AL DÍA SIGUIENTE EN ALEJANDROSCENE
#Oigo a un viejo semiciego, a quien acompaña una niña, que pregunta: "¿Dónde, dónde está el Mesías?"
#mira allá. Hay gente alrededor de El. Vamos a decirlo a los jefes.
#¡El hombre de Israel ha curado al viejo Marcos! El velo de sus ojos ha desaparecido.
#Comentario de los soldados, sus creencias, costumbres y sus prevenciones contra Jesús
#Viene el triario Aguila para vigilar a Jesús
#"Paz a todos vosotros, hijos de un solo Creador."
#me es más fácil curar un cuerpo deforme que un alma que lo sea.
#No hagamos, pues, el mal que no queremos que nos hagan otros.
#Sabiduría consiste en obedecer los diez mandamientos de Dios:
#Esta es la sabiduría. Quien cumple con esto es sabio y conquista la vida y el reino para siempre
#Los soldados intervienen diciendo: "¡Que va a ser este un revoltoso! ¡El es el atacado!"
#Regresan los tres hermanos y los discípulos con alimentos
El patio de los tres hermanos parte tiene sol y parte no. Está lleno de gente que va y viene. Afuera del portón, sobre la plazoleta se oyen los gritos de los que compran, de los que venden; se oyen los rebuznos de los asnos, el balido de las ovejas, el canto de los gallos. Es claro que aquí no se tenga miedo a contaminarse con los pollos. Todo este ruido, gritos y berridos algunas veces aumentan con el altercado de quienes están airados.
También en el patio de los hermanos hay barullo y no deja de haber su altercado o por el precio, o porque alguien ha tomado lo que ya antes otro había escogido. No falta el lamento de los pordioseros, que cerca del portón, cuentan una y otra vez sus miserias con una voz que mueve a compasión.
Soldados romanos, como dueños, van y vienen por todas partes. Me imagino que tienen órdenes de hacerlo porque los veo que traen armas y siempre en grupo entre los fenicios que también están armados.
También Jesús va y viene por el patio, paseando con los seis apóstoles, como si estuviera esperando el momento de hablar. Por un momento sale a la plaza, ve a los pordioseros y les da una limosna. Por unos instantes la gente fija en el grupo galileo sus ojos, y se pregunta que quiénes sean. No falta quien lo diga, porque se informó de los hermanos.
LA GENTE HACE COMENTARIOS DE JESÚS.
LO SEÑALAN COMO "EL PROFETA", "EL RABÍ",
"EL HOMBRE SANTO", "EL MESÍAS" DE ISRAEL
Un barullo sigue las pisadas de Jesús que tranquilo camina, acariciando a los niños que encuentra por la calle. En el barullo no faltan los guiños, los epítetos poco halagadores para los hebreos, como no falta el deseo de señalar a Jesús como "el profeta", "el Rabí", "el hombre santo", "el Mesías" de Israel, palabras que muestran la fe o bondad del corazón de los que las dicen.
Oigo a dos madres: "¿Pero es verdad?"
"Me lo ha dicho Daniel a mí misma. Habló en Jerusalén con gente que vio los milagros del Santo."
"¡Aceptado! ¿Pero será ese en verdad?"
"¡Claro! Daniel me ha dicho que no puede ser sino El, por lo que habla."
"Entonces... ¿qué te parece? ¿Me concederá lo que le pida aun cuando sea yo tan sólo prosélita?"
"Yo creo que sí... Haz la prueba. Tal vez no volverá acá. Haz la prueba. Puedes estar segura que no te hará ningún mal."
"Voy" dice la mujer y deja sin responder al hombre de quien quería comprar unas cazuelas. Al ver que la venta se le va de entre las manos desata su ira contra la otra mujer que se ha quedado, y de su repertorio saca epítetos como: "Maldita prosélita. Sangre de hebrea. Mujer vendida", etc., etc.
Oigo a dos hombres de respeto: "Me gustaría oírlo. Dicen que es un gran Rabí."
"Un Profeta, deberías decir. Más grande que el Bautista. ¡Elías me ha contado ciertas cosas! ¡Ciertas cosas, eh! Lo sabe porque una hermana suya está casada con un siervo de un gran rico de Israel, y cuando se quiere informar, va a preguntarlo a los otros siervos. Este rico es muy amigo del Rabí..."
Se ve otro hombre, tal vez sea un fenicio, que al oír esto, con cara maliciosa, y satírica dice: "¡Buena santidad amurallada entre riquezas! Por lo que yo sé, el santo tendría que vivir pobremente."
