ELISEO DE ENGADDI, LEPROSO,
ES CURADO
#JESÚS SALE DE ENGADDI Y LE ACOMPAÑA
#"Llama a tu hijo. Dale valor. Dile que no tenga miedo, sino fe."
Probablemente fueron los mismos habitantes de Engaddi quienes aconsejaron que se anticipara la partida, porque era de noche completamente, y la luna muy próxima a su plenilunio, alumbraba con fuertes rayos la ciudad. Las callejuelas son hilos de plata entre las casas y los cercados de jardines, y parece que se cambia la argamasa en mármol por el efecto de la luna. Las palmas y demás árboles se transforman en fantasmas al contacto de la iluminación lunar. Las fuentes, los pequeños riachuelos de agua, son cascadas diminutas de perlas y diamantes. Desde follaje los ruiseñores hacen oír sus notas melodiosas y las juntan con los cánticos de las aguas que en la noche se oyen más claros, más sonoros.
JESÚS SALE DE ENGADDI Y LE ACOMPAÑA
EL SINAGOGO Y GENTE DE LA CIUDAD
La ciudad duerme. Hay alguien que sale con Jesús. Son los hombres de las casas donde se hospedaron tanto El como los apóstoles, y algún otro que quiso unirse. El sinagogo camina al lado de Jesús. De ninguna manera quiere dejarlo de acompañar antes de entrar en la abierta campiña aun cuando Jesús se lo prohíbe.
Han tomado el camino que lleva a Maseda, pero no el de abajo, el que costea el Mar Muerto y que oigo lo tienen por camino insalubre y peligroso si se hace de noche; han tomado el que va hacia dentro, que va por la costa, casi sobre las crestas de los montes que bordean el lago.
¡Qué hermoso es el oasis en esta noche espléndida! Parece un lugar de ensueño. Después del oasis, del verdadero oasis, las palmeras siempre son más ralas. Es el monte verdaderamente dicho, con sus árboles de alto tronco, con sus prados, con sus flancos llenos de cavernas, como casi todos los montes palestinenses. Pero podría decir que aquí son más numerosos, y que sus entradas, ya longitudinales, ya planas, ya derechas, o torcidas, o redondas hasta la mitad, bien cual una hendidura, enseñan contornos pavorosos a la claridad de la luna.
Abraham, el camino está más abajo.
¿Por qué vuelves subir?
Porque quiero mostrar al Mesías una cosa
y quiero pedirle que haga otra más
que se una a los grandes beneficios que me hizo.
"Abraham, el camino está más abajo. ¿Por qué vuelves subir? El camino así se hace más largo, además de que es difícil" advierte uno de Engaddi.
"Porque quiero mostrar al Mesías una cosa y quiero pedirle que haga otra más que se una a los grandes beneficios que me hizo. Si estáis cansados, regresad a vuestras casas o esperadme aquí. Voy solo" replica el viejo sinagogo que, jadeando, continúa por el sendero difícil y escabroso.
"¡Oh, no! Vamos contigo. Pero sentimos tu fatiga. Tu corazón jadea..."
y conoceréis qué dolor,
qué dolor había en el corazón
del que os consolaba en el vuestro.
Os he enseñado a creer en el Mesías... A
pesar de la matanza,
si el Señor avisó a los tres magos,
¿no habría avisado con mayor razón a su padre
y a su Madre para que huyeran,
llevándose consigo
la esperanza de Dios y del hombre?
"No es el sendero... Es otra cosa. Es una espada que llevo en el corazón... es una esperanza que lo llena. Acompañadme, hijos míos, y conoceréis qué dolor, qué dolor había en el corazón del que os consolaba en el vuestro. Cuánta... no desesperación, esto jamás... sino resignación de que no debía uno engañarse de que jamás se volvería a sentirse uno feliz, resignación del que siempre os aconsejaba a que esperaseis en el Señor que todo lo puede... Os he enseñado a creer en el Mesías... ¿Os acordáis de cómo, cuando podía hacerlo sin causarle, por otra parte, daño alguno, os hablaba valerosamente de El? Decíais: "¿Pero la matanza de Herodes?" Bien, no dejaba de ser una espina clavada en el corazón. Pero me aferraba con todas mis fuerzas a la esperanza... Decía: "Si Dios a tres hombres, que no pertenecían ni siquiera a Israel, les envió una estrella con que los invitó a ir a adorar al recién nacido Mesías, y los guió con ella hasta la pobre casa que los rabbíes de Israel no conocían, ni los príncipes de los sacerdotes, ni los escribas, si en el sueño les dijo que no volvieran al palacio de Herodes, para así salvar al Niño ¿no habría avisado con mayor razón a su padre y a su Madre para que huyeran, llevándose consigo la esperanza de Dios y del hombre?"
