PREDICACIÓN Y MILAGROS EN ENGADDI
#El sinagogo explica la historia de su familia
#Refiere la historia de los Reyes Magos que se refugiaron de Herodes en esas tierras
#Quien posee fe, posee el camino de la Vida. Quien sabe creer, no yerra.
#Jesús cura a Paloma la esposa del sinagogo
Jesús, ya hacia el crepúsculo, un crepúsculo de fuego que pinta de rojo las blanquísimas casas de Engaddi, y de madreperla negra al Mar Muerto, se dirige a la plaza principal. Con El va el joven que lo hospedó y que lo guía por los vericuetos de la ciudad, que es oriental por su arquitectura.
Los habitantes, para defenderse del sol -que debe ser cruel en estos lugares extensos frente a la losa pesada del Mar Salado, del que, según me imagino, emergerán vahos enrojecidos, en estos lugares que se encuentran en medio del desnudo desierto sobre el que el sol sin compasión alguna echa fuego- han hecho calles estrechas, que parecen serlo todavía más por los aleros y cornisas de las casas que sobresalen, de modo que al levantar los ojos se ve una tirita de cielo, de azul oscuro.
Las casas son altas. Casi todas de dos pisos y con su terraza, a la que, aunque esté alta, han llegado las vides y sobre ellas se han extendido para dar sombra y para brindar sus racimos que serán dulces como la pasa seca, al haberse madurado bajo el sol, entre el reverbero de los muros y del suelo de la terraza. Las vides compiten en ayudar a los hombres, en proteger a las numerosísimas aves que desde los pajarillos hasta las palomas, hacen sus nidos en Engaddi, con palmas desmochadas, nacidas acá y allá, y con árboles frutales sin par, que se yerguen en los patios, en los jardines circundados de las casas, y se asoman hacia afuera, aparecen por las blancas paredes, con sus ramas cargadas de frutos maduros bajo un sol bienhechor, y suben más allá de las arquivoltas numerosas que hacen verdaderas galerías en ciertos lugares, interrumpidas acá y allá por razones arquitectónicas, y que suben hacia el cielo así que no aparece dividido, tan azul-fuerte que da la impresión de que si fuese posible tocarlo, debería dar la sensación de tocar un grueso terciopelo o un cuero liso, que pintó o dibujó un excelente pintor con unos colores perfectos, con más de turquesa, y con menos de zafiro. Una pintura hermosísima, que jamás podrá olvidarse.
¡Y cuánta agua!... ¡Cuántas fuentes y manantiales no estarán borbollando dentro de los patios, en los jardines de las casas, entre los millares de verdes árboles! Al pasar por las callejuelas, todavía desiertas, porque sus habitantes o todavía están trabajando, o están en sus hogares, se oye cómo gotea el agua, cómo juguetea, choca, canta como si fuese un arpa de la que un artista arrancase melodías. Y para aumentar este encanto, las arquivoltas, los ángulos continuos de las calles que se siguen, recogen los cánticos, las voces de las aguas, las amplifican, las aumentan con el eco, y forman un arpegio por doquier.
Y luego, palmas y más palmas. Donde hay una plazuela, digamos, del tamaño, de una habitación, he ahí los esbeltos troncos, altos, que se arrampican hacia el cielo, que apenas si muestran mover allá arriba la cabellera de sus hojas que se balancean. Troncos esbeltos cual una línea recta. Y su sombra que al mediodía cae perpendicular en la plazuela y la cubre toda, ahora caprichosamente cae sobre las paredes de las terrazas más altas.
La ciudad es limpia con respecto a las demás ciudades de Palestina. Tal vez se debe a que las casas están muy juntas una contra otra, o a que todas tienen patios y jardines muy bien cultivados. El caso es que sus habitantes no arrojan todas las suciedades a la calle; antes bien, recogen éstas y las de los animales en apropiados estercoleros para abonar los árboles o los bancales. Es en realidad un caso raro de orden. Las calles son limpias, secas con el sol. No se ve nada de verduras tiradas, sandalias rotas, harapos, excrementos y basuras semejantes que se ven en la misma Jerusalén, en las calles que están un poco retiradas del centro.
"Ven a la plaza mayor.
Oirás al Rabbí que viene conmigo."
"Dejad las ovejas en el redil
y venid a la plaza mayor con vuestros familiares.
Está entre nosotros el Rabbí de Galilea.
