A LOS DISCÍPULOS DE SICAMINÓN
LA FE
#María Magdalena está decidida a seguir a Jesús
#Indican a Jesús que hay un niño enfermo
#Entregan a María púrpura y otras cosas para que adorne los vestidos de Jesús
La gente de Sicaminón, atraída por la curiosidad de ver, ha rodeado durante todo el día el lugar de los discípulos esperando que regrese el Maestro. Las discípulas, por su parte, no han perdido el tiempo. Lavaron los vestidos polvorientos y sudados, y sobre la playa se ve una alegre exposición de ropa que se seca al viento y al sol. Ahora que la tarde va declinando y con ella comienza a sentirse lo salado de la humedad, se apresuran a recogerlos antes de que se humedezcan, a sacudirlos, y estirarlo en todas direcciones antes de doblarlos, para que se vean bien cuando se los pongan.
"Llevemos pronto sus vestidos a María" dice María de Alfeo. Y luego añade: "Que si ha estado mal en aquella habitación sin aire ayer y hoy..."
Con estas palabras comprendo que la ausencia de Jesús duró más de un día, y que María de Mágdala, que tiene un solo vestido, debió esconderse hasta que su ropa, que es prestada, no se seque del todo.
Susana responde: "¡Buena suerte es que jamás se queja! ¡No pensaba que fuese tan buena!"
"Tan humilde, dirías, y modesta. ¡Pobre hija! Era exactamente el diablo que la atormentaba. ¡Ahora que mi Jesús la libertó, ha vuelto a ser la antigua niña!"
Y charlando entre sí, llevan a casa los vestidos lavados.
Entre tanto, en la cocina María se da prisa en preparar los alimentos, y la Virgen lava las verduras en una concha de bronce, y las pone a hervir para la cena.
"Mira. Todas se secaron y están limpias y dobladas. Que si les hacía falta. ¡Ve a donde está Magdalena y dale sus vestidos!" dice Susana al dárselos a Marta.
Las hermanas poco después regresan juntas: "Muchas gracias. El sacrificio más duro que estaba haciendo era en no cambiarme vestidos durante varios días" dice Magdalena sonriendo. "Ahora me siento toda fresca."
"Ve a sentarte allá fuera. Está soplando un poco de aire. Te ha de hacer falta después de haber estado tanto tiempo encerrada" le dice Marta que, siendo menos alta que su hermana y menos bella, se puso un vestido de Susana o de María de Alfeo, mientras lavaron el suyo.
"Esta vez así nos pasó, pero para las siguientes, nos haremos una pequeña alforja, como las demás, y no tendremos ninguna molestia" dice Magdalena.
MAGDALENA ESTÁ DECIDIDA A SEGUIR A JESÚS
"¿Cómo? ¿Piensas también seguirlo como nosotras?"
"Claro. A menos que Él no me de órdenes contrarias. Voy a la playa a sentarme y a ver si ya regresan. Esta tarde regresarán ¿no?"
"Así lo espero" responde la Virgen. "Estoy preocupada porque fue a Fenicia. Pero me consuelo al pensar que está con los apóstoles y en que tal vez los fenicios serán mejores que otros tantos. Quisiera que regresase también por la gente que espera. Cuando fui a la fuente, una mujer que es madre me detuvo y me preguntó: "¿Estás con el Maestro galileo, al que llaman el Mesías? Ven, pues, y mira a mi niño. Hace un año que la fiebre lo está matando". Entré en una pequeña choza. ¡Pobre criatura! Parece una florecita que se marchita. Se lo dirá a Jesús."
"Hay otros también que esperan ser curados. Más curaciones que enseñanza" dice Marta.
"El hombre difícilmente es todo espiritual. Siente con más fuerza los gritos de la carne y sus necesidades" responde la Virgen.
"Muchos después del milagro nacen a la vida del espíritu."
"Sí, Marta. Y también por esto mi Hijo hace tantos milagros.
Por su bondad hacia el hombre, pero también por atraerlo, con este medio a su camino, que de otro modo muchos no lo seguirían."
Juan de Endor que no fue con Jesús regresa a casa, y con él muchos discípulos que van a sus chozas donde viven. Casi al mismo tiempo regresa Magdalena diciendo: "Están llegando. Vienen las cinco barcas que partieron ayer. Las reconocí al punto."
"Estarán cansados y muertos de sed. Voy a traer más agua. La de la fuente es muy fresca" y María de Alfeo sale con los cántaros.
