JESÚS EN PELA
#"Dadles dinero y pan. Judas tiene el dinero, Juan el pan."
#"¿Quién eres? ¿Un discípulo del Salvador?"
El camino que lleva de Gadara a Pela corre por una zona fértil extendida entre dos filas de colinas, unas más altas que otras. Parecen dos enormes escalones de una escalera de gigantes fabulosos, que llevan del valle del Jordán a los montes de la Auranítide. Cuando el camino se acerca más a la parte occidental, uno no sólo puede ver los montes de la otra orilla ( que sean los de Galilea meridional y sin duda los de Samaria) sino también el verde panorama que sirve cual ala del río azulado de una parte y de la otra. Cundo el camino se separa, y va hacia la cadena oriental, entonces no se ve más el valle del Jordán, pero sí pueden ver todavía las cimas de las cadenas montañosas de Samaría y Galilea que con su manta de verdor se levantan hacia el cielo gris. Cuando hace sol ha de ser un bellísimo panorama. Hoy que del cielo cuelgan nubes bajas, que conforme al viento se van amontonando cada vez más, formando capas y más capas, el panorama no muestra su verdor completo, sino a pedazos, opacado por la neblina.
Pasan por un pueblecito sin que haya algo de importancia. La indiferencia acoge y sigue al Maestro. Sólo los pordioseros no dejan de fijarse en el grupo de peregrinos galileos y le piden una limosna.
No faltan los acostumbrados ciegos del tracoma, o los semiciegos que caminan con la cabeza baja, no pudiendo soportar la luz, junto a las paredes, algunas veces solos, otras acompañados de alguna mujer o de algún niño. En un poblado donde se cruzan los caminos que llevan a Pela, a Gerasa y Bozra por el lago de Tiberíades, hay una turba que exalta las caravanas con sus lamentos semejantes a aullidos de perros. Un montón de miseria, suciedad, harapos que se recuestan sobre las paredes de las primeras casas, royendo mendrugos de pan y olivas, o bien, cabeceando de sueño, entre tanto que las moscas celebran banquetes sobre sus párpados llagados. Pero tan pronto se oye el rumor de pezuñas o de pisadas numerosas, se levantan y andan, semejantes a un haraposo coro de alguna tragedia antigua, repitiendo todos las mismas palabras, con los mismos gestos.
Rompen el aire alguna moneda, o algún pedazo de pan, y los ciegos o los semiciegos rastrean en el polvo, en la suciedad.
"Dadles dinero y pan. Judas tiene el dinero,
Juan el pan."
Jesús los mira y dice a Simón Zelote y a Felipe: "Dadles dinero y pan. Judas tiene el dinero, Juan el pan."
Ligeros van a cumplir lo que se les ordenó, y se detienen a hablar mientras Jesús se acerca despacio, pues se lo impide una fila de borriquillos que llena el camino.
Los mendigos están sorprendidos por los buenos modales de los que les dan un óbolo, y les preguntan: "¿Quiénes sois, que os compadecéis así de nosotros?"
"Discípulos de Jesús de Nazaret, el Rabí de Israel, el que ama a los pobres y a los infelices porque es el Salvador, y pasa anunciando la Buena Nueva y haciendo milagros."
"El milagro es esto" grita un hombre de párpados horrorosos que se avaraza del pedazo de pan limpio. Un verdadero animal que siente y se ve atraído solo por las cosas materiales.
"No es de acá. Es peleador y violento con sus
compañeros. Habría que echarlo de acá,
porque roba a los pobres del poblado.
No lo hacemos porque tenemos miedo
de que se vengue"
Una mujer que pasa con su cántaro de bronce y que ha oído, le grita: "¡Cállate, apestoso flojón!" Y se vuelve a los discípulos diciendo: "No es de acá. Es peleador y violento con sus compañeros. Habría que echarlo de acá, porque roba a los pobres del poblado. No lo hacemos porque tenemos miedo de que se vengue" y en voz muy baja, que apenas si se oye: "Se dice que es un ladrón que por años robó y mató, bajando de los montes de Caracamoab y Sela, que ahora los dominadores llaman Petra, los que hacen los caminos por los desiertos. Se dice que es un soldado que disertó de aquel romano que vino a... dar a conocer Roma... Elio, me parece, y otro nombre más... Si le dais de beber algo, abre el pico... Ahora, ciego, ha venido a parar aquí... ¿Es aquel el Salvador?" pregunta, señalando al Jesús que derecho ha pasado.
