UNA LEPROSA (ROSA DE JERICÓ)
CURADA
#Los apóstoles están de un humor turbio.
#Jesús pregunta a un hombre montado sobre una mula: "¿Dónde está el puente?"
#Es el pantano de las almas muertas el que me causa fatiga." Dos lágrimas cubren sus bellos ojos.
#"Yo velaré y me preocuparé del fuego. Vosotros dormid" ordena Jesús
#"Maestro¿ no vas a dormir? Yo velo ahora."
#"¡Hay una mujer! ¡Parece muerta! ¡Está atravesada en el camino!"
#La Rosa de Jericó refiere su vida a Jesús
La llanura oriental del Jordán, debido a las continuas lluvias, parece una laguna, sobre todo donde se encuentran Jesús y los apóstoles. Hace poco acaban de pasar un arroyo que desciende de un estrecho desfiladero de las cercanas colinas que parecen formar una especie de dique ciclópeo de norte a sur, a lo largo del Jordán, interrumpido acá y allá por estrechísimos barrancos de donde corre agua. Parece como si Dios hubiera colocado un gigantesco tejido de colinas para rodear el gran valle del Jordán de esta parte. Me atrevería a decir que es un tejido monótono, porque es igual por su altura, aspecto, formas salientes. Los apóstoles se encuentran entre los dos últimos arroyos que han salido de madre, sobre todo el del sur que orgulloso con su rompa trompa al bajar de las montañas se dirige al Jordán. Se le oye chocar fuertemente principalmente donde hay recodos. Se le oye que hincha su vientre con aguas que le llegan de otras partes. Jesús, pues, se encuentra en medio de este triángulo trunco, de cuyos ángulos viene agua. Sacar las piernas de aquel pantano no es fácil.
Los apóstoles están de un humor turbio.
Los apóstoles están de un humor turbio. Y ya es decir algo. Cuando abren sus bocas como para opinar sobre la situación, no hacen más que mostrar su descontento. Se oye: "¡Lo había yo dicho!" "Si se hubiera hecho como aconsejaba yo..."etc. etc. Hieren en verdad sus reproches
Alguien dice: "Hubiera sido mejor haber pasado el río a la altura de Pela y habernos ido por la otra parte que no es tan mala." O bien otro: "¡Hubiera sido bueno que hubiéramos aceptado la carreta! Quisimos mostrar que podíamos y ahora..." No falta quien: "Si nos hubiéramos quedado en los montes, no estaríamos entre este fango."
Juan dice: "Sois profetas de cosas sucedidas. ¿Quién iba a prever esta lluvia?"
"Estamos en la estación. Se podía prever" dice Bartolomé.
"Los otros años no pasó lo mismo antes de pascua. Cuando a veros, el Cedrón no lleva tanta agua, y el año pasado estuvo hasta seco. ¿Quienes os estáis lamentando no os acordáis de la sed que tuvimos en la llanura filistea?" les reprocha Zelote.
"¡Eh! ¡Es natural! ¡Hablan los dos sabios y quieren convencernos!" exclama irónico Judas de Keriot.
"¡Tú cállate, por favor! No sabes más que criticar. Pero cuando llega la hora, cuando hay que decir algo a algún fariseo o semejante, te quedas tan callado como si tuvieras la lengua amarrada" le objeta de mal talante Tadeo.
Tiene razón. ¿Por qué no arrojaste ni una palabra, en el último poblado, a aquellas tres serpientes? Sabes muy bien que mostramos en Giscala y en Meierón respeto y veneración, y que El quiso ir allá, El que es el único en honrar a los grandes rabíes difuntos. ¡Pero ni chistaste! Ahora te pones a criticar. Ahora que puedes hacerte el irónico con los mejores de nosotros y criticar lo que hace el Maestro" interviene Andrés, que siempre paciente, hoy está con los nervios de punta.
"¡Tú cállate! Judas está equivocado. El que tiene muchos amigos, demasiados samaritano..."
"¿Yo? ¿Quienes son? ¡Nómbralos, si puedes!"
"¡Claro que sí, querido! Todos los fariseos, los saduceos, los poderosos de quienes te glorías ser amigo, y de que te conozcan si te ven. A mí jamás me saludan. ¡A ti, sí!"
"Tienes envidia. Yo soy uno del templo y tú, no."
