EL JUEVES ANTERIOR A LA PASCUA.
SEGUNDA PARTE
#"La cruel soledad no les ha concedido la gracia de creer y conocer dónde está la Salud."
#Analía viene a estar con el Señor
#La madre de Analía habla con Jesús
#María suelta la mano de Analía para tomar entre sus brazos a su madre y dulcemente le dice:
#Se dirigen a la torre Antonia
#pasan cerca del bello y fatídico palacio de Herodes. de la Antonia
#Dorca, la joven de Cesarea de Filipo consagra su hijo al Señor
#Algunos desalmados se han acercado a Jesús e imperiosamente le dicen: "Ven aquí a responder."
#El altercado pasa de la mujer al terreno religioso y político.
#Oh, María de Simón cuándo viniste" Acabo de llegar con Ananías, mi pariente.
#"Ven conmigo, madre. Hablaremos en casa de Juana. Aquí no hay lugar."
#"¿Será el banquete esta noche?" "Sí. Ya dije a Juana lo que tiene que hacer."
"La cruel soledad no les ha concedido
la gracia de creer y conocer
dónde está la Salud."
Analía viene a estar con el Señor
No veo pero sí oigo hablar que llevaron alimentos a los leprosos de Hinnón. Parece que no hubo ningún milagro, lo que colijo de las palabras de Pedro que dice: "La cruel soledad no les ha concedido la gracia de creer y conocer dónde está la Salud."
Entran al ruidoso y bien poblado suburbio de Ofel.
Después de algunos metros, de una puerta semicerrada sale festiva Analía, que venera al Maestro diciendo: "Tengo permiso de mi madre para estar hasta la tarde contigo, Señor."
"¿No le desagradará a Samuel?"
"No existe más Samuel en mi vida. ¡Y el Altísimo sea alabado! Sólo me conceda que así como me ha dejado, así no te abandone a Ti, Dios mío." La boca juvenil sonríe heroicamente, mientras unas lágrimas resplandecen en sus castos ojos.
Jesús la mira por unos instantes y por toda respuesta le dice: "Únete a las discípulas" y continúa su camino.
La madre de Analía habla con Jesús
Pero la madre de Analía, que ha envejecido más por los dolores que por los años, se acerca con señal de respeto y con voz afligida saluda: "La paz sea contigo, Maestro. ¿Cuándo podría hablarte? Tengo prisa..."
"Al punto." Y volviéndose a los que le acompañan dice: "Esperad aquí afuera. Entro por unos momentos en esa casa" y sigue a la mujer.
Analía, desde el grupo de las discípulas le grita: "¡Maestro!" Es un grito con el que quiere decir todo. Un grito suplicante.
"¡No temas! Está tranquila. Tu causa está en mis manos y también tu secreto" le responde. Y rápido entra por la puerta semicerrada.
Afuera la curiosidad tanto de hombres como de mujeres se convierte en una competencia por saber, por saber...
La mujer llora. Jesús apoyado contra la puerta que cerró al entrar, con los brazos cruzados sobre el pecho, la escucha. En medio de lágrimas el cuenta la volubilidad del novio, que se ha aprovechado de un pretexto para deshacerse de su compromiso... "De modo que Analía es como una repudiada, y nunca se casará porque dice que Tú no consientes en que después del repudio se vuelva a casar la mujer. Pero no es así. Ella es todavía joven. No se vende a ningún otro hombre, porque no ha sido de nadie. El tiene mucha culpa por ser cruel. Y algo más. Porque se le han metido las ganas de casarse con otra, así mi hija aparecerá a los ojos del mundo como una culpable, y se burlarán de ella. Te ruego Señor que me ayudes en todo esto, porque se debe a Ti."
"¿A mí? ¿En qué cosa he faltado?"
