JESÚS EN EL TEMPLO. EL PADRE
NUESTRO. PARÁBOLA DE LOS HIJOS
#prosélitos venidos de tierras lejanas, quieren hablarte, Señor
#Marziam, ve a decirles que me sigan al templo.
#Jesús empieza a hablar y explica el Padre nuestro
#muchos de Israel que se creen seguros serán suplantados por los que tienen por publicanos, rameras, gentiles, paganos y galeotes. El reino de los cielos es de quien sabe renovarse acogiendo la verdad y el amor."
Jesús partió ya de Rama y está cerca de Jerusalén. Avanza, como el año pasado, cantando lo salmos prescritos. Muchos que van por el camino atestado de gente, se voltean a ver al grupo apostólico que pasa. Algunos saludan reverentes, otros se limitan sólo a mirar con una sonrisa de respeto, y son casi todos mujeres, otros miran sólo, otros sonríen irónicos o despreciativos. Finalmente no falta quien pase mostrando su mala voluntad.
Jesús que trae un vestido limpio y bueno no hace caso de nada. También los apóstoles se han cambiado de vestiduras.
Marziam este año está a la altura de la ocasión con sus vestidos nuevos. Camina al lado de Jesús cantando con todas sus fuerzas. Su voz juvenil, un poco desentonada, se pierde en el coro de las varoniles de sus compañeros y sólo se distingue cuando es demasiado aguda. Marziam camina feliz...
"Señor mío ¿no querrás decir otra hermosa
parábola a tu hijo que está lejos?
"Sí, hijo mío. Cierto que te la diré."
En unos momentos en que no cantan, y ya la puerta de Damasco está a la vista, se hacen a un lado para dejar pasar a una pomposa caravana que ocupa todo el camino. Marziam se aprovecha de la ocasión y pregunta: "Señor mío ¿no querrás decir otra hermosa parábola a tu hijo que está lejos? Quisiera unirla a lo que he escrito, porque estoy seguro que en Betania encontraremos mensajeros suyos y noticias. Me muero por darle alegría conforme lo prometido..."
"Sí, hijo mío. Cierto que te la diré."
"Una que le de consuelo, que le diga que lo sigues amando..."
"Así lo haré. Y me gustará porque será algo real."
"¿Cuándo me la dirás, Señor?"
"Pronto. Primero vamos al templo como es nuestro deber, allí hablaré antes de que me lo impidan."
"¿Y hablarás para él?"
"Sí, hijo mío."
"¡Gracias, Señor! Ha de ser un gran dolor verse así separado..." prosigue diciendo Marziam en cuyos negros ojos brilla un destello de lágrimas. Jesús le pone una mano sobre su cabellera, y se vuelve para hacer señal a los doce de que sigan caminando.
Los apóstoles se habían detenido a escuchar a algunas personas, no sé si crean en el Maestro, o tengan deseos de conocerlo, las que se habían también detenido por la pomposa caravana.
prosélitos venidos de tierras lejanas,
quieren hablarte, Señor
"Allá vamos, Señor... Hablábamos con aquellos entre los que hay prosélitos venidos de tierras lejanas, y que quieren hablarte" explica Pedro mientras se acerca aprisa.
"¿Por qué quieren verme?"
Pedro, está ya al lado de Jesús, que emprende nuevamente el camino, y dice: "Porque quieren oír tu palabra y para que cures a algunos de ellos. ¿Ves aquel carruaje cubierto, que viene detrás de ellos? En él vienen prosélitos de la Diáspora, que hicieron el viaje por mar o tierra, empujados por la fe que tienen en Ti, además del respeto por la ley. Hay de Efeso, Pérgamo, Iconio y hay un pobre de Filadelfia, a quien aquellos como casi todos son ricos mercaderes han dado lugar en el carruaje, pesando de este modo hacerse propicio al Señor."
Marziam, ve a decirles que me sigan al templo.
"Marziam, ve a decirles que me sigan al templo. Tendrán la salud del alma con mi palabra, y la salud de sus cuerpos por haber sabido creer."
