DE SELEUCIA A ANTIOQUIA
#Ofrecen a Pedro una carreta y un caballo para ir a Antioquia
#"La mitad de mi vida la he terminado en estos pocos días. ¡Es doloroso! ¡Es doloroso!
#Para no hacerles penosa la separación deciden estar unos días en Antioquia en la casa de Filipo
#Llegan a la casa donde se hospedarán Juan de Endor y Síntica
Ofrecen a Pedro una carreta y un caballo
para ir a Antioquia
"En el mercado podréis encontrar alguna carreta, pero si queréis la mía, os la doy en recuerdo de Teófilo. Si puedo algo ahora, a él se lo debo. Me defendió porque era de un corazón recto. Y hay cosas que no pueden olvidarse" dice el viejo fondero a los apóstoles, cuando el sol viene despuntando entre el nuevo día.
"Sucede que por varios días tendremos que usar tu carro... Y ¿quién lo va a guiar? Apenas si puedo arrear un carro tirado por un asno... ¡pero caballos!..."
"Es lo mismo ¡hombre! No te voy a dar un potranco indómito, sino un sesudo caballo de tiro, bueno como un cordero. Llegaréis pronto y sin fatigaros. A eso de las tres de la tarde estaréis en Antioquia, tanto más cuanto que el caballo conoce el camino muy bien. Cuando ya no lo necesites me lo devuelves y no te cobraré nada, pues no quiero hacer otra cosa más que ser agradecido al hijo de Teófilo, al que le diréis que mucho lo recuerdo, y que todavía me considero siervo suyo."
"¿Qué hacemos?" pregunta Pedro a sus compañeros.
"Lo que mejor te parezca. Tú decide y te seguiremos."
"¿Aceptamos el caballo? Lo digo por Juan... y también por llegar lo más pronto... Me parece como si llevara dos a la muerte y no veo la hora en que todo haya pasado..."
"Tienes razón" dicen todos.
"Bueno, acepto."
"Y de mi parte os lo presto. Voy a preparar la carreta."
"La mitad de mi vida la he terminado en estos
pocos días. ¡Es doloroso! ¡Es doloroso!
El fondero se va. Pedro da rienda a lo que pensaba: "La mitad de mi vida la he terminado en estos pocos días. ¡Es doloroso! ¡Es doloroso! Hubiera querido disponer del carro de Elías, del manto que tomo Eliseo, de cualquier cosa para terminar lo más pronto posible. Y sobre todo hubiera yo querido, aun a costa de mi vida, haber podido proporcionar algo a esos pobrecitos, algo que les hubiese borrado el recuerdo... No comprendo lo que pienso ¡es la verdad! Algo que les hubiera borrado el pasado... Algo que no les hiciera sufrir tanto... Pero si logro saber quién es la causa de todo este dolor, no soy Simón de Jonás, sino le tuerzo el pescuezo. Bien, no lo mataré... pero sí torcérselo en cambio de la alegría y vida que ha arrebatado a estos pobres..."
"Estoy de acuerdo contigo. Es un gran dolor. Pero Jesús dice que se deben perdonar las ofensas..." objeta Santiago de Alfeo.
"Me las hubieran hecho a mí, las tendría que perdonar, y podría. Estoy sano. Soy fuerte. Si alguien me ofende tengo fuerzas para reaccionar aun al dolor. Pero ¡ese pobre de Juan! No, no puedo perdonar la ofensa que le hicieron a él, a quien ha redimido el Señor, a él que va muriendo presa de tanta aflicción..."
"Yo me pongo a pensar en la hora que lo tendremos que dejar..." dice con tristeza Andrés.
"Lo mismo yo. Es algo que no se me quita de la cabeza, y que aumenta cuanto más se acerca el momento..." dice Mateo.
"Hagámoslo lo más pronto posible" decide Pedro.
"No, Simón. Perdona si te digo que estás equivocado. Tu amor por el prójimo se está desviando, y esto no debe suceder" dice calmadamente Zelote, al mismo tiempo que pone una mano sobre la espalda de Pedro.
"¿Por qué, Simón? Tú eres culto y eres bueno. Muéstrame dónde estoy equivocado, y si logro ver mi error, diré que tienes razón."
