DE CAFARNAUM A NAZARET CON
MANNAÉN Y LAS DISCÍPULAS
#Los niños reciben alborozados Jesús
#llega Mannaén con otros discípulos, entre los que hay los pastores que estaban en Judea.
#Las mujeres traen regalos para María. Todas la aman.
#Porfiria, la mujer de Pedro, habla de sí
#María saluda a todos los peregrinos
#Simón de Alfeo ofrece su casa a parte de los peregrinos
#Escuchad la primera transfiguración de María
#escuchad la segunda transfiguración de María, la elegida de Dios.
LOS NIÑOS RECIBE ALBOROZADOS A JESÚS
Cuando ponen pie en la playa de Cafarnaum un griterío de niños los recibe, que asemejan a las golondrinas ocupadas en edificar sus nidos, por los veloces que corren, lanzando al aire sus grititos, de la playa a sus casas, contentos, felices ante el espectáculo maravilloso, que puede provocarles un pescado muerto sobre la ribera, una piedrecita que las ondas han pulido, por su color que parece una piedra preciosa o por la flor descubierta entre dos piedras, o por el escarabajo tornasol que capturaron cuando volaba. Todo esto y algo más es causa para ir a ver a las mamás para que con ellos se alegren.
Estas golondrinitas son de carne humana y han visto a Jesús, y todos corren a El, al poner un pie sobre la playa. Es una avalancha de cariño, una cadena suave de tiernas manecitas, un amor de corazones infantiles, que se estrecha, que rodea, que danza alrededor de su amigo.
"¡Yo! ¡Yo!"
"¡Un beso!"
"¡A mí!"
"¡También a mí!"
"¡Jesús, te amo mucho!"
"¡No te vayas por tanto tiempo!"
"¡Venía todos los días aquí para ver si ya habías llegado!"
"¡Yo iba a tu casa!"
"Ten esta flor. Era para mi mamá, pero te la doy."
"¡Otro beso más fuerte! El de antes no me tocó porque Yael me empujó para atrás..." Y las vocecitas continúan, mientras que Jesús trata de caminar en medio de esa muestra de cariño.
"¡Dejadlo en paz un poco! ¡Fuera! ¡Basta!" gritan discípulos y apóstoles, tratando de limpiar el camino. ¡Pero imposible! ¡Parecen yedras que tuvieran ventosas! No se separan. Antes bien más se estrechan.
"¡Dejadlos, dejadlos! Llegaremos con paciencia" dice sonriente Jesús, y da pasos verdaderamente cortos para no pisar algún piecito desnudo.
llega Mannaén con otros discípulos, entrE
los que hay los pastores que estaban en Judea.
Pero quien logra separarlos es la llegada de Mannaén con otros discípulos, entre los que hay los pastores que estaban en Judea.
"¡La paz sea contigo, Maestro!" dice con voz fuerte Mannaén en medio de su espléndido vestido, pero sin los adornos de oro en la frente y en los dedos. Trae sin embargo, una magnífica espada a la cintura que provoca la admiración temerosa de los niños, quienes, ante este gallardo caballero vestido de púrpura y con un arma que resplandece, se separan atemorizados. Sólo así Jesús puede abrazarlo y abrazar a Elías, Leví, Matías, José, Juan, Simeón y no sé a cuántos más.
"¿Cómo aquí? ¿Cómo supiste que había desembarcado?"
"Lo supe por los gritos de los niños. Atravesaron los muros como flechas de alegría. Vine aquí, pensando que tu viaje a Judea está próximo y que ciertamente tomarán parte las mujeres... Quiero también estar presente... Para protección tuya, Señor, si no es demasiada soberbia el pensarlo. Hay mucha efervescencia en Israel contra Ti. Es doloroso decirlo, pero no creo que lo ignores." Hablando de este modo llegan a casa y entran.
Las nuevas de lo que haces han penetrado hasta
las inmundas murallas de Maqueronte,
los suntuosos refugios de Herodes,
bien sean
el palacio de Tiberíades, los castillos de Herodías
o la espléndida mansión real de los Asmoneos
cerca del Sixto.