"Cállate, Doro, lengua maldita. No eres digno, tú, pagano, de juzgar de estas cosas."
"Y lo sois vosotros ¡sobre todo, tú, Samuel! Sería mejor que me pagaras lo que me debes."
"¡Bueno! ¡Déjate de dar vueltas a mi alrededor, vampiro de la cara de fauno!..."
Oigo a un viejo semiciego, a quien acompaña
una niña, que pregunta:
"¿Dónde, dónde está el Mesías?"
Oigo a un viejo semiciego, a quien acompaña una niña, que pregunta: "¿Dónde, dónde está el Mesías?", y la niña: "¡Haced un lado al viejo Marcos! Decidle por favor dónde está el Mesías."
Las dos voces, la del anciano, temblorosa, floja; la de la niña, argentina, fuerte, se propagan por la plaza inútilmente hasta que no falta quien responda: "¿Queréis ver al Rabí? Ha vuelto por la casa de Daniel. Vedlo que está allí parado, que habla con los pordioseros."
Oigo a dos soldados romanos: "Debe ser al que persiguen los judíos, que son unos buenos canallas. Basta con verlo para cerciorarse que es mejor que todos ellos."
"¡Por esto les da fastidio!"
"Vamos a decirlo al oficial. Son órdenes."
"¡Muy tonto que es, Cayo! Roma toma precauciones de los corderos y soporta, digamos, las caricias de tigres." (Escipión).
"¡Política, Escipión! ¡Política!" (Cayo).
"¡Cobardía, Cayo, y estupidez! Debería hacerse amigo de este hombre para tener una ayuda pronta contra esta gentuza asiática. Poncio no favorece los intereses de Roma, en hacer a un lado a este hombre bueno, y en adular a los malvados." (Escipión).
"No critiques al Procónsul. Nosotros somos
soldados, y el jefe es sagrado como un dios.
Hemos jurado obediencia al divino César
y el Procónsul es su representante."
"No critiques al Procónsul. Nosotros somos soldados, y el jefe es sagrado como un dios. Hemos jurado obediencia al divino César y el Procónsul es su representante." (Cayo).
"Eso está bien por lo que se refiere al deber para con la Patria, sagrada e inmortal, pero no para nuestro fuero interno." (Escipión).
"El obedecer supone juzgar. Si tu juicio se rebela contra una orden y la critica, no puedes obedecer como se debe. Roma se apoya en nuestra obediencia ciega para proteger sus conquistas." (Cayo).
"Pareces un tribuno y dices bien. Pero quiero decirte que si Roma es reina, nosotros no somos esclavos, sino súbditos. Roma no tiene, no debe tener súbditos esclavos. Yo afirmo que mi razón juzga que Poncio hace mal en no preocuparse de este israelita, llámalo Mesías, Santo, Profeta, Rabí, como te parezca. Y puedo decirlo porque con ello no disminuye mi fe en Roma, ni mi amor. Estoy convencido que El, al enseñar el respeto a las leyes y a los Cónsules, como lo hace, coopera al bienestar de Roma." (Escipión).
mira allá. Hay gente alrededor de El. Vamos
a decirlo a los jefes.
"Eres un hombre culto, Escipión... Llegarás a ser algo. ¡Ya has empezado! Yo soy un pobre soldado. Pero mira allá. Hay gente alrededor de El. Vamos a decirlo a los jefes." (Cayo).
De hecho cerca del portón de los tres hermanos hay una multitud que rodea a Jesús, y que se logra ver dada su estatura. De un momento a otro se oye un grito, y se ve que la gente se agita. Algunos corren del mercado, mientras que otros, se separan del grupo y corren hacia ella. Preguntas... respuestas...
"¡El Hombre de Israel ha curado al viejo Marcos!"
"El velo de sus ojos ha desaparecido."
Jesús cura a un limosnero QUE se arrastra
apoyado más en bastones que con las manos,
y con las piernas que las tiene torcidas
y flacuchas
"¿Qué ha pasado?"
"¡El Hombre de Israel ha curado al viejo Marcos!"
"El velo de sus ojos ha desaparecido."
Entre tanto Jesús ha entrado al patio, seguido de gente. Y a la cola de ella, un limosnero se arrastra apoyado más en bastones que con las manos, y con las piernas que las tiene torcidas y flacuchas. Con voz fuerte grita: "¡Santo! ¡Santo! ¡Mesías! ¡Rabí! ¡Piedad de mí!". Grita con todos sus pulmones y sin descanso.
Se vuelven dos o tres: "Deja de gritar. Marcos es hebreo, y tú ¡no!"
