EN BETANIA
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
EN BETANIA
#MARÍA TOMA EN SUS BRAZOS A YABÉ
#"Mira Madre otro discípulo. Tus órdenes me dieron estos dos hijos"
#Lázaro y Marta están un poco tristes. ¿Por qué, amigos?
#MARÍA DA A YABÉ EL NOMBRE DE MARZYAM
#JESÚS Y MARÍA DIALOGAN ENTRE SÍ
#¡Cómo eres Dios, Jesús mío, cuando realizas estos milagros!"
A través del camino sembrado que une el Monte de los Olivos con Betania o podría decir mejor que el monte llega con sus faldas verdes hasta los campos de Betania, Jesús con los suyos camina ligero a la ciudad de Lázaro. Todavía no entra en ella, cuando ya le reconocen, y estafetas voluntarios corren en todas las direcciones para anunciar su llegada. Esta es la razón por la que acuden Lázaro y Maximino de una parte; Isaac, Timoteo y José de la otra. Por su parte, vienen Marta y Marcela que levanta su velo para inclinarse a besar el vestido de Jesús, e inmediatamente después acuden María de Alfeo y María Salomé que hacen una reverencia profunda al Maestro, y luego abrazan a sus hijos. Entre tanto el pequeño Yabé, siempre asido de la mano de Jesús, mira atolondrado a todos los que están llegando. Juan de Endor, que se siente extraño, se separa del grupo. Y sobre el sendero que lleva a la casa de Simón aparece la Madre de Jesús.
Jesús suelta la mano de Yabé y con delicadeza rechaza a sus amigos para llegar pronto a Ella. Las palabras con que suelen saludarse rompen el aire en una nota de amor. "¡Hijo!", "¡Mamá!" Ambos se saludan con un beso. En el beso de María se encuentra la inquietud que durante tanto tiempo ha existido, y ahora, al desaparecer el temor, siente el cansancio del esfuerzo hecho, con el que medía la inmensidad del peligro en que se había encontrado.
Jesús la acaricia. Le dice: "Además de mi ángel, tenía el tuyo, Madre, que me cuidaba. Nada malo podía sucederme".
"Sea alabado el Señor. Pero ¡he sufrido mucho!"
"Quería venir más pronto, pero tuve que ir por otro camino para obedecerte. Y estuvo bien, porque tus órdenes, Madre mía, como siempre traen el bien".
"Tu obediencia, ¡Hijo!"
"Tus sabias órdenes, Madre..." Se sonríen mutuamente como dos que siempre se aman.
Pero ¿es posible que esta Mujer sea Madre de este Hombre? ¿En dónde están los dieciséis años de diferencia? La frescura y gracia del rostro y cuerpo virginal hacen que María parezca ser hermana de su Hijo, que se halla en la plenitud de su hermosísima virilidad.
"¿No me preguntas porque siempre tus órdenes dan buen resultado?" pregunta Jesús con su eterna sonrisa.
"Sé que mi Jesús nada me oculta".
"¡Querida mamá!" La besa otra vez...
La gente está un poco retirada y hace como si nada observara. Pero apuesto que no hay ningún par de ojos que fingen mirar a otra parte que de soslayo no miren esta dulce escena.
El que más es Yabé, a quien Jesús soltó cuando corrió a abrazar a su Madre y que se quedó solo, porque en la tempestad de preguntas y respuestas nadie pensó en el pobre niño... Mira, sigue mirando, luego baja la cabeza, lucha contra el llanto... pero al final no puede más y rompe en llanto con: "Mamá, Mamá!"
Todos vuelven la cara. Los primeros son Jesús y María. Todos quieren saber qué cosa ha pasado al niño. María de Alfeo acude, y acude Pedro -estaban juntos- y ambos le preguntan: "¿Por qué lloras?"
MARÍA TOMA EN SUS BRAZOS A YABÉ
Pero antes de que su llanto pueda calmarse y pueda hablar, María ha llegado y lo ha tomado en sus brazos diciéndole: "Sí, hijito mío, aquí está Mamá, no llores más... y perdona que no te haya visto antes. Ved, amigos, a mi hijito..." Se entiende que Jesús, cuando se separó unos cuantos metros, debió haberle dicho: "Es un huerfanito que lo tengo conmigo". Lo demás lo intuyó María.