Mannaén continúa su discurso después que el dueño de casa y su mujer han venerado al Maestro. "La efervescencia e interés acerca de tu persona han llegado por doquier, despertando la atención aun de los más ignorantes y apáticos. Las nuevas de lo que haces han penetrado hasta las inmundas murallas de Maqueronte, los suntuosos refugios de Herodes, bien sean el palacio de Tiberíades, los castillos de Herodías o la espléndida mansión real de los Asmoneos cerca del Sixto. Como ondas de luz de fuerza superan las barreras de tinieblas y bajeza, abaten las montañas de pecados, colocados como trincheras, para protección de los amores sucios de la corte y de delitos sin nombre, flechan como rayos de fuego escribiendo palabras más duras que las del convite de Baltasar, sobre las licenciosas paredes de las alcobas, de las salas del trono, y de las de los banquetes. Gritan tu Nombre, tu potencia, tu naturaleza, tu misión. Y Herodes tiembla de miedo. Herodías se retuerce en sus lechos, temerosa de que seas el Rey vengador que le arrebatará sus riquezas e inmunidad, si no la vida, entregándola en manos de la plebe que se vengará de sus muchos crímenes. La corte se estremece de miedo. Y eso por Ti. Tienen miedo, y miedo de lo desconocido. Desde que cayó la cabeza de Juan parece como si un fuego consumiera las entrañas de sus asesinos. No gozan ni siquiera de la mísera paz de antes, paz de cerdos satisfechos de crápulas, que buscan silencio a los reproches de su conciencia en la embriaguez e inmoralidad. No hay cosa alguna que pueda traerles paz... se sienten perseguidos. Se odian después de sus amores, satisfechos el uno de la otra, se echan en cara el haber cometido el crimen que los perturba, que ha sobrepasado toda medida. Salomé, como si fuera presa de un demonio, está bajo un erotismo que degradaría a una esclava de las minas. El palacio huele peor que una cloaca.
Muchas veces Herodes me ha preguntado por Ti,
y cada vez le he respondido:
"Para mí es el Mesías,
el Rey de Israel de la única estirpe:
la de David.
Es el Hijo del hombre predicho por los profetas,
es el Verbo de Dios, el que por ser el Mesías,
tiene el derecho de reinar
sobre todo ser viviente"
Muchas veces Herodes me ha preguntado por Ti, y cada vez le he respondido: "Para mí es el Mesías, el Rey de Israel de la única estirpe: la de David. Es el Hijo del hombre predicho por los profetas, es el Verbo de Dios, el que por ser el Mesías, tiene el derecho de reinar sobre todo ser viviente". Y él muerto de pavor tomándote como al Vengador. Trata de arrojar de sí el miedo, el grito de su conciencia que le destroza, gritando -pues los cortesanos para consolarlo dicen que Tú eres Juan, que en verdad no ha muerto, y con esto lo hacen temblar más de horror, o bien Elías, o alguno de los anteriores profetas- gritando: "¡No, no puede ser Juan! A él lo mandé decapitar, y su cabeza la tiene bien guardada Herodías. No puede ser uno de los profetas. No se vuelve a la vida, una vez muerto. No puede ser ni siquiera el Mesías. ¿Quién lo afirma? ¿Quién dice que lo es? ¿Quién se atreve a decirme que El es el Rey de la única estirpe real? ¡Yo soy el rey! Y no otros. El Mesías fue muerto por Herodes el grande. En medio de un mar de sangre murió ahogado, apenas había nacido. Fue degollado como un corderito... y tenía pocos meses. ¿Oyes cómo llora? Su balido me grita siempre dentro de la cabeza junto con el rugido de Juan: 'No te es lícito'... ¿Que no me es lícito? Todo me es lícito porque soy el rey. Que traigan vino y mujeres, si Herodías rehúsa mis abrazos, que dance Salomé para despertar mis sentidos adormecidos con tus temerosas noticias".
Se embriaga entre las adulaciones de la corte,
mientras que en sus habitaciones la mujer
insensata aúlla sus blasfemias contra
el mártir y sus amenazas contra Ti.
