EL LEPROSO CURADO A LOS PIES DEL
MONTE Mt. 8, 1-4: Mc. 1, 40-45; Lc. 5, 12-16
#LA GENTE LE DA PARA COMER Y VESTIR
Entre la cantidad de flores que perfuman el lugar alegran la vista, se levanta el horroroso espectro de un leproso, llagado, fétido, corroído.
La gente grita de espanto y se echa de nuevo sobre las faldas del monte. Alguien coge piedras para arrojarlas al atrevido. Jesús se vuelve con los brazos abiertos y grita: "No, quedaos donde estáis y no tengáis miedo. No tiréis las piedras. Tened piedad del pobre hermano. También él es hijo de Dios."
La gente dominada con el poder del Maestro obedece. Jesús avanza por la alta hierba en flor, hasta pocos pasos cerca del leproso que a su vez al comprender que Jesús lo protegía, se ha acercado. Llegado se postra, y la hierba en flor lo acoge, lo sumerge como un agua fresca y perfumada. Las flores ondean y se unen como para echar un velo sobre la miseria que entre ellas se esconde. Sólo la voz lastimosa que se escucha nos dice que allí está un pobre. Se oye decir: "Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme. ¡Ten piedad de mí !"
Jesús responde: "Alza tu cara y mírame. El hombre debe saber mirar al Cielo cuando en él cree. Y tú crees, porque lo pides."
La hierba se mueve y se abre. Aparece, cual aparece la cabeza de un náufrago que emerge del mar, la del leproso, sin cabellos y sin barba. Una cabeza que es calavera, sin nada de carne. Sin embargo Jesús no tiene miedo en poner la punta de sus dedos sobre la frente, donde está intacta, esto es, donde no hay llagas, donde tan sólo está la piel cenicienta escamosa, entre dos purulentas corrosiones. Una de ellas ha acabado con el cuero cabelludo y la otra ha hecho un agujero donde estaba el ojo derecho, de modo que no podría yo decir si entre este enorme agujero que va desde las sienes hasta la nariz descubriendo el hueso y el cartílago nasal, lleno de suciedad, esté todavía el globo ocular o no.
Y Jesús con su bella mano apoyada en la frente dice: "Lo quiero. Queda limpio."
Y como si el hombre no hubiese estado corroído y lleno de llagas, sino tan sólo cubierto de suciedades, y sobre ellas se echase agua detergente, así desaparece la lepra. Las llagas son las primeras en cerrarse; después la piel se hace blanda, se deja ver el ojo derecho entre los párpados nuevos, los labios se cierran ante los amarillentos dientes. No se ven ni cabellos, ni barba, a no ser raros montoncitos de ellos, donde antes había algo de piel sana.
La gente grita de estupor. El hombre al oír los gritos de júbilo comprende que ha sido curado. Levanta las manos, que hasta ahora la hierba había escondido, se toca el ojo, allí donde estaba el enorme agujero; se toca la cabeza, allí donde estaba la gran llega que dejaba al descubierto el cráneo, y siente la nueva piel. Se yergue y se mira el pecho, las piernas... Todo está sano y limpio. El hombre se deja caer en medio de la hierba en flor llorando de alegría.
"No llores. Levántate y escúchame. Vuelve a la vida según el rito Lev. 14, 1-32 y no hables a nadie hasta que lo hayas cumplido. Muéstrate lo más pronto posible al sacerdote. Haz la oferta que prescribió Moisés para testimonio del milagro de su curación."
"¡A ti debería dártelo, Señor!"
"Me lo darás amando mi doctrina. Vete."
LA GENTE LE DA PARA COMER Y VESTIR
La multitud nuevamente se junta, y aunque guarda su distancia, se felicita por el milagro. Alguien siente ganas de dar algo al curado para el viaje y le avienta monedas. Otros le echan panes y alimentos, y uno al ver que el vestido del leproso no es más que unos harapos que dejan al descubierto su cuerpo, se quita el manto, lo enrolla como si fuese un pañuelo, y lo arroja al leproso que puede así cubrirse más decentemente. otro, pues la caridad es contagiosa cuando en común la hacen muchos, no resiste al deseo de darle sus sandalias. Se las quita y se las arroja.