"Por gracia de Dios soy un pescador, y de ello me jacto."
"Un pescador tan burro que ni siquiera supo prever este tiempo."
"¡No! ¡Yo dije: "¡Luna de Nisam y con lluvia, trae agua que cae a chorros!". "
"¡Ah, aquí es donde te quería! ¿Qué dices, Judas? ¿Y tú Andrés? Hasta Pedro, nuestro jefe, critica al Maestro."
"Yo no critico a nadie. Cité un proverbio."
"Que para quien lo entiende no deja de ser una critica y un reproche."
"Está bien... pero todo esto no sirve para que se seque el suelo como me parece. Estamos aquí y conformémonos. Guardemos las fuerzas para sacar los pies de este pantano" aconseja Tomás.
¿Y Jesús? ¡Jesús calla! Va adelante, entre el fango, buscando algunos hierbas que sobresalgan. Pero basta con pisarlas para que arrojen agua hasta las rodillas, como si se hubiese pisado sobre una bolsa. Calla. Los deja que hablen, que desahoguen su mal humor.
Jesús pregunta a un hombre montado sobre una
mula: "¿Dónde está el puente?"
Casi han llegado al torrente que está más al sur y Jesús al ver que un hombre montado sobre una mula pasa a lo largo del dique inundado, le pregunta: "¿Dónde está el puente?"
"Más arriba. Voy a pasar también yo. El otro, el que está en el valle, el romano, está bajo las aguas."
Otro coro de inconformidades... Pero se apresuran a seguir al hombre que está hablando con Jesús.
"Te conviene que te internes en el monte". Luego: "Vuelve a lo plano hasta que encuentres el tercer río después del Yaloc. Estarás cerca del vado. Pero date prisa. No te detengas. El río crece a cada momento. ¡Qué tiempo tan malo! Primero la nieve y luego el agua. Tal vez castigo de Dios. ¡Pero es justo! Cuando no se lapida a los blasfemos de la ley, Dios castiga. Y nosotros los tenemos. Eres galileo ¿o no? Entonces debes conocer a ese de Nazaret a quien los buenos van abandonando como causa de todas las desgracias. ¡Con su palabra atrae los rayos! ¡Los castigos! Hay que oír lo que cuentan de El los que lo han conocido. Tienen razón los fariseos de perseguirlo. ¡Quién sabe qué ladrón sea! Debe infundir miedo como Belzebú. Me había entrado ganas de oírlo, porque me habían referido una cosa buena que había hecho... Pero se trataba de los de su banda. Gente sin escrúpulos como El. Los buenos lo abandonan. Y hacen bien. Por mi parte no quiero ir a oírlo ya. Y si por casualidad lo encontrare lo cojo a pedradas como debe hacerse con un blasfemo."
Yo soy Jesús de Nazaret.
No huyo ni te maldigo.
He venido para redimir al mundo con mi sangre.
Aquí me tienes.
Cumple con tu deber y muestra que eres justo."
"Entonces hazlo. Yo soy Jesús de Nazaret. No huyo ni te maldigo. He venido para redimir al mundo con mi sangre. Aquí me tienes. Cumple con tu deber y muestra que eres justo."
Jesús dice esto abriendo un poco sus brazos hacia tierra. Sus palabras resonaron claras, lentas. Si hubiera maldecido al hombre, no le hubiera causado mayor impresión. Bruscamente tira de las riendas. Se detiene y por poco no cae del dique al río revuelto. Jesús ase el freno a tiempo y detiene al animal, de modo que salva a ambos. El hombre no sabe más que repetir: "¡Tú! ¡Tú!..." y al ver el gesto que lo ha salvado, grita: "pero si he jurado que te lapidaría... ¿No comprendes?"
y que también por ti sufriré para redimirte.
Este es el oficio del Salvador."
"Y Yo te digo que te perdono, y que también por ti sufriré para redimirte. Este es el oficio del Salvador."
El hombre una vez más lo mira, espolea el mulo y huye... Jesús baja su cabeza...
Los apóstoles sienten la necesidad de olvidar el fango, la lluvia y todas las demás miserias para contentarlo. Lo rodean y le dicen: "¡No te aflijas! No tenemos necesidad de bandidos. Y ese lo es, porque sólo un malvado puede creer que sean verdaderas las calumnias que se te echan y tenerte miedo."
