los labios como un pajarito que pía batiendo sus alitas en espera de la comida.
"Tómala, mujer. Dale leche. Está curada".
"Tómala, mujer. Dale leche. Está curada".
La madre está en tal forma atolondrada que toma a su hijita y sin levantarse de la tierra, la besa, la acaricia, le da de mamar. Está como loca. Se ha olvidado de todo lo que no sea su pequeñuela.
Un romano pregunta a Jesús: Pero ¿cómo pudiste hacerlo? Soy el médico del Procónsul y soy un hombre docto. Traté de quitar el obstáculo, pero ya estaba abajo, ¡muy abajo! Y Tú... así..."
"Eres docto, pero el Dios verdadero no está contigo. ¡A El se le dé toda clase de bendiciones! Adiós". Y Jesús hace como para irse; pero he ahí que un grupito de israelitas cree que debe intervenir.
REPROCHAN A JESÚS LO QUE HA HECHO
"¿Cómo has tenido el atrevimiento de acercarte a los extranjeros? Son depravados, impuros y quien se acerca a ellos, se hace igual".
Son tres, Jesús los mira detenida, severamente y luego dice: "¿No eres tú Ageo? ¿El hombre de Azoto que vino el pasado Tisri para afianzar sus negocios con el mercader que está cerca del viejo fontanar? ¿Y no eres tú José de Rama, que viniste aquí para consultar al médico romano? y tú sabes, como Yo sé, el por qué. ¿Entonces no os sentisteis impuros?"
"El médico no es jamás un extranjero. Cura el cuerpo y el cuerpo es igual en todos".
"El alma con mayor razón es mayor que el cuerpo. Por otro lado, ¿qué cosa curé? El cuerpo inocente de una niñita y con este medio espero curar las almas no inocentes de los extranjeros. Como médico y como Mesías, puedo por consiguiente acercarme a cualquiera".
"No puedes".
"¿No, Ageo? ¿Y tú que tienes tratos con el mercader romano?"
"No me acerco a él sino con las mercancías y el dinero".
"Y como no tocas su cuerpo, sino sólo lo que tocó su mano, ¿Te parece que no te contaminas? Oh, ciegos y crueles!
JESÚS LES ENSEÑA COMO CAMBIAN LAS
ESCRITURAS
EL PROFETA AGEO
Oídme, todos vosotros. Exactamente en el libro del Profeta cuyo nombre tiene éste está escrito: "Dirige a los sacerdotes esta pregunta sobre la Ley: 'Si un hombre lleva carne consagrada en la falda de su vestido y con ella toca vino, o guisado, pan o aceite u otros alimentos, ¿serán esta cosas santificadas?' Y los sacerdotes respondieron: 'No'. Entonces Ageo dijo: 'Si alguien impuro por haber tocado un cadáver, tocare una de estas cosas, ¿se contaminará?' Y los sacerdotes respondieron: 'Sí'.
Por medio de esta doble, mentirosa e incoherente manera de obrar, vosotros cerráis la puerta al Bien y lo alejáis y y sólo aceptáis vuestra utilidad, y en este caso, no existe ya el desdén, la repugnancia, el asco. Hacéis distinción entre si esto no os trae daño personal, o si eso es inmundo y hace inmundo, o si aquello no lo es. ¿Y cómo, ¡vosotros bocas mentirosas! podéis declarar que si lo que es santificado por haber tocado una carne santa o cosa santa, no santifica lo que toca, pero lo que ha tocado cosa inmunda si puede hacer inmundo lo que toca? ¿No comprendéis que os contradecís, mentirosos ministros de la Ley de Verdad? Vosotros que os aprovecháis de ella, que la torcéis como si fuera un hilo según lo que os pueda producir alguna utilidad, hipócritas fariseos que bajo pretexto religioso desahogáis vuestro rencor humano, muy humano, profanadores vosotros de lo que es de Dios, insultadores y enemigos del Enviado de Dios. En verdad, en verdad os digo que cada acción vuestra, cada conclusión vuestra, cada movimiento vuestro tiene como motor una máquina astuta a la que sirven de ruedas y muelles, de pesos y tirantes, vuestros egoísmos, vuestras pasiones, vuestro odio, vuestra sed de engañar, vuestra envidia.
