EN ARBELA
PREGUNTAN A UNA VIEJECITA POR FELIPE DE SANTIAGO
RECIBEN A JESÚS EN LA CASA DE FELIPE
DIOS TE BENDIGA, TU COMPRENDES LA CARIDAD
JESÚS LES EXPLICA UN FRAGMENTO DEL LIBRO DE ESDRAS
¿CUÁNDO SUCEDE QUE UN PUEBLO VUELVE A SU PATRIA?
¿CÓMO RECONSTRUIR ESTAS PEQUEÑAS CIUDADES ESPIRITUALES (LAS ALMAS)? ¿QUÉ MATERIAL DEBE USARSE?
HAY DOS CLASES DE ENFERMEDADES
EL ALMA NO PIERDE NADA CON LA MUERTE DEL FAMILIAR MUERTO
ID A COMER CARNE SANA Y A BEBER VINO GENEROSO
NO PODÉIS CELEBRAR MAS LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS, PERO LEVANTAD OTROS EN VUESTROS CORAZONES
NO TEMÁIS AL SEÑOR, SED HIJOS SUYOS
AHORA TAMBIÉN OS MANDA EL PAN VIVO DEL CIELO PARA CALMAR VUESTRA HAMBRE, ENVÍA LA VERDADERA VID
JESÚS PREGUNTA A FELIPE POR QUÉ NO CURÓ ÉL A LOS ENFERMOS
JESÚS CURA A TODOS LOS ENFERMOS
LOS FARISEOS ACOSAN A JESÚS QUE LES HABLA
FELIPE LOS INVITA AL BANQUETE Y PREGUNTAN POR JUAN DE ENDOR.
PREGUNTAN POR FELIPE DE SANTIAGO
Cuando preguntan a la primera persona que se encuentran, por Felipe de Santiago, al punto caen en la cuenta de lo que el joven discípulo ha hecho. A quien le preguntaron fue a una viejecita arrugada que viene cargando un cántaro de agua. Les mira con los ojos encajados en las órbitas, y mira la cara de Juan que le sonríe, pues fue quien le habló, y quien le dijo: "La paz sea contigo" de una manera tan dulce, que la viejecita se dejó conquistar al punto. Le dice: "¿Eres el Mesías?"
UNA VIEJECITA CORRE Y SE ARRODILLA A LOS PIES DE JESÚS
ES MARIANNA DE ELISEO
"No. Soy un apóstol suyo. El Mesías es aquel que viene ahí."
La viejecita deja en el suelo su cántaro y corre a arrodillarse ante Jesús.
Juan, que se quedó con Simón, al ver el cántaro que casi se tira, dice a su compañero: "Tomemos el cántaro y alcancemos a la ancianita." Lo toman. El compañero dice: "Beberemos de él. Todos tenemos sed."
Cuando llegan todavía la viejecita sigue repitiendo, pues no sabe otra cosa qué decir: "¡Hermoso, santo Hijo de la más santa Madre!" Sigue de rodillas y con sus ojos quiere comerse a Jesús el cual reiteradas veces le ha dicho: "¡Levántate, madre. Levántate!" Al llegar Juan dice: "Trajimos tu cántaro, gran parte de su contenido se tiró. Quedó poca agua. Si nos permites beberemos y luego te lo llenaremos."
"Sí, hijos, sí. Me desagrada de no tener más que agua. Quisiera tener leche en mis pechos como cuando alimentaba a mi Judas, para daros la bebida más dulce que haya sobre la tierra: la leche de una madre. Quisiera tener vino, el mejor, para daros fuerzas, pero Marianna de Eliseo es vieja y pobre..."
"Tu agua para mí es vino y leche, madre, porque me la das con amor" responde Jesús que es el primero en beber del cántaro que Juan le pasa. Después beben los demás.
