DOS CIEGOS Y UN ENDEMONIADO SON
CURADOS
#LOS FARISEOS SE METEN CON MATEO
#LOS NIÑOS SE APILAN ALREDEDOR DE JESÚS
#JESÚS HABLA CON EL FARISEO SIMÓN. Le invita a comer en casa
#JESÚS ADMIRA LA BELLEZA DEL LUGAR A ESA HORA
#JESÚS CURA A UN MUDO ENDEMONIADO
Después Jesús baja a la cocina y al ver que Juan está por irse a la fuente, más bien que quedarse en la cocina caliente y llena de humo prefiere irse con él, y dejar a Pedro ocupado con los pescados que trajeron los trabajadores de Zebedeo para la cena del Maestro y de los apóstoles.
No van al manantial que se encuentra en la periferia de la ciudad, sino a la fuente que está en la plaza, y cuya agua viene desde allá, de donde nace cerca de las faldas del monte que está junto al lago. En la plaza está la acostumbrada multitud de gente que se ve en las ciudades palestinenses al atardecer. Mujeres con cántaros, niños que juegan, hombres que tratan de negocios o de ... chismes del lugar. Pasan también fariseos rodeados de siervos o amigos, que regresan a sus ricos hogares. Todos guardan silencio y les muestran respeto cuando pasan, tan sólo después, no hacen más que maldecirlos de corazón y referir sus últimos abusos y usuras.
LOS FARISEOS SE METEN CON MATEO
Mateo, en un ángulo de la plaza, habla a sus antiguos amigos, lo que es causa de que el fariseo Urías con desprecio y alta voz diga: "¡Las famosas conversiones! El afecto al pecado se queda y se ve por las amistades que perduran. ¡Ah! ¡Ah!."
Al que Mateo se dirige un poco resentido: "Perduran para convertirlos."
"No hay necesidad. Basta tu Maestro. Tú quédate lejos, que no te vuelvas a enfermar, si en verdad has sido curado completamente."
Mateo cambia de colores por no poderle decir unas cuantas. Se limita a: "No tengas miedo y no lo esperes."
"¿Qué cosa?"
"No tengas miedo de que yo vuelva a ser Leví, el publicano, y no esperes que te imite en perder estas almas. Dejo a ti y a tus amigos la separación y el desprecio. Imito a mi Maestro y me acerco a los pecadores para llevarlos a la gracia."
Urías trata de contestarle, pero llega otro fariseo, el viejo Elí y le dice: "No manches tu pureza y no te ensucies tu boca, amigo. Vente conmigo" y toma del brazo a Urías llevándoselo a su casa.
LOS NIÑOS SE APILAN ALREDEDOR DE JESÚS
Entre tanto la multitud, sobre todo los niños, se han agrupado en torno a Jesús. Entre ellos están los dos hermanitos Juana y Tobías, los que hace tiempo se pelearon por unos higos, y dicen a Jesús, levantando sus bracitos para llamar su atención: "Oye, oye. También hoy hemos sido buenos ¿sabes? no lloramos para nada. No nos hemos ofendido por amor tuyo. ¿Nos das un beso?"
"Sed buenos, pues, y por amor mío. Qué alegría me dais. Os voy a dar un beso, y mañana sed mejores todavía."
Está Santiago, el pequeño, que llevaba cada sábado la bolsa de Mateo a Jesús. Dice: "Leví no me da más para los pobres del Señor, pero yo he ahorrado todo lo que me dan cuando me porto bien, y ahora te lo doy. ¿Se lo das a los pobres por mi abuelo?"
"Claro. ¿Qué cosa tiene tu abuelo?"
"Ya no camina. Es muy viejo y las piernas no le aguantan más."
"¿Esto te desagrada?"
"Sí, porque era mi maestro cuando iba uno por la campiña. Me decía tantas cosas. Me hacía amar al Señor. Todavía ahora me habla de Jacob, y me hace contemplar las estrellas del cielo, pero desde su silla... Antes era más bonito."
"Mañana iré a casa de tu abuelo. ¿Estás contento?"
Santiago es reemplazado por Benjamín, no el de Mágdala, sino por el de Cafarnaum, el que vi hace tiempo. Al llegar a la plaza junto con su madre y al ver a Jesús se suelta de la mamá y se deja ir entre la pequeña multitud con un grito que parece el silbido de las golondrinas y al llegar ante Jesús lo abraza en las rodillas, diciéndole: "También a mí, también a mí una caricia."
Pasa en esos momentos Simón el fariseo y hace una pomposa inclinación a Jesús quien lo saluda también. El fariseo se detiene y mientras la gente se hace a un lado por temor a él, dice: "Y a mí ¿no me darías una caricia?" Una leve sonrisa se dibuja en su rostro.
