PROFECÍA SOBRE PEDRO Y MARZIAM

 

EL CIEGO DE BETSAIDA

 

 


 

#Del bosque del monte baja por una vereda un jovencillo agachado por un fajo de ramas.  

  #Se encuentran Pedro y Marziam. Jesús le dice:"perpetua paz, aumento en sabiduría y en gracia en los caminos del Señor."  

  #"En verdad os digo que llegará un día en que Simón Pedro se alegrará de que su Marziam haya sido aprisionado, golpeado, flagelado, próximo a la muerte   

#"En verdad, en verdad os digo que todos seréis revestidos de púrpura, menos uno."  

  #Pedro con otros de Betsaida trae un ciego a Jesús.   

#Jesús toma de la mano al ciego, Se baña los dos índices con saliva y le frota los párpados con ellos, luego con sus manos oprime sus ojos, ora, luego quita sus manos: "¿Qué ves?"   

#"Levántate, ve donde tu madre que por muchos años te ha servido de luz, de consuelo, y de quien conoces solo su amor."

 


 

No caminan más, sino que corren acompañados de una nueva aurora que sonríe más que las anteriores, que es un brillar de rocío que cae junto con pétalos multicolores sobre las cabezas, sobre los prados y se unen a las innumerables flores que juguetean a la vera del camino, entre los surcos, o bien encienden nuevos diamantes en los tallos de la hierba nueva. Corren en medio de trinos de pajarillos que cantan sus amores, en medio de una brisa ligera, de aguas que cantan, que charlan, que acarician el heno y el trigo, o bien que deslizándose entre las riberas, doblan delicadamente los tallos que hasta ellas llegan. Corren como si fueran a un banquete de bodas. Aun los mayores en edad como Felipe, Bartolomé, Zelote condividen el ansia presurosa de los jóvenes. Lo mismo sucede entre los discípulos.

 

Del bosque del monte baja por una vereda un 

jovencillo agachado por un fajo de ramas.

 

Todavía en los prados no se han secado los diamantes de rocío cuando han llegado a la zona de Betsaida oprimida entre el espacio que hay entre el lago, el río y el monte. Del bosque del monte baja por una vereda un jovencillo agachado por un fajo de ramas. Baja ligero, casi corriendo, y debido a que va encorvado, no ve a los apóstoles... Canta feliz, corriendo bajo el fajo de leña, y llegado al camino principal, donde están las primeras casas de Betsaida, arroja por tierra su carga, se endereza para descansar, echando para atrás su cabellera moruna. Es alto y delgado, fuerte, ágil de miembros. Un jovencillo bien hecho.

"¡Es Marziam!" dice Andrés.

"¡Estás loco! ¡Ese es un hombre ya!" le responde Pedro.

Andrés se lleva a la boca las manos en forma de embudo y grita. El jovenzuelo, que iba a tomar su carga, después de haberse apretado la túnica corta que apenas le llega a la rodilla, que trae abierta al pecho porque probablemente no cabe en ella, se vuelve en dirección de quien le llamó y ve a Jesús, a Pedro, a todos los demás que lo están mirando, parados cerca de un grupo de sauces que sus penas lloran dejando colgar sus copas sobre las aguas de un ancho arroyuelo, el último afluente que tiene el Jordán a su izquierda, antes de entrar al lago de Tiberíades, que se  encuentra a los bordes del poblado. Deja caer su carga, levanta los brazos y grita: "¡Mi Señor! ¡Padre mío!" y se lanza a la carrera.

También Pedro se lanza a la carrera, atraviesa el arroyo sin quitarse siquiera las sandalias, subiéndose sólo los vestidos, y corre por el polvoroso camino, dejando sus huellas húmedas de sus sandalias sobre la seca tierra.

"¡Padre mío!"

"¡Querido hijo!"

 

SE ENCUENTRAN PEDRO Y MARZIAM

 

JESÚS LE DICE: "PERPETUA PAZ, AUMENTO EN SABIDURÍA 

Y EN GRACIA EN LOS CAMINOS DEL SEÑOR"

 

Se abrazan. En verdad que Marziam ha crecido. Está tan alto como Pedro, de modo que sus cabellos morunos salpican la cara de Pedro cuando lo besa, pero parece más alto, por lo delgado. Se separa Marziam de los brazos de su padre adoptivo y emprende la carrera hacia donde está Jesús que ha pasado ya el arroyo y lentamente en medio de los apóstoles avanza. Marziam cae a sus pies con los brazos abiertos diciendo: "¡Oh, Señor mío, bendice a tu siervo!"

Se inclina Jesús, lo alza, y lo estrecha contra sí, besándolo en ambas mejillas y augurándole "perpetua paz, aumento en sabiduría y en gracia en los caminos del Señor."

También los apóstoles hacen fiesta al jovenzuelo, y sobre todo los que hacía meses no lo habían visto.

¡Pero Pedro! Si hubiese sido en realidad su padre, no estaría tan orgulloso. Lo mira, lo toca, le pregunta esto, aquello": "¡Es hermoso! ¡Bien formado! ¡Mirad qué derecho! ¡Qué pecho tiene! ¡Qué piernas!... Un poco flaco, sin muchos músculos por ahora. ¡Pero ya veremos más tarde! ¡De veras que es bello! ¿Su cara? Mirad si se parece a aquel pajarito que llevé en brazos el año pasado, un pajarillo flaco, triste, miedoso... ¡Felicidades a Porfiria! Ha sabido empleas su miel, mantequilla, aceite, huevos e hígado de pescado. merece que se lo diga al punto. ¿Me permites, Maestro? Quiero ir a ver a mi mujer."