El muchacho corre ligero, pero de los doce brota un coro de descontento por la "imprudencia" de Jesús que quiere dejarse ver en el templo...
"Vayamos para mostrarles que no les tengo miedo. Para mostrarles que ninguna amenaza puede hacerme que desobedezca al precepto. ¿No habéis comprendido aun su jugada? Todas estas amenazas, todos estos aparentes consejos benévolos, tienen por fin el hacerme pecar, para que tengan un motivo verdadero de acusación. No seáis cobardes. Tened fe. No ha llegado mi hora."
"¿Por qué no vas mejor antes a tranquilizar
a tu Madre, que te está esperando?"
Primero al templo, que hasta que llegue
el momento que el Eterno ha señalado, es su casa.
Mi Madre sufrirá menos esperándome
que si supiera que no prediqué en el templo.
De este modo honro a mi Padre y a mi Madre.
Al primero
con las primicias de mis horas,
y a la segundo
brindándole tranquilidad.
"¿Por qué no vas mejor antes a tranquilizar a tu Madre, que te está esperando?" pregunta Iscariote.
"No. Primero al templo, que hasta que llegue el momento que el Eterno ha señalado, es su casa. Mi Madre sufrirá menos esperándome que si supiera que no prediqué en el templo. De este modo honro a mi Padre y a mi Madre. Al primero con las primicias de mis horas, y a la segundo brindándole tranquilidad. ¡Vamos, no tengáis miedo! Pero si alguien lo tiene vaya a Getsemaní a ocultarlo entre las mujeres."
Los apóstoles, heridos con estas últimas palabras, no protestan más. Se ponen en fila de tres en tres. Sólo donde va Jesús hay cuatro, hasta que no regresa Marziam con el que son cinco, pero Tadeo y Zelote se echan atrás, y dejan a Jesús entre Pedro y el jovenzuelo.
En la puerta de Damasco encuentran a Mannaén. "Señor, pensé que era mejor mostrarme para quitar cualquier duda sobre la situación. Te aseguro que, fuera de la mala voluntad de los fariseos y escribas, no existe ningún peligro para Ti. Puedes ir tranquilo."
"Lo sabía ya, Mannaén, pero de todos modos te lo agradezco. Ven conmigo al templo, si no tienes alguna dificultad..."
"¿Dificultad? ¡Por Ti soy capaz de desafiar al mundo entero! ¡Haría cualquier cosa!"
Iscariote entre dientes refunfuña algo.
Mannaén un poco enojado se voltea, y con voz segura responde: "No es así, tú. No son palabras. Y ruego al Maestro que ponga a prueba mi sinceridad."
"No hay necesidad, Mannaén. Vamos."
Avanzan entre la multitud. Llegan a una casa amiga. Andrés, Santiago y Juan dejan las alforjas de todos en un atrio ancho y oscuro. Luego alcanzan a sus compañeros.
Entran en el recinto del templo pasando
cerca de la torre Antonia.
Iscariote lo tienta:
"¿Por qué no repites aquel gesto santo?
Entran en el recinto del templo pasando cerca de la torre Antonia. Los soldados romanos miran, pero no se mueven. Hablan entre sí. Jesús los observa para ver si están Quintiliano o el soldado Alejandro.
Han entrado ya en el templo, entre el ruido poco sagrado que hay en los patios donde están los mercaderes y cambistas. Jesús mira y siente aquello en el alma. Se pone pálido. Parece crecer en estatura, por su paso majestuoso y severo.
Iscariote lo tienta: "¿Por qué no repites aquel gesto santo? ¿Lo ves? Se han olvidado... y la profanación existe de nuevo en la casa de Dios. ¿No te llenas de ira? ¿No sales a defender?" La cara morena y bella de Judas pero irónica y falsa, pese a tratar de no demostrarlo, es de un zorro. Al decir estas palabras ha escudriñado el rostro de Jesús.