JESÚS HABLA CON EL FARISEO SIMÓN
LE INVITA A COMER EN SU CASA
"La doy a todos los que me la piden. Me congratulo contigo, Simón, por tu óptima salud. Me dijeron en Jerusalén que habías estado un poco enfermo."
"Sí, muy enfermo. Cómo pensé en Ti para que me curases."
"¿Creías que lo podía Yo hacer?"
"Ni un momento lo dudé. Pero tuve que curarme por mí mismo, porque estabas muy lejos. ¿Dónde estuviste?"
"Por los confines de Israel. Y de este modo estuve ocupado entre los días de Pascua y Pentecostés."
"¿Buenos resultados? He oído hablar de los leprosos de Innón y de Siloán. Grandioso. ¿Sólo eso? Ciertamente, no. Eso se sabe por el sacerdote Juan. Quien no tiene prevenciones, cree en Ti y es bienaventurado."
"Y quien no cree porque tiene prevenciones, ¿qué cosa es de él, sabio Simón?"
El fariseo se turba un poco... Se encuentra entre el deseo de no condenar a sus muchos amigos que tienen prejuicios contra Jesús, y la de merecer elogios de parte de Él. Vence este último prejuicio y dice: "Quien no quiere creer en Ti, a pesar de las pruebas que das, está condenando."
"Yo quisiera que nadie lo fuese..."
"Tú, sí. No te medimos con la misma bondad que usas con nosotros. Muchos no te merecemos... Jesús, querría invitarte a mí casa mañana..."
"Mañana no puedo. Dentro de dos días, ¿qué te parece?"
"Muy bien. Tendré... amigos... y les tendrás paciencia..."
"Sí, sí. Iré con Juan."
"¿Sólo él?"
"Los otros tienen diversas misiones. Míralos que regresan ahora de la campiña. La paz sea contigo, Simón."
"Dios sea contigo, Jesús."
El fariseo se va y Jesús se reúne con los apóstoles.
Vuelven a casa para la cena. Mientras están comiendo su pescado frito, llegan los ciegos que ya habían implorado a Jesús por el camino. Repiten su frase: "Jesús, Hijo de David, ¡Ten piedad de nosotros!"
"¡Idos! Os dijo: "Mañana" y mañana será. Dejadlo comer" les grita Simón Pedro.
"No, Simón. No los arrojes. Tanta constancia merece un premio. Venid acá vosotros" dice a los dos ciegos, que entran tanteando con el bastón suelo y paredes. "¿Creéis que pueda hacer que veáis?"
"¿Oh, sí, Señor! Vinimos porque estamos seguros de ello."
Jesús se levanta de la mesa, se acerca más, pone sus yemas sobre los párpados, levanta su rostro, ora y dice: "Que se haga según la fe que tenéis." Quita las manos y los párpados que antes no se movían ahora se mueven, porque la luz hiere de nuevo las pupilas renacidas en uno, y se abren las del otro, y donde hubo antes una cicatriz natural debido a alguna úlcera mal curada, he aquí que se rehace el borde de los párpados, sin dejar huella alguna, y se levanta y baja.
Los dos caen de rodillas.
"Levantaos e idos. Y tened cuidado de que nadie sepa lo que os he hecho. Llevad a vuestras ciudades, a parientes y a amigos la nueva de la gracia recibida. Aquí no es necesario y no es útil para vuestras almas. Conservadlas inmunes en la fe, así como ahora sabéis qué significa tener ojos, y procuraréis evitar toda lesión en ellos para no volver a ser ciegos."
La cena ha terminado. Sube a la terraza donde se respira un poco de fresco. La luna en su cuarto creciente lava la cara del lago. Jesús se sienta en el borde de la pared y se pierde contemplando ese lago que la luna pinta de color plateado. Los demás hablan en voz baja para no distraerle.
JESÚS ADMIRA LA BELLEZA DEL LUGAR A ESA HORA
Pero lo miran, como atraídos por algo misterioso. En realidad, ¡Qué bello es! La luna le transmite sus mejores adornos sobre su rostro sereno pero tranquilo, y así permite estudiar hasta sus mínimos rasgos. Su cabeza está ligeramente apoyada sobre el tosco tronco de la parra que parte de allí para extenderse por la terraza. Sus grandes ojos, de color azul, parecen tomar en la noche el color del ónix, y sobre todas las cosas arrojan ondas de paz. De vez en cuando se dirigen al cielo sereno, tapizado de estrellas, algunas de las cuales están acariciando las colinas, otras parece como si se sonrieran con alguien. Los cabellos de Jesús al soplo del viento ondean pausadamente. Una pierna no toca el suelo y se balancea, la otra lo toca, y así está sentado con las manos sobre las rodillas. Su blanco vestido parece como si hiciese resaltar su color níveo, como si se pintase de plata al beso de la luna. Sus manos largas de color marfil son varonilmente bellas y bien formadas. Igualmente su rostro, con su frente despejada, nariz recta, sutil óvalo de las mejillas, que la rubia barba larga, esta noche de luna, parece teñirse de color marfil viejo, y no tiene el rosado que durante el día suele tener.