"¡Es El! ¿Quieres hablarle?"
se oye como el llanto de un niño
"¡Oh, no!" responde indiferente. "Ha de ser
ese hombre malo que quita el dinero a los más
débiles. Siempre hace lo mismo."
Los dos apóstoles la saludan y se van a alcanzar al maestro. Pero de pronto entre los ciegos surge un tumulto, y se oye como el llanto de un niño. Varios vuelven la cabeza, y también la mujer, que desde el umbral de su casa, da la explicación de lo sucedido: "Ha de ser ese hombre malo que quita el dinero a los más débiles. Siempre hace lo mismo."
También Jesús se ha vuelto a mirar...
De hecho un muchacho sale del grupo sangrando, llorando y lamentándose: "¡Me quitó todo! ¡Mi madre no tiene pan!"
Unos tienen compasión, otros se echan a reír...
"¿Quién es?" pregunta Jesús a la mujer.
"Un jovencillo de Pela. Pobre. Anda mendigando.
Todos en su casa están ciegos por contagio mutuo.
Su padre murió. Su madre está en casa.
El pide limosna a los transeúntes
y a los campesinos."
"Un jovencillo de Pela. Pobre. Anda mendigando. Todos en su casa están ciegos por contagio mutuo. Su padre murió. Su madre está en casa. El pide limosna a los transeúntes y a los campesinos."
El muchacho avanza con su bastoncito, enjugándose lágrimas y sangre que le brota de la frente con la punta de su raído manto.
La mujer lo llama: "Espera, Yaia. Te voy a lavar la frente y te daré un pan."
"¡Tenía dinero y pan para varios días! ¡Ahora nada! Mi madre me está esperando para comer..." dice mientras se limpia con el agua que se le ha dado.
Jesús se acerca y le dice. "Te daré lo que tengo. No llores."
"¡Pero Señor! ¿Por qué? ¿Dónde nos alojaremos? ¿Qué haremos?" interviene Judas intranquilo.
"Alabaremos a Dios que nos conserva sanos. Lo que es ya un gran favor."
El muchacho dice: "¡Oh, que si lo es! Si viera, trabajaría para mi madre."
"¿Quieres curarte?"
"Sí."
"¿Por qué no vas a ver a los médicos?"
"Ninguno ha podido curarnos. Nos han dicho que hay Uno en Galilea, que no es médico, pero que cura. ¿Mas cómo puede uno ir allá?"
"Ve a Jerusalén, a Getsemaní. Hay olivar en las faldas del monte de los olivos, cerca del camino de Betania. Pregunta por Marcos y Jonás. Todos los del suburbio de Ofel te lo señalarán. Puedes unirte a alguna caravana. Pasan muchas. Preguntarás a Jonás por Jesús de Nazaret..."
"¡Cierto! ¡Ese es el nombre! ¿Me curará?"
"Si tienes fe, sí."
"Fe tengo. ¿A dónde vas Tú que eres así tan bueno?"
"A Jerusalén, para la pascua."
"¡Oh, llévame contigo! No te daré ninguna molestia. Dormiré al descubierto y me contentaré con un pedazo de pan. Vamos a Pela... Vas allá ¿verdad? Se lo decimos a mi madre, y luego nos vamos... ¡Oh, vernos! ¡Eres bueno, Señor!..." Y el jovenzuelo se arrodilla buscando los pies de Jesús para basárselos.
"Ven. Te llevará a la luz."
"¡Seas bendito!"
"¿Quién eres? ¿Un discípulo del Salvador?"
Vuelven a ponerse en marcha. La mano delgada de Jesús sostiene por un brazo al muchacho para guiarlo con cuidado. El muchacho pregunta: "¿Quién eres? ¿Un discípulo del Salvador?"
"No."
"¿Pero por lo menos lo conoces?"
"Sí."
"¿Crees que me curarás?"
"Lo creo."
"Bueno... ha de querer dinero... y yo no tengo. ¡Los médicos piden tanto! Por curarnos hemos caído en los brazos del hambre."
