EL SÁBADO EN ESDRELÓN
EL PEQUEÑO YABE
LA PARÁBOLA DE LÁZARO
Y DEL RICO EPULÓN
JESÚS CON LOS PASTORES DE
YOCANA Y DORAS
# JESÚS ORDENA QUE VAYAN AL ENCUENTRO DE LOS trabajadores de Doras
#En pos de Jesús vienen los trabajadores de Yocana
#Jesús espera a los pobres campesinos de Doras
#Jesús saca panes que da a los campesinos estupefactos de Doras
#PEDRO DICE A JESÚS QUE LE DÉ A YABÉ POR HIJO
#Será el hijo de mi naciente Iglesia
#¿Puede la palabra del hombre cambiar el juicio de Dios?
#oh padre santo, manda, te lo ruego, manda a Lázaro a la casa de mi padre
#Abraham respondió: "Tus hermanos tienen a Moisés y a los Profetas. Que los escuchen".
#No tengáis en los sufrimientos de estos campos ni una palabra de odio, aun cuando los hechos la justificaren
#Os bendigo. A cada aurora rogaré por vosotros. Y tú, padre, no te preocupes más por el corderito que me confías.
JESÚS ORDENA QUE VAYAN AL ENCUENTRO DE LOS
TRABAJADORES DE DORAS
"Entrega a Miqueas el dinero que mañana reembolsará el que prestaron los labradores de esta zona" dice Jesús a Judas Iscariote que generalmente administra los bienes comunes. Después Jesús llama a Andrés y a Juan y los manda a dos puntos de donde su puede ver el camino, o los caminos que vienen de Yezrael. Llama a Pedro y a Simón y los manda a que vayan al encuentro de los trabajadores de Doras con órdenes de que los detengan cerca de los límites de entre ambas propiedades. Para terminar dice a Santiago y a Judas: "Tomad los alimentos y venid".
LOS TRABAJADORES DE YOCANA
En pos de Jesús vienen los trabajadores de Yocana, mujeres, hombres y niños; los hombres traen dos jarras pequeñas, por decir así, que están muy probablemente llenas de vino. Son jarrones que contienen cada uno unos diez litros. Van a donde está un viñedo, lleno de hojas y que señala el fin de las posesiones de Yocana. Más allá hay un foso que siempre tiene agua, que habrá sido acarreada quién sabe con cuantos trabajos.
"¿Ves? Yocana se peleó con Doras por esto. Yocana decía: "Es culpa de tu padre si todo es una ruina. Si no lo quería adorar, por lo menos debía haberlo temido, y no provocarlo". Y Doras aullaba, parecía un demonio: "Tú te has salvado tus tierras por este foso. Los animaluchos no han pasado..." Y Yocana contestaba: "Y entonces ¿por qué sobre ti tanta desolación, cuando antes tus campos eran los más bellos de Esdrelón? Es el castigo de Dios. Créemelo. Habéis sobrepasado la medida. ¿Esta agua?... Siempre ha estado y no es la que me ha salvado". Y Doras gritaba: "Esto prueba que Jesús es un demonio". "Es un justo" gritaba Yocana. Y continuaron así, mientras tuvieron aliento. Después Yocana con grandes gastos trajo el agua del río y mandó excavar para buscar agua en el suelo y excavar un número de fosos entre los límites. Los mandó a hacer más profundos y a nosotros nos dijo lo que ayer te dijimos... En el fondo de él está feliz de lo que ha sucedido. Tenía mucha envidia de Doras. Ahora espera comprar todo, porque Doras acabará con venderlo en unos cuantos céntimos".
A LOS POBRES CAMPESINOS DE DORAS
Jesús benignamente escucha todas estas confidencias, entre tanto espera a los pobres campesinos de Doras que no tardan en venir y que se postran en el suelo apenas lo ven. Jesús está recargado bajo un árbol.
"La paz sea con vosotros, amigos. Venid. Hoy la sinagoga es aquí y yo soy vuestro sinagogo, pero antes quiero ser vuestro padre de familia. Sentaos alrededor, para que os de algo de comer. Hoy tenéis al Esposo, y celebraremos las nupcias".
A LOS ESTUPEFACTOS CAMPESINOS DE DORAS
Jesús quita la tapadera de un canasto, saca panes que da a los campesinos estupefactos de Doras, y de otra lo que vendrá: quesos, verduras que hizo cocer y un corderillo o cabrito bien cocido, que reparte entre esos pobres. Luego les da vino en una copa grande, de la que hace que beban todos.
"Pero ¿por qué? Pero ¿por qué? ¿Y ellos?" dicen los de Doras señalando a los de Yocana.
"Ya tuvieron lo suyo".
"¡Cuánto gasto! ¿Cómo lo has hecho?"