"¡Oh, Tú, no! Pero Samuel dice que Analía te ama. Y finge tener celos. Ayer por la tarde vino aquí. Ella había ido a verte. Se puso furioso y juró no tomarla por mujer. En esos momentos regresó Analía y le respondió: "Muy bien haces. Sólo me desagrada que vistas la verdad de las cosas con los harapos de la mentira y de la calumnia. Sabes que a Jesús no se le ama sino con el alma. Tu alma está ya corrompida y deja a la Luz por un placer sensual, entre tanto que yo abandono este por Ella. No podremos tener un solo pensamiento como deben tenerlo los esposos. Vete pues, y que Dios te acompañe". Ni una lágrima ¿comprendes? Nada que hubiera conmovido el corazón de Samuel. Mis esperanzas han muerto. Ella... no cabe duda que por ligereza, es la causa de su ruina. Llámala al orden, Señor. Háblale. Haz que vea la razón. Busca a Samuel. Está en la casa de Abraham su pariente, en la tercera casa después de la Fuente de la higuera. ¡Ayúdame! Pero antes háblale a ella, ¡y pronto!..."
"Le hablaré. Pero deberías dar gracias a Dios que desata un compromiso humano, que no prometía ninguna cosa buena. Samuel es voluble e injusto para con Dios y para con su prometida..."
"Sí. Pero es algo atroz que el mundo piense que ella es la culpable, lo mismo que Tú, sólo porque es tu discípula."
"El mundo acusa y luego olvida. Al contrario el cielo es eterno. Tu hija será una flor de él."
"Entonces ¿para qué hiciste que viviera? Hubiera sido una flor sin haber probado la amargura de la lapidación de la calumnia... ¡Oh! Tú que eres Dios, llámala, haz que entre en razón, y luego haz lo mismo con Samuel."
"Ten presente, mujer, que ni siquiera Dios puede oprimir la voluntad y libertad del hombre. Samuel y tu hija tienen el derecho de seguir lo que creen que es bueno para ellos. Sobre todo Analía lo tiene..."
"¿Por qué?"
"Porque Dios la ama más que a Samuel. Porque más que este, ella lo ama. ¡Tu hija pertenece a Dios!"
"¡No! En Israel no existe esto. La mujer debe casarse. Es mi hija... Su futuro matrimonio me daba paz para el futuro..."
"Si no hubiera Yo intervenido, hace un año que tu hija estaría en el sepulcro. ¿Quién soy para ti?"
"El Maestro y Dios."
Y como Dios y como Maestro digo
que el Altísimo tiene más derecho
que cualquier otro sobre sus hijos,
y que mucho se cambiará en la nueva religión.
Que según ella será posible que las mujeres
consagren su virginidad por amor de Dios.
"Y como Dios y como Maestro digo que el Altísimo tiene más derecho que cualquier otro sobre sus hijos, y que mucho se cambiará en la nueva religión. Que según ella será posible que las mujeres consagren su virginidad por amor de Dios. No llores. Deja tu casa y ven con nosotros hoy. Ven. Allá fuera está mi Madre con otras madres heroicas que han dado sus hijo al Señor. Únete a ellas."
"Habla con Analía... ¡Haz la prueba, Señor!" gime la mujer.
"Está bien. Haré como quieres" dice Jesús, y abriendo la puerta grita:
"Madre, ven con Analía."
Las dos mujeres entran.
"Analía, tu madre quiere que te haga reflexionar una vez más. Quiere que hable con Samuel. ¿Qué hacer? ¿Qué respondes?"
"Habla. Yo misma te lo ruego, sólo porque quisiera que al oírte cambiara de conducta y se hiciera bueno. En cuanto a mí Tú lo sabes. Te ruego que des a mi madre la respuesta verdadera."
"¿Has oído?"
"¿Cuál es, pues, la respuesta?" pregunta con voz destrozada la madre de Analía, que al oír las primeras palabras de su hija creyó que volvería atrás, pero luego comprendió que no es así.
"La respuesta es que hace un año tu hija es de Dios y el voto es perpetuo, hasta que dure la vida."
"¡Oh, desgraciada de mí! ¿Qué madre habrá más infeliz que yo?"
