JESÚS EN LA CASA DE CAFARNAUM 

DESPUÉS DEL MILAGRO

 


 

#"Dentro de unos momentos todo está preparado, Jesús. ¿Estás cansado? Deberás tener hambre" dice la tía María  

 #"Aquí estoy. La paz a todos vosotros. ¡Mamá!" Besa a su Madre sobre la frente, y ella también hace lo mismo. 

  #JESÚS EXPLICA EL FRUTO DE SU CAMINAR  

 #Viene Elí a agradecer a Jesús su favor e invitarle a comer en su casa   

#Veo que de veras eres un profeta. En realidad tenía mucho miedo... fui a verte más a Ti por miedo de recibir un castigo como el de Doras   

#Jesús acepta la invitación de Elí de ir a su casa  

 #LOS APÓSTOLES COMENTAN LO SUCEDIDO  

 #SIMÓN, EL PRIMO DE JESÚS, SE HACE DISCÍPULO SUYO   

#MATEO SE ACERCA A JESÚS Y LE CONSUELA

 


 

De una huerta que empieza a florecer por todas partes penetra Jesús en una amplia cocina donde las dos María (María Cleofás y María Salomé), que son ya de edad, están preparando la leña.

"¡Oh, Jesús, Maestro!" Las dos mujeres se han volteado y lo saludan, una con un buen pescado en la mano al que le está sacando las entrañas, la otra tiene todavía la cazuela llena de hierbas que están hirviendo, que había quitado de su gancho para ver a qué punto estaban. Las caras de ellas, buenas y arrugadas, enrojecidas con el calor y el trabajo sonríen de alegría y parecen rejuvenecer y embellecerse de felicidad.

 

"Dentro de unos momentos todo está preparado, Jesús.

 ¿Estás cansado? Deberás tener hambre" 

dice la tía María 

 

"Dentro de unos momentos todo está preparado, Jesús. ¿Estás cansado? Deberás tener hambre" dice la tía María que tiene más confianza por ser consanguínea de Jesús y a quien me imagino que ama más que a sus mismos hijos.

"Igual que siempre. Pero comeré ciertamente con gusto los buenos alimentos que tú y María me habéis preparado. Y también los demás comerán con placer. Ved que allí vienen."

"Tu Mamá está en la habitación de arriba. Sabes... Vino Simón. ¡Oh! ¡estoy contenta con lo sucedido esta tarde" No. No del todo, porque... Tú sabes cuándo lo estaré."

"Sí, lo sé." Jesús se acerca a su tía y la besa en la frente, luego le dice: "Sé tu deseo y que envidias sin pecado a Salomé. Pero llegará el día en que como ella podrás decir: "Todos mis hijos son de Jesús". Voy a ver a Mamá."

Sale y sube por la escalerilla externa que da sobre una terraza. Su mitad está libre, mientras la otra es un gran salón de donde salen voces roncas de hombre y a intervalos la dulce voz de María, la argentina voz virginal de jovencita, voz que los años no han ajado, la misma que dijo: "He aquí a la esclava de Dios" y la que cantó los arrullos a su Niño.

Jesús se acerca sin hacer ruido, sonriente porque oye a su Mamá que dice: "Donde vivo es mi Hijo, y no siento ninguna pena estar fuera de Nazaret, a no ser cuando Él está lejos. Pero si estoy cerca de Él... Oh, nada me falta. Además no tengo miedo alguno por mi casa. Estáis vosotros..."

"¡Oh! Mira ahí a Jesús" grita Alfeo de Sara que, al haber volteado hacia la puerta, fue el primero en ver que se acercaba Jesús.

 

"Aquí estoy. La paz a todos vosotros.

 ¡Mamá!" Besa a su Madre sobre la frente, 

y ella también hace lo mismo.

 

"Aquí estoy. La paz a todos vosotros. ¡Mamá!" Besa a su Madre sobre la frente, y ella también hace lo mismo. Se dirige a los huéspedes que no se esperaban y que son su primo Simón, Alfeo de Sara, el pastor Isaac y José, aquel a quien Jesús aceptó en Emmaús después del veredicto del Sanedrín.

