EL PASTOR ANÁS GUÍA A JESÚS A ACZIB

 


 

#"¡Y derrotas tras derrotas!... Parece como si estuviéramos malditos.". "¿No sabes que ésta es la suerte de los mejores?"   

#"¡Oh, hijo del trueno! ¿De dónde tanto ímpetu? ¿Quieres ser un rayo exterminador?"   

#¿Pero lo estáis oyendo? ¿Qué he predicado por tanto tiempo?. Pues bien, como recuerdo de este pecado vuestro contra la caridad, como recuerdo de cuanto he visto aparecer en vuestras caras de hombres airados, y no de ángeles, como quisiera siempre ver os llamaré "Hijos del trueno"   

#¿No sabéis que, sino tuviese otra cosa más que la alegría de hacer la voluntad de mi Padre y vuestro amor, aun cuando todos me abofeteasen, me sentiría feliz? Me siento triste no por Mí, ni por mis derrotas, como las llamáis, sino por compasión a las almas que rechazan la vida.  

  #Soy el que predica la salvación eterna. Soy el Camino para ir al Dios verdadero, la Verdad que se entrega, la Vida que da salud, No soy un hechicero que haga milagros   

#Jesús escucha la historia que le cuenta el pastor de la mujer que le busca para que le cure a su hija  

  #El pastor pide el milagro de que cure a sus ovejas   

#¿No podrías al pasar bendecir mi ganado? "Bendeciré tu ganado. Este..." y levanta la mano bendiciendo las cabras que hay allí, "y también a tus ovejas. ¿Crees que mi bendición las cure?" Como curas a los hombres de sus enfermedades así podrás salvar a mis animales   

#Siguen caminando... Llegan a Quedes. Sin ningún contratiempo pasan el poblado. Toman el camino derecho. En la mojonera está escrita la palabra Aczib.   

#Anás presenta a Jesús a una familia fiel al Señor que le da hospedaje

 


 

Jesús camina por una región montañosa. Los montes no son muy altos pero sí forman un subir y bajar entrelazados con arroyos cantores en esta estación fresca y nueva, limpios como el cielo, traviesos como las primeras hojitas cada vez más numerosas que bailan en las ramas al son del viento.

Pero aunque la estación es bella, alegre, que da ánimos al corazón, no parece que Jesús lo esté, ni tampoco sus discípulos. Caminan en silencio por el fondo de un valle. Se encuentran con pastores y ganados, pero Jesús parece que no ve.

 

"¡Y derrotas tras derrotas!... Parece como si 

estuviéramos malditos." "¿No sabes que esta es la 

suerte de los mejores?"

 

Un suspiro de Santiago de Zebedeo y sus palabras, como si terminaran un razonamiento, llaman la atención de Jesús. Dice: "¡Y derrotas tras derrotas!... Parece como si estuviéramos malditos."

Jesús le pone la mano en el hombro: "¿No sabes que esta es la suerte de los mejores?"

"¡Bah! Lo sé desde que estoy contigo. Pero de vez en vez es necesario cambiar. Antes lo teníamos. Para aliviar el corazón, para sostener la fe..."

"¿Dudas de mí Santiago?" La voz del Maestro es trémula.

"¡No!..." Un "no" rotundo.

"Si no dudas de mí ¿de qué entonces? ¿No me amas como antes? ¿Te ha arrebatado el amor el verme arrojado, que se burlen de mí, o que no me tomen en consideración en estos lugares fenicios?" Aun cuando no se ve ni una lágrima en los ojos de Jesús, su voz realmente es triste. Es su alma que llora.

"¡Eso no, Señor mío! Antes bien mi amor aumenta cuanto más veo que no se te comprende, que no se te ama, cuanto más te veo afligido, humillado. Por no verte así, para poder cambiar el corazón de los hombres estaría dispuesto a dar mi vida. Créemelo. No me mortifiques con la duda de que vayas a pensar que no te amo. De otro modo... de otro modo soy capaz de cometer tonterías. Volveré y me vengaré de quien te cause dolor para probarte que te amo, para quitarte la duda,  si me toman prisionero y me matan, nada me importará. Me bastará haberte dado una prueba de mi amor."

 

"¡Oh, hijo del trueno! ¿De dónde tanto ímpetu? 

¿Quieres ser un rayo exterminador?"

 

"¡Oh, hijo del trueno! ¿De dónde tanto ímpetu? ¿Quieres ser un rayo exterminador?" Jesús sonríe por el desahogo y pensamientos de Santiago.