"Tu amor se está desviando, porque se está convirtiendo en egoísmo."
"¿Cómo? ¿Me duele la suerte de ellos y soy egoísta?"
"Sí, hermano. Porque por exceso de amor -y todo exceso es un desorden que lleva al pecado y es algo despreciable- no quieres sufrir tú, por no ver sufrir... Esto es egoísmo, hermano en el nombre del Señor."
"¡Es verdad! Tienes razón. Te agradezco que me lo hayas advertido. Esto lo hacen los buenos compañeros. Está bien. No tendré ya prisa... Pero decidme ¿no es algo lastimoso?
"Sí lo es..." dicen todos.
"¿Cómo haremos para dejarlos?"
"Yo creo que lo podríamos hacer después que Filipo les haya dado hospedaje. Podríamos quedarnos, si se puede, escondidos en Antioquia por un tiempo, y así nos podríamos informar por Filipo de cómo les va...2 sugiere Andrés.
"No. Sería lo mismo que hacerlos sufrir demasiado con separarnos de este modo" objeta Santiago de Alfeo.
Para no hacerles penosa la separación deciden
estar unos días en Antioquia en la casa de Filipo
"Bien. Tomemos una parte de la opinión de Andrés. Nos quedamos en Antioquia, pero no en casa de Filipo. Durante algunos días los iremos a ver, y poco a poco iremos disminuyendo la visita hasta que.." propone el otro Santiago.
"Un dolor que siempre se renovará. Una desilusión cruel. No. No está bien" objeta Tadeo.
"¿Qué hacemos, Simón?"
"¡Bien! Por mí, más bien quisiera estar en su lugar, que tener que decirles: "Adiós"" responde Pedro sentimentalmente.
"Propongo algo. Vamos con ellos hasta la casa de Filipo y nos quedamos allí. Después, siempre con ellos, vamos hasta Antigonia. Es un lugar muy bueno... Nos estamos allí. Cuando se hayan adaptado, nos venimos. será algo doloroso, pero procuraremos darnos fuerzas. A menos que Simón Pedro no tenga órdenes del Maestro" dice Simón Zelote.
"¿Yo? No. El me dijo "Haz como mejor te parezca". Hasta ahora me parece haberlo hecho. Queda solo aquello que dije que era yo pescador, pero si no lo hubiera dicho, no me hubiera dejado en el puente."
"No te hagas escrúpulos tontos, Simón. Son tentaciones del demonio para quitarte la paz" dice Tadeo para consolarlo.
"¡Oh, sí! De veras que es así. Creo que está cerca como nunca, poniéndonos obstáculos y miedos para que perdamos el valor de obrar" dice Juan el apóstol, y en voz baja concluye: "Creo que trataba de arrastrarlos a la desesperación al retenerlos en Palestina... y ahora que escapan a sus asechanzas, se venga en nosotros... Lo siento a mi alrededor cual serpiente escondida entre la hierba... Hace meses que lo siento así... Pero ved al fondero que trae consigo a Juan y a Síntica, Cuando estemos cerca os diré el resto, si os interesa."
Se ve que del patio, de un lado, viene una carreta que tira un robusto caballo y que guía el fondero, y del otro los dos discípulos.
"¿Es hora de partir?" pregunta Síntica.
"Sí. ¿Estás bien cubierto, Juan? ¿Te sientes mejor?"
"Sí. Me envuelvo bien y el aceite me ha hecho bien."
"Sube entonces, que también nosotros lo hacemos."
...El carro está listo para partir. Salen por el ancho portón, en medio de las afirmaciones del dueño, de que el caballo es muy dócil. Atraviesan por una plaza que se les indicó, toman un camino que va a lo largo de los muros, y salen por una puerta, flanqueando antes un canal profundo y luego el mismo río.
El camino es muy bueno. Va hacia el noroeste, siguiendo los vericuetos del río. Del otro lado hay montes muy verdes en sus pendientes, recodos y barrancos, y se ven también las infinitas yemas de arbustos y de árboles que empiezan a abrirse.
"¡Qué de mirtos!" exclama Síntica.
