EN LA LLANURA DE ASCALÓN
#JESÚS DA ÁNIMOS A LOS DISCÍPULOS QUE POR EL CALOR están cansados
#CALLA, SIMÓN. Lo humano da gritos aun en los buenos
Una llanura sobre la que el sol cae, que caldea el trigo maduro y saca de él un olor que recuerda el del pan hecho. Olor del sol, de la ropa lavada, de las mieses, el olor del verano.
Jesús, pues, va por medio de las mieses. El día es caluroso. El lugar desierto. No se ve hombre alguno por los campos. Tan solo espigas maduras y árboles aquí y allá. Sol, espigas, pájaros, cuijes, mechones verdes y firmes en el aire tranquilo. Esto es lo que hay alrededor de Jesús. En los dos extremos del camino que lleva a Jesús, cinta de polvo y mágica, con su ondear de trigo, en una de ellas hay un poblado, en la otra una hacienda. Ninguna otra cosa.
Todos avanzan en silencio, llenos de calor. Se han quitado los mantos pero no hay duda que sufren con sus vestidos de lana, aunque sea ligera. Solo Jesús, sus dos primos y Judas Iscariote llevan vestidos de lino o cáñamo. Los vestidos de Jesús y de Iscariote son de lino blanco, los de los otros dos, debido a su tejido compacto, me parece que son más pesados y por su color de marfil, me hace pensar que están hechos de cáñamo no blanqueado. Los otros van vestidos como de costumbre y se van secando el sudor con el lino que les sirve de turbante.
Llegan a un grupo de árboles que hay en un cruce de caminos. Se detienen a la sombra amiga, y beben de sus botijas.
"Está caliente como si se le hubiese quitado del fuego" refunfuña Pedro.
"¡Hubiese por lo menos un arroyuelo! Pero ¡nada, nada!" suspira Bartolomé." Dentro de poco no tendré más."
"Casi estoy por afirmar que es mejor la montaña" se queja Santiago de Zebedeo muerto de calor.
"Mejor que todo es la barca, tranquila, limpia, ¡ah!" El corazón de Pedro va a su lago y a su barca.
JESÚS DA ÁNIMOS A LOS DISCÍPULOS QUE POR EL CALOR
ESTÁN CANSADOS
"Todos tenéis razón. Pero los pecadores están en la montaña como en la llanura. Si no nos hubiesen arrojado de "Aguas Claras" y perseguido hasta donde pudieron, habría venido aquí entre Tebet y Scebat. Pero dentro de poco estaremos a los largo del mar abierto" dice Jesús para dar ánimo a los suyos.
"¡Eh! que si hace falta. Aquí parece que somos pescados agonizantes. Pero... ¿cómo logran estar tan hermosas las espigas de trigo sin agua?" pregunta Pedro.
"Hay aguas subterráneas. Mantienen el suelo húmedo" explica Jesús.
"Era mejor que estuviesen arriba que abajo. ¿De qué me sirve que estén debajo? ¡Yo no soy raíz!" dice Pedro con su humor impetuoso, mientras los otros se echan a reír.
Y cuando pasan las risas, Judas Tadeo con seriedad dice: "Es egoísta el suelo como son los corazones, y es igualmente seco. Si nos hubiesen dejado quedarnos en aquel poblado y pasar el sábado así, hubiese habido sombra, agua, reposo. Pero nos arrojaron..."
"Hubiéramos tenido también comida. Pero ni siquiera eso. Tengo hambre. So hubiese frutas. Estas si las hay, están cerca de las casas. Y ¿quién va? Si estos también tienen iguales ideas que los de allá..." dice Tomás, señalando el poblado que dejaron a sus espaldas, en dirección al oriente.
"Toma mi comida. No tengo mucha hambre" dice Zelote.
"Tomad también la mía" dice Jesús "quien sienta tener más hambre, que coma."
Puestos juntos los alimentos de Jesús, de Zelote y de Natanael, se ve que son tan pocos. Lo están diciendo los ojos espantados de Tomás y de los jóvenes, Pero se callan mordisqueando las microscópicas partes.
Zelote, paciente, va a un lugar en donde hay un montón verde en este suelo ardiente y que hace pensar que haya lago húmedo. En realidad hay un hilito de agua en el fondo de un arenal, un hilo que pronto desaparecerá. Da un grito a sus compañeros para que vengan. Vienen todos, corriendo, siguiendo la sombra de una hilera de plantas puestas a lo largo del riachuelo semiseco, y allí pueden refrescar sus pies polvorientos, lavarse la cara sudada, y ante todo llenar sus botijas vacías y luego dejarlas allí, donde hay sombra, para que se conserven frescas. Se sientan al pie de un árbol, donde hay sombra y cansados se echan a dormir.
Jesús los mira con amor y compasión. Mueve la cabeza. Zelote que había ido a beber otra vez, lo descubre y le pregunta: "Qué te pasa Maestro?"
Jesús se levanta, se va con Zelote a quien pone un brazo sobre su espalda. Lo lleva a otro árbol y le dice: "¿Que qué tengo? Me aflijo por vuestro cansancio. Si no supiese lo que estoy haciendo de vosotros, no me permitiría jamás causaros tantas molestias."
"¿Molestias? No, ¡Maestro! Es nuestra alegría. Todo desaparece al venir contigo. Todos somos felices, créelo. Ninguno se lamenta, ni..."