"Fuimos a Nazaret y Alfeo nos dijo que había que venir aquí. Vinimos. Alfeo nos quiso acompañar y también Simón" dice Isaac como explicación.

"No creía que podría yo venir" dice Alfeo.

"Yo también te quería saludar, estar un poco contigo y con María" termina diciendo Simón.

"Y Yo estoy muy contento de estar con vosotros. Hice bien en no haberme quedado más tiempo como querían los habitantes de Quedeq, a donde llegué al venir de Gherghesa a Merón y de ahí di vuelta por otra parte."

"¿Vienes de allá?"

"Sí. Me hice ver en los lugares donde ya había estado y en otros también. Llegué hasta Giscala."

"¡Cómo has caminado!"

 

JESÚS EXPLICA EL FRUTO DE SU CAMINAR

 

"Pero ¡qué cosecha! ¿Sabes, Isaac? Fuimos comensales del rabbí Gamaliel. Se portó muy bien. Luego encontré al sinagogo de "Aguas Claras". También viene él. Te lo confío. Y además... además conquisté tres discípulos..." Jesús sonríe con todas sus fuerzas contento, contento.

"¿Quiénes son?"

"Un anciano de Corazoim. Hace tiempo que le hice un favor, y el pobrecito, que es un verdadero israelita sin prejuicios, par mostrarme su amor, me trabajó la zona como un perfecto arador lo hace con la tierra. El otro es un niño, de cinco años más o menos. Inteligente, atrevido. A  él le hablé la primera vez que estuve en Betsaida, y se acordó de ello mejor que los adultos. El tercero es un antiguo leproso. Lo curé cerca de Corazoim un atardecer. De eso ya hace tiempo. Después no lo volví a ver. Ahora lo encontré de nuevo, como un propagandista mío en los montes de Neftalí, y para confirmación de sus palabras, levanta los restos de sus manos, que están curadas, pero que en algunas partes les falta carne, y muestra sus pies curados, y deformes, con los que hace largas caminatas. La gente comprende cuán gravemente estuvo enfermo por lo que le queda de carne y cree a sus palabras bañadas en lágrimas de gratitud. Fue fácil para mí hablar allá porque me había ya dado a conocer y movido a otros a que creyesen en Mí. Pude hacer muchos milagros. Lo que puede alguien que realmente cree..."

Alfeo asiente sin hablar; a cada paso asiente con la cabeza, mientras Simón se inclina bajo el velado reproche, e Isaac se alegra con toda su alma de la felicidad del Maestro que está a punto de contar el milagro que hizo en la persona del sobrino de Elí.

Pero la cena está ya lista y las mujeres, junto con María, están preparando la mesa en la amplia sala; traen los manjares, y luego se retiran. Quedan tan sólo los hombres y Jesús ofrece, bendice y distribuye las porciones.

 

VIENE ELÍ A AGRADECER A JESÚS SU FAVOR E INVITARLE A 

COMER EN SU CASA

 

Apenas habían tomado uno que otro bocado cuando Susana sube diciendo: "Está aquí Elí con siervos y muchos regalos. Querría hablar contigo."

"Voy al punto, o mejor, dile que suba."

Susana va y pocos instantes después regresa acompañando al vejete a quien acompañan dos siervos que traen una canasta grande. Detrás de ellos las mujeres, menos María Santísima, curiosas se están asomando.

"Dios sea contigo, bienhechor mío" saluda el fariseo.

"Y contigo Elí. Entra. ¿qué quieres? ¿No está bien todavía el nieto?"

"Oh, sí, muy bien. Está brincando en el huerto como un cabrillo. Al principio estaba yo tan aturdido, tan turbado que falté a mi deber. Te quiero mostrar mi gratitud y te ruego que no rechaces la poquedad que te ofrezco. Un poco de alimentos para Ti y para los tuyos. Son frutos de mis campos. Y luego... querría... me gustaría que mañana me acompañases a comer, para agradecerte y honrarte ante mis amigos. No digas que no, Maestro. Comprendería que no me amas y que si curaste a Eliseo fue sólo por amor a él, y no por mí."

"Te lo agradezco. Pero no era necesario que trajeses regalos."

"Todos los grandes y todos los doctos los aceptan. Es costumbre."

