LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
#LOS APÓSTOLES ARRIBAN EN BETSAIDA
#DIFERENTES CLASES DE ESPÍRITUS
#Jesús va a la casa del joven que le siguió sin ir a sepultar a su padre
#Saluda al viejo Isaac que le cuenta la historia de su hija
#VAN AL SEPULCRO DEL PADRE DE ELÍAS
#El encuentro de ambos hermanos es un poco serio.
LOS APÓSTOLES ARRIBAN EN BETSAIDA
Las barcas de los apóstoles, después de haber atravesado el corto espacio que separa Cafarnaum de Betsaida, atracan en esta ciudad. Otras barcas los han seguido y muchos de los que en ellas venían, desembarcan y se unen pronto a los de Betsaida que han venido a saludar al Maestro que entra en casa de Pedro donde... la mujer hace de cabeza de familia. Creo que haya preferido la soledad a vivir entre frecuentes quejas de su madre por el marido.
La gente que está afuera, a gritos pide la presencia del Maestro, cosa que irrita a Pedro que sube a la terraza y arenga a sus conciudadanos o semejantes, diciéndoles que es menester respeto y educación. El, su Maestro, querría gozar un poco de tranquilidad, ahora que la tiene en su casa, y con todo no tiene tiempo ni siquiera de ofrecerle un poco de agua y miel entre la multitud de cosas que ordenó a la mujer de traer, y gruñe.
Jesús lo mira sonriente; menea su cabeza y le dice: "Parece como si jamás me vieses, y que sea una casualidad que estemos juntos".
"Pero si es así. Cuando estamos en otras partes, ¿estamos acaso Tú y yo? ¡Ni por sueños! Entre Tú y yo está el mundo con sus enfermos, afligidos, oyentes, curiosos, calumniadores, enemigos, y nosotros Tú y yo jamás estamos juntos. Aquí al contrario estás conmigo, en mi casa y deberían entenderlo". Realmente está enfadado.
"Pero no veo ninguna diferencia, Simón. Mi amor es igual, mi palabra es la misma. Que te la diga en privado, o en público ¿no es lo mismo?"
Pedro confiesa su gran dolor: "Es que soy un pedazo de tonto y pierdo la atención fácilmente. Cuando hablas en alguna plaza, en algún monte, entre la gente, no sé por qué yo entiendo todo, pero después no me acuerdo de nada. Lo he dicho a mis demás compañeros y dicen que tengo razón. Los demás, quiero decir, la gente que te escucha, te entiende y recuerda lo que dices. Cuántas veces hemos oído que alguien te dice: "No ha hecho esto porque Tú lo dijiste" o bien: "He venido porque una vez te oí decir esto y me llegó al corazón". Nosotros al contrario... ¡Umh! es como un torrente de agua que pasase sin detenerse. El lecho del río no la retiene. El agua se ha ido. Viene otro torrente, sí, muy grande, pero pasa, pasa, pasa... Y con horror pienso que, si como Tú dices, así será, llegará el momento en que no estarás más con el río y... y yo... ¿Qué podré dar al que tiene sed, si no guardo ni siquiera una gota de tanto que me das?"
Los demás apoyan también las quejas de Pedro. Se lamentan de no tener en sí nada de lo que oyen, cosa que deberían de tener para responder a los que les hacen preguntas.
Jesús sonríe. Dice: "No me parece que sea así. La gente está muy contenta de vosotros".
"Oh, sí, por lo que hacemos: abrirte paso a codazos, llevar los enfermos, recoger las limosnas, y decir: "Sí, aquel es el Maestro". Bonita cosa ¿no es así?"
"No te rebajes tanto, Simón".
"No me rebajo. Me conozco".