Se embriaga entre las adulaciones de la corte, mientras que en sus habitaciones la mujer insensata aúlla sus blasfemias contra el mártir y sus amenazas contra Ti. Y en las que lanza Salomé reconoce lo que significa haber nacido del pecado de dos sensuales, de haber cooperado con un crimen, alcanzándolo con entregar su cuerpo a las ansias de un desenfrenado. Después Herodes vuelve en sí, y quiere saber algo de tu persona, quisiera verte, y por esto permite que venga a Ti con la esperanza de que te lleve donde él, cosa que jamás haré para no llevar tu santidad a un antro de fieras inmundas. Herodías querría echar sobre Ti sus manos para golpearte, herirte. Lo dice con su estilo en las manos... Quisiera Salomé, que te ha visto, sin que lo hubieras sabido, en Tiberíades, el pasado Etamim, y que enloquece por Ti...
¡Esto es el palacio, Maestro! Estoy allí, porque así me entero de lo que piensan acerca de Ti."
"Te lo agradezco, y el Altísimo por ello te bendice. También esto es servir al Eterno en sus decretos."
"Lo había pensado, y por esto he venido."
"Mannaén, porqué has venido, te pido una cosa.
No vas a bajar conmigo a Jerusalén sino
con las mujeres. ...
Comprendo que es un sacrificio, pero estaremos
juntos en Judea. No me lo niegues, amigo mío."
"Mannaén, porqué has venido, te pido una cosa. No vas a bajar conmigo a Jerusalén sino con las mujeres. Yo voy con estos por caminos desconocidos, por donde no me podrán hacer ningún mal. Las mujeres están indefensas, y quien las acompaña tiene un corazón amable y acostumbrado a ofrecer la otra mejilla a quien le ha herido en la otra. Tu presencia será una protección segura. Comprendo que es un sacrificio, pero estaremos juntos en Judea. No me lo niegues, amigo mío."
"Señor, cualquier deseo tuyo es orden para tu siervo. Estoy al servicio de tu Madre y de las condiscípulas desde este momento hasta el que Tú quieras.
"Gracias. También esta obediencia tuya se escribirá en el cielo. Ahora, mientras esperamos las barcas para todos, dediquemos nuestro tiempo en curar a los enfermos que me esperan."
Jesús desciende al huerto donde hay camillas o enfermos y los sana rápidamente, mientras acepta los homenajes de Yairo y de pocos amigos de Cafarnaum.
Las mujeres -son Porfiria y Salomé, además la mayor de edad, la mujer de Bartolomé, y la que le sigue, la de Felipe con sus hijas- se dan en preparar la comida para la numerosa multitud de discípulos que calmarán su hambre con los peces que Betsaida y Cafarnaum ofrecieron. Se ponen a partir los vientres plateados, todavía palpitantes. Se oye cómo caen en las palanganas de agua, cómo se tuestan sobre las parrillas, entre tanto que Marziam con otros discípulos sopla al fuego y traen cántaros de agua que necesitan las mujeres.
Y como se han alquilado las barcas para
transportar a tanta gente, no hay más que
embarcarse para Mágdala sobre un lago
encantador.
Pronto termina la comida. Y como se han alquilado las barcas para transportar a tanta gente, no hay más que embarcarse para Mágdala sobre un lago encantador. ¡Qué sereno está! ¡Qué bello con sus riberas de color esmeralda!
Se abren hospitalarios los jardines y casa de Mágdala que acogen al Maestro y discípulos cuando el sol brilla en su zenit, cuando toda Mágdala se vuelva a saludar al Rabí que se dirige a Jerusalén.
Las frescas pendientes de las colinas galileas escuchan la marcha alegre de los fieles de Jesús, a quienes sigue un carro donde vienen Juana, Porfiria, Salomé, la mujer de Bartolomé y de Felipe, sus dos jóvenes hijas, María y Matías, que apenas si pueden reconocerse de lo que eran hace apenas cinco meses.
Marziam gallardo marcha con los adultos. Más bien, por voluntad de Jesús, se encuentra en el grupo apostólico entre Pedro y Juan, y no pierde palabra alguna de las que dice Jesús.