"Vamos al encuentro de Jesús. Venid" dice la Virgen, y sale con Magdalena y Juan de Endor, porque Marta y Susana se quedan junto a lo braseros, y en dar la última mano a la cena.
Costeando la playa se acercan a un dique donde hay otras barcas pescadoras que han regresado y están allí. Desde la punta del dique se ve bien todo el golfo y la ciudad cuyo nombre tiene. Se ven también las cinco barcas que rápidas se deslizan, un poco inclinadas por la velocidad, con la vela al viento sur, que les ayuda y que refresca a los remadores cansados del calor.
"Mira cómo Simón y los otros reman tan hábilmente. Siguen la barca piloto a maravilla. Mira que ya pasaron el rompiente; ahora se entran un poco en mar abierto para dar vuelta a la corriente que es fuerte en aquel lugar. Mira... Ahora todo ha salido bien. Dentro de poco estarán aquí" dice Juan de Endor. De hecho las barcas se acercan cada vez más y sus pasajeros se divisan claramente.
Jesús viene en la primera barca con Isaac. Está de pie. Su estatura se ve grande, mientras la vela no le oculta, al inclinarse, por algún minuto. Como la barca, virando, pasa con la proa de lado para entrar dentro del dique, todos pasan junto a las mujeres que están encima. Jesús con su sonrisa les saluda. Ellas se apresuran a caminar ligeras para llegar al punto en que desembarquen.
"Dios te bendiga, Hijo mío" dice la Virgen saludando a Jesús que pone su pie sobre el banco.
"Dios te bendiga, Mamá. ¿Estuviste preocupada? En Sidón no estuvo a quien buscábamos. Fuimos hasta Tiro. Ahí lo encontramos. Ven, Ermasteo... Mira, Juan. Este joven quiere aprender. Te lo confío."
"No permitiré que pierda sus ilusiones en aprender tus palabras. ¡Gracias, Maestro! Hay muchos que te están esperando" responde Juan de Endor.
"También hay un pobre niño enfermo, Hijo mío, y su mamá te quiere ver."
INDICAN A JESÚS QUE HAY UN NIÑO ENFERMO
"Voy al punto."
"Sé quien es. Maestro. Te acompaño. Ven tú también Ermasteo. Empieza a conocer la bondad infinita de nuestro Señor" dice el hombre de Endor.
Bajan de la segunda barca Pedro, de la tercera Santiago, de la cuarta Andrés, de la quinta Juan y los cuatro pilotos a los que siguen los otros apóstoles o discípulos que estaban con ellos y que se agolpan en torno a Jesús y María.
"Id a casa. Vengo al punto. Preparad entre tanto la cena y decid a quienes me esperan que al anochecer hablaré"
"Hay enfermos."
"Los curaré primero. Mejor, antes de la cena para que así felices regresen a su hogar.
Se separan. Jesús se va con el hombre de Endor y con Ermasteo en dirección de la ciudad. Los otros vuelven a caminar por la playa de guijarros. Cuentan todo lo que vieron y oyeron. Están contentos como los niños cuando tornan a ver a su mamá. También Judas de Keriot está contento. Muestra todas las limosnas que los pescadores de púrpura les dieron, y sobre todo enseña un pequeño paquete de esta preciosa materia.
ENTREGAN A MARÍA PÚRPURA Y OTRAS COSAS PARA QUE
ADORNE LOS VESTIDOS DE JESÚS.
"Esto es para el Maestro. Si no la lleva Él ¿quién puede llevarla? Me llamaron aparte y me dijeron: "Tenemos en la barca preciosas madréporas y también tenemos una perla. ¡Piensa! ¡Un tesoro! No sé cómo se nos vino encima tan gran fortuna. Gustosos se la damos para el Maestro. Ven a verla". Fui con ellos para contentarlos, mientras el Maestro se había retirado a una gruta a orar. Eran bellísimos corales y una perla, no grande pero bella. Les dije: "No os privéis de esto. El Maestro no suele llevar ni una joya. Dadme mejor un poco de esa púrpura para que adorne su vestido". Tenían este montoncito. A toda costa me quisieron dar todo. Ten, Madre, haz una bella labor a nuestro Señor. Pero lo haces ¿eh? Si la ve, querrá que se venda para los pobres, y a nosotros nos gusta verlo vestido como se merece ¿no es verdad?"