"Hace favores a los verdaderos israelitas, ¡no a los nacidos de una perra!"
"Mi madre era hebrea..."
"Y Dios la castigó haciendo que nacieras como naciste, por su pecado. ¡Lárgate, hijo de loba! ¡Vuelve a tu lugar, lodo que has de ser!"
El pobre hombre se apoya contra la pared acobardado, humillado, espantado al ver los puños que se le levantan...
Jesús se detiene, se vuelve, mira y ordena: "¡Oye, ven a aquí!" El hombre lo mira, mira a los que lo amenazan... no se atreve a avanzar.
Jesús se abre paso entre la gente y se le acerca. Lo toma de la mano, mejor dicho, le pone la mano sobre el hombro y le dice: "No tengas miedo. Ven conmigo" y mirando a los que no tuvieron compasión, con tono severo dice: "Dios es de todos los hombres que lo buscan y que son misericordiosos."
Los otros comprenden lo dicho, y se quedan ahora en la cola, mejor, se quedan donde están.
Jesús nuevamente se voltea. Los ve avergonzados, prontos ya para irse y les dice: "No. Venid también vosotros. Os hará bien que robustezcáis, y fortifiquéis vuestra alma así como he robustecido y fortalecido a este porque supo tener fe. Yo lo mando: vete libre desde ahora de tu enfermedad." Quita su mano del hombre del pobre hombre, después que éste se ha como sobrecogido
Se pone derecho sobre sus piernas, arroja los bastoncillos acabados por el uso y grita: "¡Me ha curado! ¡Sea alabado el Dios de mi madre!" Luego se inclina a besar la orla del vestido de Jesús.
El tumulto de quien quiere ver, o de quienes
han visto es grande. su eco llega a romperse
contra las murallas del campamento. Los soldados
se interesan de lo sucedido
COMENTARIO DE LOS SOLDADOS, SUS CREENCIAS,
COSTUMBRES Y SUS PREVENCIONES CONTRA JESÚS
El tumulto de quien quiere ver, o de quienes han visto es grande. Las voces repercuten en el patio, y su eco llega a romperse contra las murallas del campamento.
Los soldados se miran entre sí. No dicen ni una palabra hasta que la gente que estaba en las bodegas no ha pasado. Se ven solo en la plaza los vendedores airados por lo que acaba de suceder, lo que para ellos representa una pérdida. Al ver los soldados que pasa uno de los tres hermanos, preguntan: "Felipe, ¿sabes qué cosa hace ahora el Rabí?"
"Habla, enseña y ¡en mi patio!" responde todo orgulloso.
Los soldados se consultan: ¿Quedarse allí? ¿Irse?
"El oficial nos ordenó que vigilásemos..."
"¿A quién? ¿A El? Si se trata de El podemos ir a apostarnos una jarra de vino de Chipre" dice Escipión, el soldado que antes había defendido a Jesús.
"Por mi parte diría que El es quien debe ser protegido, no los derechos de Roma. ¿Lo veis allá? Entre nuestros dioses no hay uno que sea tan bueno, y con un aspecto tan viril. Esa mesnada no es digna de El. Los que no son dignos de algo, son siempre malos. Quedémonos por si hay que defenderlo. Por lo menos podremos cuidarle las espaldas, y acariciar las de esos sinvergüenzas" dice entre sarcasmo y admiración uno de los soldados.
"Has dicho bien, Pudente. Voy a llamar a Prócoro, que siempre ve complotes contra Roma donde no los hay... que no piensa sino en que se le promueva, porque vela por la salud del divino César y de la diosa Roma, madre y señora del mundo, para que se convenza de que aquí no podrá conseguir ningún brazalete o condecoración."
VIENE EL TRIARIO AGUILA PARA VIGILAR A JESÚS
Un joven soldado parte a la carrera y a la carrera torna diciendo: "No viene Prócoro. Manda al triario Aguila..."
"¡Muy bien! Es mejor que el mismo Cecilio Máximo. Aguila ha servido en África, en Galia, y se vio en medio de las selvas sangrientas que acabaron con Varo y sus legiones. Conoce a griegos y bretones, y tiene muy buen olfato para distinguirlos... ¡Oh, salve! ¡Ved a nuestro gran Aguila! ¡Ven, muéstranos a nosotros, que somos una nada, a comprender el valor de los seres vivientes!"
"¡Viva Aguila, maestro de los ejércitos!" gritan todos, mientras golpean en la espalda al viejo soldado, cuya cara está tapizada de cicatrices. Trae desnudos los brazos y las pantorrillas.