El sol brilla en medio de un firmamento limpísimo. Los bosques traen hasta aquí sus aromas de menta, violetas, de los primeros lirios, de rosales, y sobre todo, ese olor fresco, de almendros que florecen, que por donde quiera esparcen pétalos. Van caminando en medio de un trinar de pajarillos, entre cánticos de seres que se buscan, que se aman, en medio de balidos de corderitos que buscan la leche materna, o que corretean por entre la tierna hierba.
LAS MUJERES TRAEN REGALOS PARA MARÍA.
TODAS LA AMAN
Como después de Nazaret viene Caná, Susana se les uno. Trae artículos de su tierra en cestas y vasos, y un ramo de rosas en botón "que quiere ofrecer a María" según dice.
"También yo" dice Juana, descubriendo una especie de caja donde hay rosas frescas entre húmedo musgo: "Las primeras y las más hermosas. ¡Son siempre una nada para Ella a quien tanto amamos!"
Veo que todas las mujeres han traído cosas para el viaje pascual. Algunas también esta flor, otras aquella planta para el huerto de María y Porfiria se excusa de no haber traído sino un vaso de alcanfor, que resplandece entre sus pequeñuelas hojas azules que despiden su aroma con tocarlas. "María deseaba esta planta balsámica..." dice. Todas alaban su hermosura.
"¡Oh, la cuidé durante todo el invierno, defendiéndola del hielo, del granizo en mi habitación! Marziam me ayudaba a ponerla al sol por la mañana y a meterla por la tarde... Ese muchacho, si no hubiera habido barca o carreta, se la hubiera cargado sobre las espaldas para llevarla a María, haciendo a Ella y a mí un favor..." dice la humilde mujer que cada vez tiene más confianza con la buena de Juana, y que no cabe de alegría por ir a Jerusalén con el Maestro, con su marido y con su Marziam.
PORFIRIA, LA MUJER DE PEDRO, HABLA DE SÍ
"¿Nunca habías estado?"
"Fui cada año cuando vivió mi padre, pero luego... Mi madre no fue más... Mis hermanos me hubieran llevado, pero tenía que quedarme con mi madre, que no me dejaba ir. Después me casé con Simón... y nunca he estado buena de salud. Simón hubiera empleado mucho tiempo en el viaje, y le daba fastidio... Me quedaba en casa a esperarlo... El Señor veía mi deseo... y era como si le ofreciera el sacrificio en su templo..." responde la dulce mujer de Pedro.
Juana que la tiene cerca le pone una mano sobre sus bellas trenazas, diciéndole: "¡Querida!" Y en esta palabra hay encerrado tanto amor, tanta comprehensión.
Allí está Nazaret... allá la casa de Maria de Alfeo
que ha abrazado ya a sus hijos y luego corre
a abrazar a Jesús...
Allí está Nazaret... allá la casa de Maria de Alfeo que ha abrazado ya a sus hijos; y con las manos que tiene mojadas de la ropa que está lavando, los acaricia, y luego corre, secándoselas en el delantal, a abrazar a Jesús... Allí está la casa de Alfeo de Sara, y luego la de María. Alfeo dice al nietecillo más grande que corra a anunciarle a María, entre tanto que él a pasos largos se dirige a Jesús sin dejar en el suelo a los nietecillos que lleva en los brazos y lo saluda, presentándoselos como si fueran un manojo de flores. María se asoma a la puerta, al sol, con su vestido casero de azul claro, un poco desteñido. El oro de sus cabellos brilla sobre su frente virginal, y sobre su nuca las trenzas. Se echa en los brazos de su Hijo a quien besa.
Los otros se detienen prudentes para dejarlos libres en el primer momento. Pero Ella al punto se separa, y vuelve su mirada, que está sonrosada por la sorpresa y luminosa por su bella sonrisa, saluda con su argentina voz. "La paz sea con vosotros, siervos del Señor y discípulos de mi Hijo. La paz sea con vosotros, hermanas en el Señor" y da un beso a las discípulas que han bajado de la carreta.
