LA PARTIDA DE TOLEMAIDA PARA TIRO
#Los apóstoles van en busca de la nave que los conducirá a Tiro
#Pedro y los suyos embarcan en la nave
#Desembarcan en un poblado para descansar
#Llegaremos a Tiro por la noche. Este mal tiempo nos ha retrasado la llegada
#Juan empieza a cantar: Salve estrella matutina...
Parece como si la ciudad de Tolemaida tuviera que seguir aplastada por un cielo que se cierne sobre ella, un cielo plomizo, sin una tira de azul, ni siquiera una señal de otro color. No se ve ni una nube, ni un cirro, ni una nubecilla que se eche a navegar por esta capa cerrada del firmamento. Tan sólo se ve una concavidad inmensa, pesada como una cubierta de algún estanque sucio, lleno de hollín, opaco, cruel. Las blancas casas de la ciudad parecen de yeso, de un yeso tosco, basto, triste, en medio de esta luz... el verdor de las plantas marchito, melancólico y amarillentas o cadavéricas las caras de la gente. Sin vida, los colores de sus vestidos, La ciudad nada en medio del siroco.
El mar presenta igual tétrico aspecto. Es un mar sin confines. Un mar inmóvil, por donde no se ve nada. No tiene ni el color plomizo. Sería un error decirlo. Es una extensión sin horizontes, sin arruga alguna, algo aceitoso, gris, como pueden ser los lagos de asfalto, como podrían ser los lagos de plata mezclada con hollín, con ceniza, y formar así un color propio de astillas de cuarzo, que parecen no brillar por lo muerto y opaco que son. Si se le ve brillar es por que lo siente la mirada, que descubre algo en esta madreperla negruzca que deja a uno cansado, sin haberle proporcionado algo de alegría. El ojo no encuentra ni una ola. La vista sigue hasta el horizonte, hasta donde el muerto mar toca el muerto cielo, sin poder distinguir una sola onda. Pero se entiende que n son aguas hechas piedra porque el ojo distingue un levísimo movimiento, perceptible sólo al chocar contra la luz. Pero el mar está muerto. Las aguas no quieren separarse de la ribera. Están quietas como si estuvieran en un estanque. Se puede ver que sobre la arena está la línea, a un metro de distancia del agua, que señala que hasta allí llegó el agua hace muchas horas. La calma es absoluta.
Las pocas naves que hay en el puerto no se balancean, parece como si estuvieran enclavadas. Los paños que penden sobre los puentes, están inertes.
Los apóstoles van en busca de la nave
que los conducirá a Tiro
De un barrio del puerto salen los apóstoles con Juan de Endor y Síntica. No sé qué habrán hecho con el asno y el carro, pues no los traen. Pedro y Andrés traen un cofre. Santiago y Juan otro. Judas de Alfeo trae sobre las espaldas el telar desmontado y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón Zelote traen las alforjas de todos, y aun la de Jesús. Síntica no trae más que una canasta con alimentos. Juan de Endor nada.
Se deslizan rápidos entre la gente que regresa. La gente la componen en su gran parte mercaderes con sus mercancías, o si se trata de marinos, es porque se dirigen al puerto para cargar, descargar, o hacer alguna reparación.
Simón de Jonás camina seguro. Debe saber a dónde se dirige porque no mira a ninguna parte. El por una parte y Andrés por otra traen cargando con un lazo uno de los cofres. Simón viene colorado por el esfuerzo. Lo mismo se nota en los demás compañeros, Santiago y Juan. Se ve que sus músculos se han puesto tensos, tanto los de las piernas como los de los brazos, porque para poder caminar mejor, no traen más que la túnica corta y sin mangas, igual como hacen los cargadores de los navíos cuando cargan o descargan. Esta es la razón por qué nadie pone mientes en ellos.
Pedro no se dirige al muelle grande, sino que por un pasadillo va al menor en forma de arco que semeja una segunda dársena, más estrecha, debido a las barcas de pesca. Mira y grita.
Le responde alguien que se ha puesto de pie en el fondo de una buena barca, bastante amplia.