"Es la cosa más difícil de la sabiduría. Quiero quitarte esta pena tan grande. Cuando he hablado y no habéis podido comprender todo y retenerlo, preguntadme sin temor de aparecer molestos o de disgustarme. Siempre tenemos horas de intimidad. En estas abridme el corazón. Mucho doy a tantos, y ¿qué no daría Yo a vosotros a quien amo como Dios no podría más? Has hablado de ondas que vienen y que nada queda en el lecho. Vendrá un día en que caerás en la cuenta de que cada onda depositó en ti una semilla, y que cada semilla ha producido una planta. Te encontrarás ante flores y plantas para todos los casos. Te sorprenderás de ti mismo. Dirás: "Pero ¿qué me ha hecho el Señor?" porque en ese entonces habrás sido redimido de la esclavitud del pecado y tus virtudes actuales serán perfeccionadas a un alto grado".
"Tú lo dices, Señor, y me confío a tu palabra".
"Vamos con quienes nos están esperando. Venid. La paz sea contigo, mujer. Esta noche me darás hospedaje".
Salen y Jesús se dirige al lago para que la multitud no le oprima. Pedro está pronto en separar la barca de la ribera unos cuantos metros de modo que oigan todos la voz de Jesús, pero al mismo tiempo que haya un espacio entre El y los oyentes.
"Desde Cafarnaum a aquí he pensado en la parábola que os diré. Y he encontrado algo en lo sucedido en la mañana.
DIFERENTES CLASES DE ESPÍRITUS
Visteis que se acercaron a mí tres hombres. Uno espontáneamente; el otro porque Yo se lo dije, y el tercero por un entusiasmo pasajero. Y habéis visto que de ellos tan sólo me quedé con dos. ¿Por qué? ¿Vi acaso en el tercero a un traidor? No. No es así, sino a uno que no estaba preparado. Aparentemente parecía menos preparado este que está a mi lado, y que se dirigía a sepultar a su padre. Sin embargo el impreparado era el tercero.
Este estaba preparado sin saberlo, de modo que ha sabido realizar un sacrificio muy heroico. El heroísmo en seguir a Dios siempre es prueba de una gran preparación espiritual. Esto explica ciertos hechos sorprendentes que suceden a mi alrededor. Los mejor preparados para aceptar el Mesías, cualquiera que sea su casta y cultura, vienen a Mí con una prontitud y fe absolutas. Los menos preparados me ven como un hombre que sale de lo acostumbrado, o bien me estudian con desconfianza y curiosidad, o si se quiere me atacan y me denigran acusándome de varios modos. Las diversas maneras de obrar están en proporción de la falta de preparación de los espíritus.
En el pueblo elegido se deberían encontrar en todas partes espíritus prontos a recibir este Mesías, que con tanta ansia desearon Patriarcas y Profetas; este Mesías que finalmente ha llegado, al que han precedido y acompañan todas las señales profetizadas; este Mesías cuya figura espiritual se delinea cada vez más clara a través de los milagros visibles que hace en los cuerpos y en los elementos, y en los milagros visibles que hace en las conciencias que se convierten, y en los gentiles que vienen al Dios verdadero. Y por el contrario no es así. Son los hijos de este pueblo quienes más obstinadamente se oponen a seguir al Mesías, y es doloroso decirlo, esta resistencia es tanto mayor cuanto más sube a las clases altas. No digo esto para ponerlos en mal. Lo hago para que oréis y reflexionéis. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué los gentiles y los pecadores avanzan mejor por mi vía? ¿Por qué ellos aceptan cuanto digo, y los otros no? Porque los hijos de Israel han echado anclas, mejor dicho, se han adherido como costras de perlas en donde nacieron. Porque están satisfechos, llenos, obesos con su sabiduría y no quieren abrir paso a la mía, echando afuera lo superfluo para dejar lugar a lo necesario. Los otros no conocen esta esclavitud. Son pobres paganos, o pobres pecadores, cual naves a la deriva sin ancla, son pobres que no tienen tesoros propios sino fardos de errores o pecados, de los que se despojan con alegría, apenas logran comprender qué cosa es la Buena nueva y gustan su miel fortificante que es del todo diversa de la mezcla repugnante de sus pecados.
