LA TEMPESTAD.
MILAGRO EN EL NAVÍO
#En un mar cada vez más embravecido navegan hacia Seleucia
#Pedro va al puente donde está Nicomedes
#Se forma un gran temporal y un marinero es herido gravemente
#Pedro coge al herido y lo lleva a Síntica para curarlo
#Le aplican al herido el ungüento que había preparado la Virgen
#Nicomedes quiere sacrificar a los dioses para implorar que calme el mar
#Nicomedes deja a los apóstoles que ofrezcan a su Dios para calmar la tempestad
#Nicomedes se interesa por lo que han hecho para que se calme el mar
El Mediterráneo es una extensión en que las ondas se disputan cada trozo de él, lanzándose sus crestas espumantes. Hoy no se ve ni neblina, ni oscuridad. Y con todo el agua, echa polvo, golpea, hiere, penetra hasta el fondo de los vestidos, hincha los ojos, quema la garganta y se esparce como un velo por todas partes. Al aire lo ha hecho que tomara un color opaco, como ha hecho que las cosas se cubran de un colorcillo de harina brillante, que no es más que la diminuta sal marina convertida en minúsculos granitos. Esto pasa a donde no llegan los brincos horribles que las ondas echan sobre los puentes de la nave, pasando de un lado a otro del mar, rompiéndose en cascadas, abriéndose paso por todos los lugares que encuentran.
En un mar cada vez más embravecido navegan
hacia SelEucia
El navío sube, baja, una paja a merced de la mar, que no sabe que esté ella allí. El navío se lamenta, gime, desde abajo, hasta la punta de sus mástiles... Nadie puede contra este mar embravecido...
A excepción de los que tienen que seguir remando o gobernando la nave, a nadie se le ve en el puente, ni cosa alguna, fuera de las chalupas de salvamento. Los encargados del equipaje, y el primero entre todos el cretense Nicomedes, desnudos corren, sin equilibrio ninguno, de acá para allá.
Las escotillas atrancadas no dejan ver lo que pasa bajo cubierta. pero me imagino que se esté muy tranquilo.
No sé dónde estén, porque no veo otra cosa más que mar, y allá en lontananza una cadena montañosa, de altos montes. Pienso que ya hace más de un día que navegan porque la hora actual es de mañana, teniendo en cuenta la posición del sol, que aunque desaparece bajo las preñadas nubes, viene del oriente.
Pienso que la nave avanza poco. El mar se embravece cada vez más. Con un golpe terrible parte por en medio el árbol de la nave. Su nombre no lo sé exactamente, y al caer, va a dar contra una parte de la barrera al mismo tiempo que se lanza una andanada de agua y un rugido de viento.
Los que están abajo, han de pensar que llegó su fin... Instantes después de una portezuela Pedro saca su cabeza enmarañada. Mira atentamente, y vuelve a cerrar antes de que un torrente de agua se le eche encima. Otra vez vuelve a asomarse, y logra saltar a tiempo de que otra onda lo atrape. Se ase de donde puede y contempla ese mar que es un infierno. Por todo comentario se limita a silbar.
Pedro va al puente donde está Nicomedes
Nicomedes lo ve: "¡Largo de ahí! ¡Largo! Cierra esa portezuela. Si la nave se llena con agua se va al fondo. Agradece que no eche la carga al fondo... ¡Jamás una tempestad igual! ¡Largo de ahí, te lo mando! No quiero que hombres de tierra pongan pie aquí. Este no es lugar para jardineros y ... " Y no sigue porque otra onda se lanza sobre el puente y cubre todo.
"¿Lo has visto?" grita a Pedro que está bañado como una sopa.
"Lo estoy viendo, pero no me hace nada. No sólo soy capaz de guardar jardines. Nací sobre el agua, sobre un lago de verdad... Y también este... Antes de ser cultivador, fui pescador y ..."
Pedro está de vena. No muestra ninguna emoción. Y hace ritmo con sus piernas cortas y encorvadas con el movimiento de la nave. El cretense lo mira fijamente, mientras se le acerca.
"¿No tienes miedo?" le pregunta.
"¡Ni por sueños!"
"¿Y los demás?"
"Tres de ellos son pescadores como yo. Mejor dicho lo fueron... Los demás, a excepción del enfermo, son fuertes."
"¿También la mujer?... ¡Pon atención! ¡Fíjate! ¡Agárrate!"
Una onda gigantesca ha caído sobre el puente. Pedro espera que haya pasado. Dice: "Qué bien me hubiera sabido esta bañada en los días calurosos... ¡Paciencia! ¿Decías que la mujer? Ruega... y no estaría mal que lo hicieras también tú. ¿Dónde nos encontramos? ¿En el canal de Chipre?"
"¡Ojalá así fuera! Me acercaría a la isla en espera de la calma. Apenas si nos encontramos a la altura de Colonia Julia, o Berito, si te gusta. ahora viene lo peor... Aquellas son las montañas del Líbano."
