LA MADRE CANANEA
#Buscan a Jesús porque ha venido a verle una mujer
#No te pido que me trates como a hija y que me sientes a la mesa. Dame al menos las migajas...
#¡Ea, ligeros! Hay una madre que hace días está esperando...
#Reclinada sobre la mojonera romana hay una mujer
#llegan al lugar del herrero, que está calentándose contra la pared de su casa
"¿Está el Maestro contigo?" pregunta el viejo campesino Jonás a Judas Tadeo que entra en la cocina, donde hay fuego que calienta la leche, que caliente el ambiente, pues hace frío en estas primeras matinales de un bellísimo día de fines de enero, como pienso, o a principios de febrero.
BUSCAN A JESÚS PORQUE HA VENIDO
A VERLE UNA MUJER
"Habrá ido a orar. Sale frecuentemente con el alba, mientras puede estar solo. Regresará dentro de poco. ¿Para qué lo quieres?"
"Pregunté por El a los demás, que se han ido acá y allá a buscarlo. Hay una mujer con mi esposa. Por eso lo busco. Es una de la población del otro lado. De veras que no sé cómo pudo haberse informado de que el Maestro está aquí. Lo supo y quiere hablarle."
"Está bien. Le hablará. El espera a una mujer con su hija enferma. Tal vez sea ella. La habrá guiado hasta aquí con su espíritu."
"No. Está sola. No trae a nadie. La conozco porque nuestros poblados están cercanos y el valle es de todos. Yo pienso que no hay que ser duro con los vecinos, aunque sean fenicios, y sirva al Señor. Tal vez me equivoque, pero..."
"El Maestro enseña siempre que hay que ser compasivos con todos."
"El lo es ¿o no es así?"
"Sí."
"Me contó Anás que lo han tratado mal aun ahora. ¡Mal, siempre mal!... ¡En Judea como en Galilea, por todas partes! ¿Por qué Israel es tan malo con su Mesías? Quiero decir, los grandes de entre nosotros, porque el pueblo lo ama."
"¿Cómo sabes estas cosas?"
Vosotros que sois sus discípulos
¿no sabéis cuánto se habla y se acusa en el templo
al Mesías?
Las lecciones de los escribas no tratan sino de esto
¿Conoce estas intrigas?"
"¡Oh! Vivo aquí, lejos, pero soy un fiel israelita. Basta ir a las fiestas de precepto al templo para saber todo el bien y todo el mal. El bien se sabe menos que el mal, porque el bien es humilde y por sí mismo no se alaba. Deberían ser los que reciben favores de El quienes deberían alabarlo, pero pocos son los agradecidos. El hombre acepta el favor y luego se olvida de él... El mal, al contrario, hace sonar fuerte sus trompetas, hace oír sus palabras aun a los que no quieren oírlas. Vosotros que sois sus discípulos ¿no sabéis cuánto se habla y se acusa en el templo al Mesías? Las lecciones de los escribas no tratan sino de esto. Creo que se han hecho como un librillo de acusaciones y de pruebas contra El. Es necesario tener la conciencia muy recta, firme, libre para poder resistir y juzgar cuerdamente. ¿Conoce estas intrigas?"
"Lo sabe todo. También nosotros, más o menos las sabemos. Pero El no se preocupa, continúa su obra y discípulos y fieles aumentan cada día."
"Dios quiera que lo sean hasta el fin. El hombre es de pensamiento mudable. Débil... Mira al Maestro que viene con tres discípulos..."
El viejo sale fuera, seguido de Judas Tadeo para
venerar a Jesús que majestuosamente se acerca
a la casa.
El viejo sale fuera, seguido de Judas Tadeo para venerar a Jesús que majestuosamente se acerca a la casa.
"La paz sea contigo en este día y siempre, Jonás."
"Gloria y paz sean contigo, Maestro."
"La paz sea contigo, Judas. ¿Aun no han regresado Andrés y Juan?"
"No. No los he oído salir. Nadie. Estaba yo cansado y dormido profundamente."
"Entra, Maestro. Entrad. El aire es un poco frío esta mañana. En el bosque deberá hacer mucho más. Hay leche caliente para todos."
Están bebiendo leche, y todos, menos Jesús, mojan gruesas rebanadas de pan en ella, cuando llegan Andrés y Juan con el pastor Anás.