"En Israel todavía hay buenas personas" dice Jesús sonriendo.
"Pero hoy es sábado..."
"Dad las gracias a esta persona" dice Jesús señalando al hombre de Endor. "El fue quien dio el corderito. Lo demás fue cosa fácil obtenerla".
Aquellos pobrecitos devoran, si así puede decirse, la comida desconocida para ellos. Hay uno, ya viejo, que tiene a su lado un niño de unos diez años. Come y llora.
"¿Por qué, padre, haces así?..." pregunta Jesús.
"Porque eres muy bueno..."
El hombre de Endor con su voz gutural añade: "Es verdad... y hace llorar. Pero su llanto no tiene amargura..."
"No la tiene. Es verdad y querría una cosa. Este llanto es también un deseo".
"¿Qué deseáis, padre?"
"¿Ves este niño? Es mi nieto. Se me ha quedado después de la desgracia de este invierno. Ni siquiera Doras sabe que se ha venido conmigo, porque lo haré vivir como una bestezuela en el bosque y tan sólo el sábado lo veo. Si me lo descubriere, lo arrojará o lo pondrá al trabajo... y sería peor que un animal de tiro, este pedazo de mi sangre... Lo mandaré en la Pascua con Miqueas a Jerusalén para que se convierta en hijo de la Ley... ¿y luego?... Es el hijo de mi hija..."
"¿Me lo darías a Mí? No llores. Tengo muchos amigos que son buenos, santos y no tienen hijos. Lo educarán santamente en mi Camino..."
"¡Oh, Señor! Desde que supe de Ti, lo he deseado. Rogaba al santo Jonás, él que sabe qué significa pertenecer a este patrón, que salvase mi nieto de esta muerte..."
"Muchacho, ¿quieres venir conmigo?"
"Sí, Señor mío. Y no te causaré molestias".
"Palabra dada".
"Pero... ¿a quién se lo vas a dar?" pregunta Pedro, que tira a Jesús de una manga. "¿También éste a Lázaro?"
"No, Simón. Hay tantos sin hijos..."
PEDRO DICE A JESÚS QUE LE DÉ A YABÉ POR HIJO
"También yo..." La cara de Pedro toma un perfil en que se dibuja su anhelo.
"Simón, ya te lo dije. Tú debes ser "padre" de todos los hijos que te dejaré en herencia. Pero no debes estar encadenado a ningún hijo tuyo. No te entristezcas. Eres muy necesario al Maestro, para que el Maestro pueda separarse de ti por un cariño. Soy exigente más de lo que es un esposo celosísimo. Te amo con toda predilección y te quiero todo para Mí y por Mí".
"Está bien, Señor... Está bien... Sea como Tú quieres". El pobre Pedro es un héroe en aceptar la voluntad de Jesús.
SERÁ EL HIJO DE MI NACIENTE IGLESIA
"Será el hijo de mi naciente Iglesia.¿Te parece bien? De todos y de nadie. Será "nuestro" niño. Nos seguirá o andará con nosotros cuando lo permitan las distancias, y sus tutores serán los pastores, ellos que en todos los niños aman a "su" niño Jesús. Ven aquí, muchacho. ¿Cómo te llamas?"
Yabé de Juan, y soy de Judá" dice con aplomo el rapazuelo.
"Así es. Nosotros somos judíos" confirma el anciano. "Yo trabajaba en tierras de Doras en Judea, y mi hija se casó con uno de estas regiones. Trabajaba en los bosques cercanos a Arimatea y este invierno..."
"He visto la desgracia".
"El muchacho se salvó porque esa noche estaba en casa de un pariente lejano... Verdaderamente se ha merecido el nombre, Señor. Lo dije al punto a mi hija: "¿Por qué? ¿No recuerdas lo pasado?" Pero el marido quiso llamarlo así, y es Yabé".
" 'El niño invocará al Señor y el Señor lo bendecirá y la mano del Señor está sobre su mano, y él que no será oprimido del mal'. Esto le concederá el Señor para consolarte, padre, a ti y a los espíritus de los muertos, y confortar al huérfano. Y ahora que hemos satisfecho la necesidad del cuerpo y la del alma con un acto de amor por el niño, escuchad la parábola que pensé deciros.
Y DEL RICO EPULÓN
Hubo un tiempo en que vivió un hombre muy rico. Los mejores vestidos eran los suyos. Por las plazas y por su casa se pavoneaba con sus vestidos de púrpura y lino. Sus conciudadanos le respetaban como al más poderoso de la región. Sus amigos le halagaban su ambición para recibir utilidades. Sus salones estaban abiertos cada día a los espléndidos banquetes en que la multitud de invitados, todos ellos ricos, y por lo tanto no necesitados, se morían de halagar al rico Epulón. Sus banquetes eran célebres por su abundancia de alimentos y de vinos.