"Jesús de Nazaret no quiere sino fe y amor."
"Es muy bueno, entonces. Pero también Tú lo eres" dice el jovenzuelo, y al querer tomar y acariciar la mano, toca la manga de su vestido: "¡Qué hermoso vestido tienes! ¡Eres un señor! ¿No te avergüenzas de mí, que visto harapos?"
"Me avergüenzo sólo de las culpas, las cuales deshonran al hombre."
"Yo cometo sólo algunas veces la de sentirme disgustado de mi situación, y la de desear vestidos calientes, pan, y sobre todo la vista."
"Estas no son culpas que deshonren. Sin embargo
trata de no tener ni siquiera estas imperfecciones
y serás un santo."
Jesús lo acaricia: "Estas no son culpas que deshonren. Sin embargo trata de no tener ni siquiera estas imperfecciones y serás un santo."
"Pero si me curo, no las cometeré más... o bien no me curo ¿y sabes? me preparas para que acepte mi suerte, y me instruyes para que sea como otro Job."
"Te curarás. Pero después, sobre todo después, deberás contentarte de tu situación aun cuando no fuere de las más agradables."
"Yaia, si tienes hambre tengo una escudilla para ti.
Si no la quieres será para tu madre.
¿Vas a casa? Llévatela."
Han llegado a Pela. Los huertos que siempre hay ante las ciudades, tapizan con su verdor los campos. Algunas mujeres entregadas a su trabajo en los surcos, o que lavan los vestidos, saludan a Yaia diciéndole: "¡Regresas pronto hoy! ¿Te fue bien?" o: "¿Has encontrado a un protector, pobre hijo?" Una anciana grita desde allá de una hortaliza: "Yaia, si tienes hambre tengo una escudilla para ti. Si no la quieres será para tu madre. ¿Vas a casa? Llévatela."
"Voy a decir a mi madre que me voy con este buen señor a Jerusalén para que me curen. Conoce a Jesús de Nazaret y me lleva donde El."
A las puertas de Pela el camino está lleno de gente. Hay mercaderes, peregrinos.
Una mujer de buena presencia, se dirige a Jesús.
"¿Tú conoces a Jesús de Nazaret?
¿Vas donde El?
También voy yo... para que cure a mi hijo.
Quisiera hablar con el Maestro porque..."
y se pone a llorar dolorosamente bajo el velo.
Una mujer de buena presencia, que cabalga sobre un burro, a quien acompañan una criada y un criado, se vuelve al oír hablar de Jesús, tira de las riendas, detiene al borrico, baja y se dirige a Jesús. "¿Tú conoces a Jesús de Nazaret? ¿Vas donde El? También voy yo... para que cure a mi hijo. Quisiera hablar con el Maestro porque..." y se pone a llorar dolorosamente bajo el velo.
"¿De qué está enfermo tu hijo? ¿Dónde está?"
"Es de Gerasa, pero ahora se encuentra en Judea. Va como un poseído... ¡Oh, qué he dicho!"
"¿Está endemoniado?"
"Señor, lo estuvo y se curó. Ahora... es más demonio que antes porque... ¡Oh, sólo puedo decir esto a Jesús de Nazaret!"
Me esperaréis al otro lado de la puerta.
Mujer, puedes decir a tus criados
que se adelanten. Hablaremos entre nosotros."
"¡Tú no eres el Nazareno!
Sólo con El quiero hablar.
Porque El sólo puede comprender y tener
misericordia."
"Puedes hablar.
Yo soy Jesús de Nazaret."
"Santiago, Simón, tomad al niño. Seguid adelante. Me esperaréis al otro lado de la puerta. Mujer, puedes decir a tus criados que se adelanten. Hablaremos entre nosotros."
La mujer dice: "¡Tú no eres el Nazareno! Sólo con El quiero hablar. Porque El sólo puede comprender y tener misericordia."
Están ya solos. Los otros siguen adelante. Jesús espera que en el camino no haya nadie, y dice: "Puedes hablar. Yo soy Jesús de Nazaret."
La mujer lanza un gemido y hace como para arrodillarse.