"¡Ah! ¿Estás aquí? Veníamos a decir que no te habíamos encontrado" dice Andrés.
Tomad vuestra parte y vámonos, porque quiero,
antes de que oscurezca, estar a lo menos
en las faldas del monte Aczib.
Esta tarde empieza el sábado
"¿Y mis ovejas?" "Estarán curadas,
después de ser bendecidas.
Jesús da su saludo de paz a los tres y añade: "Pronto. Tomad vuestra parte y vámonos, porque quiero, antes de que oscurezca, estar a lo menos en las faldas del monte Aczib. Esta tarde empieza el sábado."
"¿Y mis ovejas?"
Jesús sonríe y responde: "Estarán curadas, después de ser bendecidas."
"Pero yo vivo al oriente del monte. Tú vas a la dirección contraria para encontrarte con la mujer."
"Deja todo en manos de Dios. El proveerá."
Terminan su desayuno. Salen los apóstoles a tomar sus alforjas y se disponen a partir.
"Maestro ¿no quisieras hablar con esa mujer que está allí?"
El camino es largo, y por lo demás vine
para las ovejas de Israel. Adiós, Jonás.
Acude también una mujer Mi hija está muy
atormentada por el demonio que la hace
cometer cosas vergonzosas.
"No tengo tiempo, Jonás. El camino es largo, y por lo demás vine para las ovejas de Israel. Adiós, Jonás. Que Dios te premie tu caridad. Mi bendición sobre ti y sobre todos tus familiares. ¡Vámonos!"
El anciano se pone a gritar: "¡Hijos! ¡Mujeres! ¡El Maestro parte! ¡Venid!"
Como una pollada corre cuando oye el grito de su madre, así también de todas partes acuden mujeres, hombres que todavía no se han vestido completamente, niños medios desnudos con la carita sonriente... Se estrechan a Jesús que está en medio del patio. Las madres envuelven a sus hijos en mantas para protegerlos del aire frío, o bien los estrechan contra sus brazos, hasta que una sirvienta acude con los vestidos.
Acude también una mujer que no es de la familia. Una pobre que llora... Se adelanta agachada, como arrastrándose, y llegada al grupo donde está Jesús se pone a gritar: "Ten piedad de mí, ¡oh Señor, Hijo de David! Mi hija está muy atormentada por el demonio que la hace cometer cosas vergonzosas. Ten piedad porque sufro mucho y todos se burlan de mí por ello. Como si mi hija fuera responsable de lo que hace... ¡Ten piedad, Señor! Tú todo lo puedes. Levanta tu voz y tu mano y manda al espíritu inmundo que salga de Palma. No tengo más que a ella. Soy viuda... ¡Oh, no te vayas! ¡Ten piedad!
De hecho Jesús, después de haber bendecido a la familia, después de haber dicho a los adultos que por qué habían esparcido la noticia de su llegada, a lo que ellos responden: "No dijimos ni una palabra, ¡créenos, Señor!", se va sin dignarse de hacer caso de la pobre mujer que se arrastra sobre sus rodillas con los brazos abiertos en señal de súplica, mientras dice: "Yo te vi ayer cuando pasabas el arroyo, y oí que te llamaban: "Maestro". Te seguí entre los matorrales, y oí lo que estos hablaron. Comprendí que eres... Y esta mañana me vine a aquí, cuando estaba todavía oscuro, aquí en el dintel me quedé como una perrita hasta que se levantó Sara y me hizo entrar. ¡Oh, Señor, piedad! ¡Compasión de una madre y de una niña!"
Pero Jesús se va ligero, sin dar oídos a la viuda. Los de la casa dicen a la mujer: "Resígnate. No quiere escucharte. Ha dicho que vino para los de Israel..."
Pero ella se levanta desolada, y a un tiempo llena de fe, y responde: "¡No! Le suplicaré tanto que me escuchará." Y sigue al Maestro, repitiendo sus súplicas que hacen que la gente se asome a sus puertas, y se une a ella y a la familia de Jonás para ver en qué terminaran las cosas.
Los Apóstoles se miran sorprendidos y en voz baja dicen: "¿Cómo es posible que haga esto? Jamás lo ha hecho..." Juan añade: "En Alejandroscene curó a aquellos dos."