"Pero" añaden "¡Qué imprudencia, Maestro! ¿Y si te hubiera hecho algún daño? ¿ Por qué dijiste que eres Jesús de Nazaret?"
"Porque es la verdad... Vamos hacia los montes como aconsejó. Perderemos un día, pero saldréis de este pantano."
"¡También Tú !" replican.
Es el pantano de las almas muertas
el que me causa fatiga.
Dos lágrimas cubren sus bellos ojos.
"¡Oh, por Mí, no! Es el pantano de las almas muertas el que me causa fatiga." Dos lágrimas cubren sus bellos ojos.
"No llores, Maestro. Nosotros refunfuñamos, pero te queremos mucho. Si pudiéramos encontrar a los que te denigran. Nos la pagarían."
"Tendréis que perdonar como Yo. Pero dejadme llorar. Soy hombre también. ¡Me causa aflicción el verme traicionado, renegado, abandonado!"
"Míranos. Míranos. Pocos pero buenos. Ninguno de nosotros te traicionará, ni te abandonará. Créelo, Maestro."
"¡Ni siquiera mencionar esas cosas! ¡Ofendes nuestros sentimientos pensando que podamos traicionar!" exclama Iscariote.
Jesús está muy afligido. No responde, pero despacio caen lágrimas por sus pálidas mejillas."
Los montes están cerca. "¿Subimos allá o damos vuelta por las faldas? Hay algunos poblados. ¡Mira! De acá y de allá del río" le hacen notar.
"Comienza a atardecer. Tratemos de llegar a algún poblado. Cualquiera que sea."
Judas Tadeo Se acerca a Jesús. "Si no hubiere otra
cosa, veo que hay cuevas en el monte.
¿Las ves?
Podemos refugiarnos en ellas, mejor que
quedarnos dentro Del lodo."
Judas Tadeo, que tiene muy buenos ojos, escudriña las pendientes. Se acerca a Jesús. "Si no hubiere otra cosa, veo que hay cuevas en el monte. ¿Las ves? Podemos refugiarnos en ellas, mejor que quedarnos dentro del lodo."
"Podemos prender fuego" dice Andrés como para consolar.
"¿Con leña mojada?" pregunta irónico Judas de Keriot.
Ninguno le replica. Pedro entre dientes: "¡Bendigo al Eterno que no vienen con nosotros ni mujeres, ni Marziam."
Atraviesan el puente, demasiado viejo, que se encuentra a la entrada del valle, y toman por el lado sur, por un camino que lleva a algún poblado. La oscuridad baja rápida, de tal modo que deciden meterse en una cueva grande para escapar de un violento chubasco. Tal vez se trate de una cueva que sirve de refugio a los pastores porque hay en ella paja y algo así como petates, y trazas de un horno.
"Para dormir no sirve, pero como horno puede serlo..." dice Tomas señalando las ramas y hojas tiradas por el suelo. Se ven también ramas de enebro. Las hace a un lado con su bastón. Las junta y les pone fuego.
Encienden fuego en la cueva Pero el calor que
despide agrada a todos.
Lo rodean.
Comen a la luz bailarina su pan y su queso
Humo, hedor. Hedor a resina, a enebro, brotan, suben. Pero el calor que despiden agrada a todos. Lo rodean. Comen a la luz bailarina su pan y su queso.
"Se podía haber llegado a alguna población" dice Mateo que tiene ronquera y sigue resfriado.
"Óyeme ¿para que nos suceda lo mismo que hace tres días? De aquí nadie nos echa... Podemos sentarnos sobre la leña que ves allí y podemos hacer fuego hasta que queramos. ¡Ahora que se ve claro, hay bastante leña" ¡Mira, mira! ¡También hay paja!... Es algo así como un redil. Para el verano, o para cuando transmigran. ¿De dónde se va aquí? Andrés, toma una rama encendida que quiero ver" dice Pedro que anda dando vueltas con la esperanza de encontrar algo. Andrés obedece. Se meten por una hendidura de la cueva.
"¡Estad atentos, no sea que vaya a haber algún animal peligroso!" gritan los otros. "¡O leproso!" aúlla Tadeo.
"¡Venid, venid! Aquí se está mejor.
Está limpio y seco.
Hay bancas de madera y leña para el fuego.