LE ENSEÑA LA CASA DE FELIPE
La viejecita que ya se levantó, lo mira como si viese el Paraíso. Pero cuando ve que, después que bebieron todos, quieren tirar el agua restante e irse a traer de la fuente que murmura allí en el camino, se echa hacia delante para proteger su cántaro diciendo: "¡No! ¡no! Esta es la que ha bebido El, es más santa que el agua lustral. La guardaré para que con ella, después de muerta me laven." Y se apodera del cántaro, al mismo tiempo que dice: "Lo llevo a mi casa. Tengo otros. Pero antes ven, Santo, para que te enseñe la casa de Felipe." Inclinada pero ligera con la sonrisa que se le corre en su cara arrugada camina la ancianita, llevando en sus ojos la alegría que le da vida. Va asida a una punta del manto de Jesús, como si tuviese miedo de que se le fuese a ir, y no deja a los apóstoles que le quiten el cántaro para que no lo cargue. Dichosa va caminando, va examinando el camino y las casas de Arbela. La primera la pasan, las otras están cerradas al anochecer que ha comenzado a bajar. Su mirada es la de un conquistador, dichoso de su victoria.
Al pasar de una calle secundaria a una más central donde hay gente a las puertas de las casas -y la gente admirada la señala o la grita- la viejecita, después de haber esperado que se hubiese juntado gente a su alrededor, grita con todas sus fuerzas: "Tengo conmigo al Mesías de Felipe. Id a darle pronto el aviso, y primero a la casa de Santiago. Que estén todos prontos para honrar al Santo." Todos escuchan su voz. Es la hora en que ella manda, pobre viejecita de pueblucho, sola, desconocida. Ve cómo todo un poblado se mueve a sus órdenes.
Jesús, que es muy alto, le sonríe cuando ella lo mira de cuando en cuando, y le pone la mano sobre su cabeza cana, como la caricia de un hijo, cosa que la hace morir de dicha.
La casa de Santiago está situada en una de las calles centrales. Está abierta e iluminada. Del portón se puede ver que hay gente con lámparas, que sale alegre apenas ven que Jesús se asoma por la calle: primero Felipe, el joven discípulo, después sus padres, familiares, siervos y amigos.
Jesús se detiene y corresponde majestuosamente al profundo saludo de Santiago, luego se inclina ante la madre de Felipe que lo venera de rodillas y le ayuda a ponerse de pie diciéndole: "Sé siempre feliz por tu fe." Después saluda al discípulo que vino con otro, al que también saluda.
La vieja Marianna, a pesar de todo, no deja la punta del manto ni su lugar al lado de Jesús, sino hasta que ponen pie en el patio. Dice: "¡Una bendición para que sea feliz! ¡Te quedas aquí... yo me voy a mi pobre casa y... todo lo bello se acabó para mí!" Qué congoja escapa de la voz de la anciana.
No, Marianna de Eliseo. Quédate también tú
en mi casa como si fueses una discípula...
Dios te bendiga. Tú comprendes la caridad
Santiago, a quien su mujer le ha dicho algo en voz baja, dice: "No, Marianna de Eliseo. Quédate también tú en mi casa como si fueses una discípula... Quédate mientras el Maestro esté con nosotros y alégrate."
"Dios te bendiga. Tú comprendes la caridad."
"Maestro, ella te trajo a mi casa. Tú me has dado tus caricias y amor. No hago más que pagar, y siempre de una manera muy pobre, lo mucho que de Ti y de ella recibí. Entra, entrad, y hospedaos en mi casa."
La multitud que está en la calle, al verlos entrar, grita: "¿Y nosotros? Queremos oír su palabra."
Jesús se vuelve: "Ya es de noche. Estáis cansados. Preparad vuestra alma con el santo descanso y mañana oiréis la Voz de Dios. Por ahora queden con vosotros la paz y la bendición." El portón se cierra ante la felicidad de esta dichosa casa.
Santiago de Zebedeo mira al Señor fijamente, mientras se purifica del viaje: "Tal vez fue mejor que hubieses hablado al punto para que partiésemos al amanecer. Están aquí los fariseos. Me lo dijo Felipe. Te procurarán molestias."
"Los que hubieran buscado un mal rato, están lejos. Los que puedan molestarme los otros no importa. El amor deshace todo."...