"Pero ¿y tú?" pregunta Jesús que ve la acción.
"¡Oh! vivo cerca. Puedo caminar descalzo. El debe caminar mucho."
"Dios te bendiga a ti y a todos quienes habéis ayudado al hermano. Oye, rogarás por estos."
"Sí, sí, por ellos y por Ti; para que el mundo tenga fe en Ti."
"Adiós. Vete en paz."
El hombre se aleja algunos metros y luego volviéndose grita: "Pero ¿puedo decir al sacerdote que Tú me curaste?"
"No es necesario. Di solo: "El Señor tuvo misericordia de mí". Es la verdad y no se necesita otra cosa."
ES MUCHA LA MULTITUD QUE ESTÁ CON JESÚS, HA
COMENZADO EL DESCANSO SABÁTICO Y LOS APÓSTOLES
TIENEN MIEDO QUE VAN HACER CON LA GENTE QUE NO SE
QUIERE IR.
La gente se agolpa junto al Maestro. Se forma un círculo que no quiere abrirse bajo ningún costo. Pero el sol ha caído y empieza el descanso sabático. Los poblados están lejos. Mas a la gente no se preocupa ni de los poblados, ni de la comida, ni de nada. Pero los apóstoles se preocupan de ello y se lo dicen a Jesús. También los discípulos de edad están preocupados. Hay mujeres y niños, y si la noche es tibia, y la hierba es blanda, las estrellas no son pan, ni las piedras de la orilla se convierten en alimento.
QUIEN NO PUEDE CREER QUE MAÑANA DIOS DARÁ ALIMENTO
A SUS HIJOS, QUE SE RETIRE, Y ELLOS SE QUEDARON.
DIOS NO DESMENTIRÁ A SU MESÍAS.
Jesús es el único que permanece tranquilo. Entre tanto la gente come lo que tiene, como si nada sucediese y Jesús lo hace notar a los suyos: "En verdad os digo que estos valen más que vosotros. Mirad qué despreocupación. Terminan con todo. Les dije: "Quien no puede creer que mañana Dios dará alimento a sus hijos, que se retire", y ellos se quedaron. Dios no desmentirá a su Mesías. No desilusionará a quien en Él cree."
Los apóstoles levantan los hombros y no se preocupan de más.
Tras de un rojizo crepúsculo la noche desciende plácida y bella. El silencio de la campiña se extiende sobre todas las cosas, después de los últimos gorjeos de los pájaros. Algún zumbido de viento y luego el primer aleteo mudo de algún pájaro nocturno, al mismo tiempo que comienza a parpadear la primera estrella y la primera rana a croar.
SE ACERCA A JESÚS UNA PERSONA QUE LE PIDE PERMISO PARA
MAÑANA TRAER ALIMENTO PARA TODOS. JESÚS ACCEDE.
Los niños ya están dormidos. Las personas mayores hablan entre sí y no falta quién vaya al Maestro a pedirle alguna explicación, de modo que no causa ninguna sorpresa cuando, por el camino que se abre en medio de dos campos de trigo, se ve acercarse una persona de imponente aspecto, en su vestir como en su edad. Detrás de él vienen otros. Todos se voltean a mirarlo y se lo muestran en voz baja. Los grupos más retirados se acercan atraídos de la curiosidad.
El hombre, de noble aspecto, se acerca a Jesús que sentado a los pies de un árbol está atendiendo a varias personas. Lo saluda con una inclinación profunda de cuerpo. Jesús rápido se levanta y con igual respeto le devuelve el saludo. Los presentes son todo oídos.