¡Qué si es un palacio!
Traed ramas encendidas, que hacemos fuego aquí."
Después de unos instantes se oye la voz de Pedro: "¡Venid, venid! Aquí se está mejor. Está limpio y seco. Hay bancas de madera y leña para el fuego. ¡Qué si es un palacio! Traed ramas encendidas, que hacemos fuego aquí."
Ha de ser un refugio de pastores. Esta es la cueva donde duermen, mientras que en la otra vigilan a los que les toca de guardia. Es una excavación dentro del monte, más pequeña y tal vez hecha a propósito, o por lo menos ampliada y bien sostenida con travesaños. Hay algo así como chimeneas por donde sale el humo. Hay bancos y paja al lado de las paredes en las que se ven ganchos para colgar las lámparas o vestidos. "¡Que si está bien! ¡Prended fuego! Estaremos calientes y se secarán los mantos. Quitaos las fajas, para que sobre ellas podamos tender los mantos" ordena Pedro. Acomoda las bancas y la paja. Luego dice: "A alguno tocará dormir por un tiempo y a otros tener encendido el fuego. Para que podamos vernos y para estar calientes. ¡Cómo nos ha ayudado Dios!"
Judas refunfuña entre dientes. Pedro, un poco disgustado se vuelve. "Respecto a la gruta de Belén, donde nació el Señor, esta es un palacio. Si El nació allá, nosotros podemos pasar una noche aquí."
"Es mejor que la de Arbela. Allá no había otra cosa más que nuestro corazón" dice Juan y se sume en recuerdos.
"Y es mejor que en la que estuvo el Maestro antes de empezar su predicación" agrega secamente Zelote, mirando a Iscariote como para decirle que se callara la boca.
Jesús habla: "Y sin duda es más acogedora y más cómoda que aquella en la que hice penitencia por ti, Judas de Simón, en el pasado Tebet."
"¿Por mí, penitencia? ¿Por qué? ¡No había necesidad!"
"En verdad te digo que Yo y tú deberíamos
de pasar la vida haciendo penitencia para
que te veas libre de lo que pesa sobre ti.
¡Y aun no bastaría!"
"En verdad te digo que Yo y tú deberíamos de pasar la vida haciendo penitencia para que te veas libre de lo que pesa sobre ti. ¡Y aun no bastaría!"
Las palabras de Jesús, calmadas, tranquilas, caen como un rayo en un día sereno... Judas baja la cabeza y se va a un rincón. No se atreve a reaccionar.
"Yo velaré y me preocuparé del fuego.
Vosotros dormid" ordena Jesús
"Yo velaré y me preocuparé del fuego. Vosotros dormid" ordena Jesús después de alguno momentos.
Pasan algunos minutos y el chasquido de la leña se une a la respiración pesada de los doce que están cansados, fatigados. Que se han acostado sobre las bancas, sobre la paja. Cuando esta se les cae y quedan descubiertos, Jesús se la vuelve a poner. Así como una madre cuida de su hijo. Y con todo llora al ver esas caras, unas herméticas, otras serenas, o en las que se refleja el malhumor. Mira a Iscariote que parece refunfuñar con sus puños cerrados... Mira a Juan que duerme con una mano bajo la mejilla, y cuya cara ocultan sus rubios cabellos. Parece como si fuera un niño que durmiera en su cuna. Mira la cara fiel de Pedro, la adusta de Natanael, la cacariza de Zelote, la aristocrática de su primo Judas, y se detiene por un tiempo a mirar la de Santiago de Alfeo que se parece tanto a la de José de Nazaret. Se sonríe al oír los monólogos de Tomás y de Andrés, que parece estuvieran hablando con el Maestro. Cubre bien a Mateo que fatigosamente respira. Le pone más paja que extiende sobre sus pies, después de haber calentado al fuego. Sonríe al oír que Santiago dice: "Creed en el Maestro y tendréis la Vida"... y que continúa lanzando un sermón en sueños. Se inclina a levantar la bolsa de Felipe en que guarda recuerdos amados, y se la pone cerca de su cabeza. En los intervalos medita y ora...
"Maestro ¿no vas a dormir? Yo velo ahora."