María suelta la mano de Analía
para tomar entre sus brazos a su madre y
dulcemente le dice:
María suelta la mano de Analía para tomar entre sus brazos a su madre y dulcemente le dice: "No peques con el pensamiento y con la lengua. No es una cosa infeliz dar a Dios un hijo, sino más bien una gloria. Un día me dijiste que tu dolor era no haber tenido sino una sola hija, porque habrías querido el varón consagrado al Señor. Y tienes no un varón sino un ángel, un ángel que precederá al Salvador en su triunfo. ¿Y quieres considerarte desgraciada? Mi madre desde el primer latido que sintió en su seno me consagró al Señor, y eso que me había concebido en edad tardía. Y no estuve con ella sino tres años. Sólo la llevé en el corazón. Y sin embargo el haberme dado a Dios fue su tranquilidad a la hora de su muerte... ¡Ea, ven al templo a alabar a quien tanto te ama que escoge a tu hija por esposa! Trata de ser realmente sabia en tu corazón. Y no pongas límites a tu generosidad para con el Señor."
La madre de Analía no llora más. Escucha... Ahora se decide. Toma su manto y se lo envuelve. Al pasar ante su hija suspira: "Primero la enfermedad, luego el Señor... ¡Ah, no debería haberte tenido!"
"No, madre. No hables así. Jamás como ahora me tienes. Tú y Dios. Dios y tú. Vosotros solos, hasta la muerte..." y la abraza dulcemente.
"¡Bendíceme, madre! Dame tu bendición porque sufro mucho al tener que hacerte sufrir. Pero Dios así lo quiere..."
Se besan y lloran. Luego salen detrás de Jesús y de la Virgen. Cierran la puerta y se van con las discípulas.
"¿Por qué entramos, Señor, de esta parte? ¿No sería mejor que entrásemos por la otra?" pregunta Santiago de Zebedeo.
"Porque, pasando por aquí, pasamos ante la torre Antonia."
"¿Y esperas?... ¡Ten cuidado, Maestro!... El Sanedrín te espía" dice Tomás.
"¿Cómo lo sabes?" pregunta Bartolomé.
"Basta reflexionar en su interés para comprender. Me habéis dicho que con miles de excusas vienen continuamente a mirar lo que hacemos... ¿Porqué objeto, sino para encontrar culpa en El?"
"Tienes razón. No pasamos por la Antonia, Maestro. Si los romanos no te ven, tanto mejor."
"No es esta la razón que te mueve, sino el desprecio que sientes por ellos ¿o no es así, Bartolomé? ¡Qué sabio serías si arrancases de tu corazón estas miserias!" le responde Jesús que sigue su camino sin hacer caso.
Jonatás está en la puerta del palacio de Cusa
y apenas ve a Jesús,
da la voz a los que están dentro.
Sale al punto Cusa y se inclina.
Lo sigue Juana lista Ya a unirse al grupo
de las discípulas.
Permite a tu siervo que te invite a comer."
"Sí, con la condición de que me permitas
dar ese banquete a los pobres e infelices."
Para ir a la Antonia deben pasar por el Sixto donde está el palacio de Juana, y el de Herodes, un poco separados el uno del otro. Jonatás está en la puerta del palacio de Cusa y apenas ve a Jesús, da la voz a los que están dentro. Sale al punto Cusa y se inclina. Lo sigue Juana lista ya a unirse al grupo de las discípulas.
Cusa dice: "He oído que este día estás en nuestra casa. Permite a tu siervo que te invite a comer."
"Sí, con la condición de que me permitas dar ese banquete a los pobres e infelices."
"Como creas, Señor. Ordena y se hará lo que desees."
"Gracias. La paz sea contigo, Cusa."
Juana pregunta: "¿Tienes algunas órdenes para Jonatás? Está a tu disposición."
"Las daré después haber ido en el templo. Vamos, nos aguardan."
pasan cerca del bello y fatídico palacio
de Herodes.
de la Antonia
Poco después pasan cerca del bello y fatídico palacio de Herodes. Está cerrado como si nadie habitara en él. Pasan cerca de la Antonia. Los soldados contemplan el pequeño cortejo del Nazareno.