"Yo estaba arriba en la montaña y tal vez pensaste que no tenía fe, o que me iba por temor al ayuno. Pero me fui por otra razón. Quería ser un hermano entre sus hermanos. Quería ser un hermano mayor. Me gustaría manifestarte mis intenciones aparte. ¿Quieres que lo haga? Aunque soy escriba, no soy enemigo tuyo."
"Vamos allá un poco..." y se van al trigal.
"Como quería yo pensar en la comida de los peregrinos, bajé para ordenar que hiciesen pan para la multitud. Mira que estoy dentro del espacio legal, porque estos campos me pertenecen, y de aquí hasta la cumbre se puede caminar en sábado. Habría venido mañana con los siervos. Pero me enteré que estabas aquí con la gente. Te ruego me permitas que provea yo en este sábado. Si no es así, mucho me desagradaría haber dejado de oírte por nada."
"No. Por nada, no. El Padre te habría recompensado con sus luces. Yo te doy las gracias y no te desilusiono. Tan sólo quiero que mires que la gente es mucha."
"Mandé que encendiesen todos los hornos, aun los que sirven para secar alimentos. Podré tener para todos pan."
"No es por esto. Me refiero a la cantidad de pan..."
"Oh, no me molesta. El año pasado tuve una buena cosecha. Este año ve qué espigas. Permíteme hacerlo. Para mí será la mayor garantía en mis campos. Y después de todo, Maestro... Me has concedido hoy un pan tal... ¡Tú, en realidad, que eres el Pan del espíritu!..."
"Sea, pues como quieres. Ven y lo comunicaremos a los peregrinos."
"No. Tú lo dijiste."
"Y ¿eres escriba?"
"Sí. Lo soy."
"Que el Señor te lleve a donde tu corazón merece."
"Comprendo lo que no dices. Esto es, me quieres decir: a la verdad. En nosotros existen muchos errores, y ... y mala intención."
"¿Quién eres?"
"Un hijo de Dios. Ruega al Padre por mí. Adiós."
"La paz sea contigo."
Jesús a paso lento regresa a los suyos, mientras esa persona se va con sus siervos.
"¿Quién era? ¿Qué quería? ¿Te dijo algo desagradable? ¿Tiene enfermos?" Las preguntas llueven sobre Jesús.
"Quién sea no lo sé. Sé que tiene un buen corazón y esto me..."
"Es Juan el escriba" dice uno de la multitud
"¡Ah! Lo sé ahora porque lo dices. El quería hacer sólo de servidor de Dios entre sus hijos. Rogar por él, porque mañana todos comeremos gracias a su bondad."
"Realmente es un hombres justo" alguien dice.
"Así es, y ni siquiera me puedo imaginar cómo pueda ser amigo de otros" comenta uno de más allá.
"Está envuelto en escrúpulos y como un recién nacido, pero no es malo" corea otro.
"¿Estos son campos suyos?" preguntan muchos que no son del lugar.
"Sí. Creo que el leproso era uno de sus siervos o campesinos, al que toleraba que estuviese cerca, y creo que hasta le daba de comer."
"Y ahora ¿qué debo deciros por vuestra incredulidad?
¿No ha puesto el Padre un pan para todos nosotros
en las manos de uno, que por secta, es enemigo?
Oh, ¡hombre de poco fe!...
Continúan las noticias y Jesús se separa. Llama a sus doce a los que dice: "Y ahora ¿qué debo deciros por vuestra incredulidad? ¿No ha puesto el Padre un pan para todos nosotros en las manos de uno, que por secta, es enemigo? Oh, ¡hombre de poco fe!... Idos a la hierba suave y dormid. Voy a rogar al Padre para que os abra los corazones y a darle las gracias por su bondad. La paz sea con vosotros."
Va a la falda del monte. Se sienta, se recoge en su oración. Al levantar sus ojos ve los racimos de estrellas que atestan el cielo y al bajarlos ve la grey de los que duermen en los campos. Nada más. Pero tal es la alegría que experimenta en el corazón que parece trasfigurarse en luz...
III. 212-216
A. M. D. G.