El primero en despertarse es Zelote. Ve a Jesús que todavía está cerca del fuego. Y al ver que el montón de leña se ha casi acabado, comprende que el tiempo ha pasado. Baja de su banca y de puntillas se acerca a Jesús. "Maestro ¿no vas a dormir? Yo velo ahora."
"Es ya el alba, Simón. Hace poco que fui allá, y vi que el cielo esclarece."
"¿Pero por qué no nos llamaste? ¡Debes estar cansado!"
"¡Oh, Simón! Tenía muchas cosas en qué pensar... y por qué orar" y apoya su cabeza sobre el pecho del discípulo.
Zelote, se la acaricia. Pregunta: "¿En qué cosas pensabas, Maestro? No tienes necesidad de ello. Sabes todo."
"Pensaba no en lo que deba de decir,
sino en lo que deba de hacer.
Me encuentro desarmado
contra el mundo astuto
porque no tengo su malicia
ni la astucia de Satanás.
El mundo me gana... Me siento cansado."
"Pensaba no en lo que deba de decir, sino en lo que deba de hacer. Me encuentro desarmado contra el mundo astuto porque no tengo su malicia ni la astucia de Satanás. El mundo me gana... Me siento cansado."
"Y lleno de aflicciones. Nosotros también somos culpables. Perdóname a mí y a mis compañeros, Maestro, que no eres digno de sufrir. Lo digo en nombre de todos."
"Os amo mucho... Sufro mucho... ¿Por qué tan frecuentemente no me comprendéis?"
La plática de ambos despierta a Juan que es el que está más cerca. Abre sus ojos, mira asombrado a su alrededor, recuerda bien lo que pasó, se levanta y se acerca. Oye las palabras de Jesús: "Todo el odio e incomprehensión serían nada si tuviera vuestro amor, si me comprendieseis... ¡Pero todo lo contrario! No lo hacéis... Esto es mi primer tormento. ¡Y cuán pesado! Pero no tenéis la culpa. Sois hombres... Os dolerá el no haberme comprendido, cuando ya no podréis repararlo... Por esta razón y porque expiaréis la superficialidad de ahora, la mezquindad de estos momentos, os perdono y de antemano digo: !Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, ni el dolor que me causan!"."
"¡Oh, Maestro mío!" "¡Te amamos mucho!
Tomaremos de Ti fuerza suficiente
para defenderte, para defendernos,
para triunfar.
Para nosotros eres el Rey, el Vencedor, Dios.
Aumenta nuestro amor, aumenta tu amor,
Juan da la vuelta y cae de rodillas. Se abraza a las piernas de Jesús, y casi entre lágrimas dice: "¡Oh, Maestro mío!"
Zelote que continúa teniendo la cabeza de Jesús sobre su pecho, se inclina a besar sus cabellos. Le dice: "¡Te amamos mucho! Tomaremos de Ti fuerza suficiente para defenderte, para defendernos, para triunfar. Nos duele muchísimo el verte como cualquiera de nosotros, sujeto a la intemperie, a la miseria, a la desgracia, a las necesidades de la vida... Somos unos necios. Pero las cosas son así. Para nosotros eres el Rey, el Vencedor, Dios. No logramos a comprender la sublimidad de tu abnegación por amor a nosotros. Porque eres el único que sepa amarnos, y nosotros..."
"Así es, Maestro. Simón dice bien. No sabemos amar como Dios ama. Como lo haces Tú. Y lo que es bondad infinita, amor infinito, lo tomamos por debilidad, y nos aprovechamos de ella... Aumenta nuestro amor, aumenta tu amor, Tú que eres su fuente. Haz que se derrame en nosotros, como los ríos se derraman. Satúranos de él, así como los valles están ahora bañados de agua. No es necesaria la sabiduría, ni el valor, ni la austeridad para ser perfectos como nos quieres. Basta con que amemos... Señor, confieso en nombre de mis compañeros que no sabemos amar."
"Vosotros dos que me comprendéis, os acusáis.
Sois humildes.
La humildad es amor.
Los otros no tienen más que un obstaculillo
para que sean como vosotros, y Yo lo abatiré.
Porque en verdad soy Rey, Vencedor y Dios.
¡Para siempre!
Ahora soy el Hombre. Mi frente se inclina
bajo el suplicio de mi corona.