"No es la hora. Pero todo será purificado. ¡Y para siempre!..." responde secamente Jesús.
Judas se sonríe y comenta: "¡El "para siempre" de los hombres! ¡Cosa precaria, Maestro! ¡Lo estás viendo!..."
Jesús no le replica, porque está saludando de lejos a José de Arimatea que pasa envuelto en sus vestiduras, y a quien otros siguen.
Cumplen con las oraciones rituales, regresan al patio de los gentiles, donde hay mucha gente.
Los prosélitos que encontraron en el camino siguen a Jesús. Traen consigo a sus enfermos, los ponen bajo la sombra, cerca del Maestro. Sus mujeres, que aquí los han esperado, se acercan poco a poco. Todas vienen cubiertas con sus velos. Una se ha sentado, tal vez por enferma. Sus compañeras la llevan junto a los demás enfermos. Otro grupo rodea a Jesús. Veo que los grupos de los rabinos y sacerdotes están desorientados por la presencia y predicación de Jesús.
explica el Padre nuestro
"La paz sea con vosotros todos quienes me escucháis. La santa pascua vuelve a reunir a sus hijos fieles en la casa del Padre. Parece nuestra pascua bendita una madre solícita del bien de sus hijos, que los llama a grandes voces para que vengan, para que vengan de cualquier parte, dejando toda preocupación por más importante que fuere, por otra mayor, que es la verdaderamente útil: la de honrar al Señor y Padre. De esto se comprende que seamos hermanos, de esto brota la orden y compromiso de amar al prójimo como a uno mismo. Nunca nos habíamos visto. No nos conocíamos. Es verdad. Si estamos aquí es porque hijos somos de un solo Padre que nos quiere en su casa para el banquete pascual. Ved, que si no somos iguales en el aspecto material, sí lo somos en la parte superior, y nos sentimos hermanos, que vinimos de un solo Padre, y nos amamos como si nos hubiéramos de antemano conocido. Lo cual es un anticipo a aquella otra reunión más perfecta que tendremos en el reino de los cielos, bajo la mirada de Dios, cuando su Amor nos abrace a todos: a Mí, Hijo de Dios y del Hombre, a vosotros, hijos de Dios, a Mí el primogénito y a vosotros, hermanos amados sobre toda medida hasta convertirme en el Cordero por los pecados del mundo.
Nosotros que en estos momentos gozamos de nuestra fraternidad, unidos en la casa del Padre, acordémonos de los que están lejos, y que también son hermanos en el Señor y en el origen. Los traemos en nuestros corazones, y llevémoslos con el espíritu ante el altar santo. Roguemos por ellos, recogiendo con el corazón sus voces lejanas, sus nostalgias por querer estar aquí, sus anhelos. Y así como recogemos estos anhelos conscientes de los israelitas lejanos, así también recojamos los de las almas que ignoran ser hijas de un solo Padre. Todas las almas del mundo levantan en las prisiones de sus cuerpos sus gritos al Altísimo. En oscura cárcel gimen por la Luz. Nosotros que estamos en la luz de la fe verdadera, tengamos compasión de ellos.
Roguemos: Padre nuestro que estás en los cielos, todo el linaje humano santifique tu Nombre. Conocerlo es encaminarse a la santidad. Haz que gentiles y paganos conozcan que existes, ¡oh Padre santo! y como los tres sabios de otro tiempo, lejano pero no muerto, porque nada hay muerto en lo que se refiere al advenimiento de la redención del mundo, vengan a Ti, Padre, guiados por la Estrella de Jacob, por la Estrella matutina, por el Rey y Redentor de la estirpe de David, por tu Ungido que se ha ofrecido y consagrado para ser la Víctima de los pecados del mundo.
Llegue tu reino a todos los lugares de la tierra para que te conozcan. Llegue sobre todo a aquellos hombres, tres veces pecadores, que a pesar de que te conocen, no te aman en tus obras y manifestaciones de la Luz, que tratan de rechazarla, de apagarla, porque son almas tenebrosas que prefieren las obras de las tinieblas, y no quieren otra cosa más que apagar la Luz del mundo, ofenderte a Ti mismo, porque Tú eres la Luz santísima y Padre de todas las luces, empezando por la que se ha hecho Hombre y Palabra para traerla a todos los corazones de buena voluntad.