Hoy nos hablará."
Ahí viene el primer campesino que regresa de su trabajo, cabalgando sobre un asno de color ceniza. Para defender su borriquillo de las moscas, le ha puesto de gualdrapa ramos de jazmín. El borrico viene trotando y sacudiendo sus orejas y las sonajas entre la perfumada capa de jazmines. El campesino mira y saluda. El joven le dice: "Ven a la plaza mayor. Oirás al Rabbí que viene conmigo."
Allá llega un hato de ovejas que llena la calle, al salir de una plazuela, más allá de la cual se ve la campiña. Vienen unidas unas con otras, y meten la pezuña donde la otra la metió. Todas con la cabeza baja, como si fuese muy pesada para el delgado pescuezo con respecto al tronco; vienen trotando con su paso extraño y con sus panzas gordas que parecen envoltorios apoyados en cuatro estacas... Jesús, Juan y Pedro imitan al joven pegándose contra la pared para dejarlas pasar. Un hombre y un niño vienen detrás del hato. Miran y saludan. El joven dice: "Dejad las ovejas en el redil y venid a la plaza mayor con vuestros familiares. Está entre nosotros el Rabbí de Galilea. Hoy nos hablará."
He ahí a la primera mujer que sale, rodeada de hijos, para ir a quién sabe dónde. El joven le dice: "Ven con Juan y con tus hijos a oír al Rabbí a quien llaman el Mesías."
Las puertas se abren poco a poco al atardecer y dejan entrever jardines, o quietos patios en los que las palomas picotean sus alimentos. El joven se asoma a una d estas casas abiertas y grita: "Venid a oír al Rabbí, el Señor."
Llegan, por fin, a una calle recta, la única recta en esta ciudad que no ha sido construida según un plan, sino como lo quisieron las palmas y los gruesos árboles de pistacho, que no cabe duda cuentan con cientos de años, y se les ha respetado cual nobles ciudadanos, gracias a los cuales no se muere de insolación. He ahí, al fondo, una plaza en que hacen de columnas los esbeltos troncos de palmeras. Parece una de esas salas de antiguos templos y palacios de columnas, dispuestas a determinada distancia para formar una floresta de piedra que sostiene el techo. Aquí las palmeras son las columna, y, tupidas como son, forman con sus hojas que se besan, un techo de esmeralda sobre la blanca plaza en medio de la que hay una fuente alta y cuadrada que rebosa de aguas cristalinas que brotan de una columnita que está en el centro, y caen en grandes tazones más bajos, donde pueden beber los animales. En estos momentos los palomos, domésticos, pacíficos, han llegado a la fuente y beben o con sus patitas rojas danzan en el borde, o bien se sacuden las plumas que brillan más con las goticas de agua que quedaron en ellas.
Hay gente. Están los ocho apóstoles que habían ido acá y allá en busca de alojo, y cada uno ha traído consigo un buen número de personas, deseosas de oír al que el apóstol indicó como el Mesías prometido. Los apóstoles se apresuran a ir a donde está el Maestro y cual jefes en miniatura arrastran consigo sus conquistas.
Jesús levanta su mano para bendecir
a los discípulos y a los habitantes de Engaddi
Judas de Alfeo toma la palabra
en nombre de todos:
"Maestro y Señor. ... Todos, sobre todo las mujeres,
desean conocerte, y entre todos el sinagogo.
Aquí está. Abraham, da un paso adelante."
Jesús levanta su mano para bendecir a los discípulos y a los habitantes de Engaddi
Judas de Alfeo toma la palabra en nombre de todos: "Maestro y Señor. Hicimos lo que nos dijiste y estos saben que hoy la Gracia de Dios está entre ellos, pero también quieren la Palabra. Muchos te conocen por haber oído hablar de Ti. Algunos porque te vieron en Jerusalén. Todos, sobre todo las mujeres, desean conocerte, y entre todos el sinagogo. Aquí está. Abraham, da un paso adelante."
"¡Paz al anciano y justo siervo de Dios!"
Y éste no sabe, en su emoción, sino responder:
"¡Sea alabado Dios!
Mis ojos han visto al Prometido.