De buena gana sonríe y grita: "¡Viva Roma, dueña del mundo! ¡No yo, que soy un pobre soldado! ¿Qué pasa?"
"Que hay que vigilar a ese hombre alto y rubio."
"Perfectamente. Pero ¿Quién es?"
"Lo llaman el Mesías. Su nombre es Jesús de Nazaret. Es el mismo por quien se dieron las órdenes."
"¡Bueno!... Tal vez sea así... pero me parece que corremos detrás de nubes."
"Dicen que quiere hacerse rey y hacer a un lado a Roma. El Sanedrín, los fariseos, saduceos, herodianos se lo han dicho así a Poncio. Bien sabes que los hebreos son un poco especiales, y que de cuando en cuando creen tener un rey..."
"Bien, bien... ¡Pero si es por ése!... De todos modos escuchemos lo que dice, parece que va a hablar."
"He sabido por el soldado que está con el
centurión que Publio Quintiliano le habló a él
como de un filósofo divino...
Las damas imperiales
lo admiran..."
"He sabido por el soldado que está con el centurión que Publio Quintiliano le habló a él como de un filósofo divino... Las damas imperiales lo admiran..." dice otro soldado, que es joven.
"¡No lo dudo! Lo mismo me parecería si yo fuese mujer, pues me gustaría ir a la cama con él..." dice riendo de buena gana otro joven soldado.
"¡Cállate, desvergonzado! La lujuria te sigue por todas partes."
"¿Y a ti no, Fabio? ¡Qué decir de Ana, Sira, Alba, María!..."
"Silencio, Sabino. Empieza a hablar y quiero escucharlo" ordena el triario. Todos guardan silencio.
"Paz a todos vosotros, hijos de un solo Creador."
Jesús se ha subido sobre una caja apoyada contra una pared. Así todos pueden verlo. Su saludo ha sido bien recibido. Continúa con las siguientes palabras: "Paz a todos vosotros, hijos de un solo Creador." la gente escucha atenta.
"Ha llegado para todos el tiempo de la gracia. No sólo para Israel sino para todo el mundo.
Hebreos que por razones diversas os encontráis aquí, prosélitos, fenicios, gentiles, todos vosotros, oíd la palabra de Dios y tratad de entender la justicia, de conocer la caridad. Al poseer la sabiduría, la justicia y la caridad, tendréis el modo de llegar al reino de Dios, a ese reino que no es exclusivo de los hijos de Israel, sino que pertenece a todos los que amen de hoy en adelante al verdadero, al único Dios y crean en la palabra de su Verbo.
De muy lejos he venido no con miras de usurpador
ni de conquistador. He venido solo para ser
el Salvador de vuestras almas.
Escuchad: De muy lejos he venido no con miras de usurpador ni de conquistador. He venido solo para ser el Salvador de vuestras almas. Posesiones, riquezas, puestos, todo esto no me llama la atención. Nada valen para mí, y ni siquiera pienso en ello. Más bien miro todo esto como una cosa digna de compasión, porque son una cadena que aprisiona vuestro corazón, haciendo así que no se acerque al eterno, único, universal, santo y bendito Señor. Miro todo eso y me acerco a ello como a los más grandes males. Trato de quitarles el encanto grande y cruel que seduce a los hombres, para que puedan usar todo eso justa y santamente, no como si fueran armas crueles que hieren y matan al hombre, esto es, el alma de quien no las usa santamente.
me es más fácil curar un cuerpo deforme
que un alma que lo sea.
la ley moral existe en todos los cielos,
en todas las religiones, en todos los hombres
de buen corazón.
Y las religiones, a partir de la que viene de Dios
como de la moral de cada uno, dicen
que la parte mejor de nosotros sobrevive,
y que según se comportó en este mundo,
tal será su suerte en el más allá.
En verdad os digo que me es más fácil curar un cuerpo deforme que un alma que lo sea. Más fácil me es dar luz a pupilas apagadas, salud a un cuerpo agonizante, que no luz a los espíritus y salud a almas enfermas. ¿Por qué razón? Porque el hombre ha perdido de vista el verdadero fin de su vida y se ocupa tan sólo de lo transitorio. El hombre no sabe ni recuerda, o aunque así lo hace, no quiere obedecer estas órdenes del Señor. Lo digo también por los gentiles que me escuchan, para que traten de hacer el bien, que es bien en Roma como lo es en Atenas, en Galia como en África, porque la ley moral existe en todos los cielos, en todas las religiones, en todos los hombres de buen corazón. Y las religiones, a partir de la que viene de Dios como de la moral de cada uno, dicen que la parte mejor de nosotros sobrevive, y que según se comportó en este mundo, tal será su suerte en el más allá.
el hombre debe ante todo proponerse
la conquista de la paz en la otra vida,
no la pereza, usura, poder, placeres,
que acá duran poco,
pero que allá se pagan con tormentos
de una eternidad.