Cumpla tu voluntad, Padre santísimo, todo corazón que hay en el mundo, que se salven todos y que para nadie sea inútil el sacrificio de la gran Víctima, porque tal es tu voluntad, que el hombre se salve y goce contigo, Padre santo, después de que reciban el perdón que pronto se les dará.
Danos tus auxilios, ¡oh, Señor! todos tus auxilios. Dalos a todos los que esperan, a los que no lo hacen, a los pecadores con el arrepentimiento que salva, dalos a los paganos y que sientan el estímulo de tu invitación, dalos a los infelices, a los prisioneros, a los desterrados, a los enfermos de cuerpo y de alma, dalos a todos, Tú que eres el Todo, porque el tiempo de la misericordia ha llegado.
Perdona, ¡Padre bueno!, los pecados de tus hijos, los de tu pueblo, que son los más graves, los de los culpables que quieren permanecer en el error, pese a que tu amor de predilección ha dado la Luz a este pueblo. Perdona a los que embrutece un paganismo corrompido que enseña el vicio, que se ahogan en una idolatría hedionda, entre tanto que entre ellos hay almas también puras a quienes amas por haberlas creado. Nosotros perdonamos. Yo el primero para que puedas perdonar. Invocamos tu protección sobre la flaqueza de las creaturas para que las libres del principio del mal, de quien nacen todos los delitos, todas las idolatrías, todas las culpas, tentaciones y errores. Líbralos, Señor, del príncipe horrible, para que puedan llegar a la luz eterna."
La gente ha seguido atentamente esta solemne
oración.
Se han acercado rabíes famosos,
está Gamaliel.... Nicodemo y José
La gente ha seguido atentamente esta solemne oración. Se han acercado rabíes famosos, entre los cuales, y tomándose el mentón, está Gamaliel. Un grupo de mujeres, envueltas en sus mantos con una especie de capucho que cubre sus caras, se ha acercado. Los rabinos se separan con desdén... Muchos discípulos fieles, entre los que están Hermas, Esteban, Juan el sacerdote se han acercado, atraídos por la noticia de que el Maestro ha llegado. Luego Nicodemo y José, que son inseparables, y otros amigos que me parece haber visto alguna vez.
En la pausa que sucede a la oración del Señor que devota y majestuosamente se recoge, se oye exclamar a José de Arimatea: "¡Y bien Gamaliel! ¿No te parecen estas palabras, palabras del Señor?"
"José, a mi me dijeron: "Estas piedras se estremecerán al sonido de mis palabras" " le contesta.
Esteban impetuoso, grita: "¡Realiza el prodigio, Señor" Ordena, y se destrabarán. Sería una gracia incomparable que se derrumbara el edificio pero que se levantaran en los corazones los muros de tu Fe. ¡Hazlo, Maestro mío!"
"¡Blasfemo!" vocifera un grupo furioso de rabinos y discípulos suyos.
"¡No!" grita a su vez Gamaliel. "Mi discípulo habla palabras inspiradas. No podemos aceptarlas porque el ángel de Dios no nos ha limpiado aun del pasado con el carbón tomado del altar de Dios... Y tal vez aun si con la fuerza de su voz" dice señalando a Jesús, "arrancase los quicios de estas puertas, no creeríamos..." Se levanta la extremidad de su amplio y blanquísimo manto, se la echa cubriéndose la cara y se va."
Jesús lo mira... Después continua respondiendo a algunos que litigan entre sí, y que parecen escandalizados, y que para hacer más claro su escándalo, lo descargan sobre Judas de Keriot con una retahíla de quejas que el apóstol oye sin reaccionar, encogiéndose de espaldas con una cara no del todo contenta.