"¡Al menos te veo reír! Esto es ya un fruto de lo que me proponía. ¿Qué dices, Juan? ¿Debemos poner en práctica mi idea para consolar al Maestro de tantos bofetones?"

"Sí. Vamos. Otra vez hablemos y si lo insultan como a un charlatán, como a un rey inútil, a un rey sin dinero, medio loco, nos impondremos hasta que caigan en la cuenta que él tiene también un ejército de fieles y de discípulos de quienes no se pueda hacer burla. La violencia es útil en ciertas cosas. ¡Vamos, hermano!"

 

"¿Pero los estáis oyendo? ¿Qué he predicado 

por tanto tiempo? 

 

Pues bien, como recuerdo de este pecado vuestro 

contra la caridad, como recuerdo de cuanto 

he visto aparecer en vuestras caras de hombres 

airados, y no de ángeles, 

como quisiera siempre ver, 

os llamaré "los hijos del trueno".

 

"¿Pero los estáis oyendo? ¿Qué he predicado por tanto tiempo? ¡Oh, sorpresa de las sorpresas! También Juan, que parecía una paloma, se ha convertido en gavilán. Vedlo cuán feo es envuelto en el odio. ¡Qué vergüenza! ¿Y os admiráis de que los fenicios se queden indiferentes, de que los hebreos muestren su odio, de que los romanos me digan que me vaya, cuando vosotros, los primeros, no habéis comprendido nada después de dos años que estáis conmigo, cuando os llenáis de hiel, cuando echáis fuera de vuestros corazones mi doctrina de amor y perdón, la pisoteáis como algo inútil y preferís la violencia como si fuera una cosa digna? ¡Oh, Padre santo! ¡Esto sí que es una derrota! En vez de ser unos gavilanes con sus garras, ¿no sería mejor que fuerais ángeles que pidieseis al Padre que consolase a su Hijo? ¿Cuándo se ha visto que una tempestad con sus rayos y granizadas haga bien? Pues bien, como recuerdo de este pecado vuestro contra la caridad, como recuerdo de cuanto he visto aparecer en vuestras caras de hombres airados, y no de ángeles, como quisiera siempre ver, os llamaré "los hijos del trueno".

 

¿No sabéis que, sino tuviese otra cosa más 

que la alegría de hacer la voluntad de mi Padre 

y vuestro amor, aun cuando todos me abofeteasen,

 me sentiría feliz? Me siento triste no por Mí, 

ni por mis derrotas, como las llamáis, sino por 

compasión a las almas que rechazan la vida.

 

Jesús se muestra un poco serio al hablar a los dos indignados hijos del Zebedeo. Su reproche no dura al ver su arrepentimiento. Con un rostro luminoso de amor los estrecha diciéndoles: "Que no os vea tan feos otra vez. Gracias por vuestro amor. Lo mismo digo a vosotros, amigos" dice volviéndose a Andrés, Mateo y a sus dos primos. "Acercaos para que también a vosotros os abrace. ¿No sabéis que, sino tuviese otra cosa más que la alegría de hacer la voluntad de mi Padre y vuestro amor, aun cuando todos me abofeteasen, me sentiría feliz? Me siento triste no por Mí, ni por mis derrotas, como las llamáis, sino por compasión a las almas que rechazan la vida. Bueno, estamos ya todos contentos ¿no es verdad, niños grandullones ? ¡Ea, ánimo!. Id a pedir en nombre de Dios un poco de leche a aquellos pastores que ordeñan sus cabras. No tengáis miedo" dice al ver la mirada desolada de sus apóstoles. "Obedeced con la fe. Os darán leche y no pedradas, aun cuando se trate de un fenicio."

Van. Jesús se queda en el camino. Entre tanto ora. Está triste... Vuelven los apóstoles con una jarrita de leche, dicen: "Dijo aquel hombre que vayas allá, porque tiene algo que decirte, pero que no puede dejar sus cabras a los pequeños pastores."

"Vamos a comer, pues, allá nuestro pan."

Van todos al lugar escarpado por donde andan las traviesas cabras.

"Muchas gracias por la leche. ¿Qué se te ofrece?"

"Eres el Nazareno ¿no es verdad? ¿El que hace milagros?"

 

"Soy el que predica la salvación eterna. 

Soy el Camino para ir al Dios verdadero, 

la Verdad que se entrega, 

la Vida que da salud, 

No soy un hechicero que haga milagros.