Oíd, y tal vez comprenderéis mejor cómo puede haber diversos frutos en una misma obra.
Salió un hombre a sembrar. Tenía muchos campos y de diversas clases. Algunos los había heredado de su padre, y por descuido había dejado que creciesen espinas. Otros los había comprado de alguien que había sido negligente, y así como los compró los dejó. Otros campos estaban cruzados de caminos, porque este hombre era muy comodín y para no caminar mucho atravesaba por sus campos de un lado a otro. Había, en fin, otros cercanos a su casa, que había cuidado para que le diesen una vista agradable. No había piedras en ellos, ni espinas, ni hierba. Estaban limpios.
Así, pues, este hombre tomó su morral de semillas, lo mejor y empezó a sembrar. La semilla cayó en un terreno bueno, blando, limpio, abonado, que estaba de su casa cercano. Cayó en los campos cruzados de caminos y veredas, en que además estaba el polvo que venía a cubrir la tierra buena. Otras semillas cayeron en campos donde la desmaña humana había dejado crecer espinas. El arado las revolvió, parecía como si no estuviesen ya, pero ahí estaban, porque tan sólo el fuego, es capaz de destruir las malas plantas, e impedirles volver a retoñar. Las últimas semillas cayeron en campos recientemente comprados que había dejado tal cual, sin labrarlos ni quitarles las piedras metidas en el suelo y que cual empedrada impedía que prendiesen las raíces tiernas de la semilla. Y después de haber esparcido toda la semilla, regresó a su casa y dijo: "¡Oh, qué bien! Ahora no hay más que esperar la cosecha". Y se felicitaba porque en el correr del tiempo veía que despuntaba el trigo en los campos cercanos a su casa y que crecía... Oh, qué alfombra tan suave, y qué espigar... Oh, qué mar de cabelleras rubias que cantaban, chocando una contra otra, sus canciones al sol. El hombre decía: "Como estos campos, todos los demás. Preparemos la guadaña y los graneros, Cuánto pan. Cuánto oro" Y se congratulaba a sí mismo...
Segó el trigo de los campos cercanos y luego pasó a los que heredó de su padre, que había dejado que en ellos creciesen hierbas. Y quedó sorprendido. La semilla había nacido, pues las tierras eran buenas, fértiles, abonadas. Pero la fertilidad había ayudado también a las espinas, que habían sido revueltas bajo tierra, pero no exterminadas. Habían retornado y habían producido ramajes de zarzas, a través de las que el trigo no había podido salir, sino una que otra espiga. Todo lo demás estaba muerto.
El hombre dijo: "No fui cuidadoso en este lugar. Pero allá no había zarzas, y habrá sido mejor". Pasó a los campos que recientemente había comprado. Su estupor se tornó en dolor. Delgadas, amarillentas hojas de trigo estaban tiradas por el suelo como heno seco. "Pero ¿cómo es posible? Pero ¿cómo es posible?" Y lloraba el hombre. "Y con todo, aquí no había espinas. Y con todo la semilla fue la misma. Y con todo había nacido tupida y hermosa. Se echa de ver por las hojas y abundancia de ellas. ¿Por qué pues todo ha muerto sin producir una espiga?" Y en su dolor se puso a rascar el suelo para ver si encontraba nidos de topos o de otros animales. Nada de insectos y roedores. No había. Pero lleno de piedras. Realmente un pedregal. Los campos estaban literalmente empedrados y la poca tierra que se veía, había sido un engaño. Oh, si hubiese metido más profundo el arado cuando era tiempo. Oh, si hubiese pensado antes de aceptar esos campos y comprarlos como buenos. Oh, si a lo menos, después del error cometido en haberlos comprado, los hubiese preparado a costa de fatiga. Pero ya era tarde e inútil lamentarse.