Al día siguiente... El umbral está que revienta de fiesta con familiares y apóstoles. La viejecita está detrás. Los de Arbela impacientes esperan. Se dirigen a la plaza principal donde Jesús habla.
DEL LIBRO DE ESDRAS:
¿CUÁNDO SUCEDE QUE UN PUEBLO VUELVE A SU PATRIA?
Vengo a llevaros a las tierras de vuestro Padre,
al reino del Padre.
reconstruir una ciudad y dedicarla al Señor,
pero no reconstruir las almas,
que son semejantes a muchas otras ciudades pequeñas de Dios,
es una necedad sin par.
Cómo reconstruir estas pequeñas ciudades espirituales
"Se lee en el libro de Esdras lo que voy a repetiros: "Llegado en el mes séptimo..." (Jesús me dice: "No pongas más. Repito íntegramente las palabras del libro").
¿Cuándo sucede que un pueblo vuelve a su patria? Cuando regresa a las tierras de sus padres. Vengo a llevaros a las tierras de vuestro Padre, al reino del Padre. Lo puedo hacer porque para ello fui enviado. Vengo a llevaros por lo tanto al reino de Dios y por esto no está mal que os compare con Zorobabel, con los repatriados que volvían a Jerusalén, la ciudad del Señor, y es justo que me comporte con vosotros como el escriba Esdras se comportó con el pueblo reunido de nuevo entre los muros sagrados. Porque reconstruir una ciudad y dedicarla al Señor, pero no reconstruir las almas, que son semejantes a muchas otras ciudades pequeñas de Dios, es una necedad sin par.
¿Cómo reconstruir estas pequeñas ciudades espirituales que tantas razones han derrumbado? ¿Qué material debe usarse para que sean sólidas, bellas y duraderas?
El material se encuentra en los preceptos del Señor. Los diez mandamientos y los sabéis porque Felipe, vuestro hijo y discípulo mío, os los recordó. Los dos más santos entre los santos preceptos: "Ama a Dios con todo tu ser. Ama al prójimo como a ti mismo." Estos dos son el compendio de la ley. Los predico porque ellos aseguran la conquista del reino de Dios. En el amor se encuentra la fuerza de conservarse santos y de serlo, la fuerza para perdonar, la fuerza del heroísmo en las virtudes. Todo se encuentra en el amor.
EL MIEDO JAMÁS EDIFICA
El miedo no es lo que salva como lo es el miedo del juicio de Dios, el miedo a las sanciones humanas, a las enfermedades. El miedo jamás edifica algo: sacude, resquebraja, deshace, rompe. El miedo conduce a la desesperación, a buscar subterfugios para ocultar lo mal hecho, a temer cuando ya no hay por qué temer, pues el mal está en nosotros. ¿Quién, por ejemplo, piensa en cuidar compasivamente de su cuerpo, mientras está sano? Nadie. Pero apenas el primer síntoma de fiebre serpentea por las venas, o que una mancha hace pensar en enfermedades inmundas, entonces sucede que llega el miedo para convertirse en tormento junto con la enfermedad, para ser una fuerza desintegradora en un cuerpo que la enfermedad poco a poco va destruyendo.
el amor es constructor
Pero no está escrito que la enfermedad
sea prueba de que uno es vicioso o de castigo.
Hay enfermedades santas que el Señor
envía a sus justos
¡Pero que diferencia hay en estas sanas enfermedades
que Dios manda, y las que engendra el vicio por un
amor pecaminoso a los sentidos!
Por el contrario, el amor es constructor. Edifica, solidifica, mantiene juntos, preserva. El amor conduce a esperar en Dios. El amor ayuda a evitar el mal. El amor lleva a la prudencia para con la propia persona que no es centro del universo, como creen, y así se comportan, los egoístas, los falsos amantes de sí mismos porque aman una sola parte: la menos noble, con menoscabo de la parte inmortal y santa: pero que se debe conservar siempre sana hasta que Dios no diga lo contrario, para ser útiles a sí mismos, a los familiares, a la ciudad natal, a la nación. Es inevitable que vengan enfermedades. Pero no está escrito que la enfermedad sea prueba de que uno es vicioso o de castigo.