El hombre debe ante todo proponerse la conquista de la paz en la otra vida, no la pereza, usura, poder, placeres, que acá duran poco, pero que allá se pagan con tormentos de una eternidad. El hombre no sabe, o no recuerda, o no quiere recordar esta verdad. Si no la sabe no es muy culpable. Si no la recuerda lo es en tanto en cuanto la verdad debe tenerse encendida como una llama santa en la inteligencia, en el corazón. Si quiere no recordarla, y cuando ella ilumina, cierra sus ojos para no verla, como cierra sus oídos un alumno que no quiere oír la voz de su maestro que le corrige algo, entonces su culpa es grave, muy grave.
Y con todo Dios perdona al alma si se arrepiente
de sus malas obras y propone seguir
en lo que le quede de vida,
del fin verdadero del hombre que consiste en
adquirir la paz eterna
en el reino del Dios verdadero
Y con todo Dios perdona al alma si se arrepiente de sus malas obras y propone seguir en lo que le quede de vida, del fin verdadero del hombre que consiste en adquirir la paz eterna en el reino del Dios verdadero. ¿Hasta ahora habéis tomado un sendero equivocado? ¿Y humillados pensáis que sea tarde para tomar el camino adecuado? Tal vez diréis: "¡Yo no sabía nada de esto! Ahora no sé qué hacer". No penséis así como soléis hacerlo con otras cosas. La bondad del Dios eterno, del verdadero Señor es tal que no os hace recorrer el camino equivocado para que volváis al cruce, donde equivocadamente errasteis el verdadero camino. Es tan grande que desde el momento en que decís: "Quiero ser de la Verdad", esto es, de Dios, porque Dios es verdad, por un milagro del todo espiritual, infunde en vosotros la sabiduría, la que os hace poseedores de la ciencia sobrenatural, como la poseen los que la tienen desde hace años.
Sabiduría significa querer a Dios, amarlo,
cultivar el espíritu,...
La sabiduría consiste en obedecer a la ley de Dios
que es ley de caridad,...
Sabiduría es amar a Dios con todo nuestro ser,
amar al prójimo como a nosotros mismos.
Sabiduría significa querer a Dios, amarlo, cultivar el espíritu, tender al reino de Dios rechazando todo lo carnal, mundanal y diabólico. La sabiduría consiste en obedecer a la ley de Dios que es ley de caridad, obediencia, continencia, honestidad. Sabiduría es amar a Dios con todo nuestro ser, amar al prójimo como a nosotros mismos. Estos son los dos elementos indispensables para ser sabios según la sabiduría de Dios. En el prójimo se encuentran no sólo los de nuestra sangre, raza o religión, sino todos los hombres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, hebreos, prosélitos, fenicios, griegos, romanos..."
Un grito amenazador interrumpe por unos
instantes a Jesús....
Os guste o no, debo decíroslo para cumplir
con mi deber de Redentor, y para que vosotros
cumpláis con el vuestro
de quienes tienen necesidad de redención.
Un grito amenazador interrumpe por unos instantes a Jesús. Los mira y afirma: "Sí. En esto consiste el amor. No soy un maestro que espere la paga de otros. Digo la verdad para sembrar en vosotros lo necesario para la vida eterna. Os guste o no, debo decíroslo para cumplir con mi deber de Redentor, y para que vosotros cumpláis con el vuestro de quienes tienen necesidad de redención. Luego hay que amar al prójimo. A cualquiera con un amor santo. No por intereses, de modo que el romano, fenicio o prosélito se convierta en "anatema", entre tanto no hay medio de recabar de ellos algo de dinero, o algún placer."
Otro murmullo y más fuerte se escucha de entre la multitud. Los romanos desde su lugar gritan: "¡Por Júpiter! ¡Qué está hablando bien!"
No hagamos, pues, el mal que no queremos
que nos hagan otros.
Jesús aguarda hasta que se calme el rumor y continúa: "Amar al prójimo como quisiéramos ser amados. A nosotros no nos gusta que se nos maltrate, veje, robe oprima, calumnie o que se nos digan soeces. la misma susceptibilidad nacional o particular la tiene los demás. No hagamos, pues, el mal que no queremos que nos hagan otros.
Sabiduría consiste en obedecer
los diez mandamientos de Dios
"Yo soy el Señor tu Dios. No tendrás otro dios fuera de Mí. No tendrás ídolos, ni les darás culto.