"¿De veras quieres partir? Ten en cuenta que la vela no sirve hoy. Tendrás que hacerlo a fuerza de remos."
"Esto servirá para calentarme y para que tenga buen apetito."
"¿Eres de veras capaz de navegar?"
"¡Bah! ¡Hombre! No sabía decir todavía la palabra "mamá" cuando ya mi padre me había puesto en las manos las cuerdas, y las jarcias del navío. Allí crecieron mis dientes de leches..."
"Es que... ¿sabes? Esta barca es todo lo que poseo..."
"Desde ayer me lo has venido repitiendo... ¿No sabes otra canción?"
"Lo que sé es que si te vas a pique, estoy arruinado y..."
"El arruinado seré yo porque pierdo la pie, ¡y no tú!"
"La barca constituye todas mis posesiones, mi pan, mi alegría, la de mi esposa. Es la dote de mi hijita y..."
"¡Uf ! Oye, no me sigas molestando porque mis nervios están a punto de reventar... Siento que se me acalambran, como sucede a los nadadores. Te he dado tanto que podría decirte que "te he comprado la barca". No me he quedado corto a lo que pedías. ¡ladrón marino que eres! Te demostré que sé remar, que sé gobernar la vela mejor que tú, y todo se arregló. Ahora, si la ensalada de cebollas que te comiste anoche, de las que tu boca apesta más que una cloaca, te hizo ver pesadillas y remordimientos, eso a mí no me importa. Hicimos nuestro contrato ante dos testigos. Tú trajiste el tuyo y yo el mío, ¡y basta! Sal de ahí, cangrejo peludo, y déjame entrar."
"Pero... al menos una garantía... ¿Si mueres quién me paga la nave?"
"¿La nave? ¿A esta calabaza sin pulpa la llamas nave? ¡Oh, miserable y orgulloso que habías de ser! Pero voy a tranquilizarte. Voy a darte otras cien dracmas. Con estas y con las que me pediste porque me la prestabas puedes hacerte otras tres mejores que esta... ¡No! ¡Plata, no! Serías capaz de tomarme por loco, y pedirme más cuando regrese, porque que vuelva, es cosa segurísima, tal vez para darte de bofetadas si me has dado una barca con una mala popa. Te dejaré el asno y la carreta en empeño. ¡No! ¡Tampoco esto! No te confío mi Antonio, serías capaz de cambiar de oficio, y de barquero hacerte carretero, y largarte cuando yo no esté. Mi Antonio vale diez veces más que tu barca. Es mejor darte dinero. Pero ten en cuenta que son una garantía, y que cuando regrese, me lo devuelves. ¿Has entendido? ¡Oh, vosotros de la nave! ¿Quién es de Tolemaida?"
Tres caras se asoman de una nave cercana: "Nosotros."
"Venid aquí..."
"No, no es necesario. Arreglémoslo nosotros mismos" dice con aire suplicante el barquero.
Pedro y los suyos embarcan en la nave
Pedro lo mira escudriñadoramente, piensa, y al ver que el otro deja la barca se apresura a meter en ella el telar que Judas había puesto en el suelo, entre dientes murmura: "¡He comprendido!" Grita a los de la nave: "No es necesario. Quedaos allí." Luego saca plata de una bolsita, cuenta, la besa y dice "¡Adiós, querida mía!" y se la da al barquero.
"¿Por qué la besaste?" pregunta sorprendido.
"Se trata de un ... rito. ¡Adiós, ladrón! Vosotros, moveos. Tú, por lo menos detén la barca. luego contarás tu dinero, y verás que es exacto. No quiero tenerte por compañero en el infierno ¿sabes? Yo no soy de los que roban. ¡Ea! ¡Iza! ¡Iza! " Y echa en la nave el primer cobre. Luego ayuda a los demás a amontonar las alforjas y todo el cargamento de modo que haya equilibrio, y de que las cosas dejen el paso libre para las maniobras. Después echa las cosas personales.
"¿Ves, vampiro, que sé hacerlo? Lárgate ahora y que te vaya bien."