El hombre se puso en pie, destruido y se fue a los campos cruzados de veredas, hechas por comodidad... Se rasgó las vestiduras de dolor. Aquí no había nada, nada absolutamente... La tierra negra del campo estaba cubierta con una ligera capa de polvo blanco... Se dejó caer en el suelo, gimoteando: "¿Por qué? Aquí no había ni espinas, ni piedras. Son campos nuestros. Mi abuelo, mi padre y yo siempre los hemos tenido y por años y años siempre los hemos abonado. Yo abrí veredas, habré quitado terreno bueno, pero aun esto, no lo hubiera hecho estéril..." Lloraba todavía cuando su dolor tuvo la respuesta de una parvada de voraces pájaros que de los caminos saltaban a los campos, y de estos a ellos para buscar, buscar la semilla, la semilla, la semilla. El campo que era nada menos que una red de veredas en cuyos bordes la semilla había caído, había atraído muchos pájaros, los que primero se comieron lo caído en el camino, y luego, lo del campo, y finalmente hasta el primer retoño que pudo asomarse a flor de tierra.
De este modo, la semilla que había sido la misma en todos los campos, en algunos había producido el ciento por ciento, en otros el sesenta, en otros el treinta, y en otros nada. Quien tenga oídos que comprenda. La semilla es la Palabra: la misma para todos. El lugar donde cae, vuestros corazones. Cada uno aplíquese esto y trate de comprender. La paz sea con vosotros".
Y luego, dirigiéndose a Pedro, le dice: "Remonta lo más que puedas, y atraca al otro lado".
JESÚS VA A LA CASA DEL JOVEN QUE LE SIGUIÓ
SIN IR A SEPULTAR A SU PADRE
Y mientras las dos barcas navegan un poco trecho para detenerse junto a la orilla, Jesús se sienta y pregunta al nuevo discípulo: "Ahora ¿quién se queda en casa?"
"Mi madre con mi hermano mayor, que hace cinco años se casó. Mis hermanas están en diversas partes. Mi padre era muy bueno. Mi madre lo llora desolada". El joven bruscamente se para, porque siente que un sollozo le sube del corazón.
Jesús lo toma por una mano y le dice: "También conocí Yo este dolor, y ví a mi Madre llorar. Te comprendo..."
El arrastrarse la barca sobre la arena hace que la conversación se interrumpa. Van a bajar a tierra. Aquí no hay colinas bajas como en Betsaida que parece como si metiese sus pies en el lago, sino una llanura rica de mieses que se extiende sobre esta ribera, opuesta a Betsaida, al norte.
"¿Vamos a Merón?" pregunta Pedro.
"No. Vamos por entre estos campos".
Los campos son hermosos, bien cultivados. En ellos se ven las espigas tiernas, pero ya formadas, todas a la misma altura, y con el ligero ondearse que les imprime el viento fresco del norte, parecen otro pequeño lago, en que las velas son los árboles que se yerguen acá y allá, llenos de pájaros.
"Estos campos no son como los de la parábola" observa Santiago el primo.
"No. Los pájaros no los han acabado. No hay piedras ni espinas. ¡Un buen trigal! Dentro de un mes amarilleará... y dentro de dos vendrá la guadaña y al granero" dice Judas Iscariote.
"Maestro... te recuerdo lo que dijiste en mi casa. Has hablado muy bien. Pero comienzo a tener en mi cabeza nubecillas dispersas, como las de allá que se ven..." dice Pedro.
"Esta noche te daré la explicación. Ahora estamos en frente de Corozaim". Jesús mira fijamente al nuevo discípulo diciéndole: "A quien da se le da. Y el tener no quita el mérito del que da. Condúceme a vuestro sepulcro y a la casa de tu madre".
El joven se arrodilla, besando entre lágrimas la mano de Jesús.
"Levántate. Vamos. Mi corazón ha sentido tu llanto. Quiero fortificarte en el heroísmo con mi amor".
"Isaac el viejo me había contado que Tú eres bueno... Isaac, ¿eh? Al que le curaste la hija. Fue mi apóstol. Pero veo que tu bondad es todavía mayor de lo que se me había dicho".