"¡Eran prosélitos!" replica Tadeo.
"¿Y esta a quien va a ir a curar?"
"También es prosélita" dice el pastor Anás.
"¡Oh, pero cuántas veces ha curado a gentiles o paganos! ¿Y la niña romana?..." dice Andrés preocupado, porque no puede comprender la dureza de Jesús para con la mujer cananea.
"Yo os diré la razón" dice Santiago de Zebedeo. "El Maestro está airado. Su paciencia se acaba con tantos golpes de la ingratitud humana. ¿No veis cómo ha cambiado? Tiene razón. De hoy en adelante se dedicará sólo a quien conozca bien y según yo ¡será mejor!"
"Será así, pero entre tanto esta viene gritando y un buen grupo de gente la sigue. Si quiere pasar por inadvertido, ha encontrado el modo de llamar la atención aun hasta la de las plantas" refunfuña Mateo.
"Vamos a decirle que la despida... Ved el cortejo que nos sigue. Estaremos dichosos si así llegamos hasta la vía consular. Y si El no despide a esta, ella nos sigue..." dice secamente Tadeo, que se vuelve a la mujer y le grita: "¡Cállate y vete!" Lo mismo hace Santiago de Zebedeo. Pero la mujer no hace caso a las amenazas, ni a las órdenes. Sigue suplicando.
"Vamos a decirle al Maestro que la despida, si no quiere escucharla. ¡Esto no puede continuar así!" dice Mateo, entre tanto que Andrés por su parte: "¡Pobrecilla!" Juan sigue repitiendo: "¡No comprendo!... ¡No comprendo!"
Acelerando el paso alcanzan al Maestro que camina también ligero como si alguien lo persiguiese. "¡Maestro , dile a esa mujer que se vaya! ¡Es un escándalo! Viene gritando detrás de nosotros. La gente aumenta cada vez más... Muchos vienen detrás de ella. ¡Dile que se vaya!"
"Decídselo vosotros. Yo ya le respondí."
"No nos hace caso. Mira, díselo tú, y con severidad."
Jesús se voltea. La mujer cree que es señal de que va a recibir el favor, acelera el paso, levanta más la voz.
"Cállate, mujer. Regresa a tu casa. Yo lo he dicho:
"He venido para las ovejas de Israel".
"Cállate, mujer. Regresa a tu casa. Yo lo he dicho: "He venido para las ovejas de Israel". Para curar las enfermas y buscar las que anden perdidas. Tú no eres de Israel."
Pero la mujer ya está a sus pies, se los besa, adorándolo. Se ase a sus rodillas como un náufrago que ha encontrado un pedazo de madera y gime: "¡Señor, ayúdame! Tú que eres santo... Señor, Señor, Tú eres el dueño de todo, de la gracia como del mundo. Todo te está sujeto, Señor. Lo sé. Lo creo. Toma tu poder y empléalo en favor de mi hija."
"No está bien tomar el pan de los hijos de casa y
arrojarlo a los perros del camino."
Yo creo en Ti. Al creer me he convertido de perra de la
calle en perra de la casa.
"No está bien tomar el pan de los hijos de casa y arrojarlo a los perros del camino."
"Yo creo en Ti. Al creer me he convertido de perra de la calle en perra de la casa. Te lo dije. Llegué antes del alba a acurrucarme en el dintel de la casa dónde estuviste y si hubieras salido, te habrías tropezado conmigo. Pero Tú saliste por la otra parte y no me viste. No viste a esta pobre perra destrozada, hambrienta de tu favor, que esperaba entrar arrastrándose hasta donde estabas para besarte los pies, pidiéndote que no me arrojaras..."
"No está bien arrojar el pan de los hijos a los perros" repite Jesús.
No te Pido que me trates como a hija y
que me sientes a la mesa.
Dame al menos las migajas..."
"Pero los perros entran donde su dueño come con sus hijos y comen de lo que cae de la mesa, o de los desperdicios que les dan, de lo que no sirve. No te pido que me trates como a hija y que me sientes a la mesa. Dame al menos las migajas..."
Jesús sonríe. ¡Cómo se transfigura su rostro con esta sonrisa de júbilo!
La gente, los apóstoles, la mujer lo miran admirados... presintiendo que algo va a pasar...