El niño sigue llorando, pero no tan tristemente. Y como María lo tiene en sus brazos y lo besa, termina con sonreír aquella carita bañada en llanto.
"Ven que te voy a secar esas lágrimas. ¡No tienes que llorar más! Dame un beso..."
Yabé no quería más que eso, después de haber recibido las caricias de hombres barbados se complace en besar las tersas mejillas de María.
TUS ÓRDENES ME DIERON ESTOS DOS HIJOS
Jesús ha buscado y visto a Juan de Endor, al que va a encontrar en su rinconcito, entretanto que todos los apóstoles saludan a María. Jesús se acerca, trayendo de la mano a Juan de Endor y le dice; "Mira Madre otro discípulo. Tus órdenes me dieron estos dos hijos".
"Tu obediencia, Hijo" repite María. Luego se dirige a Juan y le dice: "La paz sea contigo".
Este hombre, el hombre rudo de Endor, que tanto ha cambiado desde aquella mañana en que el capricho de Iscariote condujo a Jesús a aquella población, termina por arrojar de sí su pasado, mientras se inclina ante María. Creo que sucedió así, porque al bajar su cara y al levantarla, aparece serena, verdaderamente "llena de paz".
Todos se dirigen a la casa de Simón: María con Yabé en los brazos, Jesús con Juan de Endor a quien tiene de la mano y luego a su alrededor Lázaro y Marta; los apóstoles con Maximino, Isaac, José y Timoteo.
Entran en la casa en cuyos umbrales el viejo siervo de Simón hace reverencia a Jesús y a su dueño.
"La paz sea contigo, José, y en esta casa" dice Jesús levantando su mano para bendecirla, después de que la puso sobre la blanca cabeza del viejo servidor.
Lázaro y Marta, después de los primeros arrebatos de alegría, están un poco tristes. Jesús les pregunta: "¿Por qué, amigos?"
LÁZARO Y MARTA ESTÁN UN POCO TRISTES.
¿POR QUÉ, AMIGOS?
"Porque Tú no estás con nosotros, y porque todos vienen a Ti, menos el alma que quisiésemos fuese tuya".
"Tened paciencia. Esperad y orad. Yo estoy con vosotros. ¡Esta casa!... no es sino el nido de donde el Hijo del Hombre volará diariamente a donde están sus queridos amigos, que están muy cerca si tienen en cuenta la distancia, y sobrenaturalmente, sin comparación alguna, cercanos en el amor. Vosotros estáis en mi corazón y Yo en el vuestro. ¿Puede existir una vecindad mejor? Esta tarde estaremos juntos. Os ruego que os sentéis con nosotros a mi mesa".
"Oh, pobre de mí. Y ¡yo aquí de perezosa! Ven, Salomé. ¡Tenemos que hacer!" El grito que dio María de Alfeo hace reír a todos, mientras la buena parienta de Jesús se levanta presta para ir a su trabajo.
Marta la alcanza: "No te preocupes, María, por la comida. Voy a dar órdenes. Prepara sólo las mesas. Te mandaré alimentos suficientes y cuanto sea necesario. Ven, Marcela. Vuelvo al punto, Maestro".
"Lázaro, vi a José de Arimatea. El lunes viene aquí con amigos suyos".
"¡Oh! Entonces ¡ese día estás conmigo!"
"Sí. Viene a estar con nosotros, pero también para tratar de una ceremonia que tiene que ver con Yabé. Juan: lleva al niño a la terraza. Allí estará contento".
Juan de Zebedeo, siempre obediente, se levanta al punto de su asiento y poco después se oye que charla y que corre sobre la terraza.
"El niño," explica Jesús a su Madre, a los amigos y mujeres, entre las que está Marta que volvió inmediatamente, para no perderse ni un instante del placer de estar cerca del Maestro " es nieto de un campesino de Doras. Pasé por Esdrelón...
"¿Es verdad que los campos son una desolación y que los quiere vender?"
"Están, en verdad, desolados. De que los quiera vender no sé. Un campesino de Yocana me lo indicó. Pero no sé si sea cosa segura".
