"QUISIERA QUE LOS HUERFANITOS
TUVIESEN UNA MADRE"
#"¿A dónde vamos, Maestro?" "Al puerto de Cusa."
#Pero tu alma de ningún otro es sierva, sino de Dios, si lo quieres.
Sabía que mi venida no iba a ser inútil.
Venid. Son campesinos, llenos de miedo, pero buenos.
Confiad en Mí que veo los corazones y el futuro.
Os darán paz y unión a vuestro matrimonio, no sólo ahora sino en lo porvenir.
Os volveréis a encontrar en vuestro amor.
Sus inocentes brazos serán el mejor lazo en vuestras vidas.
El cielo estará siempre sobre vosotros, benigno, misericordioso por esta caridad vuestra.
Están fuera del cancel. Vinimos desde Betsaida..."
El lago de Tiberíades es una plancha gris. Parece como si fuera de mercurio por lo pesada que parece su superficie, que ni siquiera permite que haya la más pequeña onda, que ni siquiera echa espumas, y firme y estancado no se mueve. Ha uniformado sus aguas sin brillo bajo un cielo sin resplandor.
Pedro y Andrés están alrededor de la barca, Santiago y Juan cerca de la suya. Se preparan para partir de la pequeña playa de Betsaida. Olor a hierba y a tierra empapada de agua. Nubes ligeras sobre los hierbales que van hacia Corozaim. Tristeza de noviembre sobre todas las cosas.
Porfiria con su cuidado maternal adaptó
un vestido de Marziam a María.
Jesús sale de la casa de Pedro con los pequeños Matías y María de la mano. Porfiria con su cuidado maternal adaptó un vestido de Marziam a María. Pero Matías es muy pequeño para poder tener uno igual y todavía está temblando de frío bajo su tuniquita de algodón. Porfiria, compasiva, vuelve a casa y sale con un pedazo de cobija en la que envuelve al niño como si fuese un manto. Jesús le da las gracias. Se arrodilla para recibir la bendición y luego, después de haber dado el último beso a los niños, se retira.
"Con tal de tener niños, se habría quedado con ellos" dice Pedro que miró la escena y que a su vez se inclina para ofrecer a los dos niños un pedazo de pan cubierto con miel, que tenía escondido en un banco de la barca, cosa que hace reír a Andrés que dice: "Y tú no ¿eh? Llegaste hasta robar la miel a tu mujer para dar un poco de alegría a estos dos."
"¿Robado? ¡Es mi miel!"
"Sí, pero mi cuñada la cuida mucho porque es para Marziam. Tú, tú lo sabes. Entraste descalzo como un ladrón en la cocina anoche para tomártela y ponerla en el pan. Te vi, hermano, y me reí porque mirabas a tu alrededor como un niño que teme que le pegue la mamá."
"Horrible espía" dice Pedro, mientras abraza a su hermano, que a su vez le besa diciendo:"Querido hermanote mío."
Jesús los mira y sonríe con ganas. Los dos niños están que devoran su pan. Del interior de Betsaida llegan los otros ocho apóstoles que tal vez se hospedaron en casa de Felipe y Bartolomé.
COGEN LAS BARCAS PARA DIRIGIRSE A TIBERIADES
"¡Pronto!" grita Pedro, y toma a los dos niños como si fuesen una sola cosa y los lleva a la barca para que no se mojen los pies desnudos.
"No tenéis miedo, ¿verdad?" pregunta mientras chapotea en el agua con sus piernas cortas y gruesas, subiendo su túnica hasta más arriba de la rodilla.
"No, señor" dice la niña, pero se aferra con todas sus fuerzas al cuello de Pedro y cierra sus ojitos cuando la pone dentro de la barca que se balancea al peso de Jesús, que ha subido ya. El niño, más valeroso, o más sorprendido, ni siquiera dice algo. Jesús se sienta y trae a Sí a los dos pequeñuelos, los cubre con su manto que parece como una ala extendida sobre dos polluelos.
Hay seis personas en una barca, y seis en la otra. Todos están a bordo. Pedro quita la tabla, y empuja fuertemente la barca hacia el agua, y con un salto entra en ella; le imita Santiago en la suya. Pedro con su brinco hizo balancear mucho la barca y la niña grita: "¡Mamá!" escondiendo su carita bajo el manto de Jesús y asiéndose a sus rodillas. La barca se desliza suavemente, lo que para Pedro, Andrés y el trabajador es fatigoso porque deben remar, en lo que Felipe les da la mano. La vela no se infla para nada. Es una chicha pesada, húmeda. ¡Manos a los remos!
"¡Hermoso bogar!" grita Pedro a los de la otra barca en la que Iscariote hace de cuarto remero tan bien que Pedro lo alaba.
"¡Apúrate, Simón!" dice Santiago. "Apúrate o te ganamos. Judas es tan fuerte como uno de las galeras. ¡Bravo, Judas!"