"¿No se podría anclar en aquella población que se ve?"
"El puerto es malo, y muchos escollos. ¡Ten cuidado!"
Se forma un gran temporal y un marinero
es herido gravemente
Otro torrente, y otro pedazo del árbol, que hiere a un hombre, que no es arrastrado por la corriente, porque choca contra un obstáculo.
"¡Vete abajo! ¡Vete abajo! ¡Lo estás viendo!"
"Lo veo... Pero ese hombre..."
"Si no está muerto volverá en sí. No puedo curarlo... ¡Lo ves!..." No cabe duda que el cretense esté atento a todo.
"Dámelo. Lo curará la mujer que viene con nosotros..."
"Lo que quieras, pero ¡lárgate!"
Pedro coge al herido y lo lleva a Síntica
para curarlo
Pedro se arrastra hasta llegar donde está el marino, lo tira por un pie. Lo ve, silba... Dice: "Tiene la cabeza abierta como una granada. Aquí hace falta el Señor... ¡Oh, si estuviera! ¡Señor Jesús! Maestro mío, ¿por qué nos has dejado?" El dolor repercute en su voz.
Se echa al herido sobre las espaldas que se le manchan de sangre, y se dirige a la portezuela. El cretense le grita: "Es inútil todo. ¡Míralo bien!..."
Pedro con su carga encima no le hace caso. Como si dijera: "Lo veremos", se agarra con todas sus fuerzas de un palo ante una nueva onda, y luego abre la portezuela. Grita: "¡Santiago, Juan, venid aquí!" y con su ayuda baja al herido, cerrando tras sí la portezuela.
A la luz pálida de las lámparas que se bambolean ven que Pedro está manchado de sangre: "¿Estás herido?" le preguntan.
"Yo no. La sangre es de este... Rogad para que... Síntica, ven aquí un poco. Una vez me dijiste que sabes curar a heridos. Mira esta cabeza..."
Síntica deja de sostener a Juan de Endor, que sufre mucho. viene a la mesa donde está el herido y mira...
"¡La herida es profunda!... Es igual a la que vi en dos esclavos, en el uno a quien había golpeado su dueño, y en el otro que fue golpeado con una piedra en Caprarola. Es necesaria mucha agua para lavar la herida y detener la sangre..."
"¡Si no es otra cosa que agua, tenemos para reventar! Ven, Santiago, con un cubo los dos lo haremos pronto."
Van y regresan empapados de agua. Síntica pone lienzos mojados en la nuca... La herida es horrible. Desde la sien hasta la nuca el hueso está al descubierto. El herido abre sus ojos, sin expresión, y se le oye roncar. El miedo instintivo a la muerte se ha apoderado de él.
"¡Bueno! ¡Bueno! ¡Te vas a curar!" trata de consolarlo Síntica, y se lo dice en griego, porque el herido ha hablado en esta lengua.
Este, aunque semiinconsciente la mira sorprendido, y al oír su lengua, un algo de sonrisa se nota en su cara, y busca la mano de Síntica... El hombre cuando se encuentra en los umbrales del sufrir parece un niño y busca a la mujer que siempre conserva su sentido maternal.
"Voy a hacer las pruebas con el ungüento de María" dice Síntica cuando se para la sangre.
"Es para dolores..." objeta Mateo, que está pálido como un muerto, no sé si por sentirse mareado, o por la sangre, o por ambas cosas.
"¡Oh! Lo hizo María con sus manos. Se lo aplicaré rogando... Rogad también vosotros. No le puede hacer mal. El aceite es medicina."
Le aplican al herido el ungüento
que había preparado la Virgen
Va a donde está la alforja de Pedro, saca una especie de recipiente de bronce, lo abre, toma un poco de ungüento, lo calienta sirviéndose de la cubierta del vaso. Lo pone sobre un trozo de lino doblado, y lo pone en la herida. Venda la cabeza con trozos de lino, pone bajo la cabeza del herido un manto doblado, se sienta junto a él, que parece adormecerse. Tanto ella como los demás oran.
Arriba continúa el mar atacando a la nave, que ahora sube, ahora baja según los vaivenes de las ondas. Después de un poco de tiempo se abre la portezuela, y entra un marinero.
"¿Qué sucede?" pregunta Pedro.
"Estamos en peligro. Vengo a tomar incienso y las oblaciones para un sacrificio..."
Nicomedes quiere sacrificar a los dioses
para implorar que calme el mar
"¡Déjate de esas cosas!"
"¡Es que Nicomedes quiere sacrificar a Venus! Estamos en su mar..."
"¡Que está loco como él" dice despacio Pedro. Luego con voz fuerte: "Venid. Vayamos al puente. Tal vez podamos hacer algo... ¿Tienes miedo de quedarte con el herido y con estos dos?" Los dos son Mateo y Juan de Endor, que está muy mareados.
"No, no. Id si os parece" responde Síntica.