"Yo también. Pero acepto con mayor gusto un regalo solo, el que hasta Yo mismo busco."

"¿Y es? Dilo. Si puedo te lo daré."

"Vuestro corazón. Vuestro pensamiento. Dádmelo para bien vuestro."

"Si yo te lo consagro, Jesús bendito. ¿Lo puedes poner en duda? Yo cometí... sí... cometí equivocaciones respecto de Ti. Pero ahora comprendo. Supe también de la muerte de Doras que te ofendió... ¿Por qué sonríes, Maestro?"

"Iba en pos de un recuerdo."

"Pensaba que no creyeses a mis palabras."

"¡Oh, no! Sé que te ha conmovido la muerte de Doras, mucho más que el milagro de esta tarde. No tengas miedo de Dios, si realmente has comprendido y si realmente quieres ser mi amigo de hoy en adelante."

 

Veo que de veras eres un profeta. 

En realidad tenía mucho miedo... 

fui a verte más a Ti por miedo de recibir un castigo

 como el de Doras

 

"Veo que de veras eres un profeta. En realidad tenía mucho miedo... fui a verte más a Ti por miedo de recibir un castigo como el de Doras -y esta tarde dije: "¡Mira! El castigo ha llegado. Y es mucho más duro porque no ha herido la vieja encina en su propia vida, sino en su amor, en su alegría de vivir, fulminando el retoño de ella con el que era yo feliz- pero más bien no fui por la desgracia. Había comprendido que hubiera sido una cosa justa como sucedió a Doras..."

"Habías comprendido que hubiera sido una cosa justa, pero todavía no creías en quien es bueno."

 

Jesús acepta la invitación de Elí de ir a su casa 

 

"Es así como Tú dices, pero ahora ya no. Entonces ¿vienes mañana a mi casa?"

"Elí, había decidido partir al amanecer, pero para que no vayas a creer que te desprecio, lo pospongo por un día. Mañana iré a tu casa."

"¡Oh! realmente eres bueno. Siempre lo recordaré."

"Adiós, Elí. Gracias por todo. Estas frutas son bellísimas y estos quesillos deben ser muy ricos. El vino será muy bueno. Pero podías haber dado todo a los pobres en mi nombre."

"Hay también para ellos. Si quieres, en el fondo hay un regalo para Ti."

"Entonces éste lo distribuiremos mañana juntos, antes o después de la comida, como te parezca mejor. Que pases muy buena noche, Elí."

"Lo mismo te deseo. Adiós" y se va con los siervos.

 

LOS APÓSTOLES COMENTAN LO SUCEDIDO

 

Pedro que ha sacado, con toda una mímica pintada en su cara, lo que había en el canasto, para devolverlo a los siervos, pone ante Jesús la bolsa sobre la mesa y dice, como si terminase un discurso que había ido diciendo dentro de sí: "Y será la primera vez que ese búho de viejo haga una limosna."

"De acuerdo" remacha Mateo. "A mí me odiaban, pero él me gana. Lo odian dos veces más porque es usurero."

"Y bien... Si se arrepiente... ¿No es una cosa hermosa?" dice Isaac.

"Claro que lo es, y parece que en realidad así lo sea" asienten Felipe y Bartolomé.

"Que el vejete Elí se convierta, ja! ja!" Pedro ríe de gusto.

 

SIMÓN, EL PRIMO DE JESÚS, SE HACE DISCÍPULO SUYO

 

Simón, el primo de Jesús, que había estado pensativo dice: "Jesús, yo querría... querría seguirte. No como éstos, pero al menos como las mujeres. Permíteme que me una a mi mamá y a la tuya. Todos vienen... yo, yo pariente... No pretendo tener un lugar entre éstos, pero al menos así, como un buen amigo..."

"¡Dios te bendiga, hijo mío! ¡Cuánto tiempo hace que estaba esperando que dijeses estas palabras!" grita María de Alfeo.

"Ven. No rechazo a nadie y no fuerzo a ninguno. No exijo ni siquiera todo a todos. Tomo lo que me podéis dar. Está bien que las mujeres no estén siempre solas, cuando iremos a lugares un poco desconocidos. Gracias, hermano."

"Se lo voy a decir a María" dice la Madre de Simón, y concluye: "está allá abajo en su habitación y ora. Será feliz."...