Hay enfermedades santas que el Señor envía a sus justos para que en el mundo, que se hace a sí mismo centro y medio del placer, haya santos que sean como rehenes de guerra para la salvación de los demás y con sus propios sufrimientos paguen la dosis de culpa que el mundo diariamente acumula y que harían que cayese por tierra el linaje humano, sepultándolo bajo su maldición. ¿Acordaos del viejo Moisés que oraba mientras Josué combatía en el nombre del Señor? Debéis pensar que quien sufre santamente, ofrece la batalla más dura al feroz guerrero que hay en el mundo y que se esconde bajo las apariencias de hombres y pueblos, a Satanás, el torturador, causa de todo mal y se combate al mismo tiempo por todos los demás hombres. ¡Pero que diferencia hay en estas sanas enfermedades que Dios manda, y las que engendra el vicio por un amor pecaminoso a los sentidos! Aquella son prueba de la bondad bienhechora de Dios; estas, pruebas de la corrupción satánica.
Por esta razón es menester amar para ser santos, porque el amor crea, preserva, santifica.
El alma no pierde nada
con la muerte del familiar muerto
Yo también, al anunciaros esta verdad, os digo como Nehemías y Esdras: "Este día está consagrado al Señor Dios nuestro. No os entristezcáis, no lloréis". Toda tristeza termina cuando se vive el día del Señor. La muerte no tiene ya sus asperezas porque la pérdida de un hijo, del esposo, del padre, madre, hermano, es una separación momentánea y limitada. Momentánea porque termina con nuestra muerte. Limitada porque se refiere sólo al cuerpo, a los sentidos. El alma no pierde nada con la muerte del familiar muerto, ni mucho menos se limita la libertad que tiene una de las partes: la nuestra de supervivientes con el alma que está todavía cerrada en la carne, mientras la otra parte, la que pasó ya a segunda vida, goza de la libertad y del poder despertarnos y obtenernos mucho más de cuanto nos amaba cuando estaba en la cárcel del cuerpo.
Os digo como Nehemías y Esdras: "Id a comer carne sana y a beber vino generoso. Enviad porciones a los que no tiene, porque es un día santo para el Señor y por esto durante él nadie debe sufrir. No os entristezcáis porque el gozo del Señor, que existe entre vosotros, es la fuerza de quien recibe su gracia dentro de los propios muros, que son los propios corazones."
Subid al monte, esto es, hacia la perfección.
Recoged ramos de olivo, ramos de mirto, palma, encino,
hisopo, de cualquier planta bella
Ramos de la virtud de la paz, de la pureza, del heroísmo,
mortificación, fortaleza, esperanza, justicia,
de todas, de todas las virtudes.
juntamente conmigo proponed hoy
hacer penitencia por el pasado,
proponed de emprender una nueva vida.
No podéis celebrar más la fiesta de los Tabernáculos. Ya pasó el tiempo. Pero levantad otros en vuestros corazones. Subid al monte, esto es, hacia la perfección. Recoged ramos de olivo, ramos de mirto, palma, encino, hisopo, de cualquier planta bella. Ramos de la virtud de la paz, de la pureza, del heroísmo, mortificación, fortaleza, esperanza, justicia, de todas, de todas las virtudes. Adornad vuestro espíritu al celebrar la fiesta del Señor. Os esperan sus Tabernáculos. Los suyos. Son hermosos, santos, eternos, patentes a todos los que viven en el Señor. Y juntamente conmigo proponed hoy hacer penitencia por el pasado, proponed de emprender una nueva vida.
No temáis al Señor. Os llama porque os ama
"Entrad a poseer la tierra sobre la que levanté mi mano
y decidí dárosla". Mi tierra espiritual: el reino de los cielos."
