LLEGADA A ENGADDI

 


 

#se encuentran ante el vasto panorama del Mar Muerto con sus dos orillas.  

  #Es un espectáculo de grandeza solemne, triste, recordar, al mirarlo, lo que puede el pecado y lo que puede la ira del Señor. Porque un inmenso espejo de agua sin una sola vela, sin una sola barca, sin un ave, sin un animal que pase por él o vuele sobre él, o que beba en sus orillas, es algo horrible.   

#Aquella es Engaddi, a la que han cantado los poetas de nuestra Patria. ¡Ved qué hermosa es la región que baña el agua en medio de un espectáculo tan tétrico! Bajemos. Vamos a llevar el Agua viva que del Cielo ha descendido a la joya de Israel.   

#entran en la blanca ciudad, Buscan alojo en nombre de Dios en las primeras casas. Y estas, amables como la naturaleza, se abren de inmediato,

 


 

se encuentran ante el vasto panorama 

del Mar Muerto con sus dos orillas.

 

Los viajeros, aunque estén cansados de una larga caminata hecha tal vez en dos etapas, desde el crepúsculo hasta este amanecer, por senderos escabrosos, no pueden menos que exclamar admirados cuando, llegados al último trecho de camino, sobre el que se encienden diamantes al contacto del sol matinal, se encuentran ante el vasto panorama del Mar Muerto con sus dos orillas.

La que da hacia el occidente deja un pequeño espacio plano entre el Mar Muerto y la línea de colinas, que parecen la última ondulación de la cadena de montes de la Judea -ondulación que avanza sobre la playa desierta, y que se queda allí, llena de vegetación, después de haber puesto al desnudo desierto entre sí y la vecina cadena de montes de la Judea- la orilla oriental muestra montes que descienden a pique al Mar Muerto. No puede uno menos de pensar que el terreno, debido a una espantosa catástrofe telúrica, se haya hundido, como si se le hubiese cortado, descubriendo grietas verticales al lago de las que bajan arroyos, más o menos abundantes en agua, destinadas a evaporarse en sal en las aguas negras, malditas, del Mar Muerto. Detrás, más allá del lago y de los primeros picos de los montes, hay otros y otros más, hermosos con los rayos matinales. Al norte está la desembocadura verde azul del Jordán, al sur montes que sirven de corona al lago.

 

Es un espectáculo de grandeza solemne, triste,

 recordar, al mirarlo, 

lo que puede el pecado 

y lo que puede la ira del Señor. 

 

Porque un inmenso espejo de agua 

sin una sola vela, sin una sola barca, sin un ave, 

sin un animal que pase por él o vuele sobre él, 

o que beba en sus orillas, 

es algo horrible.

Es un espectáculo de grandeza solemne, triste, amonestadora, en que se funden los contornos confusos de los montes y el oscuro del Mar Muerto que parece recordar, al mirarlo, lo que puede el pecado y lo que puede la ira del Señor. Porque un inmenso espejo de agua sin una sola vela, sin una sola barca, sin un ave, sin un animal que pase por él o vuele sobre él, o que beba en sus orillas, es algo horrible.

En contraste con este espectáculo, las maravillas del sol sobre los montecillos y dunas, hasta las arenas del desierto donde los cristales de sal toman la forma de jaspes preciosos esparcidos sobre la arena, sobre peñascos, sobre los troncos duros de las plantas del desierto, y cambiando así todo en belleza con el polvo diamantino esparcido sobre las cosas. Y todavía más milagroso es la fértil meseta de unos 150 metros sobre el nivel del mar. maravillosa con sus palmeras, con sus plantas, con sus viñedos de toda clase. Por esta meseta corre agua transparente, y sobre ella hay una hermosa ciudad que rodean campos fertilísimos. Cuando pasea uno su mirada de la oscura cara del mar, del lado oriental en que se distingue un poco de tierra verde que avanza hacia el mar, en el sudeste, al desolado desierto de Judea, del majestuosos centro que forman los montes judíos, a esta meseta tan dulce, que sonríe, que florece, parece que desapareciera una horrible pesadilla y sobreviniese en su lugar una visión suave de paz.

 

Aquella es Engaddi, 

a la que han cantado los poetas de nuestra Patria. 

 

¡Ved qué hermosa es la región que baña 

el agua en medio de un espectáculo tan tétrico!

 

 Bajemos. 