¡Oh, mujer, grande es tu fe! ¡Con ella consuelas
a mi corazón! Vete, y hágase como quieres.
Vete en paz. Y si como perra callejera has sabido
convertirte en perra de la casa, de igual modo
en lo futuro se hija,
y siéntate a la mesa del Padre.
¡Adiós!"
Jesús responde: ¡Oh, mujer, grande es tu fe! ¡Con ella consuelas a mi corazón! Vete, y hágase como quieres. El demonio ha salido desde este momento de tu hija. Vete en paz. Y si como perra callejera has sabido convertirte en perra de la casa, de igual modo en lo futuro se hija, y siéntate a la mesa del Padre. ¡Adiós!"
"¡Oh, Señor, Señor!... Quisiera correr para ir a ver a mi amada Palma... ¡Quisiera estar contigo, seguirte! ¡Bendito! ¡Santo!"
"Vete, mujer. Vete en paz."
Jesús emprende su camina entre tanto que la cananea más veloz que una niña corre seguida por la gente que curiosa quiere ver el milagro.
"¿Por qué Maestro la hiciste suplicar tanto, para después hacerle lo que pedía?" pregunta Santiago de Zebedeo.
"Por causa tuya y de todos vosotros. Esto no es una derrota, Santiago. Aquí no me echaron afuera, ni se burlaron de Mí, ni me maldijeron... Que esto levante vuestro abatido corazón. He gustado de una comida sabrosísima. Bendigo por ello a Dios. Ahora vamos donde está la otra que sabe creer y que espera con fe segura."
"¡Oh, Anás! ¿No has comprendido todavía que
tus ovejas están curadas desde el momento
en que levanté mi mano en dirección de Lesemdan?
Vete también tú a ver el milagro y a bendecir
al Señor."
"¿Y mis ovejas, Señor? Dentro de poco tengo que tomar un camino que no es el tuyo, para ir a mi aprisco."
Jesús sonríe, pero no responde.
Es bello caminar, ahora que el sol calienta el aire y hace resplandecer como esmeraldas las hojitas de los bosques, la hierba del campo, cambiando en engaste cada cáliz de las flores por las gotas de rocío, que brillan en multicolores. Jesús avanza sonriente. Los apóstoles, que han vuelto a tomar fuerza, lo siguen de igual modo...
Llegan al cruce. El pastor Anás, un poco avergonzado, dice: "Debo dejarte aquí... ¿No vienes de veras a curar a mis ovejas? También yo tengo fe. Soy prosélito... ¿Me prometes, por lo menos, de venir después del sábado?"
"¡Oh, Anás! ¿No has comprendido todavía que tus ovejas están curadas desde el momento en que levanté mi mano en dirección de Lesemdan? Vete también tú a ver el milagro y a bendecir al Señor."
Te prometí mucho dinero, y aquí no tengo más
que unas cuantas dracmas... Ven, ven a mi casa
después del sábado..."Iré, pero no por el dinero,
sino para bendecir una vez más tu fe sencilla.
¡Hasta pronto, Anás!
Me imagino que la mujer de Lot, después de haberse convertido en estatua de sal, no se puso tan pálida como el pastor, que está un poco inclinado, con la cabeza en forma de poder ver a Jesús, y un brazo alargado en el aire. Parece una estatua. Una estatua que tendría al calce la siguiente inscripción: "El suplicante". Se endereza, se arrodilla diciendo: "¡Seas bendito! ¡Eres bueno! ¡Eres santo!... Te prometí mucho dinero, y aquí no tengo más que unas cuantas dracmas... Ven, ven a mi casa después del sábado..."
"Iré, pero no por el dinero, sino para bendecir una vez más tu fe sencilla. ¡Hasta pronto, Anás! ¡La paz sea contigo!"
Se separan...
¡Ea, ligeros! Hay una madre que hace días
está esperando..."
"Y también esto no es una derrota ¡amigos míos! Tampoco aquí se han burlado de mí, ni me han insultado, o echado afuera... ¡Ea, ligeros! Hay una madre que hace días está esperando..."
Continúa la marcha, después un reposo breve para comer un poco de pan, queso y beber de un riachuelo agua...