LO HUMANO DA GRITOS AUN EN LOS BUENOS
"Calla, Simón. Lo humano da gritos aun en los buenos. Y humanamente hablando no os equivocáis al gritar. Os he arrancado de vuestras casas, familias, intereses y vinisteis pensando que significaría otra cosa el seguirme. Vuestro grito de ahora, vuestro interno grito, un día se calmará, y entonces entenderéis que fue una cosa hermosa haber venido entre neblinas y fango, entre polvo y canículas, perseguidos, sedientos, cansados, hambrientos, detrás del Maestro perseguido, odiado, calumniado... y más, y más todavía falta. Entonces todo os parecerá hermoso, porque vuestro pensamiento será diverso, y todo lo veréis bajo otra luz. Y me bendeciréis por haberos conducido por mis caminos difíciles..."
"Estás triste, Maestro. El mundo justifica tu tristeza; pero no, nosotros. Todos estamos contentos..."
"¿Todos? ¿Estás seguro?"
"¿Piensas Tú de otro modo?"
"Sí, Simón. De otro modo. Tú siempre estás contento. Tú has entendido. Otros muchos no. ¿Ves a esos que están durmiendo? ¿Puedes imaginarte cuántos pensamientos revuelven aún en el sueño? Y ¿todos los que están entre los discípulos? ¿Crees que serán felices hasta que todo se cumpla?
JESÚS PONE EL EJEMPLO DE LOS DIENTES DE LEÓN PARA
EXPLICAR A SIMÓN ZELOTE COMO SERÁN SUS DISCÍPULOS EN
EL FUTURO.
Mira: juguemos a esto que ciertamente tú hiciste cuando eras pequeño (y Jesús toma un Diente de León ya florecido que sale de las hierbas. Lo lleva con cuidado a la boca. Sopla y el Diente de León se disuelve en minúsculos paraguas que se van por el aire, vagando con su flequito en alto y derecho). ¿Ves? Mira... ¿Cuántos han vuelto a caer sobre mis piernas como si las hubiesen buscado? Cuéntalos... veintitrés. Por lo menos eran tres veces más. Y ¿los otros? Mira: Algunos todavía siguen vagando, otros han caído. Quien orgulloso sube, soberbio con su penacho de plata, quién cae en el lodo que hemos hecho con nuestras botijas. Sólo... mira, mira... Aún de los veintitrés que habían caído sobre mis piernas, siete han volado. ¡Fue suficiente el batir de alas de aquel abejón, para haberlos hecho volar!... ¿De qué tenían miedo? ¿O quién los sedujo? Tal vez tenían miedo del aguijón o tal vez fueron seducidos por los colores negros y amarillos, de la forma encantadora, de las alas iridiscentes... se fueron... detrás de una hermosura mentirosa...
Simón, así serán mis discípulos. Algunos por inquietud, otros por inconstancia, quién por torpeza, quién por orgullo, este por ligereza, aquel por apetito de fango; el de aquí por miedo, el de más allá por simplicidad se irá. ¿Crees tú que todos los que ahora me dicen: "Voy contigo" los encontraré a mi lado en la hora decisiva de mi misión? Eran más de setenta ls penachitos del Diente de León que el Padre me creó... y ahora sobre mis piernas han quedado siete, porque los demás se fueron en medio de esa onda de viento en qué luchas os encontráis por serme fieles... Ven, Simón. Vamos a ver aquellas libélulas que forman sus danzas sobre el agua. A no ser que quieras descansar."
ZELOTE PREGUNTA A JESÚS POR JUDAS Y LE RESPONDE
HACIÉNDOLE MEDITAR POR LA MANERA DE OBRAR DE LAS
LIBÉLULAS Y DE LAS RANAS.
"No, Maestro. Tus palabras me han llenado de tristeza. Yo espero que el leproso curado, el hombre perseguido a quien Tú rehabilitaste, el solitario a quien diste compañía, el nostálgico de afectos al que abriste el cielo y el mundo para que encontrase amor y lo diese, no te abandonará, Maestro... ¿qué piensas de Judas? El año pasado lloraste conmigo por su causa. Después... no sé... Maestro deja esas dos libélulas, mírame, escúchame. A ti, sí, pero no diría ni a mis compañeros, ni a mis amigos, ni a nadie esto. No logro amar a Judas. Te lo confieso. Él es quien rechaza mi deseo de amarlo. No quiero decir que me desprecie, no, antes bien, es más cortés con el viejo Zelote, que le adivina más fácilmente pues conoce a los hombres mejor que los demás. Sino es que su modo de obrar. ¿Te parece sincero? ¡Dímelo!"
Jesús guarda silencio por un momento como fascinado de las dos libélulas que posadas sobre la superficie del agua forman un pequeño arco iris con sus élitros iridiscentes, un bonito arco iris que sirve para atraer a un curioso mosquito que cae muerto al contacto de la élitro de una libélula, a la que atrapa en vuelo un sapo o rana, y junto con el mosquito que cae con ella se lo atraganta. Jesús se mueve y se incorpora, porque casi se había tendido en tierra para ver los pequeños dramas de la naturaleza y dice: "Así es. La libélula tiene sus robustas mandíbulas para alimentarse de hierbas y sus robustas alas para matar los mosquitos; y la rana tiene una garganta ancha para tragar libélulas. Cada uno tiene su modo de ser y lo emplea. Vamos, Simón. Los otros ya se despiertan."
"No me has respondido, Señor. ¿No quieres hacerlo?"
"¡Te he dado la respuesta! Viejo sapiente mío, medita y darás con ella..."
Jesús vuelve a subir por el arenal y va a donde están los discípulos que se han despertado y lo están buscando.
IV. 482-486
A. M. D. G.