"¡No! La gente por ahora no debe saberlo. Ven. Allí hay una casa con la puerta abierta. Pediremos que nos dejen entrar y hablaremos."
Caminan por una vereda entre hortalizas y se dirigen a una casa en cuyo patio juguetean algunos niños.
"La paz sea con vosotros. ¿Me permites que por unos momentos hable con este mujer? Tengo algo que decirle. Vinimos de tierras lejanas, y Dios ha querido que nos encontráramos antes de llegar."
"Entrad. El huésped es bendición. Os daremos leche y pan y agua para vuestros cansados pies" dice una anciana.
"No es necesario. Bástanos un lugar sosegado para poder hablar."
"Venid" y los lleva a una terraza adornada de una vid con hojas color esmeralda.
Dios ha querido que nos encontráramos
antes de llegar."
Le cuenta la historia de su hijo
Se quedan solos. "Habla, mujer. Lo he dicho: Dios ha querido que nos encontráramos antes de llegar."
"¡No hay descanso para mí! Tengo un hijo. Estuvo endemoniado. Una fiera en los sepulcros. Nada podía contenerlo. nada curarlo. Te vio. Te adoró con la boca del demonio, y lo curaste. Quiso acompañarte. Tú pensaste en su madre y me lo enviaste, para devolverme la vida y la razón que me empezaban a faltar por el dolor de saber que tenía yo un hijo endemoniado. Y me lo enviaste también para que te predicase, puesto que quería amarte. Yo... ¡oh, ser madre nuevamente y de un hijo santo! ¡De un siervo tuyo! ¡Pero dime, dime! ¿Cuando me lo enviaste sabías que él era... que volvería a ser un demonio? Porque lo es quien te abandona después de haber recibido tan gran merced, después de haberte conocido, después de haber sido elegido para el cielo... ¡Dímelo! ¿Lo sabías? Siento vértigos. Hablo. Mas no te digo por qué es un demonio... Hace poco tiempo que se ha puesto como loco, sí, hace pocos días, pero que me apesadumbran más que cuando era un poseído... Entonces pensaba que no experimentaría dolores más atroces... Vino a Gerasa y ha destruido la fe que la ciudad tenía en Ti por tus méritos y por los de los suyos, diciendo infamias contra Ti. ¡Se te ha adelantado hacia el paso de Jericó, causándote males!"
¡No quiero, no quiero permitir que Tú, el Salvador,
sufras daño alguno por causa de mi hijo!
¿Por qué lo traje al mundo?
¡Te ha traicionado, Señor!
"¡Dime, dime qué debo hacer por Ti, por mi hijo,
para reparar, para salvar! ¡No! ¡Para reparar"
Tú ves que mi dolor es reparación.
¡Pero salvar! No puedo salvar al que ha renegado
de Dios.
Está condenado...
Y para mí israelita,
¿qué es esto? Un tormento."
La mujer, que no se ha levantado el velo bajo el cual solloza amargamente, se echa a los pies de Jesús suplicante: "¡Vete, vete! ¡No permitas que te insulte! Salí de mi casa, de acuerdo con mi marido que está enfermo, y pedí al Altísimo que pudiera encontrarte. Me ha escuchado. ¡Oh, sea bendito! ¡No quiero, no quiero permitir que Tú, el Salvador, sufras daño alguno por causa de mi hijo! ¿Por qué lo traje al mundo? ¡Te ha traicionado, Señor! Interpreta a mala parte tus palabras. El demonio ha vuelto a apoderarse de él. ¡Oh, Altísimo y Santo, piedad de una madre! ¡Se condenará mi hijo, mi hijo! Antes no tenía ninguna culpa de que estuviera lleno de demonios. Era una desgracia que le había caído. ¡Pero ahora! ¡Ahora que le mostraste tu compasión, ahora que ha conocido a Dios, ahora que lo has instruido! Ahora él quiere ser un demonio, y ninguna fuerza lo libertará de él. ¡Oh!" La mujer está en el suelo. Un montón de vestidos que se mueven al impulso de las lágrimas. Añade: "¡Dime, dime qué debo hacer por Ti, por mi hijo, para reparar, para salvar! ¡No! ¡Para reparar" Tú ves que mi dolor es reparación. ¡Pero salvar! No puedo salvar al que ha renegado de Dios. Está condenado... Y para mí israelita, ¿qué es esto? Un tormento."