En la misma ciudad había un mendigo, un verdadero mendigo. Era grande en su miseria, como el otro era grande en sus riquezas. Pero bajo la costra de la miseria humana del mendigo Lázaro, se ocultaba un tesoro todavía mayor que su miseria y que las riquezas de Epulón. La santidad de Lázaro era verdadera. Jamás había traspasado la Ley, ni siquiera bajo el pretexto del aguijón de la necesidad, y sobre todo había obedecido al precepto del amor para con Dios y el prójimo. Él, como siempre hacen los pobres, se acercaba a las puertas de los ricos para pedir limosna y no morir de hambre. Cada tarde iba a la puerta de Epulón, esperando recibir siquiera las migajas de los pomposos banquetes que se daban en las riquísimas salas.
Se tendía en la calle, cerca de la puerta, y pacientemente esperaba. Si Epulón lo veía, mandaba arrojarlo, porque aquel cuerpo cubierto de llagas, desnutrido, vestido de harapos, era un espectáculo muy desagradable para sus convidados. Esto decía Epulón, pero la realidad era que aquel espectáculo de miseria y de bondad era su continuo reproche. Más compasivos que Epulón eran sus perros, bien alimentados, con hermosos collares. Se acercaban al pobre Lázaro y le lamían las llagas, gruñendo de alegría por sus caricias, y hasta le llevaban lo que sobraba de las ricas mesas. Gracias a estos animales Lázaro sobrevivía a la desnutrición completa, pues de parte del hombre hubiera muerto, ya que este no le permitía ni siquiera entrar en las salas después de los banquetes para poder recoger las migajas caídas de las mesas.
Un día Lázaro se murió. Nadie en la tierra cayó en la cuenta. Nadie lo lloró. Epulón por su parte, se alegró de no ver aquel día ni los siguientes aquella miseria que llamaba, "oprobio" de sus umbrales. Pero en el cielo cayeron en la cuenta los ángeles. En su último aliento, en su lecho frío y pobre, estaban presentes las cohortes celestiales que en medio de un fulgor de luces recogieron su alma, y con cantos de hosannas la llevaron al seno de Abraham.
Poco tiempo después murió Epulón. Oh, ¡qué funerales fastuosos! Toda la ciudad, que ya de antemano sabía que estaba agonizando, se arremolinaba en la plaza donde estaba su casa, para que se le tomase como amiga del grande. Y por curiosidad o por interés con los herederos, se unió al cortejo, y los alaridos llegaron hasta el cielo y con ellos las alabanzas mentirosas al "grande", al "benefactor", al "justo" que había muerto.
CAMBIAR EL JUICIO DE DIOS?
¿Puede la palabra del hombre cambiar el juicio de Dios? ¿Puede la apología humana borrar cuanto está escrito en el libro de la Vida? No, no puede. Lo que está juzgado, queda juzgado, y lo que está escrito, escrito queda. No obstante los funerales solemnes de Epulón, su espíritu fue sepultado en el infierno.
En aquella cárcel horrorosa, en que bebía y comía fuego y tinieblas, en que encontraba odio y tormentos por todas partes y a cada momento de esa eternidad, levantó su mirada al cielo, al cielo que había visto en un instante de fulgor, en una fracción de segundo, y cuya indecible belleza le había quedado presente para ser atormentado entre las torturas atroces. Y vio a Abraham, lejano, pero radiante, feliz... y en su seno, radiante y feliz también estaba Lázaro, el pobre Lázaro despreciado de otro tiempo, el repulsivo, el miserable Lázaro ¿y ahora?... Y ahora bello con la luz de Dios y de su santidad, rico con el amor de Dios, a quien admiraban no los hombres sino los ángeles de Dios.
Epulón levantó el grito diciendo: "Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro a que moje la punta de su dedo en el agua y que la ponga en mi lengua, para refrescarla porque me muero en esta llama que me penetra continuamente y me quema!".
Abraham respondió: "Acuérdate, hijo, que tuviste todos los bienes durante tu vida, mientras Lázaro todos los males. El supo hacer del mal un bien, mientras tú no supiste hacer de tus bienes nada que no fuese malo. Por esto, justo es que él sea consolado y que tú sufras. Además no es posible hacerlo. Los santos están esparcidos sobre la tierra para que los hombres se aprovechen de ellos. Pero, cuando no obstante el estar cercano, el hombre se queda tal cual es -en tu caso, un demonio- es inútil recurrir a los santos. Ahora estamos separados. Las hierbas en el campo están mezcladas, pero una vez que se les siega, se separan las útiles de las no útiles. Así es entre vosotros y nosotros. Estuvimos juntos en la tierra. Nos arrojasteis. Nos atormentasteis por todos los modos. Entre vosotros y nosotros existe un abismo tal que los que de aquí quieren pasar, no pueden, ni vosotros, que estáis allí podéis salvar el abismo inmenso para venir a donde estamos".