"En verdad, en verdad os digo que los
que parecen ser los bastardos,
son los hijos verdaderos,
y los que parecen ser los hijos verdaderos
se convierten en los bastardos.
Parábola de los hijos
Jesús dice: "En verdad, en verdad os digo que los que parecen ser los bastardos, son los hijos verdaderos, y los que parecen ser los hijos verdaderos se convierten en los bastardos.
Oíd, todos vosotros, una parábola..
Una vez hubo un hombre que por negocios tuvo que ausentarse por largo tiempo de su casa, dejando a sus hijos que eran todavía pequeños. Desde el lugar en que se encontraba escribía cartas a sus hijos mayores para que lo siguieran respetando y para recordarles sus enseñanzas. El último de sus hijos que nació, cuando él partió, quedó a cargo de una mujer que vivía lejos de allí, del país de su esposa, que no era de la misma raza. Su esposa murió, cuando este hijo era todavía pequeño y lejos de la casa paterna. Sus hermanos se dijeron: "Dejémoslo allá donde está, con los parientes de nuestra madre. Tal vez nuestro padre se olvide de él, y nos aprovecharemos de su herencia, dividiéndola entre nosotros, cuando él llegue a morir". Y así hicieron. De este modo el hijo vivió con los parientes de su madre sin conocer las enseñanzas paternales, hasta llegó a saborear la amarga reflexión de que "todos me han repudiado como si fuera yo un bastardo" y llegó hasta convencerse de ello, al ver que su padre no le hacía caso.
La casualidad quiso que llegado a crecer, buscara un empleo en la ciudad donde estaba su padre, y no en la de su madre porque se sentía amargado al pensar que se le había repudiado por ser hijo de adulterio. Sin conocer a su padre lo trató y lo oyó hablar. Su padre era un hombre sabio. Como no tenía la dicha de tener a sus hijos consigo, los cuales mantenían con él solo las relaciones convencionales, diciéndole que no fuera a olvidarse de ellos en su testamento, se preocupaba mucho en dar consejos a los jóvenes de aquella tierra. El joven se sintió atraído por la rectitud de su padre para con tantos jóvenes, y no sólo lo trataba, sino que hacía de todas sus palabras un tesoro, endulzando poco a poco su corazón amargado.
Su padre se enfermó, y decidió regresar a su patria. El joven le dijo: "Señor, tú eres el único que me has hablado con rectitud, elevando mi corazón. Permíteme que te siga como criado. No quiero volver a caer en los males de antes". "Ven conmigo. Ocuparás el lugar de un hijo de quien no he podido tener noticia alguna". Y ambos regresaron.
Ni el padre, ni los hermanos, ni el mismo joven pensaron que el Señor había reunido nuevamente a los de una sola sangre bajo un solo techo. Pero el padre se sintió entristecido al ver que sus hijos se habían olvidado de sus enseñanzas, que eran avaros, duros de corazón que no tenían la fe en Dios, sino en su lugar muchas idolatrías, como la soberbia, avaricia y lujuria y no querían saber de otra cosa más que de intereses humanos. El extraño, al revés, se acercaba más al Señor, se hacía justo, bueno, amoroso, obediente. Los hermanos lo odiaban porque su padre lo amaba. El perdonaba y amaba porque había comprendido que en el amor está la paz.
Un día, el padre, disgustado por la conducta de sus hijos les dijo: "Os habéis desinteresado de los parientes de vuestra madre, y hasta de vuestro hermano. Me traéis a la memoria la conducta de los hijos de Jacob para con su hermano José. Quiero ir a aquellas tierras para investigar su paradero. Puede darse que lo encuentre y que me consuele". Se despidió tanto de sus hijos como del joven al que dio dinero para que pudiera regresar al lugar de donde había venido y pusiera un pequeño negocio.
Llegado que hubo a la tierra de su difunta mujer, sus parientes le contaron que el hijo abandonado, que se llamaba Moisés, había cambiado de nombre por el de Manasés, porque realmente su nacimiento había hecho olvidar al padre su deber de ser justo y recto.