"Oh, claro que sí. Yo sufro cuando lo veo tan sencillo en medio de los otros. Ellos peores que esclavos y todos adornados de flecos y brillantes. Lo miran como a un pobre, indigno de ellos" dice Pedro.
"Viste ¿eh? ¿qué carcajadas se echaban aquellos de Tiro, mientras nos despedíamos de los pescadores?" le pregunta su hermano.
"Yo dije: "Avergonzaos, vosotros, perros. Vale más un hilo de su blanca vestidura que todas vuestras baratijas" dice Santiago de Zebedeo.
"A mí me gustaría, pues Judas pudo conseguir esto, que se la preparases para la fiesta de los Tabernáculos" propone Judas Tadeo.
"Jamás he hilado púrpura, pero trataré..." dice la Virgen, tocando el hilo sedoso de hermoso color.
"Mi nodriza es experta. La veremos en Cesarea. Te enseñará. Aprenderás al punto porque todo lo haces bien. Yo le haré un galón para el cuello, para las magas y para los bordes inferiores del vestido: púrpura en lino blanquísimo o en lana purísima, con palmas y rosas como están en los mármoles del Santo, y con el nudo de David en el centro. Se verá mejor" dice Magdalena, experta en esta clase de preciosidades.
Marta dice: "Nuestra madre hizo aquel diseño, bello en realidad, en el vestido de Lázaro, cuando fue a Siria a tomar posesión de sus tierras. Lo conservo porque fue el último trabajo de nuestra madre. Te lo enviaré."
"Y yo rogaré por vuestra madre."
Han llegado a las chozas. Los apóstoles se desparraman para juntar a los que quieren ver al Maestro, sobre todo los enfermos...
Vuelve Jesús con Juan de Endor y Ermasteo. Pasa saludando a los que se apiñan ante las chozas. Su sonrisa es una bendición.
Le presentan al enfermo de ojos que nunca falta, que está casi ciego con úlceras sobre los párpados y lo sana. Es el turno de un enfermo de paludismo, enflaquecido y amarillo como un chino, y lo cura. Se acerca una mujer que le pide un milagro singular: que tenga leche en su pecho, y le enseña un niño de pocos días, desnutrido y rojo como un enfermo de infección intestinal. Llora: "Ves. Tenemos la orden de obedecer al hombre y de procrear. ¿Pero de qué sirve, si después vemos languidecer a nuestros hijos? Es el tercero que engendro. A los dos primeros los tengo en el sepulcro, porque mi pecho no da nada. Este está ya muriendo, porque ha nacido en tiempo de calores. Los otros vivieron: el uno diez lunas, el otro seis, para hacerme todavía llorar más cuando murieron enfermos del estómago. Si hubiese tenido leche, no habría sucedido..."
Jesús la mira y le dice: "Tu niño vivirá. Ten fe. Vete a tu casa. Cuando llegues ofrécele de mamar. Ten fe."
La mujer se va con su pequeñín que se lamenta como un gatito apretado al pecho.
"¿Le vendrá la leche?"
"Cierto que le vendrá."
"Yo afirmo que al niño le irá bien, pero que no le vendrá la leche, será un milagro que no muera. Está muerto casi de debilidad."
"Yo por mi parte afirmo que le vendrá la leche."
"Sí, claro."
"No."
EN LA TEMPESTAD NO PUEDE LLEGAR LA VOZ DEL SEÑOR.
TODA PERTURBACIÓN IMPIDE LA SABIDURÍA PORQUE ES PAZ.
LAS PREOCUPACIONES, ANSIAS, DUDAS, SON OBRAS DEL
MALIGNO, CON QUE PERTURBA A LOS HIJOS DEL HOMBRE
PARA SEPARARLOS DE DIOS.
Los pastores se dividen en tantos cuantos son los presentes. Jesús se retira a comer. Cuando sale a predicar, la gente es mucha más, porque la noticia del niño curado de fiebre, cuando apenas Jesús había desembarcado, se ha esparcido por la ciudad.
"Os doy mi paz para que prepare vuestro corazón a fin de que podáis comprender. En la tempestad no puede llegar la voz del Señor. Toda perturbación impide la sabiduría porque es paz. La turbación no viene de Dios. Las preocupaciones, ansias, dudas, son obras del maligno, con que perturba a los hijos del hombre para separarlos de Dios.