¿Y qué más puedo pedir a Dios?"
entona el salmo de David (34º):
El hombre, ya muy anciano, avanza. Está conmovido. Querría hablar, decir algo, pero en su emoción no encuentra las palabras que había preparado. Se inclina para arrodillarse, apoyándose sobre el bastón, pero Jesús se lo impide. Lo abraza, diciendo: "¡Paz al anciano y justo siervo de Dios!" Y éste no sabe, en su emoción, sino responder: "¡Sea alabado Dios! Mis ojos han visto al Prometido. ¿Y qué más puedo pedir a Dios?" Y, levantando los brazos en actitud hierática, entona el salmo de David (34º): " 'Ansiosamente esperé al Señor y El ha regresado a mi'. "
Pero no lo dice todo. Recita sólo los puntos más interesantes para la ocasión: " 'Escuchó mi grito. Me sacó del abismo de la miseria y del fango del pantano...
En mi boca ha puesto un cantar nuevo.
Bienaventurado el hombre que ha colocado en el Señor su esperanza.
Muchas cosas maravillosas, oh Señor Dios mío, has hecho, y no hay nadie que en designios te iguale. Quisiera decirlos, quisiera hablarlos, pero su multitud no tiene número.
No quisiste ni el sacrificio, ni la ofrenda, sino que me has dado inteligencia... (se conmueve cada vez más).
Está mandado que haga tu voluntad... Tu Ley la tengo en medio de mi corazón.
He anunciado tu justicia ante la gran asamblea. Ved, que no tengo los labios cerrados, y Tú lo sabes, Señor.
Dentro de mí no escondí tu justicia. Tu verdad la proclamé igual que la salvación que de Ti sale...
Oh Señor, no dejes de compadecerte de mí...
Desgracias sin cuento (y llora, las palabras las pronuncia con voz trémula por las lágrimas) han caído sobre de mí...
Soy un mendigo, un menesteroso, pero el Señor tiene cuidado de mí. Tú eres mi ayuda, mi protector. ¡Oh, Dios mío, no tardes!..."
Así dice el salmo, Señor, y me lo apropio: Dime que vaya a Ti y te diré lo que el salmo dice: "Sí, al punto voy'. "
Se calla. Toda su fe se le ve en los ojos empañados por los años.
Se le murió su hija y le dejó los pequeñuelos.
Su mujer se ha puesto ciega y como demente
por los sufrimientos
y del único hijo que tuvieron,
no se sabe nada.
La gente es la que se encarga de dar la explicación: "Se le murió su hija y le dejó los pequeñuelos. Su mujer se ha puesto ciega y como demente por los sufrimientos y del único hijo que tuvieron, no se sabe nada. Desapareció de la noche a la mañana..."
Jesús coloca su mano sobre la espalda del anciano y le dice: "Los sufrimientos de los justos tienen la rapidez del vuelo de una golondrina con respecto al premio eterno. Devolveremos a tu Sara sus ojos de otros tiempos y su cabeza de cuando tenía veinte años para que consuele tu vejez."
"Se llama Paloma" advierte uno del pueblo...
Oíd ahora esta parábola que os propongo.
" ¿No quisieras primero quitar las tinieblas
de los ojos de mi mujer,
lo mismo que las que tiene su inteligencia
para que pueda saborear la Sabiduría?"
"Para él es su "princesita". Oíd ahora esta parábola que os propongo."
"¿No quisieras primero quitar las tinieblas de los ojos de mi mujer, lo mismo que las que tiene su inteligencia para que pueda saborear la Sabiduría?" pregunta ansioso el viejo sinagogo.
"¿Eres capaz de creer que Dios todo lo puede, y que su poder se extiende de un confín al otro del mundo?"
El sinagogo explica la historia de su familia
"Sí, Señor. A mi memoria llega el recuerdo de una noche de hace años. Era yo feliz, Creía en la alegría. Porque así es. Mientras el hombre es feliz, puede hasta olvidarse de Dios. Creía también en Dios aun en aquellos tiempos de alegría en que era joven y robusta mi mujer, y crecía, Elisa, bella cual una palma y ya había sido prometida. También crecía Eliseo quien la igualaba en belleza y la superaba en robustez como conviene a un varón... Había ido con el muchachito a los manantiales que están cerca de los viñedos, dote de Paloma, dejando a ella y a mi hija en el telar, en que estaban tejiendo vestidos para las bodas... ¡Pero tal vez te fastidio! El miserable sueña siempre en la pasada alegría que a los otros no interesa..."
"Habla, habla."