Entran en el templo. Y mientras las mujeres se quedan en la parte inferior, los varones van a su lugar.
Se acercan casi hasta donde se hace la presentación de los niños y la purificación de las mujeres. Un pequeño grupo acompaña a una joven madre. Se ponen a ver las ceremonias rituales.
Dorca, la joven de Cesarea de Filipo,
consagra su hijo al Señor
"¡Un pequeño consagrado al Señor, Maestro!" dice Andrés que está viendo la escena.
"Y si no me equivoco es la mujer de Cesarea de Filipo, la del castillo. Me pasó por delante cuando te esperábamos en la Puerta Dorada" observa Santiago de Alfeo.
"Tienes razón. Ha venido también la suegra y el intendente de Filipo. No nos han visto, pero nosotros sí a ellos" añade Tadeo. Y Mateo por su parte: "Pero nosotros hemos visto a María de Simón con un viejo. No estaba Judas. Su madre parecía estar muy triste. Miraba con ansia a su alrededor."
"Después la buscaremos. Ahora roguemos. Simón de Jonás, haz la oferta al gazofilacio. Por todos."
Oran recogidos. Mucha gente señala al Maestro.
Un breve altercado, en que sobresale la voz
aguda de una mujer hace que
los menos recogidos volteen la cabeza.
"Si he venido aquí para ofrecer mi varoncito
al Señor, puedo quedarme otro poco para
ofrecerlo a quien me lo salvó para Dios."
Un breve altercado, en que sobresale la voz aguda de una mujer hace que los menos recogidos volteen la cabeza.
"Si he venido aquí para ofrecer mi varoncito al Señor, puedo quedarme otro poco para ofrecerlo a quien me lo salvó para Dios."
Voces nasales insisten: "No es lícito a mujer detenerse aquí después del rito. ¡Lárgate!"
"Me iré, pero detrás de El."
"¡Calma! ¡Calma! Dejad que la mujer hable y que pruebe cómo puede afirmar que el Nazareno le salvó su hijo para Dios" se oye gritar a una voz cascada.
"¿Y qué te importa, Jonatás de Uriel?"
"¡Que si me importa! Ciertamente aquí hay algún pecado. Una nueva prueba. Óyeme, mujer, ¿cómo te salvó ese hombre tu hijo? ¿Quieres decirlo a nosotros que buscamos la verdad por todas partes?" pregunta con voz delicada este fariseo que no me es desconocido.
"¡Oh, sí! Lo digo con todo el corazón agradecido. Estaba desesperada porque había nacido muerto. Soy viuda, y este niño es todo para mí. Entonces vino El y le dio la vida."
"¿Cuándo? ¿Dónde?"
"En Cesarea de Filipo. Soy del castillo de Cesarea."
"¡La vida! Habrá estado sólo privado el niño..."
"¡No! ¡Estaba muerto! Mi madre puede testimoniarlo. Y también el intendente del castillo. Se acercó El y le sopló en la boca. El niño se movió y empezó a llorar."
"¿Dónde estabas?"
"En la cama, señor. Había dado a luz."
"¡Oh, qué horror!"
"¡Ah, anatema!"
"¡Impuro!"
"¡Sacrílego!"
"Ved si no tenía razón de interrogarla."
"¡Eres un sabio, Jonatás de Uriel! ¿Cómo intuiste?"
"Conozco al hombre. Lo vi violar el sábado en mis tierras de la llanura para saciar su hambre."
"Arrojémoslo de aquí."
"Digámoslo a los príncipes de los sacerdotes."
"No. Interroguémoslo si se ha purificado. No podemos acusar sin estar ciertos."
"Cállate, Eléazar. No te ensucies con una defensa estúpida."
La joven Dorca, que se encuentra en medio del fuego, culpa sin querer de todo esto, explora en un grito de llanto: "¡Oh, no le hagáis mal por mi causa!"