 

"Soy el que predica la salvación eterna. Soy el Camino para ir al Dios verdadero, la Verdad que se entrega, la Vida que da salud, No soy un hechicero que haga milagros. Estos son manifestación de mi bondad y de vuestra debilidad, que necesita pruebas para creer. ¿Qué se te ofrece?"

"¿Hace dos días que estuviste en Alejandroscene o no?"

"Sí. ¿Por qué?"

 

JESÚS ESCUCHA LA HISTORIA QUE LE CUENTA 

EL PASTOR DE LA MUJER QUE LE BUSCA 

PARA QUE LE CURE A SU HIJA

 

"También estaba yo con mis cabras, y cuando vi que se armaba la trifulca me escapé, porque es costumbre provocarlas para robar en el mercado. Los fenicios son unos ladrones: como los demás. No debería decirlo porque soy hijo de un prosélito y de madre siriana, y porque también yo soy prosélito, pero es la verdad. Bien. Volvamos al caso. Me había acomodado con mis animales en un establo aguardando la carreta de mi hijo. Por la tarde, al salir de la ciudad, me encontré con una mujer que lloraba, llevando una niña entre sus brazos. Había caminado bastante para ir a verte, porque vive fuera, en el campo. Le pregunté lo que le pasaba. Es una prosélita. Había ido a vender y comprar. Había oído hablar de Ti. Y la esperanza brotó en su corazón. Fue a la carrera a su casa a traer a la niña. Pero comprendes, cuando se carga algo, se camina despacio. Cuando llegó a la tienda de los hermanos ya no estabas. Ellos le dijeron: "Lo echaron afuera. Pero nos dijo que volverá a pasar por la escalera de Tiro". Yo -pues también soy padre- le dije: "Entonces, vete allá". Ella replicó: "¿Y si después de lo que pasó toma otro camino para regresar a Galilea?". Le dije: "Óyeme. Tomará ese o el otro camino. Yo apaciento mis animales entre Rohob y Lesemdan, justamente en el camino que está entre estos confines y Neftalí. Si lo veo se lo digo, palabra de prosélito". Y te lo he contado."

"Que Dios te lo pague. Iré a donde está la mujer. Debo volver a Aczib."

"¿Vas a Aczib? Entonces podemos caminar juntos, si no sientes desprecio hacia un pastor."

"No desdeño a nadie. ¿Por qué vas a Aczib?"

"Porque tengo allá unos corderos. A no ser... que no los tenga más."

"¿Por qué?"

 

EL PASTOR PIDE EL MILAGRO DE QUE CURE A SUS OVEJAS

 

"Porque hay como una peste... No sé si se trate de brujería o de otra cosa. Lo que sé es que mi ganado se me ha enfermado. Por esto traje aquí mis cabras que todavía están sanas para que no estén con las ovejas. Aquí estarán bajo el cuidado de mis dos hijos. Han ido a la ciudad para algunas compras. Pero yo voy a allá... a verlas morir. A ver morir a mis hermosas ovejas lanudas...". El hombre lanza un suspiro. Mira a Jesús y se excusa diciendo: "Hablarte a Ti de estas cosas es afligirte. Y ya lo estás por la manera como te tratan. Pero las ovejas son cariño y también dinero ¿comprendes? para nosotros..."

"Comprendo. Se curarán. ¿Las has hecho ver de algún entendido?"

"¡Oh! Me han dicho lo mismo: "Mátalas y vende sus pieles. No hay otra cosa que hacer". Hasta me han amenazado si las saco afuera... Tienen miedo que las suyas se les contaminen. Las tengo que tener encerradas... y cada vez mueren más. Esos de Aczib son malos ¡tenlo en cuenta!..."

Jesús contesta sencillamente: "Lo sé."

"Yo estoy seguro que me las han embrujado."

"No. No creas en ciertas habladurías... ¿Cuando lleguen tus hijos, partirás al punto?"

"Sí. No falta nada en que lleguen. ¿Son estos tus discípulos? ¿Nada más estos?"

"Tengo otros más."

"Y ¿por qué no han venido? Una vez, cerca de Merón, encontré a un grupo de ellos. Su jefe era un pastor. Un hombre alto, fuerte, de nombre Elías. Fue por el mes de octubre, según me parece. Antes o después de los Tabernáculos. ¿Te han abandonado?"

"Ningún discípulo lo ha hecho."

"Me habían dicho que..."

"¿Qué cosa?"

"Que Tú... que los fariseos... En una palabra, que los discípulos te habían abandonado por miedo, y porque eres un..."

"Demonio. Dilo. Lo sé. Doble merito hay en ti, que pese a esto, crees."