"¿Estás cansado, Maestro?" pregunta Pedro.
"No."
"Me parece que estás pálido y pensativo..."
"Pensaba en... pero no creo que esté más pálido de lo acostumbrado. Venid aquí... La luz de la luna también a vosotros os tiñe de palidez. Mañana iréis a Corozaim. Tal vez encontraréis algunos discípulos. Habladles, y procurad estar mañana por la tarde aquí. Predicaré cerca del arroyo."
"¡Qué felicidad! Lo comunicaremos a los de Corozaim. Hoy, al regreso, encontramos a Marta y a Marcela. ¿Estuvieron aquí?" pregunta Andrés.
"Sí"
"En Mágdala todos hablan de que María ya no sale, que no da más fiestas. Nos quedamos en la casa de la mujer de la otra vez. Benjamín me dijo que cuando tiene ganas de portarse mal, piensa en Ti y..."
"Y en mí, dilo, Santiago" dice Iscariote.
"No lo dijo."
"Pero lo sobreentendió al decir: "No quiero ser bello y malo" y me miró de soslayo. No me puede pasar..."
"Antipatías sin motivo alguno, Judas. No pienses en ello" dice Jesús.
"Sí, Maestro. Pero me molesta que..."
JESÚS CURA A UN MUDO ENDEMONIADO
"¿Está el Maestro?" se oye una voz fuerte que viene de la calle.
"Está. Pero primero decid qué queréis. ¿No os basta el día por largo que sea? ¿Es esta la hora de molestar a los pobres peregrinos? Volved mañana" tajante dice Pedro.
"Sucede que tenemos con nosotros a un mudo endemoniado. Por el camino se nos escapó tres veces. Si no hubiera sido por esto hubiéramos llegado antes. Tened paciencia. Cuando la luna está más arriba, comenzará a aullar muy fuerte y meterá el espanto en toda la población. Ved cómo empieza ya a agitarse."
Jesús atraviesa la terraza y se asoma por la barda. Los apóstoles lo imitan. Cabezas que parecen formar un collar miran para abajo, mientras otro collar se levanta para arriba.
En medio, con sacudidas y bufidos de oso o de lobo encadenado, hay un hombre a quien han amarrado fuertemente por los puños para que no escape. Bufa horriblemente como si buscase algo en el suelo. Cuando levanta sus ojos y se encuentra con la mirada de Jesús prorrumpe en aullidos de fiera, que no tiene nada de humano, un verdadero aullido, y trata de escapar.
La multitud, esto es, casi todos los adultos de Cafarnaum, se aleja llena de espanto. "Ven por caridad. Le vuelve el ataque como antes..."
"Voy al punto."
Jesús baja. Mira al desgraciado hombre que más que nunca se retuerce.
"Sal de él. Te lo mando."
El aullido termina en una palabra: "¡Paz!"
"Sí, paz. ¡Ten paz ahora que has sido libertado!"
La multitud grita de admiración al ver el instantáneo paso de la furia a la tranquilidad, de la posesión diabólica a la liberación, del mutismo a poder hablar.
"¿Cómo supiste que estaba aquí?"
"Nos dijeron en Nazaret: "está en Cafarnaum". En Cafarnaum nos lo confirmaron dos a quienes curaste de sus ojos en esta casa."
"¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡También a nosotros nos lo contaron!" gritan muchos. Y el comentario de ellos: "¡Jamás se vieron cosas semejantes en Israel!."
"Si Beelzebú no le ayudase, nada podrá hacer" añaden los fariseos de Cafarnaum. Entre ellos no está Simón.
"Con su ayuda o sin su ayuda yo estoy curado, y también los ciegos. ¡Jamás vosotros lo haréis pese a vuestras prolongadas oraciones!" objeta el que había estado mudo. Besa el vestido de Jesús, y éste no responde a los fariseos, sino se limita a despedir a la multitud con su: "La paz sea con vosotros." Al hombre curado le dice que se quede en la casa, para que descanse y que al día siguiente al amanecer se vaya.
IV. 572-577
A. M. D. G.