El sol está en su zenit cuando se vislumbra la bifurcación del camino. "Ved allá la escalera de Tiro, allá en el fondo" dice Mateo, y se alegra al pensar que se ha hecho más de la mitad del camino.
Reclinada sobre la mojonera romana
hay una mujer.
Reclinada sobre la mojonera romana hay una mujer. A sus pies una niña como de siete u ocho años de edad. La mujer mira hacia todas las direcciones. Hacia la escalera picada en la roca hacia Tolemaida, hacia el camino por el que viene Jesús. De vez en vez se inclina a acariciar a su niña, a defenderla con un lienzo del sol, a cubrirle sus pies y manos...
"¡Ahí está la mujer! ¿Dónde habrá dormido en estos días?" pregunta Andrés.
"Tal vez en aquella casa cercana al cruce. No hay otras más" responde Mateo.
"¡O a la intemperie!" agrega Santiago de Alfeo.
"¡No! Por la niña ¡no!" responde su hermano.
"¡O para obtener el favor!..." añade Juan.
Jesús no dice una palabra. Sonríe solamente. Va en medio. Tres de una parte, tres de la otra. Como es la hora de comer no se ven viajeros.
Jesús en medio de la fila, alto, bello, sonríe. Parece como si toda la luz del sol se concentrase en su rostro, por lo luminoso que parece. Parece como si de él emanasen rayos.
La mujer levanta sus ojos... Se encuentran a la distancia de unos cincuenta metros. Tal vez la mirada de Jesús le llamó la atención, mientras ella miraba a su hijita. Se lleva las manos al pecho involuntariamente como si algo fuera a pasar.
la mujer se inclina a tomar en brazos a su hijita.
La trae como si fuese una ofrenda a Dios.
Llega a los pies de Jesús.
Se arrodilla alzando lo más que puede a la
niña que extática mira el bellísimo rostro de Jesús.
La sonrisa de Jesús es más clara. Esa sonrisa bella, indescriptible, debe decir a la mujer algo, que sin ansia alguna, antes bien hasta sonriente, como si hubiera alcanzado lo que quería, se inclina a tomar en brazos a su hijita. La trae como si fuese una ofrenda a Dios. Llega a los pies de Jesús. Se arrodilla alzando lo más que puede a la niña que extática mira el bellísimo rostro de Jesús.
La mujer no dice ni una palabra. ¿Y qué puede decir, cuando su actitud es ya toda una súplica?
Jesús no pronuncia sino una sola palabra, breve,
pero llena de alegría,
como el "Fiat" de la creación: "Sí"
Jesús no pronuncia sino una sola palabra, breve, pero llena de alegría, como el "Fiat" de la creación: "Sí", y pone su mano sobre el pecho de la niña.
La niña, cual calandria que ha salido de la jaula, grita: "¡Mamá!" y se sienta inmediatamente, se pone de pie, abraza a su madre que está a punto de caer, por el contraste de los sentimientos que la embargan, por el cansancio que ha soportado, por el esfuerzo que ha hecho su corazón.
Jesús está pronto a ayudarla. Su ayuda es mejor que la de la niña. La hace sentar, le da alientos...
La mira, mientras mudas lágrimas bajan por su cara, cansada, pero dichosa al mismo tiempo. Luego se oyen las palabras: "¡Gracias, Señor mío! ¡Gracias y bendiciones! Mi esperanza se ha visto colmada... Tanto te había esperado... Pero ahora soy feliz..."
LA MUJER CUENTA TODO LO QUE HICIERON
PARA CURAR A SU HIJA
Pasados estos instantes, la mujer se arrodilla, adora a Jesús teniendo ante sí a su hija, a la que Jesús acaricia. Dice: "Hace dos años que se le iba secando un hueso en la espina dorsal, que la había paralizado y que poco a poco la llevaba a la muerte con grandes dolores. Médicos de Antioquia, Tiro, Sidón, Cesarea, Panéades la vieron. Para curarla vendimos la casa que teníamos en la ciudad. De allí nos fuimos al campo. Nos privamos de criados, y nos quedamos con los de los campos. Vendimos lo que producían ellos... ¡Y nada! Te ve. Me enteré de lo que por otras partes sueles hacer. También cobré esperanzas de que me ayudarías... Y lo he conseguido. Ahora regreso pronto a mi casa... y daré esta alegría a mi esposo... a mi Santiago que fue quien inspiró en mí esta esperanza cuando me dijo lo que habías hecho en Galilea y Judea. ¡Oh, si no hubiéramos temido de no encontrarte, hubiéramos ido a buscarte con la niña! Pero siempre andas de viaje..."