"Y por este mérito no podrías... tal vez pida una cosa sacrílega."

"Dila. Si es mala te lo digo."

 

"¿No podrías, al pasar, bendecir mi ganado?" 

"Bendeciré tu ganado. Este..." y levanta la mano 

bendiciendo las cabras que hay allí, "y también 

a tus ovejas. ¿Crees que mi bendición las cure?"

Como curas a los hombres de sus enfermedades 

así podrás salvar a mis animales. 

 

"¿No podrías, al pasar, bendecir mi ganado?" El pastor tiene ansia...

"Bendeciré tu ganado. Este..." y levanta la mano bendiciendo las cabras que hay allí, "y también a tus ovejas. ¿Crees que mi bendición las cure?"

"Como curas a los hombres de sus enfermedades así podrás salvar a mis animales. Dicen que eres el Hijo de Dios. Y Dios creó las ovejas. Por esto son cosas de El. Yo... no sabía si era respetuoso pedírtelo. Pero si se puede, hazlo, Señor, y yo llevaré al templo muchas ofrendas de alabanza. ¡Mejor no! Te daré a Ti algo para tus pobres. Y será mejor."

Jesús sonríe, pero no dice nada. Llegan los dos hijos del pastor, y poco después todos parten, quedándose los dos jovenzuelos.

Caminan aprisa porque quieren llegar a Quedes para poder llegar lo más pronto posible al camino que va del mar hacia el interior del país. Debe ser el mismo que se bifurca a los pies del promontorio, que tomaron cuando fueron a Alejandroscene. Al menos así lo colijo por lo que dice el pastor a los discípulos. Jesús camina adelante solo.

"¿No tendremos otros disgustos?" pregunta Santiago de Alfeo.

"Quedes no depende del centurión. Está fuera de los confines fenicios. Basta con no molestar a los centuriones que a ellos no les importa nada la religión."

"Y luego no vamos a quedarnos..."

"¿Seríais capaces de caminar unos 20 kilómetros en un día?" pregunta el pastor.

"¡Oh, somos peregrinos perpetuos!"

 

Llegan a Quedes. Sin ningún contratiempo 

pasan el poblado. Toman el camino derecho.

 En la mojonera está escrita la palabra Aczib

 

Siguen caminando... Llegan a Quedes. Sin ningún contratiempo pasan el poblado. Toman el camino derecho. En la mojonera está escrita la palabra Aczib. El pastor dice: "Mañana estaremos allí. Esta noche la pasaréis conmigo. Conozco a los campesinos de los valles, pero muchos se encuentran en los confines fenicios... Bien. Los pasaremos. No nos descubrirán al punto... ¡La vigilancia! Seria mejor que vigilasen a los ladrones..."

El sol se pone. Por los valles la luz escasea, se pierde entre los bosques, pero el pastor conoce muy bien los lugares.

Llegan a un villorrio.

"Si nos dan hospedaje aquí, es que son israelitas. Estamos en los confines. Si no, iremos a otro poblado que es fenicio."

"Yo no tengo prejuicios."

Llaman a una puerta.

 

ANÁS PRESENTA A JESÚS A UNA FAMILIA FIEL AL SEÑOR 

QUE LE DA HOSPEDAJE

 

"¿Tú, Anás? ¿Con amigos? ¡Ven, ven, y que Dios esté contigo!" dice una mujer de edad.

Entran en una cocina amplia, donde el fuego alegra a todos. Es una familia numerosa de todas las edades, que cortésmente hace lugar a los que acaban de llegar.

"Este es Jonás. Esta es su mujer, estos sus hijos, nietos y nueras. Una familia patriarcal fiel al Señor" dice el pastor Anás a Jesús. Y dirigiéndose a Jonás: "Este que ha venido conmigo es el Rabí de Israel. A quien deseabas conocer."

"Bendigo a Dios por poderlo hospedar y porque hay lugar esta noche. Bendigo al Rabí que ha venido a mi casa."

Anás explica que la casa de Jonás es como un albergue para los peregrinos que del mar se dirigen al interior del país.

Se sientan todos. Las mujeres sirven a los recién llegados. Hay un respeto profundo como que paraliza. Jesús rompe ese respeto con El. Por su parte los demás, entre el tiempo de la cena y del descanso, toman ánimos y se cuentan lo que saben del Mesías. Jesús rectifica, explica con delicadeza lo que le preguntan. Llegada la hora del reposo Jesús bendice a todos.

VI. 108-113

A. M. D. G.