Refiere la historia de los Reyes Magos
que se refugiaron de Herodes en esas tierras
"Había ido con el niño... a los manantiales... Si viniste por el camino que está al poniente, sabrás dónde están... Los manantiales servían de límite, y, al tender los ojos, se veía más allá, el desierto y el camino que reverberaba con las piedras romanas, que podían distinguirse bien en medio de la arena de Judea... Después... desapareció también aquella señal. No es maravilla alguna que una señal se pierda en la arena. Lo malo es que se haga desaparecer la señal de Dios, que envió a señalarte a los espíritus de Israel. ¡En muchos corazones! Mi niño me dijo: "¡Padre, mira! Una gran caravana, y caballos y camellos y siervos y personajes a la vuelta de Engaddi. Tal vez vienen a los manantiales antes de que caiga la tarde..." Levanté los ojos de los sarmientos, ojos cansado, de la abundante cosecha y vi... Se acercaban a los manantiales. Bajaron, me vieron y me preguntaron si podían acampar en ese lugar y por aquella noche.
"Engaddi tiene casas hospitalarias y está cerca" repuse
"No. Tenemos que velar para huir en caso de necesidad, porque Herodes nos busca. Las guardias desde aquí pueden distinguir cualquier camino, y fácil será escapar".
"¿Qué crimen habéis cometido?" pregunté admirado y pronto para señalar las cavernas de nuestros montes, como es nuestra costumbre sagrada para con los perseguidos. Y añadí: "Sois extranjeros y de lugares diversos... No puedo comprender cómo habréis podido cometer algún crimen contra Herodes..."
"Hemos adorado al Mesías que nació en Belén de Judá a donde nos guió la estrella del Señor. Herodes lo anda buscando y por esto nos busca para que le indiquemos el lugar. Lo busca para matarlo. Tal vez la muerte nos sorprenderá en los desiertos de un largo y desconocido camino, pero no denunciaremos al Santo descendido del cielo".
El sueño de todo verdadero israelita.
Mi sueño.
Y estaba ya en el mundo.
Y en Belén de Judá según lo que se había predicho...
¡El Mesías! El sueño de todo verdadero israelita. Mi sueño. Y estaba ya en el mundo. Y en Belén de Judá según lo que se había predicho... Pedí noticias y noticias, apretando contra mi pecho a mi hijo: "¡Escucha, Eliseo! ¡Recuerda! ¡Seguro que tú lo verás!" En ese entonces tenía ya más de cincuenta años y no tenía esperanzas de que lo vería... ni me imaginaba que pudiese llegarlo a ver hecho ya un hombre... Eliseo... no lo puede adorar ya..."
El viejo llora nuevamente. Se calma. Dice: "los tres Sabios hablaron con dulzura y te describieron, lo mismo que a tu Madre, y tu padre... Me habría pasado la noche con ellos... pero Eliseo se dormía en mis brazos. Me despedí de los tres Sabios prometiéndoles que guardaría el secreto para no ser causa de que se les fuera a hacer algún daño. Pero todo se lo conté a Paloma, y esto fue el sol en nuestras desgracias que nos han perseguido. Luego supimos lo de la matanza... y por años no supe que vivieses. Ahora lo sé. Pero yo sólo porque Elisa ha muerto ya, Eliseo no está aquí, y Paloma no puede saber la fausta noticia... Pero la fe en el poder de Dios, que era ya viva, se hizo perfecta desde aquel lejano atardecer en que tres hombres, de raza diversa, dieron testimonio del poder de Dios al haberse unido por medio de las voces de las estrellas y de los corazones, en el camino de Dios, para ir a adorar a su Verbo."
Ahora escuchad.
"¿Qué es la fe?
Semejante a una semilla de palma
es tal vez pequeña,
tan sólo tiene una frase breve:
"Dios existe"
"Y tu fe tendrá su premio. Ahora escuchad.