"Levántate! ¡Cálmate! Te quiero mucho.
¡Escucha, pobre madre!"
puedes al contrario ser causa de su salvación.
Las madres pueden reparar
las ruinas de sus hijos, y lo harás.
Tu dolor, que es justo, n o es estéril,
sino fecundo.
Por causa de él se salvará el alma que amas.
Estás expiando por él, y lo haces de tal modo
que le alcanzas su perdón.
volverá a Dios.
No llores."
Jesús se inclina, le pone la mano sobre la espalda. "Levántate! ¡Cálmate! Te quiero mucho. ¡Escucha, pobre madre!"
"¡No vayas a maldecirme por haberlo engendrado!"
"¡Oh, no! No eres responsable de lo que hace equivocadamente, y óyeme bien, puedes al contrario ser causa de su salvación. Las madres pueden reparar las ruinas de sus hijos, y lo harás. Tu dolor, que es justo, no es estéril, sino fecundo. Por causa de él se salvará el alma que amas. Estás expiando por él, y lo haces de tal modo que le alcanzas su perdón. volverá a Dios. No llores."
"¿Pero cuándo? ¿Cuándo será?"
"Cuando tu llanto se haya diluido en mi sangre."
"¿Tu sangre? ¿Entonces es verdad lo que andan diciendo? ¿Qué te matarán porque eres digno de ello?... ¡Horrible blasfemia!"
Me matarán para haceros partícipes de la vida.
Soy, mujer, el Salvador.
Y la salvación se entrega con la palabra,
con la misericordia, con el holocausto.
Esto es necesario para tu hijo. Y lo daré.
Pero ayúdame. Dame tu dolor.
Vete con mi bendición.
"La primera parte es verdad. Me matarán para haceros partícipes de la vida. Soy, mujer, el Salvador. Y la salvación se entrega con la palabra, con la misericordia, con el holocausto. Esto es necesario para tu hijo. Y lo daré. Pero ayúdame. Dame tu dolor. Vete con mi bendición. Consérvala contigo para que puedas ser misericordiosa y paciente para con él, y recordarle de este modo que otro tuvo misericordia con él. Vete, vete en paz."
"¡Pero Tú no vayas a hablar en Pela! ¡No hables en Perea! Ha hecho que todos se pongan en contra tuya. Y no es el único. Con todo yo sólo hablo de él..."
"Haré algo y será suficiente para aniquilar las obras de los otros. Vete en paz a tu casa."
mira mi cara para que conozcas cuál es la de una
madre atormentada"
se levanta el velo diciendo: "Esta es la cara de la
madre de Marco de Yosía, que renegó del Mesías,
que atormentó a la que lo engendró."
Se baja el velo bañado en lágrimas y añade:
"¡Ninguna madre de Israel conocerá dolor
igual al mío!"
"Señor, ahora que me has absuelto por haberlo engendrado, mira mi cara para que conozcas cuál es la de una madre atormentada" se levanta el velo diciendo: "Esta es la cara de la madre de Marco de Yosía, que renegó del Mesías, que atormentó a la que lo engendró." Se baja el velo bañado en lágrimas y añade: "¡Ninguna madre de Israel conocerá dolor igual al mío!"
Bajan de la terraza y continúan su camino. Entran en Pela. La mujer se une otra vez con sus criados y Jesús con los discípulos. La mujer lo sigue como fascinada, mientras Jesús va detrás del jovenzuelo que se dirige a su casucha, sita sobre la falda del monte, cosa característica de esta ciudad que sube como por escalones, de modo que el terreno de la parte occidental es el segundo piso del oriental, pero en realidad hay también terreno, porque se puede llegar por el camino superior que está al nivel del último piso. No sé si logro explicarme.
El muchacho grita: "¡Madre! ¡Madre!"
De la miserable y oscura cueva se asoma una mujer todavía bastante joven, ciega, conocedora del lugar. "¿Tan pronto has regresado, hijo mío? ¿Tantas han sido las limosnas que regresas cuando todavía el sol está muy alto?"
"Madre, he encontrado a alguien que conoce
a Jesús de Nazaret, y que promete llevarme
donde El está para que me cure.