"Sí. Te haremos jefe de la tripulación" dice Pedro que boga por dos. y con la sonrisa en los labios: "Pero a Simón de Jonás no se le quita el cetro. A los veinte años era yo el primer remero en las competencias de varias ciudades" y alegre sigue remando con sus demás compañeros: "¡Oh, dale! ¡Oh, dale!" Las voces se dispersan por el silencio del desierto lago en las horas matinales. Los niños cobran confianza. Siempre bajo el manto sacan sus caritas demacradas, una de esta parte, el otro de la otra del Maestro que los tiene abrazados, y en ellos se dibuja algo que se antoja a una sonrisa. Les llama la atención el remar. Cambian entre sí sus impresiones.
"Parece que se camina sobre un carro sin ruedas" dice el niño.
"No, sobre un carro que va por las nubes. Mira. Parece que está caminando en el firmamento. Mira, mira que parece que nos vamos a subir sobre una nube" dice María al ver que la barca sumerge su proa en donde se refleja un nubarrón. Se ríe sin hacer ruido. Pero el sol rompe lo gris de la nube y aunque esta pálido por ser noviembre, la tiñe de color de oro, lo que el lago refleja.
"¡Qué bonito! Ahora vamos sobre fuego. ¡Oh! ¡Bonito! ¡Bonito!" dice el niño batiendo sus manitas.
La niña no dice nada. Estalla en llanto.
Todos le preguntan por qué.
La niña no dice nada. Estalla en llanto. Todos le preguntan por qué. Entre sollozos dice: "Mi mamá recitaba una poesía, un salmo, no sé qué, para entretenernos, para que pudiésemos orar, aun en medio de tanto dolor... y recitaba esa poesía de un paraíso que será como un lago de luz, de dulce fuego donde no habrá más que Dios a donde irán todos los que son buenos... después que haya llegado el Salvador... Este lago de oro me lo recuerda... ¡Mamita mía!"
También Matías llora. Y todos sienten un nudo en la garganta.
"No lloréis. Vuestra mamá os trajo a Mí, y está aquí
con nosotros, mientras os llevo a una mamá
que no tiene niños.
Sobre las palabras de varios apóstoles, y sobre el llanto de los huérfanos resuena la dulce voz de Jesús: "No lloréis. Vuestra mamá os trajo a Mí, y está aquí con nosotros, mientras os llevo a una mamá que no tiene niños. Estará contentísima de tener dos niños en lugar del único que tuvo y que está donde está vuestra mamita. También ella ha llorado ¿Lo sabíais? Se le murió su hijito, así como a vosotros se os murió mamá..."
"¡Oh, entonces vamos a donde está ella, y él irá a donde está mamá!" dice María.
"Exactamente así. Y estaréis todos contentos."
"¿Cómo es esa mujer? ¿Qué hace? ¿Es campesina? ¿Tiene un buen patrón?" los pequeñuelos quieren saber.
"No es campesina, pero tiene un jardín lleno de rosas y es buena como un ángel. Tiene un buen marido. También él os va a querer mucho."
"¿Lo crees, Maestro?" pregunta un tantico incrédulo Mateo.
"Estoy seguro. Os convenceréis. Hace tiempo que Cusa quería hacer de Marziam un caballero."
"¡Ah, eso no se va a poder!" grita Pedro.
"Marziam será un caballero del Mesías. Y no otra cosa, Simón. No te preocupes."
El lago torna a su color gris. Sopla un poco el viento que arruga el lago. La vela se extiende, la barca se desliza más veloz. Los niños están soñando en la nueva mamá y no tienen miedo del balanceo.
Pasa Mágdala con sus casas blancas entre el verdor. Pasa la campiña entre Mágdala y Tiberíades. Aparecen las primeras casas de esta ciudad.
"Al puerto de Cusa."
Pedro vira y da órdenes al trabajador. La vela se dobla mientras la barca se acerca al puerto, entra, se detiene junto al pequeño muelle. La otra barca hace lo mismo. Están cercanas una a la otra y parecen dos patos cansados. Bajan todos. Juan corre a avisar a los jardineros.
Espantados los pequeños se asen a Jesús y María con ansia, jalándole los vestidos le dice: "¿Pero de veras será buena?"
Regresa Juan: "Maestro, un siervo va a abrir el cancel. Juana ya se levantó."
JESÚS VA AL ENCUENTRO DE CUSA Y JUANA
"Está bien. Esperad aquí todos."
Jesús va solo. Los otros lo miran y cada uno hace comentarios más o menos favorables de lo que intenta hacer. No faltan sus dudas ni críticas. Desde el lugar donde están no ven sino a Cusa que corre, que se inclina hasta tierra en el umbral del cancel y que luego penetra en el jardín a la izquierda de Jesús. Luego no se ve otra cosa.