Algunos desalmados se han acercado
a Jesús e imperiosamente le dicen:
"Ven aquí a responder."
Algunos desalmados se han acercado a Jesús e imperiosamente le dicen: "Ven aquí a responder."
Los apóstoles y discípulos se mueven entre la ira y el temor. Jesús sereno, majestuoso sigue a quien lo ha llamado.
"¿Reconoces a esta mujer?" le gritan, echándolo dentro el círculo que rodea a Dorca y señalándola como si fuera una leprosa.
"Sí. Es una joven viuda y madre que vive en Cesarea de Filipo. Esta es su suegra. Aquel el intendente del castillo. ¿Y ahora?"
"Te acusa de haber entrado a su habitación cuando estaba dando a luz."
"¡No es verdad, Señor! No no lo he dicho. Dije que devolviste la vida a mi hijo. ¡Y no más! Quería que te honraran, y es todo al revés. ¡Oh, perdóname, perdóname!"
El intendente de Filipo acude en su ayuda: "No es verdad. Vosotros mentís. Ella no se ha expresado de ese modo, soy testigo, y estoy dispuesto a jurar que el Rabí no entró en la habitación, sino que desde el umbral hizo el milagro."
"¡Cállate" ¡Tú eres un criado!"
"No. No me callaré y se lo diré a Filipo que venera al Rabí más que vosotros, ¡hipócritas devotos del Dios Altísimo!"
El altercado pasa de la mujer al terreno
religioso y político.
El altercado pasa de la mujer al terreno religioso y político. Jesús calla. Dorca llora.
Eléazar, el huésped recto que estuvo en el banquete que dio Ismael, dice: "Creo que la duda se ha esclarecido y que no existe ninguna acusación. El Rabí una vez que esta justificado puede irse libre."
"No. Quiero saber si se purificó por haber tocado a un muerto. ¡Que lo jure por Yeové!" grita Jonatás de Uriel.
"No me purifiqué porque el niño no estaba muerto, sino que no podía respirar."
"¡Ah! Ahora sí te gusta decir que no resucitó ¿eh?" aúlla un fariseo.
"¿Por qué no te jactas como hiciste en Quedes?" le pregunta otro.
"¡No perdamos el tiempo en palabras! Arrojémoslo y llevemos la nueva acusación al Sanedrín. ¡Hay un montón de acusaciones!"
"¿Qué otra?" pregunta Jesús.
"¡Que cómo qué otra! ¡El haber tocado a una leprosa sin haberte purificado! ¿Puedes negarlo? ¡El haber blasfemado tanto en Cafarnaum que los más justos te han abandonado! ¿Puedes negarlo?"
tú Sadoc, que me acusas, sabes por el marido
de Anastásica que no estaba leprosa.
Lo sabes bien,
tú cómplice del adulterio de Samuel,
"No niego nada. Pero no tengo ningún pecado, porque, tú Sadoc, que me acusas, sabes por el marido de Anastásica que no estaba leprosa. Lo sabes bien, tú cómplice del adulterio de Samuel, tú mentiroso ante el mundo para favorecer la sensualidad de un torpe, y llamando lepra a lo que no lo es, y condenando a una mujer en Israel a la tortura de ser llamada "leprosa", sólo porque eres cómplice del marido culpable."
El escriba Sadoc, uno de los que estuvieron en Giscala y luego en Quedes, al sentirse descubierto, se escurre sin hablar. La gente le chifla.
"¡Silencio! ¡Es un lugar sagrado!" dice Jesús. Y ordena a las mujeres y a los que lo acompañan diciendo: "Vámonos. Venid conmigo donde me esperan." Majestuoso se encamina.
La mujer Una y otra vez repite:
"Mi hijo es suyo. Se lo he consagrado."
El intendente por su parte se acerca a Jesús:
"Maestro, conté a Filipo el milagro.
Quisiera verte y oírte.
¿No irás a su casa, verdad?