MARÍA SALUDA A TODOS LOS PEREGRINOS
"¡Oh, Marziam, ahora no podré tenerte más entre mis brazos! Eres un hombre hecho. Pero ven a la Mamá, que un beso te puedo dar todavía. ¡Querido! Dios te bendiga, te haga crecer en sus caminos, fuerte como crece tu juvenil cuerpo, y mucho más todavía. Hijo mí, debemos llevarlo donde su abuelo. ¡Será feliz al verlo!" dice volviéndose a Jesús.
Luego abraza a Santiago y a Judas de Alfo. Les da la noticia que tal vez estaban esperando. "Este año Simón viene conmigo, como discípulo del Maestro. Me lo ha prometido."
Después saluda a uno por uno de los más conocidos, y para cada uno tiene una palabra. Jesús presenta a Mannaén y dice que irá como escolta en su viaje a Jerusalén.
"¿No vienes con nosotros, Hijo?"
"Madre, tengo otros lugares que evangelizar. Nos veremos en Betania."
"Hágase tu voluntad ahora y siempre. Gracias,
Mannaén. Tú eres nuestro ángel humano,
como los ángeles del cielo nuestros custodios.
Estaremos seguras como si estuviésemos
en el Santo de los Santos."
"Hágase tu voluntad ahora y siempre. Gracias, Mannaén. Tú eres nuestro ángel humano, como los ángeles del cielo nuestros custodios. Estaremos seguras como si estuviésemos en el Santo de los Santos." Y da su manita a Mannaén en señal de amistad. El, que ha crecido en el fausto de la corte, se arrodilla a besar la gentil mano que se le ofrece.
Entre tanto han descargado las flores y cuanto tiene que quedarse en Nazaret. Llevan el caballo al establo de la ciudad.
La casita parece un rosal por las rosas que por todas partes han esparcido las discípulas, pero la planta de Porfiria, que han colocado sobre la mesa, es la que atrae la admiración de María que hace que la lleven a un lugar conveniente según ha dicho la mujer de Pedro. Es claro que no pueden entrar todos dentro la casita, ni en el huerto, que no es una hacienda, pero que parece subir al cielo sereno, hacerse aéreo, por las nubecillas de flores que hay en las plantas del jardincito. Judas de Alfeo, sonriendo, pregunta a María: "¿Has cortado también tu ramo para tu ánfora?"
"¡Claro, Judas! Lo estaba contemplando cuando llegasteis..."
"Y soñabas en tu lejano misterio, Mamá" añade Jesús abrazándola contra su pecho con el brazo izquierdo.
María levanta su rostro colorado y suspira: "¡Sí, Hijo mío!... ¡Y soñaba en el primer palpitar de tu corazoncito en mí!..."
Ordena Jesús: "Que se queden las discípulas, los apóstoles, Marziam, los discípulos pastores, el sacerdote Juan, Esteban, Hermas y Mannaén. Los otros vayan a buscar alojo en otras casas..."
SIMÓN DE ALFEO OFRECE SU CASA A PARTE DE LOS
PEREGRINOS
"Muchos pueden estar en la mía..." grita desde el umbral, que está impedido, Simón de Alfeo. "Soy condiscípulo y los reclamo."
"¡Oh, hermano, ven, para que te dé el beso de paz!" dice expansivo Jesús, mientras Alfeo de Sara, Ismael, Aser, los dos discípulos, los de los burros de Nazaret, dicen también: "¡Venid a nuestra casa, venid!"
Los discípulos que no oyeron su nombre, se van y se cierra la puerta... que nuevamente abren, porque ha llegado María de Alfeo que no puede estar lejos, aun cuando no termine su lavado. Hay casi de cuarenta personas. Se desparraman por el tibio y tranquilo huerto, hasta que llega la hora de comer. Todos alaban el buen gusto en preparar los platillos, y los saborean con placer, sabiendo que los preparó María.
Regresa Simón, después de haber acomodado a los discípulos dice: "No me llamaste como a los otros, pero como soy tu hermano, me quedo."
Os he querido aquí para daros a conocer a María.
Muchos de vosotros conocéis a la "madre" María,
algunos a la "esposa" María.
Pero nadie conoce a la "virgen" María.