"¡Y qué laureles!" añade Mateo.
"Cerca de Antioquia hay un lugar consagrado a Apolo" dice Juan de Endor.
"Tal vez los vientos trajeron hasta acá las semillas..."
"Tal vez. Pero es un lugar que está cubierto de hermosas plantas" dice Zelote.
"Tú que has estado aquí, ¿crees que pasaremos cerca de Dafne?"
"Sí. Y veréis uno de los valles más hermosos del mundo. Haciendo a un lado el culto obsceno, que degenera en orgías sin nombres, es un valle paradisíaco. Si en él entra la fe se convertirá en un verdadero paraíso. ¡Oh, cuánto bien podréis hacer aquí! Os deseo que así como es fértil este suelo, lo sean los corazones..." dice Zelote con objeto de consolar a Juan de Endor y a Síntica. Juan baja la cabeza, Síntica suspira.
El caballo ha tomado su paso. Pedro no habla, porque está preocupado por el animal, que en verdad conoce muy bien el camino. Así sigue este hasta que se detienen cerca de un puente para comer y para que el animal descanse. Es el mediodía. ¡Qué hermoso sol! ¡Qué hermoso es todo!
"Por mi parte prefiero este lugar y no el mar..." dice Pedro mirando a su alrededor.
"¡Qué tempestad!"
"El Señor rogó por nosotros. Sentí que estaba cerca de nosotros cuando orábamos en el puente. Cercano, como si estuviese allí..." dice sonriente Juan.
"¿Dónde estará? No puedo quitarme la idea de la cabeza de que no se llevó sus vestidos... Si se moja, ¿con qué se cambiará? ¿Qué comerá? Es capaz de ayunar..."
"Y puedes estar seguro que lo hace por ayudarnos" dice sin vacilar Santiago de Alfeo.
"Y por alguien más. Nuestro hermano está muy preocupado desde hace algún tiempo. Creo que se mortifica continuamente para vencer al mundo" dice Tadeo.
"Querrás decir, al demonio que está en el mundo" dice Santiago de Zebedeo.
"Es lo mismo."
"Pero no logrará. Anidan en mi corazón miles de temores..." dice Andrés.
"¡Oh! ahora que estamos nosotros lejos, todo andará mejor" dice un poco amargado Juan de Endor.
"No te lo creas. Tú y ella no sois nada en comparación de los "grandes errores" que según los grandes de Israel, ha cometido el Mesías" replica inmediatamente Tadeo.
En medio de mis sufrimientos tengo también clavado este dolor, el que haya sido parte en haber causado algún mal a Jesús porque me aceptó, dice Juan de Endor.
"¿Estás seguro? En medio de mis sufrimientos tengo
también clavado este dolor, el que haya sido parte
en haber causado algún mal a Jesús porque me aceptó.
Si estuviese seguro que no es así, sufriría yo menos"
dice Juan de Endor.
En nombre de Dios, bajo mi palabra te aseguro
que no has causado ningún dolor a Jesús sino
el de haberte enviado a acá para ser su misionero.
Nada tienes que ver con sus dolores pasados, presentes y futuros."
"¡Cómo me siento aliviado! El día me parece más
luminoso, más soportable mi desgracia, más tranquilo el corazón.
"¿Me tienes confianza, Juan?" pregunta Tadeo.
"¡Qué si te tengo!"
"Entonces, en nombre de Dios, bajo mi palabra te aseguro que no has causado ningún dolor a Jesús sino el de haberte enviado a acá para ser su misionero. Nada tienes que ver con sus dolores pasados, presentes y futuros."
Después de varios días oscuros, una primera sonrisa ilumina la cara macilenta de Juan de Endor, que dice: "¡Cómo me siento aliviado! El día me parece más luminoso, más soportable mi desgracia, más tranquilo el corazón. ¡Gracias, Judas de Alfeo! ¡Gracias!"
Vuelven a subir sobre la carreta. Pasan el puente y toman el camino que lleva derecho a Antioquia, a través de fertilísimos campos.