"No soy un payaso ni un mago.
Soy el Maestro de la Verdad.
Que venga a ella que no lo rechazaré."
La mujer responde a todos los que le preguntan sobre el milagro. Una y otra vez repite: "Mi hijo es suyo. Se lo he consagrado."
El intendente por su parte se acerca a Jesús: "Maestro, conté a Filipo el milagro. Me mandó decirte que te ama. Tenlo presente ante las asechanzas de Herodes... y de los demás. Quisiera verte y oírte. ¿No irás a su casa, verdad? ¡Cuánto le gustaría tenerte aun en su Tetrarquía!"
"No soy un payaso ni un mago. Soy el Maestro de la Verdad. Que venga a ella que no lo rechazaré."
Están en el patio de las mujeres.
"¡Helo ahí! ¡Helo ahí!" dicen las discípulas a la Virgen que está afligida por la tardanza.
Se reúnen. Jesús quiere despedirse de los de Cesarea para ir en busca de la madre de Judas, Dorca se arrodilla diciendo: "Te buscaba yo antes que la que buscas, y que es madre de un discípulo. Te buscaba para decirte: "Este hijo mío es tuyo. Varón unigénito. Te lo consagro. Eres el Dios viviente. Sea tu siervo". "
"¿Sabes lo que significa esto? ¿Quieres consagrar tu hijo al dolor, perderlo como madre, recuperarlo como mártir en el cielo? ¿Te sientes como para ser mártir en la persona de tu hijo?"
"¡Sí, Señor mío! Su muerte me habría hecho mártir, y ¡qué martirio! Por Ti lo seré de una manera perfecta."
Oh, María de Simón ¿cuándo viniste?"
Acabo de llegar con Ananías, mi pariente.
"Ven conmigo, madre. Hablaremos
en casa de Juana.
Aquí no hay lugar."
"!Así sea!... Oh, María de Simón ¿cuándo viniste?"
"Acabo de llegar con Ananías, mi pariente. También yo te andaba buscando."
"Lo sé. Mandé a Judas que te avisara que vinieras. ¿No fue?"
La madre de Judas baja la cabeza y en voz baja: "Inmediatamente después de él salí para ir a Getsemaní. Pero ya habías salido... Vine al templo corriendo... ahora te encuentro... a tiempo para haber oído a esta joven, que ya es madre, y tan dichosa... ¡Oh, cómo querría poder hablar como ella de un Judas recién nacido"... de un Judas bueno, manso... como uno de estos corderitos..." y entre lágrimas señala los corderos que van para que los sacrifiquen. Se envuelve en su manto para ocultar su llanto.
"Ven conmigo, madre. Hablaremos en casa de Juana. Aquí no hay lugar."
Las discípulas ponen en medio a la madre de Judas, y su pariente Ananías se mezcla con los discípulos. También Dorca y su suegra se vienen con las discípulas... María de Alfeo y Salomé van extasiadas viendo al pequeñín.
Se dirigen a la salida, pero antes de llegar, se presenta un esclavo romano que entrega una tablilla encerada a Juana, la cual la lee y responde: "Dirás que sí. Después del mediodía, en mi casa, en el palacio."
Se oye el grito de contento de Yaia
y de su madre al ver al Salvador:
"¡Vedlo, vedlo!
¡Ved al que me devolvió la luz!
¡Bendito Tú, Luz de Dios!"
y se postran.
Se oye el grito de contento de Yaia y de su madre al ver al Salvador: "¡Vedlo, vedlo! ¡Ved al que me devolvió la luz! ¡Bendito Tú, Luz de Dios!" y se postran.
La gente se amontona, pregunta, comprende, lanza gritos de hosanna.
El viejo Matías, el hombre que hospedó en la noche de lluvia a Jesús y a los suyos cerca de Yabes Galaad, también lo venera y lo bendice.
Después el abuelo de Marziam, los demás campesinos a los cuales ordena Jesús, después de haber hablado con Juana: "Venid conmigo", como lo dijo también a Yaia, a Dorca y a Matías.