"Vosotros dos que me comprendéis, os acusáis. Sois humildes. La humildad es amor. Los otros no tienen más que un obstaculillo para que sean como vosotros, y Yo lo abatiré. Porque en verdad soy Rey, Vencedor y Dios. ¡Para siempre! Ahora soy el Hombre. Mi frente se inclina bajo el suplicio de mi corona. Siempre ha sido una corona torturadora haber sido el Hombre. Gracias, amigos míos. Me habéis consolado. El hombre tiene una ventaja, y es el tener una madre que lo ama, y amigos sinceros. Vamos a despertar a los compañeros. Ya no llueve. Los mantos están secos. Han descansado. Comeréis y partiremos." se convierte en una orden. Todos se levantan, y se duelen de haber dormido mientras Jesús velaba. Se sientan. Comen, toman sus mantos, apagan el fuego y salen a la vereda húmeda. Empiezan a bajar hasta el camino que sigue la orilla, y que no está lleno de lodo. La luz no es gran cosa porque el sol todavía no ha salido, pero suficiente para ver.
¡Parece muerta!
¡Está atravesada en el camino!"
Andrés y los dos hijos de Alfeo van adelante. En cierto momento se detienen, miran y retroceden corriendo. "¡Hay una mujer! ¡Parece muerta! ¡Está atravesada en el camino!".
"¡Qué fastidio! Empezamos mal. ¿Cómo vamos a hacer? ¡Ahora habrá hasta que purificarse!" Los primeros refunfuños del día.
"Vamos a ver nosotros si está muerta o no" dice Tomás a Iscariote.
"Ni por chiste voy contigo" rezonga
"Yo voy contigo" contesta Zelote. Se acercan, se inclinan. Tomás vuelve gritando.
"Tal vez la han asesinado" dice Santiago de Zebedeo
"O bien se murió de frío" agrega Felipe
Tomás llega y con su fuerte voz anuncia: "Tiene las vestiduras de los leprosos..." y parece como si hubiera visto el diablo por la cara que pone.
"¿Pero está muerta?"
"¡Quién lo sabe! ¡Me regresé al punto!"
"Maestro, dice, una hermana leprosa.
No sé si esté muerta. No podría afirmarlo.
Me parece que todavía late su corazón."
Ven, Maestro. Te lo ruego.
¡Ten piedad de la hermana leprosa
como la tuviste por mí!"
"Vamos. Dadme pan, queso
y el poco de vino que queda."
Zelote después de haberla visto atentamente regresa donde Jesús. "Maestro, dice, una hermana leprosa. No sé si esté muerta. No podría afirmarlo. Me parece que todavía late su corazón."
"¿La tocaste?" gritan varios, haciéndose a un lado.
"Sí. Desde que estoy con Jesús no tengo ningún miedo a la lepra. Y siento compasión porque sé lo que significa ser leproso. Tal vez alguien le pegó en la cabeza porque le sale sangre. Tal vez bajó en busca de comida. Es algo horrible, tenedlo en cuenta, morir de hambre y tener que desafiar a los hombres para conseguir un mendrugo de pan."
"¿Está flaca?"
"No. Y hasta me admiro cómo pueda vivir entre leprosos. No tiene ninguna escama, ni gangrena, ni llaga alguna. Tal vez esté enferma no hace mucho. Ven, Maestro. Te lo ruego. ¡Ten piedad de la hermana leprosa como la tuviste por mí!"
"Vamos. Dadme pan, queso y el poco de vino que queda."
"¡No vas a hacer que beba donde bebimos nosotros!" grita aterrorizado Iscariote.
"No tengas miedo. Beberá en mi mano. Ven, Simón."
Se acercan... La curiosidad empuja a todos. Sin preocuparse del rocío que cae de las ramas, ni del musgo empapado, suben por la cuesta para ver mejor. Ven que Jesús se inclina, que la toma por las axilas, y la hace que se recline contra una piedra. La cabeza le cuelga como si estuviera muerta.
"Simón, levántale la cabeza para que pueda echarle alguna gota de vino."
Zelote obedece sin miedo alguno. Jesús levantando la borracha le echa sobre los labios semicerrados y pálidos gotas de vino. Dice: "¡Está congelada la pobrecita! ¡Está mojada completamente!"
"Si no es leprosa la podríamos llevar a donde estuvimos" aconseja compadecido Andrés.
"¡Faltaría eso!" exclama Judas.