"¡Bien hecho, Simón! Os he querido aquí para daros a conocer a María. Muchos de vosotros conocéis a la "madre" María, algunos a la "esposa" María. Pero nadie conoce a la "virgen" María. Os la quiero presentar en este jardín floreado al que vuestro corazón viene por el deseo de volverlo a ver, o para descansar después de las fatigas del apostolado.
Os oí hablar a todos vosotros, apóstoles, discípulos, parientes sobre mi Madre. He escuchado vuestros sentimientos, recuerdos, juicios. Os transformaré todo ello que es digno de admiración, en algo sobre humano, en un conocimiento sobrenatural. Mi Madre, antes que Yo, se transfigura a los ojos de los más merecedores, para que puedan verla como es. Vosotros veis a una mujer sencilla. Una mujer que por su santidad parece diversa de las demás, pero que en realidad la veis como un alma en un cuerpo, como todas las demás de su sexo. Ahora quiero descubriros el alma de mi Madre. Su verdadera y eterna belleza.
ESCUCHAD LA PRIMERA TRANSFIGURACIÓN
DE MARÍA
Ven aquí, Madre mía. No te sonrojes. No te retires,
hermosa paloma de Dios.
Tu Hijo es la Palabra de Dios, y puede hablar de ti,
de tu misterio, de tus misterios,
¡oh sublime misterio de Dios!
Ven aquí, Madre mía. No te sonrojes. No te retires, hermosa paloma de Dios. Tu Hijo es la Palabra de Dios, y puede hablar de ti, de tu misterio, de tus misterios, ¡oh sublime misterio de Dios! Sentémonos aquí, bajo la suave sombra de árboles en flor, cerca de la casa, cerca de tu santa habitación. Así. Levantemos esta tienda que ondea, y salgan ondas de santidad y de paraíso de esta habitación virginal, para que nos llene a todos de ella... Sí, también a Mí. Que perciba tus perfumes, Virgen perfecta, para poder soportar los hedores del mundo, para poder ver candor después de haber saciado mis pupilas con el tuyo... Aquí, Marziam, Juan, Esteban, discípulas, en frente a la puerta abierta de la casta morada de la Casta entre todas las mujeres. Vosotros amigos, detrás... ¡Aquí, a mi lado, amada Madre mía!
"la eterna belleza del alma de mi Madre".
Soy la Palabra y por esto no puedo equivocarme
en el empleo de los términos. Dije:
eterna, no inmortal. Y no sin razón lo he dicho.
Hace poco os decía: "la eterna belleza del alma de mi Madre". Soy la Palabra y por esto no puedo equivocarme en el empleo de los términos. Dije: eterna, no inmortal. Y no sin razón lo he dicho. Inmortal es lo que habiendo nacido no muere más. De este modo el alma de los justos es inmortal en el cielo, el alma de los pecadores es inmortal en el infierno, porque el alma creada, no muere más que a la gracia. El alma tiene una vida, existe desde el momento que Dios la piensa. Es el Pensamiento de Dios quien la crea. El alma de mi Madre desde siempre ha sido pensada por Dios, por esto es eterna en su belleza, en la que Dios ha derramado toda perfección para delicia y consuelo.
Según el libro de Salomón, nuestro antepasado,
que te vio, y por lo tanto profeta tuyo
puede decirse:
"Dios me poseyó al principio de sus obras,
desde el inicio, antes de la creación.
Ab aeterno fui decretada,
antes de que hubiera sido hecha la tierra.