Junto con Andrés pone el remo contra el muelle para separarse. Cerca ya de la corriente entrega el timón a Mateo diciendo: "Tú puedes hacerlo muy bien. Te traerá recuerdos de cuando nos sorprendías en la pesca." Luego se sienta en la proa, sobre una banquita, con su hermano. Ante él están sentados Santiago y Juan de Zebedeo que bogan rítmicamente. La barca sin dificultad se desliza veloz, pese al cargamento, pasado ligera al lado de las grandes naves, de donde se oyen alabanzas por el perfecto bogar.
Después salen al mar. Han dejado los diques... Tolemaida pasa ante sus ojos. Tolemaida está extendida sobre la ribera.
En la barca el silencio es completo. Se escucha solo el chasquido que contra el agua producen los remos.
Después de un tiempo, Tolemaida se ve allá a lo lejos. Pedro dice.
"Si había un poco de viento... ahora ¡nada! ¡Ni un soplo!"
"¡Con tal de que no vaya a llover!" comenta Santiago de Zebedeo.
"¡Umh! ¡Y parece que sí!..."
Silencio. Cansancio que produce el remar.
Andrés pregunta: "¿Por qué besaste las monedas?"
"Porque se saluda a quien parte para siempre. No las veré más, y me desagrada. Quería darlas a algún necesitado... ¡Paciencia! La barca en realidad es buena, robusta, bien hecha. La mejor de Tolemaida. Por esto cedí a lo que pedía el dueño, y también para que no me hiciese preguntas de a dónde vamos. Por esto le dije_ "A comprar al Jardín blanco"... ¡Ay! ¡Ay! empieza a llover. Cubrios los que podáis. Síntica, da el huevo a Juan. Es la hora... Tanto mejor cuanto que con un mar así, nada se puede mover en el estómago... ¿Qué estará haciendo Jesús? ¡Sin vestidos, sin dinero! ¿Dónde estará ahora?"
"Sin duda que rogando por nosotros" responde Juan de Zebedeo.
"Está bien. Pero ¿dónde?..."
Nadie puede responder a la pregunta. La barca avanza fatigosamente bajo un cielo plomizo, sobre un mar de color ceniciento, bajo una finísima llovizna, que parece neblina, que da fastidio como un cosquilleo prolongado. Se ven bien los montes envueltos en un manto amarillento. pero el mar no deja de molestar a los ojos con su rara fosforescencia.
Desembarcan en un poblado para descansar
"En aquel poblado vamos a detenernos para descansar y comer" dice Pedro que es incansable en el remo. Los demás asienten.
Llegan. Es un montón de casas de pescadores, que ha buscado su refugio tras de un saliente del monte.
"Aquí no podemos desembarcar. no hay fondo..." refunfuña Pedro. "Bueno, comeremos aquí."
Todos comen con buen apetito, menos Juan de Endor y Síntica. La llovizna unas veces arrecia, otras se para. La población está desierta como si en ella nadie habitara. Y sin embargo las palomas que van de una casa a otra dicen que hay allí habitantes. Se ve por el camino un hombre semidesnudo que se dirige a una barquilla que descansa sobre la playa.
"¡Oye, tú! ¿Eres pescador?" le grita Pedro, poniendo sus manos en forma de embudo.
"Sí" La respuesta llega débil por la distancia.
"¿Qué tiempo vamos a tener?"
"Dentro de poco mar picado. Si no eres de estas partes te aconsejo que te vayas inmediatamente más allá del promontorio. Allá las ondas son menores, sobre todo junto a la ribera y puedes ir, porque el mar es profundo. pero vete al punto."
"Gracias. ¡La paz sea contigo!"
"¡Paz y buena suerte sean contigo!"
"¡Ánimo!" dice Pedro a sus compañeros. "Y que Dios esté con nosotros."
"No cabe duda que lo está. Jesús ruega por nosotros" contesta Andrés volviendo a remar.