De viaje he venido hasta donde estás... ¿Pero dónde has estado durante todos estos días?"
"En aquella casa... Por la noche se quedaba sólo la niña. Hay allí una buena mujer que me la cuidaba. Yo siempre he estado aquí, por temor de que fueses a pasar de noche."
Jesús le pone la mano sobre la cabeza: "Eres una buena madre. Por eso Dios te ama. Ves que te ha ayudado en todo."
"¡Oh, sí! Lo sentí cuando venía. Fui a la ciudad pensando encontrarte. Llevaba poco dinero y fui sola. Después, siguiendo el consejo de aquel hombre, continué en este lugar. Mandé a decirlo a mi casa... Nada me ha faltado, ni pan, ni refugio, ni fuerzas."
"¿Siempre con la niña en los brazos? ¿No podías emplear una carreta?..." pregunta sin comedimiento alguno Santiago de Alfeo.
"No. Habría sufrido demasiado, y hasta morirse. En los brazos de su mamá mi Juana ha llegado a conseguir el milagro."
Jesús acaricia sus cabellos y dice: "Idos también vosotras y sed fieles siempre al Señor. Que El esté con vosotras y con vosotros esté mi paz."
Jesús continúa a caminar por la senda que lleva a Tolemaida.
"Y también esto no es una derrota ¡amigos! Tampoco de aquí me echaron afuera, ni se burlaron de Mí, ni me maldijeron."
llegan al lugar del herrero, que está
calentándose contra la pared de su casa
Pronto llegan al lugar del herrero, que está calentándose contra la pared de su casa. Reconoce a Jesús y lo saluda. Jesús le devuelve el saludo y añade: "¿Me permites que me esté aquí un poco para comer mi pan?"
"Sí, Rabí. Mi mujer te quería ver... porque le dije también aun aquello que no pudo oírte la otra vez. Ester es hebrea. No me atrevía a decírtelo, porque soy romano. Habría permitido que ella te hubiese seguido..."
"Llámala, pues."
Jesús se sienta en la banca que está contra la pared, mientras Santiago de Zebedeo distribuye pan y queso...
Una mujer de unos cuarenta años, un poco avergonzada, sale.
"La paz sea contigo, Ester. ¿Tenias deseos de conocerme? ¿Por qué?"
LA MUJER HEBREA CUENTA A JESÚS SUS SUFRIMIENTO
AL ESTAR CASADA CON UN ROMANO Y LA ALEGRÍA
QUE EXPERIMENTÓ AL OÍR A JESÚS QUE LA COMPADECÍA.
ES COMO VOLVER A LA CASA DEL PADRE
"Por lo que dijiste... Los rabinos nos desprecian a las casadas con un romano... Pero yo he llevado a todos mis hijos al templo, y todos mis varoncitos están circuncisos. Lo dije de antemano a Tito cuando me pretendía... Es bueno... Me deja que haga lo que quiera con mis hijos. Aquí todas las costumbres son hebreas, lo mismo que los ritos... Pero los rabinos, los arquisinagogos nos maldicen. Tú en cambio, no. Te compadeciste de nosotras... ¡Oh! ¿sabes lo que significa esto? Es como si tuviéramos a nuestro alrededor el brazo del padre, de la madre, que nos repudiaron o maldijeron, o que están irritados contra nosotros... Es como volver a poner el pie en la casa abandonada, y no sentirse extraña en ella... Tito es bueno. Cuando se celebran nuestras fiestas, cierra la herrería, con mucha pérdida de dinero, y me acompaña con los niños al templo, porque dice que sin religión no se puede vivir. El dice que la suya es la familia y el trabajo, como antes era su deber de soldado... pero yo... Señor... quiero decirte una cosa... Tú dijiste que los seguidores del verdadero Dios deben quitar un poco del fermento santo y ponerlo en la harina buena para que fermente santamente. Lo he hecho con mi esposo. Durante estos veinte años que hemos estado juntos, he procurado trabajarle su alma, que es buena, con el fermento de Israel, pero él nunca se decide... ya está en la fe como lo estamos en el amor... No te pido riquezas, bienestar, salud. Lo que tenemos es suficiente, ¡Dios sea bendito! Pero quisiera esto... Ruega por mi esposo, para que pertenezca al Dios verdadero."