"Madre, he encontrado a alguien que conoce a Jesús de Nazaret, y que promete llevarme donde El está para que me cure. Es muy bueno. ¿Me dejas ir, madre?"
"¡Claro que sí, Yaia! aunque me quede sola, ¡vete, vete, bendito! y ¡por mí mira también al Salvador!"
El aplomo, la fe (de) la mujer son absolutos.
Jesús sonríe. Pregunta: "¿No dudas, mujer, de Mí, ni del Salvador?"
"No. Si lo conoces y eres su amigo no puedes menos de ser bueno. ¡Y qué decir de el! ¡Vete, vete, hijo! No te detengas un momento. Dame el beso y vete con Dios."
Se buscan a tientas. Se besan. Jesús pone sobre la rústica mesa un pan y dinero.
"Hasta pronto, mujer. Aquí tienes con qué comprarte alimentos. La paz sea contigo."
Salen. La comitiva vuelve a ponerse en camino. Caen las primeras gotas de lluvia.
"¿No nos detenemos? Comienza a llover..." sugieren los apóstoles.
"Nos detendremos en Yabes Galaad. ¡Caminad!"
Se echan los mantos sobre la cabeza. Jesús pone el suyo sobre la cabeza del muchacho. La madre de Marcos de Yosía lo sigue con sus criados, cabalgando sobre su borrico. Parece como si no pudiera separarse de El. Salen de Pela. Entran en la verde campiña, triste, en este día lluvioso.
Toma entre sus manos la cabeza del jovenzuelo,
le besa en los ojos apagados diciéndole:
"Y ahora regresa.
Ve a decir a tu madre que el Señor premia a quien tiene fe,
y ve a decir a los de Pela que Yo soy el Señor."
Hace que regrese y ligero se aleja.
Caminan cerca de un kilómetro. Jesús se detiene. Toma entre sus manos la cabeza del jovenzuelo, le besa en los ojos apagados diciéndole: "Y ahora regresa. Ve a decir a tu madre que el Señor premia a quien tiene fe, y ve a decir a los de Pela que Yo soy el Señor." Hace que regrese y ligero se aleja.
No pasan todavía unos tres minutos cuando el muchacho empieza a gritar: "¡Pero sí yo veo! ¡Oh, no te vayas! ¡Tú eres Jesús! ¡Permítame que lo primero que vea seas Tú!" y cae de rodillas en el camino que la lluvia va mojando.
La mujer gerasena con sus criados por una parte, y los apóstoles por la suya corren a ver el milagro. También Jesús regresa, despacio, sonriente. Se inclina a acariciar al jovenzuelo. "Vete, vete a donde está tu madre y procura creer siempre en Mí."
¿Y a mi madre, nada?
¿Se quedará en la oscuridad aun cuando
cree como yo?"
La sonrisa de Jesús es mucho más luminosa.
Mira en torno suyo y mira en el borde del camino
un matorral de margaritas bañadas por la lluvia.
Se inclina, las corta, las bendice y se las da al
jovenzuelo.
"Pásalas por los ojos de tu madre,
y recobrará la vista.
"¡Sí, Señor mío!... ¿Y a mi madre, nada? ¿Se quedará en la oscuridad aun cuando cree como yo?"
La sonrisa de Jesús es mucho más luminosa. Mira en torno suyo y mira en el borde del camino un matorral de margaritas bañadas por la lluvia. Se inclina, las corta, las bendice y se las da al jovenzuelo. "Pásalas por los ojos de tu madre, y recobrará la vista. No regreso. Sigo adelante. Quien es bueno que me siga con su corazón, y hable de Mí a los que vacilan. Habla de Mí en Pela que titubea en su fe. Vete. Dios va contigo."
Luego se vuelve a la mujer de Gerasa: "Tú, síguelo. Esta es la respuesta que Dios da a los que se esfuerzan por hacer que la fe de los hombres en el Mesías empequeñezca. Que esto refuerce la tuya y la de Yosía. Vete en paz."
Se separan. Jesús emprende nuevamente su camino hacia el sur. El muchacho, la gerasena y sus criados hacia el norte. La lluvia tupida los separa como si fuera un velo espeso...
VI. 293-300
A. M. D. G.