"¡Si no es leprosa! ¡No tiene ninguna señal!"
"Tiene los vestidos. ¡Y basta con eso!"
La mujer da un suspiro.
Jesús le echa más vino al ver que lo pasa.
La mujer abre dos ojos llenos de neblina,
sumidos en el espanto. Ve a hombres.
Trata de levantarse, de huir, gritando:
"¡Estoy infectada! ¡Estoy infectada!"
El vino hace sus efectos. La mujer da un suspiro. Jesús le echa más vino al ver que lo pasa. La mujer abre dos ojos llenos de neblina, sumidos en el espanto. Ve a hombres. Trata de levantarse, de huir, gritando: "¡Estoy infectada! ¡Estoy infectada!" Pero las fuerzas no le ayudan. Se cubre la cara con sus manos gimiendo: "¡No me lapidéis! Bajé porque tenía hambre... ¡Hace tres días que nadie me arrojaba ni un mendrugo"..."
"Aquí hay pan y queso. Come. No tengas miedo. Bebe un poco de vino de mi mano" dice Jesús echándolo en la concavidad de su mano.
"¿No tienes miedo?" pregunta la infeliz sin saber qué añadir.
"No" responde Jesús, y sonríe al ponerse de pie, pero sin separarse de la mujer que ávidamente come del pan y del queso. Parece un animal muerto de hambre. Como que quiere ahogarse por el ansia de comer.
Oh, ¿quién es el Nazareno? Tú ¿no es verdad?
¡Sólo Tú puedes compadecerte de una leprosa!..."
"Soy Yo. ¿Qué quieres? ¿Curarte?"
También...
Después de que ha comido un poco, mira a su alrededor. Con voz inteligible dice: "Uno... dos... tres... trece... ¿Pero qué?... Oh, ¿quién es el Nazareno? Tú ¿no es verdad? ¡Sólo Tú puedes compadecerte de una leprosa!..." La mujer fatigosamente se pone de rodillas.
"Soy Yo. ¿Qué quieres? ¿Curarte?"
LA ROSA DE JERICÓ REFIERE SU VIDA A JESÚS
"También... Pero antes debo decirte una cosa... Había oído hablar de Ti. Algunos que hace tiempo pasaron por aquí, me hablaron. No. No hace mucho tiempo. Fue el otoño pasado. Pero para un leproso... cada día es un año... Quería verte. Pero ¿Cómo podía ir a Judea o Galilea? Dicen que estoy leprosa. Pero no tengo más que una llaga en el pecho, y me la contagió mi marido que cuando se casó conmigo era yo virgen y estaba sana, lo que él no. Pero es uno de los grandes... y puede todo. Hasta se atrevió a decir que cuando me tomó por esposa estaba yo enferma, y me repudió para poder unirse con otra mujer que ambicionaba. Me denunció como leprosa, y como intenté disculparme me apedrearon. ¿Era justo, Señor? Ayer por la tarde pasó un hombre de Betyaboc gritando que venías y que te echasen afuera. Yo estaba... pues había bajado hasta el poblado porque me moría de hambre. Hubiera hurgado entre los basureros para encontrar algo... Yo que en otros tiempos fui una "señora" hubiera disputado a cualquier pollo la comida pestilente..."
Llora... Continúa: "Tenía ansias de encontrarte, para decirte que huyeras, para decirte que tuvieras compasión de mí. ¡No puedo comprenderlo! Los perros, cerdos y gallinas viven junto a las casas de Israel, pero el leproso no puede bajar a pedir un pedazo de pan, ni aun cuando no lo sea uno. Seguí adelante, preguntando dónde estabas. Como estaba oscuro no me reconocieron inmediatamente, y me respondieron: "Sube por el dique del río". Pero luego me reconocieron y me lanzaron piedras en lugar de pan. Corrí en la noche, para venir a encontrarte, para escapar de los perros. Tenía yo hambre, frío, miedo. Caí donde me encontraste. Pensé que iba a morir y al contrario te he encontrado. Señor, no estoy leprosa. Pero esta llaga que tengo junto a la teta me impide que regrese entre los vivos. No quiero volver a ser la Rosa de Jericó como cuando vivía mi padre, pero al menos vivir entre los hombres y seguirte. Con quienes hablé en octubre me dijeron que tienes discípulas y que te acompañan... Pero sálvate Tú primero. No mueras. ¡Tú eres bueno!"