"Lo será, puedes estar segura. Pides una cosa sana y la alcanzarás. Has comprendido los deberes de la casa para con Dios y para con el marido. ¡Si así fueran todas las casadas! Te digo que muchas deberían imitarte. Sigue este mismo camino y tendrás la alegría de tener a tu Tito a tu lado en la oración y en el cielo. Enséñame a tus hijos."
La mujer llama a sus hijitos: "Santiago, Judas, Leví, María, Juan, Ana, Elisa, Marcos." Luego vuelve a entrar y sale con uno que apenas si puede caminar, y con toros de apenas tres meses.
"Este es Isaac, y la pequeñuela Judit" dice presentando a todos.
"¡Demasiados" comenta sonriente Santiago de Zebedeo.
Judas exclama: "Seis varones. ¡Y todos circuncisos! ¡Y con nombres judíos! ¡Eres brava!"
La mujer se siente feliz. hace elogios de Santiago, Judas y Leví que ayudan a su padre "todos los días menos el sábado, día en que Tito trabaja solo para poner las herraduras hechas" agrega. Elogia a María y a Ana "que son el auxilio de la mamá". Pero no deja de alabar a los cuatro más pequeños que "son buenos, y nada de caprichudos. Tito me ayuda a educarlos, él que fue un soldado disciplinado" dice mirando con ojos cariñosos a su marido, que apoyado sobre el dintel con una mano sobre la cadera, ha escuchado todo lo que ha dicho su mujer con una sonrisa franca en su cara, y que ahora se pone un poco colorado al oír que se recuerdan sus méritos como soldado.
La disciplina militar no es contraria a Dios,
cuando el soldado cumple su deber como se debe.
Lo que conviene es obrar siempre honestamente
en cualquier cosa, y así ser virtuosos.
"Muy bien. La disciplina militar no es contraria a Dios, cuando el soldado cumple su deber como se debe. Lo que conviene es obrar siempre honestamente en cualquier cosa, y así ser virtuosos. Esta disciplina tuya, que trasmites a tus hijos, debe prepararte para entrar en un servicio superior, en el de Dios. Ahora nos vamos a despedir. Apenas si tendré tiempo de llegar a Aczib, antes de la puesta del sol. La paz sea contigo, Ester, y con toda tu casa. Lo más pronto procurad pertenecer al Señor."
Todos se arrodillan, mientras Jesús levanta su mano para bendecir. Tito, como si fuese un soldado de Toma ante su emperador, toma su posición militar, y saluda a su manera.
Se van... Después de algunos metros Jesús pone la mano sobre el hombro de Santiago: "Y esta es la cuarta vez del día. Te lo hago notar. No se trata de una derrota, ni de que me hayan echado afuera, maldecido o burlado... ¿Qué dices ahora?"
"Que soy un tonto, Señor" responde.
El viaje ha terminado. He sembrado durante él
todo lo que era necesario para prepararos
el trabajo para cuando vosotros seáis los
evangelizadores.
Ahora podemos tomar el descanso sabático
con la conciencia de haber cumplido
con nuestro deber.
"No es eso. Tú, como todos vosotros, sois todavía muy humanos. Os encontráis bajo el influjo más del pensar humano que del otro que no lo es. El espíritu, cuando es soberano, no se altera por cualquier soplo de viento, que no puede ser siempre una brisa perfumada... Podrá sufrir, pero no se altera. Yo ruego siempre para que lleguéis a esta independencia de espíritu. Pero debéis ayudarme con vuestros esfuerzos... ¡Pues bien! El viaje ha terminado. He sembrado durante él todo lo que era necesario para prepararos el trabajo para cuando vosotros seáis los evangelizadores. Ahora podemos tomar el descanso sabático con la conciencia de haber cumplido con nuestro deber. Esperaremos a los otros... Luego caminaremos... todavía... siempre.... hasta que todo se cumpla..."
VI. 113-123
A. M. D. G.