Mientras están subiendo por el puente se encuentran con el cretense que quiere el incienso. Lleno de rabia y a gritos dice. "¿No estáis viendo que sin un milagro naufragamos? ¡Es la primera vez! ¡La primera vez desde que navego!"
Judas de Alfeo en voz baja dice: "Ahora fíjate que va a decir que somos nosotros la causa."
En realidad el cretense aúlla diciendo: "Malditos israelitas, ¿qué maldición pesa sobre vosotros? ¡Perros hebreos, me habéis traído la mala suerte! Largo de aquí, que ahora voy a sacrificar a la Venus naciente..."
"No. Mejor nosotros sacrificamos..."
"¡Largaos! Sois unos paganos, sois unos demonios, sois..."
"Oye. Te juro que si nos dejas, verás el prodigio."
"No. ¡Largo!" Enciende incienso que arroja al mar, como puede, luego un líquido que antes ha ofrecido y gustado de él, y polvos que no sé qué cosa sean. pero el mar rechaza el incienso, y en vez de calmarse, parece enfurecerse más. Arrastra tras sí todas las tablas donde se había ofrecido el sacrificio, y por poco se lleva también a Nicomedes.
Nicomedes deja a los apóstoles que ofrezcan
a su Dios para calmar la tempestad
"¡Qué buena respuesta te ha dado tu diosa! Ahora nos toca a nosotros. También nosotros tenemos una Mujer pura, hecha de espuma, y después... Canta, Juan, como ayer. Te seguimos."
"¡Sí, probad! Pero si se enfurece más, os arrojo a todos vosotros cómo víctimas propiciatorias."
"Está bien. ¡Vamos, Juan!"
Juan empieza a cantar. Lo siguen los demás, hasta Pedro que usualmente no canta, porque es muy desentonado. El cretense con los brazos cruzados y una sonrisa entre airada e irónica los mira. Después de la canción oran con los brazos abiertos. Tal vez sea el Padre nuestro que reciten, pues lo dicen en hebreo y no comprendo nada. Luego cantan más fuerte, y así alternan sin miedo, sin interrupción, pese a las ondas que los mojan sin cesar. No se agarran de nada. Se sienten tan seguros como si fuesen una sola cosa con el puente. Las ondas realmente van disminuyendo de violencia, poco a poco. No cesan del todo, como tampoco el viento cede, pero ya no es la furia de hacia unos cuantos minutos. Las ondas no barren ya el puente.
El cretense no sale de su estupor... Pedro lo mira pero no deja de orar. Juan sonríe y canta con más fuerza... Los otros lo secundan venciendo el fragor del mar que cada vez es menor.
Nicomedes se interesa por lo que han hecho
para que se calme el mar
"¿Tienes algo que replicar?"
"¿Qué habéis dicho? ¿Qué fórmula empleasteis?"
"La del Dios verdadero y la de su Esclava. Endereza la vela y prepara todo... ¿No es aquella una isla?"
"Sí. Es Chipre... El mar está todavía más tranquilo en su canal... ¡Extraño! ¿Cuál es la estrella a la que adoráis? Siempre es Venus ¿o no?"
¿Cuál es la estrella a la que adoráis?
Nosotros no adoramos sino a Dios.
Se trata de María, de María de Nazaret,
la Madre de Jesús, el Mesías de Israel.
"No hay nada de Venus. Y nosotros no adoramos sino a Dios. Se trata de María, de María de Nazaret, la Madre de Jesús, el Mesías de Israel."
"¿Y qué fue lo otro? ¿No fue hebreo eso?"
"No. Hablamos en nuestro dialecto, en la lengua de nuestro lago, de nuestra patria. pero no podemos enseñártela a ti, que eres pagano. Es algo que dijimos a Yeové, y sólo los creyentes pueden saberlo. Adiós, Nicomedes. Y no lamentes lo que se ha ido al fondo. Un sortilegio menos... que no te traerá infortunio. Adiós ¿eh?"
"No... Pero perdonadme... Os he insultado."
"¡No te preocupes de ello! Son cosas de tu culpo por... Venus... Vamos, muchachos, adonde están los demás..." y contento y dichoso Pedro se dirige a la portezuela.
El cretense los sigue: "¡Escuchadme! ¿Ha muerto el herido?"
"¡Imposible! Tal vez te lo devolveremos más sano... Es algo que... según tú... se debería a nuestros sortilegios ¿eh?"
"¡Oh, perdonad! ¡Perdonadme! Decidme dónde puedo aprenderlos, para que me sirva de ellos. Os daría dinero..."
"¡Adiós, Nicomedes! Es algo difícil... algo que no se permite. ¡Que a los paganos se les vendan las cosas sagradas! ¡Adiós! ¡Que te vaya bien, amigo! ¡Que te vaya bien!"
Pedro, sonriente, acompañado de los demás se va abajo, entre tanto que un mar plácido sonríe, se alegra al verse calmado y al ver que la luna allá arriba también sonríe...
VI. 45-50
A. M. D. G.