PARÁBOLA. LA VID DEL CAMPO DEL AGRICULTOR
Os voy a proponer una parábola para que podáis entender mejor lo que os quiero enseñar.
Un agricultor tenía en su campo muchos árboles y vides que le daban abundantes frutos. Entre las vides había una que todos alababan por su calidad superior.
Un año la vid produjo muchas ramas y pocos racimos. Un amigo dijo al agricultor: "Es porque la podaste poco". Al siguiente el agricultor la podó mucho. La vid produjo pocas ramas y menos racimos. Otro amigo le dijo: "Es porque la podaste mucho". Al tercer año el agricultor no le hizo nada. La vid ni siquiera produjo un racimo y las hojas que produjo eran pocas, amarillentas, arrugadas y llenas de verduguillo. El tercer amigo dijo secamente: "Se muere porque el terreno no es bueno. Quémala". "¿Pero por qué si las otras están en el mismo terreno, y si la cuido como a ellas? ¡Antes producía mucho!". El amigo se encogió de hombros y se fue.
Pasó un desconocido caminante. Se detuvo a observar al agricultor que tristemente estaba apoyado al tronco de la pobre vid.
"¿Qué te pasa?" le preguntó. "¿Algún muerto?"
"No. Se me muere esta vid que tanto quería. No tiene ya jugo para producir frutos. En un año dio pocos, en otro menos, y en este nada. Hice todo lo que me dijeron, pero de nada sirvió".
El desconocido caminante entró al campo y se acercó a la vid. Tocó las hojas, tomó en sus manos un terrón de tierra, lo olió, lo deshizo entre sus dedos, miró el tronco de un árbol que apoyaba la vid. "Debes arrancar este tronco. Es la causa de la esterilidad".
"¡Pero si hace tantos años que la sostiene!"
"Respóndeme: cuando pusiste la vid junto a él ¿cómo era? y él ¿cómo?".
"Era entonces un manojo de tres años. La obtuve de otra planta mía. Hice un hoyo grande, para no dañar las raíces al sacarla del suelo donde había nacido. También aquí hice un gran hoyo, mucho más ancho para que estuviese bien. Antes entrecavé ligeramente la tierra para que estuviese suelta y no molestase en nada a las raíces, para que así pudiesen extenderse fácilmente. Con todo cuidado la coloqué. La eché buenos abonos. Tú sabes, las raíces se ponen fuertes, si encuentran abono. Me ocupé muy poco del olmo. Era un arbolito que no tenía otro fin más que de servir de apoyo recalcé y me fui. Ambos dos prendieron porque la tierra era buena. La vid crecía de año en año. La cuidaba, la podaba, la escardaba. El olmo poco a poco languidecía. ¡Pero no importaba! Después se robusteció. ¿Ves qué hermoso es? Cuando regreso de lejos veo que su copa sobresale cual una torre, y me parece que fuese la bandera de mi reino. Primero la vid lo cubría, y no se veía su follaje. Pero ahora mira qué bello es arriba, al sol ¡y qué tronco! Derecho, fuerte. Puede sostener esta vid por años y años, aun cuando llegase a ser igual a las que los exploradores de Israel tomaron cerca del Río de las vides. Y ahora...".
"Y ahora la ha matado. El olmo la ha acabado. Todo estaba proporcionado para hacerla vivir: terreno, posición, luz, sol, cuidados. Pero este la mató. Se ha hecho muy fuerte. Ha entrelazado sus raíces hasta ahogarlas. Les quitó todo el jugo del suelo, las ha amordazado para que no respiren, para que no les llegue la luz. Corta al punto esta inútil y poderosa planta, y tu vid volverá a la vida. Y resurgirá mejor que antes, si con paciencia excavas el suelo para que le quites las raíces al olmo y se las cortes, y no vuelvan a retoñar. Se secarán con sus últimas ramificaciones, y con su muerte se convertirán en vida, porque serán abono, castigo digno de su egoísmo. Quemarás el tronco y para algo te servirá. Pues una planta inútil y nociva no sirve sino para el fuego. Se le arranca para que crezca la planta buena y útil. Cree en lo que te digo, y tú mismo te congratularás".
"¿Pero quién eres tú? Dímelo para que pueda creerte".
"Soy el Sabio. Quien cree en Mí, estará seguro" y se fue.
El agricultor se revolvió un poco dentro de sus dudas, después se sacudió de ellas, y cortó el olmo. Mejor dicho, hasta llamó a sus amigos para que le ayudasen.