...La noche rápidamente desciendo. Prenden una lámpara para bajar por la escalera que ya está oscura. Quién se va a la derecha, quién a la izquierda para descansar.

Jesús sale y va en dirección a la playa. La población está toda en calma. Las calles vacías como también la costa. El lago está solo en esta noche sin luna. Sólo estrellas en el firmamento y charla de resaca sobre la arena. Jesús sube a la barca que está fuera de tierra, se sienta, apoya un brazo sobre el borde y sobre él reclina la cabeza y así se queda. Que piense u ore no lo sé.

 

MATEO SE ACERCA A JESÚS Y LE CONSUELA

 

Con mucho tiento Mateo llega hasta Él: "¿Maestro, duermes?" pregunta en voz baja.

"No, pienso. Ven aquí conmigo, si no tienes sueño."

"Me parecía que estabas conturbado y he venido siguiéndote. ¿No estás contento de lo del día? Has conquistado el corazón de Elí, has adquirido a Simón de Alfeo como discípulo..."

"Mateo, no eres un hombre sencillo como Pedro y Juan. Eres astuto, eres un hombre de letras. Eres también franco. ¿Te sentirías feliz por estas conquistas?"

"Pero... Maestro... Son siempre mejores que yo, y me dijiste, aquel día, que estabas muy contento porque me había convertido..."

"Sí. Pero tú realmente te habías convertido. Eras sincero en tu evolución hacia el Bien. Te acercabas a Mí si tanto cavilar. Venías porque querías. Pero no es así el caso de Elí... y ni siquiera el de Simón. El primero no está movido más que en la superficie. Elí en su ser humano está agitado, no en su corazón, que es siempre igual. Tan pronto como desaparezca la efervescencia que el milagro de Doras y del nietecito produjeron en él, será el Elí de ayer y de siempre. Simón, él también no es más que un hombre. Si hubiese visto que se me injuriaba en lugar de que se me alabase, habría tenido compasión de mí, y me habría como siempre, abandonado. Oyó esta tarde que un anciano, que un niño, que un leproso... saben hacer lo que él, que es mi consanguíneo, no lo sabe; ha visto que el orgullo de un fariseo se ha doblado ante Mí, y dijo: "Yo también". Pero las conversiones que se hacen bajo el acicate de consideraciones humanas no me hacen feliz. Al contrario me envilecen. Quédate conmigo, Mateo. En el cielo no hay luna, pero al menos brillan las estrellas. Esta noche en mi corazón no hay más que lágrimas. Tu compañía es la estrella de tu afligido Maestro..."

"Pero, Maestro... ¡mira... si puedo! porque yo soy siempre un desdichado, un pobre inepto. Tengo muchos pecados para poder agradarte. No sé hablar. Ni siquiera sé todavía las palabras nuevas, pura, santas, ahora que he dejado mi antiguo lenguaje de engaño y de lujuria. Temo que no seré jamás capaz de hablar contigo y de Ti."

"No, Mateo. Tú eres un hombre con toda la experiencia del hombre. Por esto eres el que, por haber comido del fango y ahora por comer de la miel celestial, puedes clasificar los dos sabores y dar su verdadero contenido, y comprender, comprender y hacer comprender a tus iguales de hoy y del futuro. Te creerán porque precisamente eres un hombre, un hombre pobre que, por su voluntad, llega a ser el hombre justo, el hombre que Dios sueña. Deja que Yo, el Hombre-Dios, me apoye en ti, humanidad que amo hasta dejar el Cielo por ti y para morir por ti."

"No, morir, no. No me digas que mueres por mí."

"No por ti, Mateo, sino por todos los Mateos de la tierra y de los siglos. Abrázame Mateo, Mateo, besa a tu Mesías. Hazlo por ti y por todos. Alivia mi cansancio de Redentor incomprendido. Yo te saqué de la tuya de pecador. Enjuga mi llanto... porque mi amargura es, Mateo, ser comprendido muy poco."

"¡Oh, Señor, Señor! ¡Sí, Sí!..." Y Mateo, sentado junto al Maestro, a quien pasa el hombro por su espalda, lo consuela con su amor...

III. 94-100

A. M. D. G.