"Saludaremos también a Isaac para darle gracias de haberme dado un discípulo".
QUE LE CUENTA LA HISTORIA DE SU HIJA
Han llegado a Corozaim, y la casa de Isaac es la primera que se ve. El anciano, que está regresando a su casa, cuando ve el grupo de Jesús y discípulos, y entre ellos al joven de Corozaim, levanta los brazos con su bastoncito en la mano, se queda casi sin respirar, con la boca abierta. Jesús sonríe y su sonrisa le devuelve la voz al anciano.
"Dios te bendiga, Maestro. Pero ¿por qué esta honra a mí?"
"Para decirte: "gracias". "
"Pero ¿de qué cosa, Dios mío? Yo soy el que debo decirte esta palabra. Entra, entra. Oh, qué pena que mi hija esté lejos para ayudar a su suegra. Se casó ya, ¿sabes? Todas las bendiciones sobre mí, después de que te encontré. Ella curada, poco después un rico pariente que había regresado de lejos, viudo, con pequeñitos, que necesitan madre... Oh, pero si ya te había contado estas cosas. Mi cabeza ya está vieja. Perdóname".
"Tu cabeza es de un sabio y olvida hasta gloriarse del bien que hace por su Maestro Olvidarse del bien hecho es sabiduría, demuestra humildad y confianza en Dios".
"Pero yo... no podría..."
"Y este discípulo, que tengo ahora, ¿no es por ti?"
"¡Oh!... pero no he hecho nada, ¿sabes? Sólo dije la verdad... y estoy contento de que Elías esté contigo". Se voltea al joven y le dice: "Tu madre, después de los primeros momentos de sorpresa, secó su llanto al saber que eres del Maestro. Tu padre tuvo un digno entierro. Hace poco que está en el sepulcro".
"¿Y mi hermano?"
"Cállate... Sabes... le costó un poco ver que no estabas... Todavía él piensa así..."
El joven se vuelve a Jesús: "Tú lo dijiste. Yo no quisiera que estuviese muerto... Haz que torne a la vida como yo, y a tu servicio".
Los demás no entienden y se miran con ojos interrogativos, pero Jesús responde:"No te desesperes y aguarda". luego bendice a Isaac y se va, no obstante todo lo que se hace por retenerlo.
VAN AL SEPULCRO DEL PADRE DE ELÍAS
Van primero al sepulcro cerrado y oran. Después, a través de un viñedo que todavía está semidesnudo, llegan a la casa de Elías.
SE ENCUENTRAN LOS DOS HERMANOS
El encuentro de ambos hermanos es un poco serio. El mayor se siente ofendido y quiere hacerlo notar. El menor se siente humanamente culpable y no sabe qué hacer. Pero al llegar la madre, que sin decir palabra alguna se postra y besa la orla del vestido de Jesús, el ambiente se tranquiliza e igualmente los ánimos, de modo que se quiere honrar al Maestro. El por su parte no acepta nada. Tan solo dice; "Que vuestros corazones sean justos, el uno para con el otro, como justo era por quien lloráis. No hagáis de lo sobrehumano algo humano: la elección para ser discípulo y la muerte. El alma del justo no se intranquilizó al ver que faltaba el hijo a la sepultura de su cadáver. Antes bien está serena, y segura del futuro de su Elías. El pensamiento del mundo no turbe la gracia de la elección. Si el mundo se asombró al ver que este no estuvo cerca del féretro paterno, los ángeles se han alegrado al verlo al lado del Mesías. Sed justos. Y tú, madre, consuélate con esto. Has educado bien a tu hijo, y la Sabiduría lo ha llamado. Os bendigo a todos. La paz sea con vosotros ahora y siempre".
Regresan al río por donde vinieron, y de ahí a Betsaida. Elías, ni siquiera un momento se detuvo en el umbral paterno. Después de haber dado el beso a su madre, siguió al Maestro con la simplicidad con que un niño sigue a su padre".
III. 227-235
A. M. D. G.