"¿Pero estás loco? Perderás el olmo y la vid. Yo me limitaría a cortarle el follaje de la copa, para que entre el aire a la vid. No más".
"Debe tener un rodrigón. Haces un trabajo inútil. ¡Quién sabe quién sea! Tal vez uno que te odia sin saberlo tú. O bien un loco" y así cada uno de sus amigos.
"Yo hago lo que me dijo. Tengo fe en él" y cortó el olmo hasta la raíz, y no contento, abrió un gran hoyo, ancho, sacó las raíces de las dos plantas, con paciencia cortó las del olmo, cuidando no molestar las de la vid, volvió a tapar el agujero y a la vid, ahora sin sostén, puso un rodrigón de hierro con la planta: "Fe" escrita en una tablilla. Los otros se fueron, moviendo la cabeza. Pasó el otoño y pasó el invierno. Vino la primavera. Los sarmientos se adornaron de yemas y yemas, que al principio estaban encerradas como en un cofrecito de vello plateado y luego entreabiertas en uno de esmeralda de las hojas que iban naciendo. Era todo un nacimiento de florecillas y luego montoncitos de granos. Más racimos que hojas. Estas eran anchas, verdes, robustas. Cada uno de los racimos era un montón de granos llenos de jugo, carnosos, espléndidos.
"Y ahora: ¿Qué decís? ¿Tenía o no tenía la culpa el árbol que muriese mi vid? ¿Dijo o no dijo bien el Sabio? ¿Tuve o no tuve razón de escribir en la tablilla la palabra: 'Fe'? " preguntó el agricultor a sus amigos incrédulos.
"Tuviste razón. Feliz tú que supiste tener fe y que fuiste capaz de destruir lo pasado y lo que se te dijo que era nocivo",
Esta es la parábola. En cuanto a la mujer del pecho seco, ahí está la respuesta. Mirad para allá, hacia la ciudad."
Todos se voltean y ven a la mujer que viene corriendo, y aun así no se quita su hijo del pecho lleno, lleno de leche, que el pequeño mama con tal voracidad que casi se ahoga. La mujer no se detiene sino hasta llegar a los pies de Jesús, ante quien separa un momento al niño de la teta, gritando: "¡Bendícelo, bendícelo, para que viva para Ti!"
SIGNIFICADO MÁS EXTENSO DE LA PARÁBOLA
LA VID ES SU PUEBLO: ISRAEL
PROFECÍA DEL FUTURO DE SU PUEBLO
Pasado este momento, Jesús vuelve a hablar: "Habéis tenido respuesta a vuestras hipótesis del milagro. Pero la palabra tiene un sentido más amplio que el pequeño episodio de una fe premiada. Y es esto. Dios colocó su vid, su pueblo en un lugar apropiado. Le dio todo cuanto necesitaba para que creciera y siempre produjera frutos. Lo apoyó sobre maestros para que más fácilmente pudiese comprender la ley y tuviese fuerzas. Pero los maestros quisieron ser superiores al Legislador, y crecieron, crecieron hasta imponerse sobre la palabra eterna. Israel quedó estéril. El Señor ha enviado al Sabio para que los que en Israel con corazón sincero, se duelen de semejante esterilidad y prueban este o aquel remedio -según los dictámenes y consejos de los maestros, doctos humanamente, pero indoctos sobrenaturalmente y por esto, lejanos de conocer lo que debe hacerse para dar vida al espíritu de Israel- puedan tener un consejo verdaderamente saludable.
¿Qué sucede pues? ¿Por qué Israel no vuelve a tomar fuerzas y ser vigoroso como en los tiempos áureos de su fidelidad al Señor? El consejo sería el siguiente: arrancar todo lo que es parásito y que ha crecido para daño de lo que es santo: la Ley del Decálogo, como fue dada, sin compromisos, sin tergiversaciones, sin hipocresías, quitarlo para dejar que entre aire, haya espacio, alimento para la vid, que es el pueblo de Dios y darle un sostén robusto, derecho, que no se doble, un sostén único que tenga por nombre: la Fe. Y este consejo no se acepta.
Por esto os digo que Israel perecerá, cuando podría levantarse y poseer el reino de Dios. Si supiese creer, generosamente reconocer sus yerros, y cambiarse del todo y por todo.
Id en paz y que el Señor sea con vosotros."
IV. 706-714
A. M. D. G.