"Si los vendiese... los compraría gustoso para que tuvieses un refugio aun en medio de ese nido de serpientes".
"No creo que lo lograrías. Yocana está pronto a tomarlos".
"Veremos... Pero sigue contándonos. ¿Qué campesinos son? Dispersó a los de antes por todas partes".
"Sí, los que están vinieron de sus tierras de Judea, al menos el viejo que es abuelo del niño. A este se le tenía en el bosque como a un animal salvaje, para que Doras no lo descubriese... estuvo allí desde el invierno..."
"¡Oh! ¡Pobre niño! pero ¿por qué?" Todas las mujeres están conmovidas.
SUS PADRES QUEDARON SEPULTADOS EN EL
DERRUMBAMIENTO
"Porque sus padres quedaron sepultados en el derrumbamiento que hubo cerca de Emmaús. Todos: padre, madre, hermanitos. El sobrevivió porque no estaba en la casa. Lo llevaron al abuelo. Pero ¿qué podía hacer un campesino de Doras? Tú, Isaac, le hablaste de Mí como de un salvador, aun en este caso".
"¿Hice mal, Señor? pregunta humildemente Isaac.
"Hiciste bien. Dios lo quería. El viejo me dio al niño, que en estos días será mayor de edad".
"¡Oh! ¡Pobrecito! ¿Tan pequeño a los doce? Mi Judas era a su edad casi el doble de tamaño... ¿Y Jesús? ¡Qué flor!" exclama María de Alfeo.
Y Salomé: ¡También mis hijos eran muy fuertes!"
Marta dice en voz baja: "Realmente es muy pequeño. Creía que tuviese unos diez años".
"¡Eh! ¡El hambre es horrible! Y debe haberla padecido desde que vino al mundo. Además... ¿qué cosa podía darle el viejo, si allí mueren todos de hambre?" dice Pedro."Sí, ha sufrido mucho. Pero es muy bueno e inteligente. Lo tengo conmigo para consolar al viejo".
"¿Lo adoptas?" pregunta Lázaro.
"No, no puedo".
"Entonces lo tomo yo".
Pedro ve que sus esperanzas se le van, y con un verdadero grito de angustia dice; "Señor, ¿todo a él?"
Jesús sonríe: "Lázaro, ya has hecho muchas cosas y te lo agradezco. Pero no te puedo confiar este niño. Es "nuestro" niño. De "todos" nosotros. La alegría de los apóstoles y del Maestro. Por otra parte, aquí crecería en medio de la abundancia. Quiero regalarle mi manto real: "la pobreza honrada". La que el Hijo del Hombre quiere para sí, para poder acercarse a todas las grandes miserias sin mortificar a nadie. Hace poco recibiste un regalo mío..."
"Ah, sí. El viejo patriarca y su hija. La mujer es muy diligente y el viejo muy bueno".
"¿Dónde están ahora? Quiero decir: ¿En qué lugar?"
"Acá en Betania. ¿Creías que iba yo a alejar la bendición que me enviaste? La mujer está en el lino. Se necesitan manos suaves y expertas para ese trabajo. El viejo como quiere trabajar, lo puse en las colmenas. Ayer -¿verdad, hermano?- tenía su larga barba toda de oro. Las abejas que estaban formando su enjambre, se le habían amontonado en ella, y él les hablaba como si fueran sus hijas. Está contento".
"¡Lo creo! ¡Que seas bendito!" dice Jesús.
"Gracias, Maestro. Pero ¡ese te costará dinero! A lo menos me permitirás..."
"Yo me preocuparé de su vestido para la fiesta" grita Pedro. Todos se echan a reír por lo inesperado del grito.
"Está bien. Pero tendrá necesidad de otros vestidos. Simón, sé bueno. ¡También yo estoy sin niños! Permite que yo y Marta nos consolemos preocupándonos de los pequeños vestidos que hay que hacerle"
Pedro, ante esta súplica, se conmueve al punto y dice: "Los vestidos... sí... Pero el del miércoles lo compro yo. Me lo ha prometido el Maestro y me dijo que iré mañana con su Madre a comprarlo". Pedro dice esto por temor de algún cambio en su contra.