Cerca de la Puerta Dorada está Marcos de Yosía, el discípulo infiel, que está hablando animadamente con Judas Iscariote. Este ve venir al Maestro y se lo dice. Marcos se voltea cuando tiene ya a sus espaldas a Jesús. Las miradas se cruzan. ¡Qué mirada la de Jesús! Pero Marcos está sordo a cualquier llamamiento. Para huir lo más pronto posible casi empuja a Jesús contra una columna. Por toda reacción dice: "¡Marcos, detente! ¡Por compasión a tu alma y a tu madre!"
"¡Satanás!" le grita y se va.
"¡Horror!" gritan los discípulos. " ¡Maldícelo, Señor!" y el primero en decirlo es Judas Iscariote.
"No... No sería más Jesús... Vámonos."
"¿Pero cómo es posible que se haya hecho así? ¡Tan bueno que era!" pregunta Isaac que parece como si una flecha lo hubiera traspasado al ver el cambio de Marcos.
"Es un misterio. ¡Algo inexplicable!" dicen varios.
Y Judas de Keriot: "Lo estaba haciendo hablar. Es un hereje. Pero qué bien habla. ¡Casi te persuade! ¡Cuando era un hombre recto, no era un hombre tan sabio!"
"¡Dirás mejor que no era tan necio, cuando vivía como endemoniado en Gamala!" le replica Santiago de Zebedeo.
"¿Por qué, Señor, cuando estaba endemoniado
no te hacia daño como ahora?
¿No podrías curarlo para que no te lo haga?"
Contra esta segunda posesión no puedo nada.
Debería hacer violencia
a la voluntad libre del hombre."
Y Juan pregunta: "¿Por qué, Señor, cuando estaba endemoniado no te hacia daño como ahora? ¿No podrías curarlo para que no te lo haga?"
"Porque ahora en él vive un demonio inteligente. Antes era como una fonda en que había una legión de demonios. Le faltaba el consentimiento. Ahora su inteligencia quiere a Satanás y este ha metido en él una fuerza demoníaca inteligente. Contra esta segunda posesión no puedo nada. Debería hacer violencia a la voluntad libre del hombre."
"¡Sufres, Maestro!"
"Sí. Son mis aflicciones... mis derrotas. Y me entristezco porque son almas que se pierden. Sólo por esto. No por el mal que me hicieren."
La madre de Judas mira tan fijamente su hijo
que este le pregunta:
"En una palabra, ¿qué te pasa?
Quisiera que no fueras hacerte digno
de esas palabras del Maestro.
Esperando que pase un río de gente y de cabalgaduras, se han detenido en un cruce. La madre de Judas mira tan fijamente a su hijo que este le pregunta: "En una palabra, ¿qué te pasa? ¿Es la primera vez que miras mi cara? De veras que estás enferma y debo hacerte curar."
"¡No estoy enferma, hijo! ¡Y no es la primera vez que te veo!"
"¿Y entonces?"
"Y entonces... nada. Quisiera que no fueras hacerte digno de esas palabras del Maestro."
"Yo no lo abandono y no lo acuso. Soy su apóstol."
Siguen caminando hasta que Jesús se detiene para despedirse de Juana y de las discípulas que se van con ella a su casa. Los varones van al Getsemaní.
"Podíamos ir allá todos. Me hubiera gustado oír lo que diría Elisa."
"Lo oirás, porque sólo hasta ahora lo oirá de mis labios y sabrá que le encomiendo a Anastásica."
"¿Será el banquete esta noche?"
"Sí.
Ya dije a Juana lo que tiene que hacer."
"¿Será el banquete esta noche?"
"Sí. Ya dije a Juana lo que tiene que hacer."
"¿Qué cosa? ¿Cuándo se lo dijiste?"
"Lo veréis. Se lo dije cuando nos despedíamos. Vámonos para estar pronto en el jardín de Juana."
VI. 374-384
A. M. D. G.