Ondas gigantescas han comenzado a formarse. Ondas que avanzan, que rechazan a la barquichuela en su intento de avanzar, y eso sin contar la llovizna que moja... además de un viento que llega a azotar las espaladas de los navegantes. Simón de Jonás no es parco en echarle unos cuantos epítetos pintorescos, porque es un viento contrario que no ayuda, antes bien arroja a la barca contra los escollos del promontorio que no está lejos. La barca trata de deslizarse en la curva de este golfo en miniatura de color negruzco cual tinta. Continúan bogando fatigosamente. Se les ve que están colorados, sudados, que aprietan los dientes, que no quieren hablar para no desperdiciar una brizna de fuerzas. Los demás sentados en frente -y veo sus espaldas- guardan silencio bajo esta llovizna molesta. Juan y Síntica están en el centro cerca del mástil de la vela, detrás los hijos de Alfeo, finalmente Mateo y Simón que lucha por tener derecho el timón a cada golpe de las ondas.
Es un trabajo arduo dar vuelta al promontorio. Al fin lo logran... Los remadores encuentran un poco de descanso. Estaban ya casi rendidos. Se preguntan si sería oportuno irse a refugiar en un poblado que se ve más allá del promontorio. La idea "de que se debe obedecer al Maestro aun cuando el sentido común sea contrario" prevalece. "El dijo que se debería llega a Tiro en un solo día." Y siguen su travesía...
De improviso el mar se calma. Todos notan el fenómeno. Santiago de Alfeo dice. "El premio de haber obedecido."
"Sí. Satanás se ha largado porque no logró hacernos desobedecer" confirma Pedro.
Llegaremos a Tiro por la noche. Este mal tiempo
nos ha retrasado la llegada
"Llegaremos a Tiro en la noche. Este mal tiempo nos ha detenido mucho..." dice Mateo.
"No importa. Iremos a dormir, y mañana buscaremos la nave" interviene Simón Zelote.
"¿La podremos encontrar?"
"Jesús lo dijo. Claro que la encontraremos" dice con aplomo Tadeo.
"Podemos levantar la vela, hermano" propone Andrés. "El viento que sopla nos ayuda. Más ligeros avanzaremos."
La vela no se infla mucho, pero lo suficiente para que los remadores sientan un poco de alivio. La barca se desliza hacia Tiro, cuyo promontorio, mejor, de istmo. se ve blanquear en lontananza allá, al norte, cuando los últimos rayos del sol han casi desaparecido.
Prontamente la noche se echa encima. Y cosa extraña. Después de tanta neblina, en el firmamento aparecen las estrellas con una claridad inimaginable. La Osa mayor se revuelca en medio de sus astros, entre tanto que el mar se pone un vestido pálido que le da la luna, un vestido tan blanco que da la impresión de que fuese ya a despuntar el alba. Como si no hubiesen habido horas nocturnas...
Juan empieza a cantar: Salve estrella matutina...
Juan de Zebedeo levanta su cabeza al cielo. Mira. Ríe, y de pronto empieza a cantar, siguiendo el ritmo de su remo y este el de aquel:
"Salve, estrella matutina,
Jazmín de la noche,
Luna dorada de mi cielo,
Santa madre de Jesús.
En ti el navegante espera,
El que sufre, el que muere en ti piensa,
Brilla siempre, estrella santa, Estrella pía,
Sobre quien te ama ¡Oh María!..."
Juan con su voz de tenor ha estado maravilloso.
¡Nosotros hablamos de Jesús y tú hablas de María!"
"El está en ella y ella en El. El existe porque Ella
ha existido...
"¿Pero qué dices? ¡Nosotros hablamos de Jesús y tú hablas de María!" dice su hermano.
"El está en ella y ella en El. El existe porque Ella ha existido... Déjame cantar..." y empieza, arrastrando tras sí a los demás.
Así llegan a Tiro. Sin ninguna dificultad desembarcan en el pequeño puerto, en el que se encuentra al sur del istmo, por donde cuelgan lámparas de muchas barcas, y los que están en los barcos les brindan ayuda.
Mientras Pedro y Santiago se quedan en la barca para cuidar los cofres, los demás con un barquero del lugar, van a buscar alguna fonda donde poder descansar.
VI. 35-41
A. M. D. G.