Jesús sonríe y dice: "Sí, Madre. Te ruego que vayas mañana con Simón. De otro modo este hombre se me muere de ansias. Lo aconsejarás en la compra".
"Ya dije: vestido rojo y faja verde. Se verá muy bien, mejor que con ese color que tiene ahora".
"El rojo lo quedará muy bien. También Jesús iba vestido de rojo. Yo propondría que sobre el vestido rojo hubiese una faja roja, o a lo menos recamada en rojo," dice dulcemente María.
"Yo decía así, porque veo que Judas que es moreno, se ve muy bien con esa faja sobre su vestido rojo".
"Pero estas no son verdes, amigo" dice Iscariote con una sonrisa.
"¿No?...¿de qué color?"
"Este color se llama "vena de ágata" .
"Y ¿cómo quieres que lo sepa yo? Me parecía verde. Lo he visto en las hojas..."
María Santísima con dulzura interviene: "Simón tiene razón. Es el color exacto con que se revisten las hojas en las primeras aguas de Tisri..."
"Y como las hojas son verdes, yo decía que eran verdes tus fajas" concluye contento Pedro. María ha puesto paz y ha dado alegría aun en esta cosa pequeña.
"Llamad al niño," dice María. Y el niño acude al punto con Juan.
"¿Cómo te llamas?" le pregunta María acariciándolo.
MARÍA DA A YABÉ EL NOMBRE DE MARZYAM
"Me llamo... me llamaba Yabé; pero ahora estoy esperando el nombre..."
"¿Lo estás esperando?"
"Sí, Yabé quiere un nombre que quiera decir que Yo lo salvé. Lo buscarás, Madre. Un nombre que entrañe amor y salvación".
María piensa... luego dice: "Marzyiam. Eres la pequeña gota en el mar de los que salva Jesús. ¿Te gusta? Así me recuerda y recuerda a la Salvación".
"Es muy hermoso" dice contento el niño.
"Pero ¿no es un nombre de mujer?" pregunta Bartolomé.
"En lugar de la "m" final, cuando llegue a ser adulto este pedazo de hombre, se le puede poner "l" y así el nombre será de varón. Por ahora llevará el nombre que le dio mi Madre. ¿No es verdad?"
El niño asiente y María lo acaricia.
Su cuñada le advierte: "Esta es una lana buena" y toca el manto de Yabé. "Pero ¡tiene un color! ¿Qué te parece? la teñiría de rojo oscuro. Quedará mejor".
"Lo haremos mañana por la tarde. Porque mañana tendrá su nuevo vestido. Ahora no podemos desteñirla".
Dice Marta: "¿Vendrías conmigo, niño? Te voy a llevar aquí cerca para que veas muchas cosas, y luego regresaremos..."
Yabé no se opone. Nunca dice que no... pero parece como si tuviera un poco de miedo de ir con una mujer que no conoce bien. Tímida, pero comedidamente dice: "¿Podría venir conmigo Juan?"
"¡Claro que sí!..."
Se van. Durante su ausencia las conversaciones siguen entre los diversos grupos. Narraciones, comentarios, suspiros por la dureza humana. Isaac cuenta lo que ha podido saber acerca del Bautista. Algunos dice que está en Maqueronte, otros que en Tiberíades.
Los discípulos todavía no han regresado...
"Pero ¿no lo siguieron?"
"Sí. Pero cerca de Doco los aprehensores atravesaron el río con el prisionero, y no se sabe si después volvieron a pasar el lago o bajaron a Maqueronte. Juan, Matías y Simeón se fueron en pos de él, y ciertamente que no lo abandonarán".
"Y tú, Isaac, tampoco me abandonarás este nuevo discípulo. Por ahora está conmigo. Quiero que celebre la Pascua conmigo".
"Yo la celebraré en Jerusalén, en casa de Juana. Me vio y me ofreció una habitación para mí y los compañeros. Vienen todos este año. Estaremos con Jonatás".
"¿También los del Líbano?"
"También. Tal vez no podrán venir los discípulos de Juan".
"¿Sabes? Vienen los de Yocana".
"¿De veras? Estaré cerca de la puerta, junto a los sacerdotes que inmolan. Los veré y los llevaré conmigo".
"Espéralos para la última hora, no tiene más que un tiempo limitado, pero traen su cordero".
