"NO HAY MISERIA QUE JESÚS NO PUEDA
CAMBIAR EN RIQUEZAS"
#Mi Jesús habló de la infancia del espíritu, requisito necesario para conquistar el reino.
#Te quiero hacer notar la humildad de mi Jesús.
Dice María:
"Habla María, la Mamá. Mi Jesús habló de la infancia del espíritu, requisito necesario para conquistar el reino. Ayer te mostré una página de su vida de Maestro. Viste los niños. Los pobrecitos niños. ¿No se podría añadir otra cosa? Sí, te la digo a ti, a quien quiero hacer cada vez más amable ante los ojos de Jesús. Es un matiz en el cuadro que habló a tu corazón para el de muchos. Pero son los matices los que hacen bellos el cuadro y los que revelan la capacidad del pintor y la sabiduría del observador.
Te quiero hacer notar la humildad de mi Jesús.
Te quiero hacer notar la humildad de mi Jesús.
Esa pobre niña no trata de manera diversa a mi hijo que al pecador de corazón de piedra. No sabe si es el Rabbí ni el Mesías. Es algo así como una salvajita que ha vivido en el campo, en un lugar donde se despreciaba al Maestro; y como el fariseo Ismael lo despreciaba, por eso nunca había oído hablar de Él, ni lo había visto.
Sus padres, destrozados en un trabajo duro que les impuso su cruel patrón, no tuvieron tiempo ni siquiera de levantar la cabeza de los terrones de tierra que con el sudor regaban. Tal vez oyeron, mientras cortaban el heno o segaban o recogían las frutas o vendimiaban, o aplastaban las aceitunas con la pesada piedra, algún grito de hosanna y por un momento levantaron su cabeza, pero el miedo y cansancio los habrán hecho volver a bajarla bajo su yugo. Y estaban muertos pensando que el mundo era sólo odio y dolor, mientras que en el mundo había amor y bien, desde que los santísimos pies de mi Hijo lo pisaban. Siervos desgraciados de un despiadado patrón. Murieron sin haber encontrado una sola vez la mirada y sonrisa de Jesús, ni oído su palabra que daba riqueza al espíritu, por la que los indigentes se sentían ricos, los hambrientos llenos, los enfermos sanos, los que sufrían consolados.
Y Jesús no dijo: "Yo, que soy el Señor,
te ordeno que hagas esto".
Y Jesús no dijo: "Yo, que soy el Señor, te ordeno que hagas esto". Conserva su anónimo.
Y la niña es muy ignorante y no comprende aun después del milagro ante el árbol que le dio las frutas, quien es el que le habla y continúa llamándolo "Señor" como llamaba al cruel Jacob y a su patrón Ismael. Se siente atraída por el buen Señor, porque la bondad siempre atrae. Pero no más. Lo sigue con confianza. Lo ama al punto, por instinto, ese pobrecito ser perdido en el mundo y en la ignorancia que este crea y que crean "los grandes y poderosos de él" que quieren tener en las tinieblas los inferiores para poder torturarlos con más ganancia y disfrutarlos con más perversidad. Después ella llegará a saber quien era el "Señor" que pobre como ella, sin casa, ni alimentos, ni mamá, porque todo lo había dejado por amor al hombre, ahora le había hecho un milagro al proporcionarle frutas, y que quiso quitarle de los labios y del corazón la amargura de la perversidad humana, que crea odio en los miserables contra los poderosos.
Esas manzanas recordaban la del paraíso terrestre,
recordaban que estaban en la rama
para el bien y para el mal.
Esas manzanas recordaban la del paraíso terrestre, recordaban que estaban en la rama para el bien y para el mal. Con el bien habrían redimido a los niños de su miseria, sobre todo de la ignorancia de Dios, y habrían señalado el castigo para él que conociendo ya la Palabra, se había comportado como si la ignorase. Más tarde por boca de otros sabrá quien fue el que la acogió, y que para ella fue muchas veces Salvador, que la libró del hambre, de la intemperie, peligros del mundo, y la limpió de la culpa original.
Para ella Jesús siempre tuvo la luz de aquel día
Se le quedó una luz que no terminó ni aun cuando supo
que Él había muerto atormentado en una cruz,
ni cuando vio el rostro de ese "Señor" herido con las espinas.
Para ella Jesús siempre tuvo la luz de aquel día y en ella se le apareció con una bondad increíble. Vio al Señor que la hizo olvidar que no tenía padre, ni madre, ni techo, ni vestido, porque Él había sido para ella como un padre, dulce como una madre y había dado nido a su cansancio y vestido a su desnudez al envolverla en su manto como lo hicieron los demás que iban con Él.
Se le quedó una luz que no terminó ni aun cuando supo que Él había muerto atormentado en una cruz, ni cuando vio el rostro de ese "Señor" herido con las espinas. Fue una luz que le sonrió hasta en su última hora en que estuvo sobre la tierra, y que la condujo sin temor a su Salvador, una luz que le sonríe todavía en la brillantez del Paraíso.
También Jesús así te mira. Mírala siempre como tu homónima y sé feliz con este amor. Sé simple, humilde, fiel como la pobre pequeña María que conoces. Ve a dónde llegó, no obstante haber sido una pobre ignorante de Israel: al Corazón de Dios. El Amor se le reveló como a ti, y se hizo docta en la verdadera sabiduría.
Ten fe y paz. No hay miseria que mi Hijo no pueda cambiar en riquezas y no hay soledad que no pueda llenar, así como no hay falta que no pueda borrar. El pasado no existe, cuando el amor lo borra. Ni siquiera el pasado más horrendo. Quieres tu temer, sino tuvo miedo Dimas el ladrón Ama y no tengas miedo de nada.
La Mamá te deja con su bendición.
V. 1040-1042
A. M. D. G.