Según el libro de Salomón, nuestro antepasado, que te vio, y por lo tanto profeta tuyo puede decirse: "Dios me poseyó al principio de sus obras, desde el inicio, antes de la creación. Ab aeterno fui decretada, antes de que hubiera sido hecha la tierra. Todavía no existían los mares y había sido yo concebida. Todavía no brotaban los manantiales, ni las montañas habían encontrado sus bases y ya existía yo. Antes de las colinas nací. No había hecho todavía la tierra, ni los ríos, ni los quicios del mundo, y ya existía yo. Cuando preparaba los cielos y el Cielo, estaba ya presente. Cuando con leyes inviolables cerró la cubierta del abismo, cuando hizo que el firmamento celestial se quedase firme en lo alto y quedaran suspendidas las aguas, cuando al mar le puso sus límites y dio leyes a las aguas de que no los rebasasen, cuando echaba los cimientos de la tierra, estaba con El para poner orden en todas las cosas. Alegre y feliz siempre ante El. Me divertía yo en el universo"
!Sí, oh Madre a quien Dios, el Inmenso, el Sublime,
el Increado, llevó dentro de Sí! Que te llevó
como un peso dulcísimo
!Sí, oh Madre a quien Dios, el Inmenso, el Sublime, el Increado, llevó dentro de Sí! Que te llevó como un peso dulcísimo, lleno de júbilo porque te sentía palpitar, que le enviabas sonrisas con las que hizo la creación. El tuvo que desprenderse de ti para darte al mundo, alma delicadísima, nacida purísima para ser la "Virgen". Perfección de lo creado, luz del paraíso, consejo de Dios, que al mirarte pudo perdonar la culpa, porque tu sola, por ti sola, sabes amar como no lo hará jamás todo el linaje humano. ¡En ti el perdón de Dios! ¡En ti la medicina de Dios! ¡Tú caricia del Eterno en la herida que el hombre le hizo! ¡En ti la salvación del mundo, Madre del amor encarnado, del Redentor enviado! ¡El alma de mi Madre! ¡Hecho una sola con el Amor en mi Padre, yo te miraba dentro de Mí, oh alma de mi Madre!.... Tu resplandor, tu plegaria, la idea de que me llevaría me consolaban siempre de mi destino de dolor, de experiencias inhumanas, de lo que es el mundo corrompido. ¡Gracias, oh Madre! Llegué satisfecho al pensar en tus consuelos. ¡Descendí sintiéndote a ti sola! ¡Tu, perfume! ¡Tu, canto! ¡Tu, amor!... ¡Alegría, júbilo mío!
escuchad la segunda transfiguración de María,
la elegida de Dios.
Ahora que habéis escuchado, ahora que sabéis que una sola es la mujer en que no hay mancha, una sola la creatura que no hiere al Redentor, escuchad la segunda transfiguración de María, la elegida de Dios.
Era una tarde serena de Adar. Había flores en los árboles del huerto silencioso, y María, prometida de José, había cortado un ramo del árbol en flor para cambiarlo por el anterior que había en la habitación. Hacía poco que había llegado a Nazaret, del templo para honrar una casa de santos. Y con el alma dividida entre el templo, su casa y el cielo, miraba el ramo en flor, pensando que uno semejante, que se había abierto de improviso, un ramo cortado en este jardincito en lo duro del invierno, que había florecido como en primavera delante del Arca del Señor -tal vez le había dado luz y calor el Sol-Dios, radiante en su gloria- le había manifestado su voluntad... Y pensaba todavía que en el día de las nupcias José le había llevado otras flores, pero nunca semejante a la flor en cuyos pétalos vio escrito: "Quiero que te cases con José"... Pensaba tantas cosas... y pensando subió a Dios. Sus manos trabajaban en la rueca y el huso. Hilaban un hilo más sutil que el cabello más fino de su juvenil cabeza...