"¡No seáis injustos conmigo! Me habían dicho que habían perdido las huellas del niño, y ni siquiera esperaba encontrar a alguno de vosotros. Pero habladme de él. ¿Cómo es? ¿Creció robusto? ¿Es bueno? ¿Me ama?"
"Robusto lo es, bello también como su madre, sólo que tiene los ojos de un negro claro. De ella heredó también el grano en la espalda. De ti un poco el tartamudeo. Una vez crecido se fue de aquí, amargado por su suerte, fomentando dudas sobre la honestidad de su madre, y por ti sintiendo rencor. Hubiera sido bueno sino hubiera tenido ese rencor en su corazón. Se fue más allá de los montes y ríos hasta Trapezius para..."
"¿Habéis dicho Trapezius? ¿En Sinopio? ¡Oh, hablad! Yo estuve allí y vi a un joven que ligeramente tartamudeaba solitario y triste. Bueno aun bajo la capa de dureza. ¿Será él? ¡Decídmelo!"
"Tal vez. Búscalo. En el costado derecho tiene el grano crecido y negro como tu mujer."
El hombre partió precipitadamente, esperando encontrar al extraño en su casa. Había ya vuelto a la colonia de Sinopio. Lo siguió... Lo encontró. Lo hizo ir para verle la espalda. Lo reconoció. Cayó de rodillas alabando a Dios por haberle devuelto su hijo, que era mejor que los otros, que cada vez más parecían animales, mientras que este, durante los meses que habían pasado, se había hecho más santo. Dijo al hijo bueno: "Tendrás la parte de tus hermanos porque sin que nadie te amara, te has hecho recto mejor que cualquiera de ellos."
¿Y no era justicia? Claro que sí. En verdad os digo que son verdaderos hijos del bien los que despreciados del mundo, odiados, vilipendiados, abandonados como bastardos, tenidos como dignos de oprobio y muerte, logran superar a los hijos que crecieron en casa, pero que son rebeldes a sus leyes. El ser de Israel no da ningún derecho al cielo. Ni el ser fariseo, escriba o doctor asegura la suerte, sino el tener buena voluntad, el acercarse con generosidad a la doctrina de amor, el hacerse nuevos en ella, el hacerse por su medio hijos de Dios en espíritu y verdad.
muchos de Israel que se creen seguros serán
suplantados por los que tienen por publicanos,
rameras, gentiles, paganos y galeotes.
El reino de los cielos es de quien sabe
renovarse acogiendo la verdad y el amor."
Vosotros todos que me estáis escuchando tened muy en cuenta que muchos de Israel que se creen seguros serán suplantados por los que tienen por publicanos, rameras, gentiles, paganos y galeotes. El reino de los cielos es de quien sabe renovarse acogiendo la verdad y el amor."
Jesús se vuelve y se dirige al grupo de los prosélitos enfermos. "¿Podéis creer en todo lo que he dicho?" pregunta con voz fuerte.
"¡Si, Señor!" responden en coro.
"¿Queréis aceptar la verdad y el amor?"
"Sí Señor."
"No os dije más que estas palabras ¿estáis contentos?"
"¡Señor, tú sabes lo que más necesitamos! Danos sobre todo la paz y la vida eterna."
"¡Levantaos e id a alabar al Señor! Estáis curados por su santo Nombre"
Y ligero se dirige a la primera puerta que encuentra, mezclándose entre la multitud que llena Jerusalén, mucho antes de que la admiración, el estupor que hierve en el patio de los gentiles se cambie en gritos de hosanna...
Los apóstoles lo pierden de vista. Solo Marziam que no ha soltado la punta de su manto corre a su lado diciendo: "¡Gracias, Maestro! Por Juan, ¡gracias" He escrito todo mientras hablabas. No tengo que añadir más que el milagro.¡Oh, fue bella! ¡De veras que le cae muy bien! ¡Se pondrá contentísimo!"
VI. 342-350
A. M. D. G.