Pero yo sí veo. Veo a Jesús que lentamente camina al lado de Cusa que está muy contento de tenerlo por huésped. "Mi Juana se sentirá feliz. Y yo también. Está siempre mejor. Me contó lo del viaje. ¡Qué triunfos, Señor mío!"
"¿No te sentiste mal?"
"Juana es feliz. Soy feliz al verla contenta. Podía desprenderme de ella por un mes, Señor."
Podías...Te la restituí. Procura ser agradecido con Dios."
Cusa lo mira un poco embarazado... luego en voz baja: "¿Es un reproche, Señor?"
"No. Un consejo. Sé bueno, Cusa."
"Maestro, soy siervo de Herodes..."
Pero tu alma de ningún otro es sierva,
sino de Dios, si lo quieres."
"Lo sé. Pero tu alma de ningún otro es sierva, sino de Dios, si lo quieres."
"Es verdad, Señor, me enmendaré. Algunas veces me dejo llevar del respeto humano..."
"¿Lo habrías tenido el año pasado cuando querías salvar a Juana?"
"¡Oh, no! Aunque hubiese perdido todos los honores, me hubiera dirigido a quien hubiera podido salvármela."
"Haz lo mismo con tu alma. Vale más que Juana. Mira ahí viene."
Aceleran el paso para irle al encuentro que viene corriendo por el sendero.
¿Qué bondad tuya te trae a tu discípula?"
"Una necesidad, Juana."
Ayer tarde encontré por un camino solos a dos
pobrecitos niños...
"Maestro mío. No esperaba volver a verte tan pronto. ¿Qué bondad tuya te trae a tu discípula?"
"Una necesidad, Juana."
"¿Una necesidad? ¿De qué se trata? Habla y si podemos, te ayudaremos" dicen ambos esposos juntamente.
"Ayer tarde encontré por un camino solos a dos pobrecitos niños... a una niña y a un niño... Descalzos, con los vestidos rotos, hambrientos, abandonados... y vi cómo un hombre de corazón de hiena los echaba afuera como si fuesen perros... A ese hombre el año pasado le brindé favores, y él negó un pan a dos huérfanos. En realidad, son huérfanos, y por los caminos del mundo cruel. Ese hombre recibirá su merecido. ¿Queréis tener mi bendición? Os tiendo la mano. Yo mendigo amor, por unos huérfanos sin hogar, vestido, comida, amor. ¿Queréis ayudarme?"
"Pero Maestro ¿lo preguntas? Di qué quieres, cuánto quieres, dilo todo..." dice Cusa impetuoso.
Juana no habla. Tiene las manos puestas sobre su corazón. Una lágrima corre y baña sus ojos. Una sonrisa de anhelo se dibuja en sus rojos labios. Espera. No habla. Pero su silencio es como un discurso.
Jesús la mira y sonríe: "Quisiera que esos niños tuviesen una mamá, un papá, una casa, y que la mamá se llamase Juana..."
Aun no termina Jesús de pronunciar la última palabra cuando se oye el grito de Juana, como el de un encarcelado que obtiene la libertad. Se postra a los pies de su Señor a besárselos
"Y tú, Cusa, ¿qué dices? ¿Acoges en mi nombre a estos dos seres a quienes amo, mucho más que joyas preciosas?"
"Maestro, ¿dónde están? Llévame a donde están, y bajo mi palabra te juro que desde el momento en que ponga mi mano sobre sus inocentes cabezas los amaré como si fuese su verdadero padre en tu nombre."
Confiad en Mí que veo los corazones y el futuro.
Os darán paz y unión
a vuestro matrimonio, no sólo ahora sino en lo porvenir.
El cielo estará siempre sobre vosotros,
benigno, misericordioso por
esta caridad vuestra.
"Venid, pues. Sabía que mi venida no iba a ser inútil. Venid. Son campesinos, llenos de miedo, pero buenos. Confiad en Mí que veo los corazones y el futuro. Os darán paz y unión a vuestro matrimonio, no sólo ahora sino en lo porvenir. Os volveréis a encontrar en vuestro amor. Sus inocentes brazos serán el mejor lazo en vuestras vidas. El cielo estará siempre sobre vosotros, benigno, misericordioso por esta caridad vuestra. Están fuera del cancel. Vinimos desde Betsaida..."
Juana no espera más. Se adelanta corriendo, llevada de su manía de acariciar a los niños.
Llega, se arrodilla para estrechar sobre su seno a los dos huerfanitos a quienes besa en sus caritas demacradas, mientras ellos espantados miran a la hermosa señora de ricos vestidos. Observan a Cusa que los acaricia y que toma en sus brazos a Matías. Miran el espléndido jardín y los siervos que acuden... Miran la casa que abre sus salas llenas de riquezas a Jesús y a sus apóstoles. Miran a Ester que los aplasta con besos.
El mundo de los sueños se ha abierto a los pequeños extraviados...
Jesús contempla y sonríe...
V. 1040-1047
A. M. D. G.