Su alma tejía una alfombra de amor, siempre solícita en ir de la tierra al cielo, de los quehaceres de la casa, del cuidado por su esposo, a los de su alma, a los de Dios. Cantaba y oraba. La alfombra se formaba en el místico telar, se alargaba de la tierra al cielo, subía hasta perderse en las alturas... ¿Con qué estaba formada? Con hilos sutiles, perfectos, fuertes de sus virtudes, del hilo de la lanzadera que creía "suya", mientras que era de Dios: la lanzadera de la voluntad de Dios en la que había envuelto su voluntad desde pequeña, Ella la grande virgen de Israel, la desconocida al mundo, pero conocida a Dios. Su voluntad se había envuelto, se había hecho una con la voluntad del Señor. Y la alfombra se adornaba de flores de amor, de pureza, con palmas de paz, palmas de gloria, de almendros, de jazmines... Todas las virtudes florecían en su alfombra de amor que la Virgen de Dios desenrollaba, invitadora, desde la tierra al cielo. Y como la alfombra no alcanzaba, lanzaba su corazón cantando: "Venga mi amado a su jardín, a su huerto de aromas, a pasearse entre jardines, a cortar lirios. ¡Yo soy de mi Amado, y mi Amado es mío, El que apacienta entre lirios!" Y de las lejanías infinitas, entre torrentes de luz, se oyó una voz que el oído humano no puede escuchar, ni garganta humana pronunciar. Decía: "¡Qué bella eres, amiga mía!" ¡Que bella!... ¡Tus labios destilan miel!... Un jardín cerrado eres. Una fuente sellada, hermana, esposa mía..." y las dos voces se unían para cantar la eterna verdad: "¡El amor es más fuerte que la muerte!. ¡Nada puede extinguir o ahogar nuestro amor!" Y la Virgen se transfiguraba así... así... mientras bajaba Gabriel y la llamaba a la tierra. Hacía que su espíritu volviese a la carne, para que pudiera escuchar, comprender la petición del que la había llamado "hermana", pero que la haría su "esposa".
Y el misterio se realizó. Una púdica, la más púdica de todas las mujeres, la que ni siquiera conocía o conoce el estímulo instintivo de la carne, se sintió turbada ante el ángel de Dios, porque aun un ángel turba la humildad y pudor de la Virgen, y sólo se calmó al oírlo hablar, y creedme, dijo la palabra por la que "su" amor se convirtió en carne y vencerá a la muerte, y ningún agua podrá extinguirlo, ni perversidad alguna sumergirlo en lo profundo..."
Jesús se inclina dulcemente sobre María que se ha puesto a sus pies como extática, recordando aquella lejana hora, llena de una luz especial que parece brotase de su alma, y sumisamente le pregunta: "¿Cuál fue tu respuesta, oh Purísima, a quien te aseguró que siendo Madre de Dios, no perderías tu perfecta virginidad?"
Y María, como en sueño, despacio, sonriente, con los ojos dilatados por lágrimas de júbilo responde: "¡He aquí a la esclava del Señor! ¡Se haga de mí según su palabra!" y reclina su cabeza sobre las rodillas de Jesús, adorándolo.
"Y se hizo. Y se hará hasta el fin.
Hasta la otra y la otra de sus transfiguraciones.
Será siempre "la esclava del Dios".
Hará siempre como dirá "la Palabra".
¡Mi Madre"
¡Esta es mi Madre!
Jesús le pone su manto. La esconde a los ojos de los circunstantes y dice: "Y se hizo. Y se hará hasta el fin. Hasta la otra y la otra de sus transfiguraciones. Será siempre "la esclava del Dios". Hará siempre como dirá "la Palabra". ¡Mi Madre" ¡Esta es mi Madre! Y está bien que empecéis a conocerla en toda su santa figura... ¡Madre! ¡Madre! ¡Levanta tu rostro, Amada mía! Haz que vuelvan a la tierra donde estamos por ahora tus devotos..." dice descubriendo a María después de algún tiempo, durante el que no se escuchó el zumbido de las abejas y el chorrito de la fuentecita, que melodiosamente caía.
María levanta su rostro bañado en lágrimas y susurra: "¿Por qué, Hijo mío, me has hecho esto? Los secretos del Rey son sagrados..."
"Pero el Rey puede revelarlos cuando quiera. Madre, lo he hecho para que se comprenda lo que dijo un profeta: "Una mujer encerrará dentro de sí al Hombre", y lo de otro: "La Virgen concebirá y dará a luz su Hijo". Y también para que estos que se horrorizan de muchas cosas que suceden al Verbo de Dios, por parecerles humillantes, tengan en cambio otras cosas que los confirmen en su alegría de ser "míos". De este modo no se escandalizarán más y también por ello conquistarán el cielo... Quien tenga que ir a donde deba hospedarse, puede irse. Quédense las mujeres y Marziam. Mañana al amanecer estén todos los varones, que quiero llevarlos no muy lejos, luego regresaremos a despedirnos de las discípulas para regresar a Cafarnaum, reunir a los otros discípulos y enviarlos después de ellas."
VI. 217-228
A. M. D. G.