"¿Qué es la fe? Semejante a una semilla de palma es tal vez pequeña, tan sólo tiene una frase breve: "Dios existe", frase que alimenta con la siguiente afirmación: "Yo lo vi". Como fue la fe que Abraham tuvo en Mí por las palabras de los tres Sabios del Oriente. como fue la de nuestro pueblo, que se transmitieron los antiguos patriarcas, el uno al otro. Adán a sus hijos, el Adán que aunque pecador, se le creyó cuando dijo: "Dios existe, y nosotros existimos porque El nos creó. Yo lo conocí a El". Como fue aquella fe, cada vez más perfecta, porque se el iba agregando cada vez más una revelación, y herencia radiante de manifestaciones divinas de apariciones angelicales, de luces del Espíritu. Semillas siempre pequeñas en comparación al Infinito. Minúsculas. Pero echando raíces, hendiendo la corteza dura de su ser humano envuelto en dudas y vacilaciones. triunfando sobre las hierbas nocivas de las pasiones, de los pecados, sobre el moho de los decaimientos, sobre la carcoma de los vicios, sobre todas las cosas, se levanta la fe en los corazones, crece, se lanza hacia el sol, hacia el firmamento y sube, y sube... hasta que se liberta de los lazos de la carne y se funde en Dios, en el conocimiento perfecto de El, en su completa posesión, después de la muerte, en la Vida verdadera.
Quien posee fe, posee el camino de la Vida.
Quien sabe creer, no yerra.
Quien posee fe, posee el camino de la Vida. Quien sabe creer, no yerra. Ve, reconoce, sirve al Señor, y obtiene la salvación eterna. Para él el Decálogo es vital, y cada precepto suyo es una piedra preciosa con que se va cubriendo su futura corona. Para él la promesa del Redentor es salvación. ¿Murió el que creía en Mí, antes de que hubiese Yo aparecido sobre la tierra? No importa. Su fe lo iguala con los que ahora se me acercan con amor y fe. Los justos que han pasado ya por la tierra, pronto se alegrarán, porque su fe no tardará en recibir su premio. Iré, después de haber cumplido la voluntad de mi Padre, y diré: "¡Venid!" y todos los que hayan muerto en la Fe, subirán conmigo al Reino del Señor. Imitad en la fe a las palmas de vuestras tierras, que nacen de una pequeña semilla, pero tan decididas en querer crecer, y crecer tan erguidas, como que se han olvidado del suelo y enamorado del sol, de los astros, del firmamento. Tened fe en Mí. Sabed creer en lo que muy pocos en Israel creen, y os prometo la posesión del Reino celestial, con el perdón de la culpa de origen y con la justa recompensa a todos aquellos que practican mi doctrina, que es la dulcísima perfección del inacabable Decálogo de Dios.
Quien dudas, venga a Mí.
Quien desee la Vida, venga a Mí.
Sin temor alguno,
porque, porque Yo soy la Misericordia
el Amor."
Estaré hoy y mañana entre vosotros. Mañana es sábado y sagrado. Partiré al alba del siguiente día. Quien tenga penas venga a Mí. Quien dudas, venga a Mí. Quien desee la Vida, venga a Mí. Sin temor alguno, porque, porque Yo soy la Misericordia el Amor."
Jesús cura a Paloma la esposa del sinagogo
Jesús dibuja un gran ademán para despedir a sus oyentes y para que puedan ir a cenar y descansar. El mismo hace como que se va, cuando una viejecilla, que hasta estos momentos estuvo oculta en el ángulo de una callejuela, se abre paso entre la gente que todavía quiere estar cerca del Maestro, y entre el grito de sorpresa de la misma gente, viene a arrodillarse a los pies de Jesús, gritando: "¡Seas bendito! Y sea bendito el Altísimo que te envió. Sean benditas las entrañas que te engendraron, que son más que de mujer, porque te pudieron llevar."
El grito de un hombre se junta al de ella: "¡Paloma! ¡Paloma! ¡Oh! ¿Ves? ¿Comprendes? Hablas sabiamente al reconocer al Señor. ¡Oh, Dios! ¡Dios de mis padres! ¡Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob! ¡Dios de los Profetas! ¡Dios de Juan, el Profeta! ¡Dios, Dios mío! ¡Hijo del Padre! ¡Rey como el Padre! ¡Salvador por obedecer al Padre! ¡Dios como el Padre, y Dios mío, Dios de tu siervo! ¡Sé bendito, amado, seguido, adorado para siempre!"
Y el viejo sinagogo cae de rodillas junto a su mujer. La abraza con el brazo izquierdo, se la acerca a su pecho, se inclina y hace que ella también se incline para besar los pies del Salvador, entre tanto que gritos de alegría retumban en los troncos. Tan fuertes son que los palomos, que estaban ya en sus nidos, levantan el vuelo, y giran sobre Engaddi como si quisieran esparcir por todos los lugares de la ciudad la buena nueva, la nueva de que el Salvador está entre sus murallas.
VII. 514-524
A. M. D. G.