No emplearás el nombre de Dios en vano. Es el nombre del Señor tu Dios, y El castigará a quien lo use sin motivo o por imprecación o por asegurar un pecado.
Acuérdate de santificar las fiestas. El sábado es el día consagrado al Señor que en El descansó de la creación y lo bendijo y lo santificó.
Honra a tu padre y madre para que vivas en paz por mucho tiempo sobre la tierra y eternamente en el cielo.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No dirás cosa falsa contra tu prójimo.
No desearás la casa, mujer, siervo, sierva, buey, asno, no cosa semejante que sea de tu prójimo".
Esta es la sabiduría. Quien cumple
con esto es sabio y conquista la vida
y el reino para siempre.
Esta es la sabiduría. Quien cumple con esto es sabio y conquista la vida y el reino para siempre. De hoy en adelante, pues, proponeos de vivir según la sabiduría anteponiéndola a las pobres cosas de la tierra.
Parábola del dueño de la viña que salió
a contratar trabajadores para ella
A DIFERENTES HORAS DEL DÍA
¿Qué estáis diciendo? ¿Que es tarde? No. Escuchad la siguiente parábola.
El dueño de una viña, apenas despuntado el día, salió a contratar trabajadores para ella, y les prometió darles un denario por el día. Salió otra vez a eso de las 9, y pensando que los trabajadores que había contratado eran pocos, y al ver en la plaza a otros que estaban en espera de quien los ocupase, les dijo: "Id a mi viña y os daré lo que he prometido a los demás". Ellos fueron.
A eso de las 12 del día y 3 de la tarde vio a otros, y les preguntó: "¿Queréis trabajar en mis dependencias? Doy un denario por día a mis trabajadores". También ellos aceptaron y fueron.
A eso de las 5 de la tarde salió y vio a otros que había allí en la plaza. Les dijo: "¿Qué cosa estáis haciendo de ociosos?" "Nadie nos ha contratado. Queríamos trabajar para ganarnos la comida, pero nadie nos contrató para su viña". "Bien, yo os contrato. Id y recibiréis la paga igual a la de los demás". Habló así porque era un patrón bueno y se compadecía de su prójimo.
Al llegar el anochecer y terminado el trabajo, llamó a su mayordomo y le dijo: "Llama a los trabajadores, págales según lo estipulado, empezando por los últimos que son los más necesitados porque en el día no recibieron la comida que los otros recibieron, y agradecidos de que me compadecí de ellos han trabajado más que los otros. Lo he visto con mis propios ojos. Diles que se vayan a descansar y a alegrarse con sus familias del fruto de su trabajo". El mayordomo hizo como el patrón ordenó, dando a cada uno un denario.
Al venir los que habían estado trabajando desde las primeras horas se quedaron sorprendidos al ver que recibían también un denario, y se quejaron entre sí y con el mayordomo, el cual les respondió: "Estas fueron las órdenes que recibí. Id a quejaros con el patrón. No lo hagáis conmigo". Ellos fueron y le dijeron: "¡No eres justo! Hemos trabajado doce horas. Cuando caía el rocío, después con un sol abrasador, y luego con la humedad del atardecer. Nos pagas igual que a aquellos flojos que sólo trabajaron una sola hora. ¿Por qué esto?" Uno de ellos era el que más levantaba su voz, y gritaba diciendo que se sentía traicionado y frustrado.
"Amigo ¿dónde está el mal que te hice? ¿Qué fue lo que te prometí cuando rayaba el alba? Un día de trabajo continuo y como recompensa un denario. ¿No es verdad?"
"Cierto. Pero tú has dado lo mismo a aquellos por un trabajo menor..."
"Tú aceptaste la paga porque te pareció buena ¿no es así?"
"La acepté porque otros pagan menos".
"¿Se te maltrató aquí?"
"No. Realmente, no, para decir verdad".
"Durante el día se te permitió que descansaras ¿no es cierto? Se te ha dado de comer tres veces al día. Y comida y descanso no entraban en el convenio. ¿O no es así?"
"Tienes razón".
"¿Por qué entonces los aceptaste?"
"Pero... Tú dijiste: 'Prefiero hacer así para que no os canséis si tenéis que regresar a vuestras casas' Lo que a nosotros nos pareció verdad... La comida que nos diste fue buena, es un ahorro, fue..."
"Un favor que os di gratuitamente y que nadie podía exigir. ¿O no es verdad?"
"Lo es".