"Yo también tengo uno magnífico. Me lo dio Lázaro. Inmolaremos este, y el suyo les servirá para su regreso".
Regresan Marta y Juan con el niño que viene vestido de lino blanco con una bata roja. En el brazo trae un manto también rojo.
"¿Lo reconoces, Lázaro? ¿Ves que todo sirve?"
Los dos hermanos ríen.
Jesús dice: "Te lo agradezco, Marta".
"Oh, ¡Señor mío! Tengo la manía de guardar todo. Lo heredé de mi Madre. Tengo todavía muchos vestidos de mi hermano, los que aprecio mucho porque los tocó mi madre. De cuando en cuando les quito una punta para algún niño. Se los daré a Marziam. Están un poco largos, pero se les puede hacer un dobladillo. Cuando Lázaro fue declarado mayor, no los quiso más... Capricho de niño... y ganó porque mi madre adoraba a su Lázaro".
La hermana lo acaricia con amor y Lázaro le toma su bellísima mano, se la besa y dice: "Y ¿tú no?," se sonríen entre sí.
"Es una providencia esa". Hacen notar varios.
"Sí. Mi capricho ha hecho un bien. Se me perdonará por esta razón".
La cena está pronta y cada uno va a su lugar...
JESÚS Y MARÍA DIALOGAN ENTRE SÍ
...Ya es de noche cuando Jesús puede hablar tranquilamente con su Madre. Han subido a la terraza y están sentados uno cerca del otro, mano con mano. Hablan, escuchan. Jesús primero le cuenta lo que ha sucedido. Luego es el turno de María que dice: "Hijo, después de tu partida, inmediatamente después, vino a la casa una mujer... Te buscaba. Una gran miseria y una gran redención. Esta persona tiene necesidad de que la perdones para que sea tenaz en su resolución. La confié a Susana diciéndole que era una que habías curado. Es verdad. La habría podido tener conmigo si nuestra casa no fuese ya un mar, donde todos navegan... y muchos con malas intenciones. La mujer siente ya el desprecio por el mundo ¿Quieres saber quién es?"
ROMANA, DANZARINA Y PECADORA
¡QUÉ HORRIBLE ES EL MUNDO!
QUERÍAN UTILIZAR A ESTA INFELIZ
PARA HACERTE DAÑO
"Es un alma. Pero dime su nombre para que pueda admitirlo sin equivocarme".
"Es Aglae, romana, danzarina y pecadora a la que empezaste a salvar en Hebrón, que te ha buscado y encontrado en Aguas Claras. La que ha sufrido por tratar nuevamente por ser honesta. ¡Ha sufrido mucho. ¡Ha sufrido mucho!... Me lo dijo todo...¡qué horror!..."
"¿Su pecado?"
"Esto y... añadiría yo: ¡qué horrible es el mundo! ¡Oh, Hijo mío! ¿Desconfía de los fariseos de Cafarnaum! Querían utilizar a esta infeliz para hacerte daño. Aun de esta..."
"Lo sé, Madre... ¿Dónde está Aglae?"
"Llegará con Susana antes de la Pascua".
¡CÓMO ERES DIOS, JESÚS MÍO,
CUANDO REALIZAS ESTOS MILAGROS!
"Está bien. Le hablaré. Todas las tardes estaré aquí. Menos la de la Pascua que dedicaré a la familia. La esperaré. No tienes más que decirle que espere, si viene. Es una gran redención como dijiste. Y ¡tan espontánea! Te digo en verdad que en pocos corazones mi semilla ha echado tan profundas raíces como en este terreno pobre. Andrés la ayudó a crecer hasta que se hizo grande".
"Me lo dijo".
"Madre, ¿qué has experimentado al acercarte a esa pobre alma?"
"Asco y alegría. Me parecía estar cerca del borde de un abismo de infierno, pero al mismo tiempo, sentía transportarme a la región azul ¡Cómo eres Dios, Jesús mío, cuando realizas estos milagros!"
Se quedan callados bajo las brillantísimas estrellas y envueltos en el claror de la luna que pronto estará llena. Madre e Hijo, dos corazones que se aman.
III. 343-352
A. M. D. G.