¡Vergüenza deberíais tener! Voraces, tremebundos, vengativos. Vivís el miedo orgulloso de que alguien sea más que vosotros, sin que sea de vuestra casta. Y merecéis por ello, ser como aquel que os produce miedo e ira. Vosotros, que como dice Ageo, un montón de 20 almudes lo hacéis de diez, y uno de cincuenta barriles de veinte, embolsándoos la utilidad de la diferencia, mientras, a fin de dar ejemplo a los demás y por amor de Dios, deberíais añadir al montón de almudes y al de barriles de lo vuestro para ayudar al que tiene hambre, y no hacéis sino lo contrario. Merecéis que el viento de fuego, la herrumbre, y el granizo hagan estériles todas las obras de vuestras manos.
¿Quiénes son de entre vosotros los que vienen a Mí? Estos, éstos que para vosotros son estiércol e inmundicia, éstos que son muy ignorantes hasta el grado máximo de no saber que existe el Dios verdadero, vienen a este que trae a Dios presente en sus palabras y en sus obras. Pero vosotros, vosotros, os habéis construido un nicho y allí os estáis, secos, fríos como ídolos en espera de incienso y adoración. Y pues que os creéis dioses, os parece inútil pensar en el verdadero Dios, como en El se debe pensar, y os parece peligroso que otros, que no sois vosotros, se atrevan a hacer lo que no os atrevéis. No podéis, en realidad, atreveros a hacerlo, porque sois ídolos, y porque sois esclavos del Ídolo. Pero el que tiene valor de hacerlo, lo hace porque no él, sino Dios hace en él sus obras.
Id a decir a quien os envió a mis calcañares que desprecio los mercaderes que juzgan no ser contaminación vender sus mercancías, la patria, o el templo a aquellos de quienes reciben dinero. Decidles que tengo asco de los animales que tienen sólo por culto la propia carne y la propia sangre, y que cuando estos tienen que curarse, no piensan que sea contaminación ir a ver al médico extranjero. Decidles que la medida es una y no doble. Decid que Yo, el Mesías, el Justo, el Consejero, el Admirable, el que tendrá sobre Sí el Espíritu del Señor en sus siete dones; el que no juzgará por lo que aparece a los ojos, sino por lo que está oculto en los corazones, el que no condenará por lo que oye con sus oídos, sino por las voces espirituales que oirá en el interior de cada hombre; el que tomará en sus manos la defensa de los oprimidos y juzgará con justicia a los pobres, está ya juzgando y castigando a los que en la tierra son tan sólo tierra, y al soplo de mi aliento hará morir al impío y exterminará sus cuevas, entre tanto habrá vida y luz, libertad y paz para aquellos que deseosos de justicia y fe vendrán a mi monte santo, a saciarse de la ciencia del Señor. ¿No es verdad que esto es de Isaías?
DE LLEVAR A TODOS AL PADRE
REUNIÉNDOLOS BAJO SU VARA PASTORIL
PARA QUE TENGA SU REINO Y SU PUEBLO
¡Pueblo mío! Todos descienden de Adán y Adán salió de mi Padre. Todo es obra, pues del Padre y tengo el deber de llevar todos al Padre. Así lo hago, oh Padre Santo, Eterno, Poderoso. Te llevo a los hijos errantes, después de haberlos reunido llamándolos con gritos de amor, reuniéndolos bajo mi vara pastoril semejante a la que Moisés levantó contra las serpientes venenosas, para que Tú tengas tu Reino y tu pueblo. No hago distinciones, porque en el fondo de cada hombre veo un punto que resplandece más que el fuego: el alma, chispa de Ti, eterno Esplendor. ¡Oh eterno deseo mío, oh incansable querer mío!
Esto quiero, esto me consume. Una tierra que toda ella cante a tu Nombre. Un género humano que te llame Padre. Una Redención que salve a todos. Una voluntad fortalecida que sea obediente en todo a la tuya. Un triunfo eterno que llene el Paraíso con su hosanna sin fin... ¡Oh, multitudes de cielos!... Estoy viendo la sonrisa de Dios... y es el premio contra toda la dureza humana".
Los tres han escapado bajo la granizada de reproches. Los otros, romanos o hebreos se han quedado donde estaban, casi a los pies de Jesús, y lloran de alegría y de emoción espiritual. Muchos lloran por el vibrante fin del discurso de Jesús que parece resplandecer en éxtasis.
Y El, bajando los ojos y el espíritu del cielo a la tierra, ve la multitud, ve a la madre... y al pasar, después de haber hecho un ademán de adiós, toca levemente a la joven romana, como para bendecirla por su fe, y se va, con los suyos mientras la gente, todavía sin caer en la cuenta de lo que ha sucedido, se queda donde estaba...
III, 55-62.
A. M. D. G.