"Ve, ve, Simón, pronto te alcanzaremos."

Marziam, que tiene todavía la mano de Jesús, dice: "Maestro, sin duda que ahora mi padre va a decir a mi madre que prepare un banquete. Permíteme que te deje para ir a ayudarla..."

"Ve. Y que Dios te bendiga porque honras a quienes te son padre y madre."

Marziam corre, toma su fajo de leña, se le echa encima, alcanza a Pedro.

"Parecen Abraham e Isaac cuando subían por el monte" observa Bartolomé.

"¡Pobre Marziam! ¡Le faltaría eso!" responde Simón Zelote.

"¡Pobre de mi hermano! No sé si tendría fuerzas para hacer la de Abraham..." agrega Andrés.

 

"En verdad os digo que llegará un día en que 

Simón Pedro se alegrará de que su Marziam 

haya sido aprisionado, golpeado, flagelado, 

próximo a la muerte..."

 

Jesús lo mira y luego mira la cabeza enmarañada de Pedro que se aleja junto a su Marziam y dice: "En verdad os digo que llegará un día en que Simón Pedro se alegrará de que su Marziam haya sido aprisionado, golpeado, flagelado, próximo a la muerte y de que él mismo tendría ánimos aun de extenderlo sobre el patíbulo para revestirlo con la púrpura de los cielos y para fecundar con su sangre de mártir la tierra. Sólo envidiará en una cosa a su hijo, y es que no esté en su lugar y que no podrá por entonces, porque su elección como Cabeza suprema de mi Iglesia lo obligará a reservarse para ella, hasta que Yo le diga: "Ve a morir por ella". ¡Todavía no conocéis a Pedro, pero Yo sí!"

 

"En verdad, en verdad os digo que todos seréis 

revestidos de púrpura, menos uno."

 

"¿Prevés el martirio para Marziam y para mi hermano?"

"¿Te duele eso, Andrés?"

"No. Me duele que no lo preveas también para mí."

"En verdad, en verdad os digo que todos seréis revestidos de púrpura, menos uno."

"¿Quién? ¿Quién?"

"Guardemos silencio en el dolor de Dios" dice triste y solemne Jesús. Todos se callan atemorizados y pensativos.

 

 Pedro con otros de Betsaida 

trae un ciego a Jesús.

 

Entran en la primera calle de Betsaida, entre verdes hortalizas. Pedro con otros de Betsaida trae un ciego a Jesús. No ha venido Marziam, deberá estar ayudando a Porfiria. Con los de Betsaida y los familiares del ciego hay muchos discípulos que llegaron a Betsaida de Sicaminón y de otras ciudades, entre los que están Esteban, Hermas, el sacerdote Juan, Juan el escriba y otros muchos. (Son tantos que apenas si puedo recordar sus nombres).

"Te lo he traído, Señor. Hacía días que te estaba esperando" dice Pedro, mientras el ciego y sus padres suplican a Jesús: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros!", "Pon tu mano sobre los ojos de mi hijo y verá", "¡Ten piedad de mí, Señor! ¡Creo en Ti!"

 

Jesús toma de la mano al ciego, Se baña los dos 

índices con saliva y le frota los párpados 

con ellos, luego con sus manos oprime sus ojos, 

ora, luego quita sus manos: "¿Qué ves?"

 

Jesús toma de la mano al ciego, retrocede algunos metros para defenderlo del sol que baña el camino. Hace que se recargue contra la pared saliente de una casa, la primera del poblado, y se lo pone de frente. Se baña los dos índices con saliva y le frota los párpados con ellos, luego con sus manos oprime sus ojos, con la base de la mano en el hueco de la vista, y los dedos extendidos entre los cabellos. De este modo ora, luego quita sus manos: "¿Qué ves?" le pregunta.

"Veo como hombres. Deben serlo. Pero así me imaginaba los árboles vestidos en flor. Deber ser hombres porque caminan y se mueven hacia aquí."

Jesús pone de nuevo sus manos, las quita luego y pregunta: "¿Y ahora?"

"Ahora veo bien la diferencia entre árboles plantados en tierra, y estos hombres que me miran... ¡Y te veo! ¡Qué bello eres! Tus ojos son iguales al cielo y tus cabellos parecen rayos de sol...¡Tu mirada, tu sonrisa son de un Dios! ¡Señor, te adoro!" y se arrodilla a besarle la orla del vestido.

 

"Levántate, ve donde tu madre que por muchos 

años te ha servido de luz, de consuelo, y de quien 

conoces solo su amor."

 

"Levántate, ve donde tu madre que por muchos años te ha servido de luz, de consuelo, y de quien conoces solo su amor."

Lo toma de la mano y lo lleva a donde está, que se ha arrodillado a unos cuantos pasos de distancia en señal de adoración, como antes lo había hecho en señal de súplica.

"¡Levántate, mujer! Aquí tienes a tu hijo. Ve la luz del día y quiera su corazón seguir a la Luz eterna. Vete a casa. Sed felices. Sed santos por gratitud para con Dios. Al pasar por los poblados no digáis que lo he curado, para que la gente no se me eche encima y me impida a donde tengo que ir a confirmar a otros en la fe, a llevar luz, alegría a los otros hijos de mi Padre."

Y rápido, atravesando por una vereda, llega a la casa de Pedro, en la que entra saludando a Porfiria con su bello saludo.

VI. 214-217

A. M. D. G.