No temáis al Señor. Os llama porque os ama. No lo temáis. Sed hijos suyos como cada uno de Israel. También para vosotros creó lo que hay, suscitó a Abraham y a Moisés, abrió el mar, formó la nube que guiaba, y bajó del cielo para dar la Ley, mandó a las nubes que lloviesen maná, e hizo fecundas las rocas para que manasen agua. Y ahora, ahora también os manda el Pan vivo del cielo para calmar vuestra hambre, envía la verdadera Vid y la fuente de vida eterna para que calme vuestra sed. Os dice por mi boca: "Entrad a poseer la tierra sobre la que levanté mi mano y decidí dárosla". Mi tierra espiritual: el reino de los cielos."
La multitud se deshace en expresiones de entusiasmo... Después vienen los enfermos. Son muchos. Jesús los hacer formar en dos filas, y mientras esto se hace, pregunta a Felipe de Arbela: "¿Por qué no los curaste tú?"
"Para que los curases personalmente, como a mí me curaste."
JESÚS CURA A LOS ENFERMOS
Jesús pasa bendiciendo a uno por uno de los enfermos y se produce el acostumbrado prodigio de ciegos que ven, en sordos que oyen, en mudos que hablan, en lisiados que se enderezan, en fiebres que desaparecen, en debilidades corporales que terminan.
Terminan las curaciones del cuerpo. Después del último enfermo están los dos fariseos que habían ido a Bozra y otros dos. "La paz sea contigo, Maestro. Y a nosotros, ¿no nos dices algo?"
"Hablé ya para todos.
"Pero nosotros no tenemos necesidad de esas palabras. Somos de los santos de Israel."
"Os digo a vosotros que sois maestros: comentad entre vosotros lo que sigue en el libro de Esdras, acordándoos de cuantas veces Dios tuvo hasta ahora misericordia y golpeándoos el pecho, decid como si fuese una plegaria la parte con que termina el texto indicado."
"Bien has dicho, Maestro- ¿Y lo hacen tus discípulos?"
"Sí. Es la primera condición que les exijo."
"¿A todos? ¿También a los homicidas que hay en tus filas?"
"¿Os repugna el olor de sangre?"
"Es voz que grita al cielo."
"Entonces tratad de no imitar a los que la derraman."
"¡No somos asesinos!"
FELIPE INVITA AL BANQUETE A LOS FARISEOS
PREGUNTAN POR JUAN DE ENDOR
Jesús los mira traspasándolos con su mirada. No se atreven a decir palabra alguna por algunos minutos, después se acercan a la cola del grupo que regresa a la casa de Felipe, quien cree que es deber suyo invitarlos a que entren y a que tomen parte en el banquete.
"¡Con mucho gusto, con mucho gusto! Estaremos un poco más con el Maestro" dicen en medio de profundas reverencias.
Pero al entrar en la casa, parecen perros sabuesos... Miran, escudriñan, hacen preguntas astutas a los siervos, y hasta a la viejecita que me parece que se siente atraída por Jesús, como el hierro lo es del imán. Sin esperar les responde. "Ayer vi a estos solos. Estáis soñando. Los acompañé hasta aquí, y de los discípulos de Juan no había ningún otro que ese muchacho rubio y bueno como un ángel."
Dicen a la ancianita una palabrota con la que quisieran fulminarla. Se van a otra parte. Pero un siervo, sin responderles directamente, se inclina ante Jesús, que sentado está hablando con el dueño de la casa, le pregunta: "¿Dónde está Juan de Endor? Este señor lo busca."
El fariseo fulmina al siervo y le llama "estúpido". Jesús está ya al corriente de sus intenciones y es necesario hacer frente como se pueda. El fariseo añade: "Era para congratularnos con este prodigio de tu doctrina, Maestro, y honrarte por el que se convirtió."
"Juan está para siempre lejano y para siempre lo estará."
"¿Ha vuelto a caer en pecado?"
"No. Está subiendo en dirección al cielo. Imitadlo y lo encontraréis en la otra vida."
Los cuatro no saben qué decir y prudentemente hablan de otra cosa. Los siervos anuncian que las mesas están preparadas y todos pasan a la sala del banquete.
V. 1013-1019
A. M. D. G.