Llegan a Dafne con su templo y sus bosques
"¡Ved allí! Ahí está Dafne con su templo, y sus bosques. Y en aquella explanada está Antioquia, con sus torres, con sus murallas. Entraremos por la puerta que está cerca del río. La casa de Lázaro no está muy lejos de allí. Las mejores casas han sido vendidas. Esa es la que queda. Un tiempo fue lugar donde podían estar los siervos y clientes de Teófilo con sus caballerizas y graneros. Ahora vive allí Filipo. Es un buen viejo. Fiel a Lázaro. Os gustará el lugar. Juntos iremos a Antigonia donde vivió Euqueria con sus hijos, que entonces eran pequeñuelos..."
"La ciudad está bien fortificada ¿o no?" pregunta Pedro ahora que ve que ha logrado ser un buen auriga.
"Así es. Sus muros son altos, anchos. Más de cien torres, que como veis parecen gigantes que se levantan sobre los muros, con sus fosos que no pueden atravesarse. También el monte Silpio ha venido a su ayuda y defensa en el lugar más débil... Ved ahí la puerta. Es mejor que te pares y que entres teniendo al caballo del freno. Yo te guío, porque conozco el camino..."
Pasan la puerta, donde hay romanos que la custodian.
El apóstol Juan dice: "Quien sabe si esté aquel soldado de la Puerta de los Peces... Jesús se pondría contento si lo supiera..."
"Lo buscaremos. Pero por ahora date prisa" dice Pedro, preocupado con la idea de ir a una casa desconocida.
Juan obedece. Tan sólo mira atentamente a cada uno de los soldados.
Llegan a la casa donde se hospedarán
Juan de Endor y Síntica
Después de no haber caminado gran cosa se encuentran ante una casona sencilla, mejor dicho, ante un muro sin ventanas, tan sólo con un portón en su centro.
"Espera. ¡Detente!" ordena Zelote.
"Simón, hazme el favor de hablar ahora."
"Lo haré si así lo quieres" dice Zelote que llama al portón. Se hace reconocer, diciendo que es un enviado de Lázaro. Entra solo, y luego sale con un anciano, alto, majestuoso que no deja de hacer inclinaciones y que ordena a un siervo que abra el portón para que entre el carruaje. Pide perdones porque pasen por allí, en vez de por la puerta de la casa.
En un ancho patio rodeado de columnas la carreta se detiene. En los ángulos del patio hay árboles de plátanos y dos en el centro, que protegen un pozo, y un estanque en el que calman su sed los caballos.
"Por favor, entrad y que sea bendito el Señor
que me envía a sus siervos y los amigos
de mi dueño.
Dad órdenes, que yo vuestro siervo os escucho."
"Cuida del caballo" dice el anciano al siervo. Y dirigiéndose a los huéspedes: "Por favor, entrad y que sea bendito el Señor que me envía a sus siervos y los amigos de mi dueño. Dad órdenes, que yo vuestro siervo os escucho."
Pedro se pone rojo, porque el anciano se dirigió a él, y ante él se inclinó, y no sabe qué responder... Zelote viene en su ayuda.
"Los discípulos del Mesías de Israel, de quien te habla Lázaro de Teófilo, que de hoy en adelante estarán en tu casa para servir al Señor, no necesitan sino de descanso. ¿Quisieras mostrarnos dónde podremos quedarnos?"
"¡Oh! Habitaciones preparadas siempre las hay para los peregrinos como acostumbraba hacer nuestra patrona. Venid, venid..." Se encamina por un corredor. Se ve un pequeño patio en donde está la verdadera casa. Abre la puerta, sigue por un corredor, Da vuelta a la derecha. Hay una escalera. Suben por ella. Otro corredor con habitaciones a los lados.
"Aquí está vuestro lugar. ¡Ojalá os brinde un buen descanso! Ahora voy a dar órdenes que os traigan agua y lo necesario para el lecho. que Dios esté con vosotros dice el anciano que se va.
Abren las habitaciones que escogen. Ante ellos aparecen las murallas y torres de Antioquia. Allá, abajo al otro lado está el patio por donde suben rosales, que debido a la estación, no están orgullosos de sus flores.
Después de haber caminado, tienen casa, habitación, una cama... Para algunos será su morada, para otros no más que un lugar de paso...
VI. 54-60
A. M. D. G.