"Entonces os he hecho bien. ¿De qué os quejáis? Yo soy el que tendría que lamentarme de vosotros, porque pese a que soy un buen patrón, trabajasteis perezosamente, mientras que estos, que vinieron después de vosotros, que recibieron una sola comida, y los últimos que ninguna, trabajaron con mayor ahínco e hicieron en menos tiempo lo mismo que hicisteis en doce horas. Os habría traicionado si dividiera la paga ara dar la mitad a estos. Pero no lo he hecho. Por lo tanto toma lo que te corresponde y vete. Hago lo que quiero y lo que es justo. No quieras ser malo, ni me tientes a que cometa una injusticia. Soy bueno".
En verdad os digo que no siempre los primeros
serán los primeros en el reino de los cielos
y que allí veremos a últimos ser los primeros,
y a primeros, los últimos.
Pero si muchos son los llamados,
pocos los elegidos,
porque pocos son los que desean la Sabiduría.
Vosotros todos que me estáis escuchando, en verdad os digo que Dios, el Padre, hace igual pacto con todos los hombres y les promete igual recompensa. Trata con justicia a quien con diligencia se pone a servirle, aun cuando su trabajo sea poco porque la muerte se le acerca. En verdad os digo que no siempre los primeros serán los primeros en el reino de los cielos y que allí veremos a últimos ser los primeros, y a primeros, los últimos. Allí veremos a hombres santos que no son de Israel más que a muchos de los santos de Israel. He venido a llamar a todos en nombre de Dios. Pero si muchos son los llamados, pocos los elegidos, porque pocos son los que desean la Sabiduría.
No es sabio quien vive del mundo, de la carne y no de Dios. No lo es para la tierra, ni para el cielo, porque en la tierra se crea enemigos, castigos, remordimientos y en el cielo pierde su recompensa para siempre.
Repito: sed buenos para con vuestro prójimo cualquiera que él sea. Sed obedientes, dejando en manos de Dios el derecho de castigar a quien no es justo en mandar. Sed continentes en saber resistir a las pasiones y honrados en no ambicionar el oro, coherentes en decir anatema a lo que se lo merece, y no a lo que os parece. No hagáis a los otros lo que no quisiereis que se os haga y entonces..."
"¡Pero lárgate de aquí, mal profeta!
¡Nos has echado a perder el mercado!...
¡Nos has quitado los clientes!..."
"¡Pero lárgate de aquí, mal profeta! ¡Nos has echado a perder el mercado!... ¡Nos has quitado los clientes!..." gritan los vendedores entrando en el patio. Los que antes habían ya levantado su protesta -y no todos son fenicios, sino que hay también hebreos, no sé por qué motivo en la ciudad- se unen a los vendedores para insultar, amenazar y sobre todo para echar afuera a... jesús es una persona malquista porque no aconseja hacer el mal... Cruza sus brazos y mira con tristeza, pero con dignidad.
La gente se divide en dos bandos. Se oyen injurias, alabanzas, maldiciones, bendiciones. Alguien grita: "Tienen razón los fariseos. Eres un vendido a Roma, un amante de publicanos y prostitutas." O bien algún otro: "¡Callaos, lenguas blasfemas! ¡Vosotros, fenicios del infierno, sois los vendidos a Roma!" "¡Sois unos demonios!" "¡Que se abra el infierno y os trague!" "¡Largo, largo!" "Largaos vosotros, ladrones que venís a robar aquí con vuestra mercancía."
Los soldados intervienen diciendo:
"¡Que va a ser este un revoltoso!
¡El es el atacado!"
Los soldados intervienen diciendo: "¡Que va a ser este un revoltoso! ¡El es el atacado!" y con las astas echan afuera a todos y cierran el portón.
Se quedan los tres hermanos prosélitos y los seis discípulos con Jesús.
"¿Pero cómo se os ocurrió permitirle hablar?" pregunta el triario a los tres hermanos.
"Muchos son los que hablan" respondió Elías.
"Así es, y no pasa nada porque enseñan lo que agrada a uno, lo que no hace este. Además es difícil de entender..." dice el viejo soldado que atentamente mira a Jesús, que ha bajado de su lugar y está de pie, derecho, como abstraído.
Afuera la gente continúa su riña, tanto que salen del campamento más soldados y hasta el mismo centurión. Llaman a la puerta. Entran unos, mientras otros se quedan a rechazar tanto a los que gritan: "Viva el rey de Israel". como a quienes lo maldicen.
El centurión violento se acerca y con ira increpa al viejo Aguila diciéndole: "¿Es de este modo que velas por Roma, dejando que se de el título de rey a alguien en tierras que nos están sujetas?"