A LA CASA DE MI PADRE
Epulón en medio de un grito de dolor dijo: "Al menos, oh padre santo, manda, te lo ruego, manda a Lázaro a la casa de mi padre. Tengo cinco hermanos. Jamás conocí el amor, ni siquiera por mis parientes, pero ahora, ahora comprendo qué cosa terrible es el no ser amados. Y como aquí donde estoy, existe el odio, ahora entiendo, por el instante que mi alma vio a Dios qué cosa sea el amor. No quiero que mis hermanos sufran mis dolores. Tengo pavor por ellos que siguen mi mismo camino. Oh, manda a Lázaro que les advierta del lugar donde estoy, y por qué estoy, y que les diga que existe el infierno, que es atroz, y que quien no ama a Dios ni al prójimo viene acá. Mándalo. Que tomen sus providencias, para que no tengan que venir aquí, a este lugar de eterno tormento".
Abraham respondió: "Tus hermanos tienen a Moisés y a los Profetas. Que los escuchen".
Con un gemido de alma torturada replicó Epulón: "¡Oh padre Abraham! Les hará más impresión un muerto... ¡Escúchame! Ten piedad ".
Abraham dijo: "Si no escuchan a Moisés ni a los Profetas, mucho menos creerán a uno que resucite por una hora de entre los muertos para decirles las palabras de Verdad. Y por otra parte no es justo que un bienaventurado deje mi seno para ir a recibir ofensas de los hijos del Enemigo. Ya pasó el tiempo de las injurias, ahora está en paz y aquí se queda por orden de Dios que ve la inutilidad de una tentativa de conversión de los que ni siquiera creen en la palabra de Dios, ni la ponen en práctica".
Esta es la parábola, cuyo significado es tan claro, que no necesita explicación.
Aquí verdaderamente vivió, conquistando la santidad, el nuevo Lázaro, mi Jonás, cuya gloria ante Dios es manifiesta por la protección que dispensa a quien espera en Él. Jonás sí puede venir a vosotros, como protector y amigo, y vendrá si siempre sois buenos. Yo quisiera deciros lo que le dije en la primavera pasada que querría ayudaros, aun materialmente, pero que no puedo, y esto es mi dolor. No puedo sino dirigiros al cielo. No puedo sino enseñaros la gran sabiduría de la resignación prometiéndoos el reino futuro. No odiéis jamás por ningún motivo. El odio es poderoso en el mundo. Pero siempre tiene sus límites. El amor no tiene límites ni en fuerza, ni en tiempo. Por lo tanto amad, para poseéroslo como defensa y consuelo sobre la tierra y como premio en el cielo. Es mejor ser Lázaros que Epulones, creédmelo. Buscad la manera de creerlo y seréis felices.
NO TENGÁIS EN LOS SUFRIMIENTOS
DE ESTOS CAMPOS NI UNA PALABRA DE ODIO
No tengáis en los sufrimientos de estos campos ni una palabra de odio, aun cuando los hechos la justificaren. No interpretéis mal el milagro. Soy el Amor y no habría castigado. Pero al ver que el Amor no podía doblegar al cruel Epulón, lo entregué a la Justicia, y esta vengó al mártir Jonás y a sus hermanos. Vosotros lo sabéis por el milagro, que la Justicia siempre vigila aunque parezca ausente, y que Dios que es dueño de todo lo creado, se puede servir, para aplicarla, de los animales pequeños como las orugas y las hormigas para morder el corazón del cruel y del ambicioso y hacerlo morir con un desbordamiento de veneno que estrangule.
Os bendigo. A cada aurora rogaré por vosotros. Y tú, padre, no te preocupes más por el corderito que me confías. Te lo traeré de cuando en cuando para que puedas regocijarte de verlo crecer en sabiduría y bondad en el camino de Dios. Será tu cordero de esta pobre Pascua, el más agradable de los corderos que se presentarán al altar de Yahvé. Yabé, despídete de tu abuelo, y luego ven a tu Salvador, a tu Buen Pastor. ¡La paz sea con vosotros!"
"¡Oh Maestro, Maestro bueno. Dejarte!..."
"Sí. Es doloroso. Pero no está bien que el vigilante os encuentre. Vine a propósito hasta aquí para evitaros castigos. Obedeced por amor del Amor que os aconseja".
Los desventurados se levantan con las lágrimas en los ojos, y van a su cruz. Jesús nuevamente los bendice, y luego, con la mano del niño en la suya, y con el hombre de Endor al otro lado, regresa a casa de Miqueas. Le alcanzan Andrés y Juan que, terminado su turno de guardia, tornan a sus compañeros.
III, 304-311.
A. M. D. G.