Vamos a llevar el Agua viva que del Cielo 

ha descendido 

a la joya de Israel.

 

"Aquella es Engaddi, a la que han cantado los poetas de nuestra Patria. ¡Ved qué hermosa es la región que baña el agua en medio de un espectáculo tan tétrico! Bajemos a sumergirnos dentro de sus vergeles, porque todo allí es jardín, todo prado, todo bosque, todo viñedos. Esta es la antigua Jaesón Tamar, como lo dicen sus bellas palmeras, bajo las que es todavía más hermoso levantar la tienda, cultivar la tierra, amarse, crear los hijos y los ganados, bajo el canto de sus hojas, de sus ramas. Este es el oasis que alegra, que sobrevivió en medio de las tierras que Dios castigó; que está rodeado como una perla engarzada, por senderos propios de las cabras, de los cabrillos, como se dice en los Reyes; en cuyos senderos hay para los perseguidos, para los cansados y abandonados, cavernas que los hospedan. Acordaos de David, nuestro rey, y acordaos de que fue bueno con Saúl su enemigo. Esta es Jaesón Tamar, Engaddi, la fuente, la bendecida, la belleza, de la cual partieron los enemigos contra el rey Josafat y sus súbditos que, atemorizados, fueron reconfortados por Yajasiel, hijo de Zacarías en quien hablaba el Espíritu de Dios. Y alcanzaron una gran victoria porque tuvieron fe en el Señor y merecieron su ayuda con la penitencia y oración, con que precedieron la batalla. Es la ciudad a la que cantó Salomón, cual tipo de belleza entre lo bello. Esta es de la que habla Ezequiel, como si el Señor la alimentase con sus aguas... Bajemos. Vamos a llevar el Agua viva que del Cielo ha descendido a la joya de Israel."

Y, casi a la carrera, bajan por un sendero resbaladizo, con recodos, que parece un zigzag, en la roca calcárea de color rojizo que en los lugares donde se acerca más al mar, llega hasta los límites del monte que le sirve de cornisa. Es una vereda que provoca mareos aun al mejor montañés. Los apóstoles quedan detrás de Jesús, y los de mayor edad, están todavía muy lejos de El, cuando ya ha llegado a las primeras palmeras y viñedos de la fértil llanura que canta al son de las aguas cristalinas y de pájaros de toda clase.

Blancas ovejas pacen bajo el techo ligero de las palmeras, de las mimosas, de los árboles de bálsamo, de árboles de pistacho, y de otro que exhalan aromas delicados y que se combinan con los de los rosales, del espliego en flor, de la canela, mirra, incienso, azafrán, jazmines, lirios, convalarias, y del áloe que es gigantesco, del clavo y benjuí que derraman sus lágrimas junto con otras resinas que brotan de los troncos en que se han hecho hendiduras. En realidad este "es el huerto circundado, la fuente del vergel". Y fruta, y flores, fragancia, belleza surgen por todas partes. No hay en Palestina un lugar tan bello como este, tanto por su extensión como por su naturaleza. Al contemplarlo, se comprenden muchas páginas de poetas del Oriente, cuando cantan las bellezas de los oasis como si fueran paraísos sembrados en la tierra.

 

entran en la blanca ciudad, 

Buscan alojo en nombre de Dios 

en las primeras casas. 

 

Y estas, amables como la naturaleza, 

se abren de inmediato,

 

Los apóstoles, sudados, pero llenos de admiración, se reúnen con el Maestro y juntos bajan por un buen camino hacia la orilla a la que se llega después de haber pasado varios terraplenes bien cultivados, de los que descienden en medio de juvenil sonrisa, corrientes de agua para el cultivo de la llanura que termina en la playa. A la mitad de la orilla entran en la blanca ciudad, en que se oye el susurrar de las palmeras, olorosa de rosales y de miles de flores de sus jardines. Buscan alojo en nombre de Dios en las primeras casas. Y estas, amables como la naturaleza, se abren de inmediato, mientras la gente pregunta quién es el "Profeta que parece un rey Salomón vestido de lino y radiante de belleza."...

Jesús con Juan y Pedro entra a una casucha donde vive una viuda con un único hijo. Los demás se fueron acá y allá, después de que el Maestro los bendijo y les ordenó que se reuniesen a la hora del crepúsculo en la plaza mayor.

VII. 514-517

A. M. D. G.