El viejo soldado saluda militarmente y responde: "Enseñaba el respeto y la obediencia. Hablaba de un reino que no es de esta tierra. Por eso lo odian. Porque es bueno y respetuoso. No encontré motivo para hacerlo callar. No contravenía a nuestras leyes."
Decidle que se vaya lo más pronto posible.
No quiero molestias aquí. Cumplid con mis órdenes
y escoltadlo hasta fuera de la ciudad
tan pronto esté libre el camino.
El centurión se calma y refunfuña: "Entonces se trata de una nueva sedición de esa apestosa gentuza... ¡Bien! Decidle que se vaya lo más pronto posible. No quiero molestias aquí. Cumplid con mis órdenes y escoltadlo hasta fuera de la ciudad tan pronto esté libre el camino. Que se vaya a donde le parezca. A los infiernos si quiere, pero que salga de mi jurisdicción. ¿Entendido?"
"Así lo haremos."
El centurión les da la espalda que resplandece con la coraza que trae puesta. Ondea su manto de púrpura. Se van sin mirar siquiera a Jesús.
Los tres hermanos dicen al Maestro: "Nos desagrada..."
"No tenéis la culpa. Y no tengáis miedo. Nada os pasará. Os lo digo..."
Los tres cambian de color... Pregunta Felipe: "¿Cómo sabes que tenemos miedo?"
Jesús sonríe dulcemente. Un rayo de sol en su rostro entristecido: "Yo sé lo que hay en los corazones y lo que se encierra en el futuro."
Los soldados que se han ido al sol para esperar, comentan entre sí...
"¿Podrán amarnos a nosotros, si odian a ese que no les hace mal?"
"Y que hace milagros, deberías decir..."
"¡Por Hércules! ¿Quién fue a decirnos que teníamos que vigilarlo?"
"Cayo."
"¡El celoso! Entre tanto hemos perdido la comida y preveo que perderé hasta el beso de una muchacha... ¡Ah!".
"¡Epicúreo! ¿Dónde está ella?"
"Detrás de la casa del alfarero, en la calle de los Fundamentos. Lo sé. Hace noches que te vi..." explica otro.
El triario, como si paseara, va a donde está Jesús y lo mira una y otra vez. No sabe qué decirle... Jesús le sonríe para darle ánimos. El soldado no sabe qué hacer... Pero se acerca más. Jesús señala sus heridas diciéndole: "Eres un héroe y un soldado fiel..."
Aguila se pone colorado por la alabanza.
"Ha sufrido mucho por amor de tu patria y de tu
emperador... ¿No quisieras sufrir algo
por una patria mayor, el cielo?
¿Por un emperador eterno que es Dios?"
El soldado mueve la cabeza y responde: "Soy un pobre pagano. No está dicho que no llegue yo a las cinco de la tarde. Pero ¿quién me va a instruir? Lo estás viendo... Te echan afuera. Y esto sí que son heridas que hacen mal ¡no las mías!... Por lo menos yo también herí a mis enemigos, pero Tú a quien hieres, ¿qué das?"
"Perdón, soldado, perdón y amor".
"Tengo razón. Es necio que sospechen de Ti. ¡Adiós, galileo!"
"¡Adiós, romano!"
REGRESAN LOS TRES HERMANOS Y LOS DISCÍPULOS
CON ALIMENTOS
Jesús se queda solo hasta que regresan los tres hermanos y los discípulos con alimentos. Los hermanos ofrecen a los soldados, los discípulos a Jesús. Comen sin apetito, al sol, mientras los soldados comen y beben alegremente.
Un soldado sale a espiar en la plaza sumida en el silencio. "Podemos salir" grita. "Ya se han ido todos. No hay más que la patrulla."
Jesús se pone gentilmente de pie, bendice y consuela a los tres hermanos a los cuales da cita para la Pascua en el Getsemaní, y sale, en medio de soldados con sus discípulos, que avergonzados le siguen. Toman la calle vacía hasta la campiña.
"¡Salve, galileo!" dice el triario.
"!Adiós, Aguila! Te pido que no hagáis ningún mal a Daniel, Elías y Felipe. Yo soy el culpable. Decidlo al centurión."
"No le diré nada. A estas horas no se acuerda más de ello. Y los tres hermanos nos proporcionan muchas cosas, sobre todo vino de Chipre que agrada al centurión más que su vida. Vete tranquilo. ¡Adiós!"
Se separan. Los soldados regresan a las puertas, Jesús y los suyos toman, hacia el este de la campiña encogida en el silencio.
VI. 95-108
A. M. D. G.