Descansa y luego ve a ver al sacerdote.
"Vuelve la Rosa de Jericó que florece
en el desierto, que sigue viviendo aun cuando
parezca marchita.
Tu fe te ha salvado."
La mujer desabrocha un poco el vestido
y ve su pecho.
Grita: "¡No tengo ya nada! ¡Oh, Señor, Dios mío!"
y cae de rodillas con la cara al suelo.
"No moriré hasta cuando llegue mi hora. Ve a aquella roca. Hay una gruta segura. Descansa y luego ve a ver al sacerdote."
"¿Por qué, Señor?" la mujer tiembla de ansias.
Jesús sonríe: "Vuelve la Rosa de Jericó que florece en el desierto, que sigue viviendo aun cuando parezca marchita. Tu fe te ha salvado."
La mujer desabrocha un poco el vestido y ve su pecho. Grita: "¡No tengo ya nada! ¡Oh, Señor, Dios mío!" y cae de rodillas con la cara al suelo.
"Dadle pan y alimentos. Mateo, dale un par de tus sandalias. Yo le daré un manto, para que pueda presentarse ante el sacerdote. Dale, Judas, algo de dinero, para los gastos de su purificación. La esperaremos en Getsemaní para que vaya con Elisa. Me había pedido una hija."
"No, Señor. No tengo necesidad de descansar. Me voy, me voy al punto."
"Baja al río, entonces. Lávate, y ponte este manto..."
Señor, yo doy el mío a la hermana leprosa.
Permíteme que lo haga y la llevaré donde Elisa.
Una segunda vez me veo curado...dice Zelote.
"Señor, yo doy el mío a la hermana leprosa. Permíteme que lo haga y la llevaré donde Elisa. Una segunda vez me veo curado, al verme en ella, que es feliz." dice Zelote.
"Haz como quieras. Dale lo que necesitare. Mujer, escucha bien. Irás a purificarte, y luego irás a Betania y preguntarás por Lázaro. Le dirás que te de hospedaje hasta que Yo llegue. Vete en paz."
"Señor ¿cuándo podré besarte los pies?"
"Muy pronto. Vete. Pero recuerda que solo el pecado me causa asco, y perdona a tu esposo porque por su medio me encontraste"
"Es verdad. Lo perdono. Me voy... ¡Señor, no te detengas aquí, que te odian! Piensa que he caminado cansadísima por una noche para venir a decírtelo, y que sí no te hubiera encontrado, tal vez otros me hubieran encontrado y me hubieran matado a pedradas como a una sierpe."
"Lo tendré presente. Vete, mujer. Quema tu vestido. Acompáñala, Simón. Nosotros vamos adelante, nos alcanzarás en el puente."
Se separan.
"Y ahora hay que purificarse. Estamos todos impuros."
"No era lepra, Judas de Simón. Yo te lo aseguro."
"No importa. Yo me purificaré. No quiero ninguna impureza sobre mí."
"¡Qué cándido lirio!" exclama Pedro. "Si el Señor no siente que tenga alguna impureza ¿la sientes tú?"
"¿Y por una que afirma que no es leprosa? ¿Qué tenía, Maestro? ¿Viste la llaga?"
"Sí. Era un fruto de la lujuria del hombre.
Pero no era lepra.
Si su marido hubiera sido un hombre recto no la
hubiera arrojado, porque el enfermo era él.
Pero de todo se aprovechan los lujuriosos
con tal de saciar su hambre.
"Sí. Era un fruto de la lujuria del hombre. Pero no era lepra. Si su marido hubiera sido un hombre recto no la hubiera arrojado, porque el enfermo era él. Pero de todo se aprovechan los lujuriosos con tal de saciar su hambre. Tú, Judas, si quieres, vete también. Nos encontraremos en Getsemaní. ¡Purifícate, purifícate! Y la primera de las purificaciones es la sinceridad. Eres un hipócrita. Recuérdalo. ¡Vete!"
"¡No! ¡Que me quedo! Si Tú lo dices, lo creo. No estoy pues impuro, y me quedo contigo. Quieres decir que soy un lujurioso y que aprovechaba de la ocasión para... Te demuestro que eres el único ser a quien amo."
Rápidos bajan.
VI. 308-319
A. M. D. G.