Abraham declara su gran dolor cuando
tiene que expulsar de su casa a su hijo Eliseo
por leproso.
Dolor que tenía oculto a sus feligreses
Mi fe en que se había salvado aumentaba, aunque dudas humanas le decían que no, o cuentos de otros... Y cuando... y cuando el mayor dolor que un padre puede soportar, cayó sobre mí, cuando debí llevar al sepulcro a un viviente... y decirle... y decirle... "Quédate aquí mientras vivas... y recuerda que si el amor de las caricias maternales o alguna otra cosa te llevasen a la población, yo deberé maldecirte, y seré el primero en arrojarte piedras, y abandonarte donde ni el amor más acendrado podrá ayudarte", cuando tuve que hacer esto... entonces me agarré más la fe en el Dios Salvador de su Salvador. Y se lo dije a mi hijo leproso, me lo dije a mí mismo, ¿comprendéis? Decir... al leproso... "inclinemos nuestras cabeza ante la voluntad del Señor y creamos en su Mesías.
Abraham cuenta como cada mes, cada luna
iba a ver con su esposa ciega a su hijo,
y después seguir hablando de Dios,
de sus grandezas, y las bellezas de todo lo creado,
teniendo ante sus ojos el espectro de su hijo
corroído,
que no podía defender de la acusación del pueblo
contra él.
Nunca le faltó la esperanza deque el Mesías
le vendría a ver
Yo Abraham, tú Isaac, a quien la enfermedad inmola, y no el fuego. Ofrezcamos nuestro dolor para que obtengamos el milagro..." Cada mes, cada luna nueva... venía aquí a escondidas, con alimentos, vestidos, amor, cosas que debía poner lejos de mi hijo, porque debía volver pronto a vosotros, hijos míos, pronto con mi esposa ciega, que no entendía más; ciega y demente del horrible dolor, debía volver a mi casa sin más hijos, sin más tranquilidad de un amor recíproco, a mi sinagoga y debía hablaros de Dios, de sus grandezas, de sus bellezas esparcidas en todo lo creado... Y tenía ante mis ojos el espectro corroído de mi hijo; y ni siquiera podía defenderlo cuando oía las murmuraciones contra él, de que era un ingrato, o un criminal, que se había escapado de mi casa, y cada mes, me decía al hacer este camino al sepulcro de mi hijo que vive: "El Mesías está entre nosotros. Vendrá. Te curará' y con ello alimentaba su corazón".
El año pasado, en la Pascua, en Jerusalén, cuando te buscaba y en el tiempo en que me separé de mi mujer ciega, me dijeron: "El es. Ayer estuvo aquí. Curó también a leprosos. Camina por toda la Palestina curando, consolando, enseñando". Al punto, como si fuese un joven, regresé acá. No me detuve ni siquiera en Engaddi, sino que vine aquí y llamé a mi hijo, al hijo que se me muere, y le dije: "¡El vendrá!
Devuelve el hijo a su madre, Tú,
el Hijo perfecto de la Madre la más amable.
En nombre de tu Madre
ten piedad de mí, de nosotros...
Señor... Muchos bienes has hecho a nuestra ciudad. No te vayas dejando a alguien que todavía está enfermo... Bendijiste hasta las plantas y animales. No querrás... Me curaste a mi mujer... ¿y no vas a tener compasión del fruto de sus entrañas?... Un hijo para la madre... Devuelve el hijo a su madre, Tú, el Hijo perfecto de la Madre la más amable. En nombre de tu Madre ten piedad de mí, de nosotros..."
Todos lloran con el anciano. Han sido elocuentes y desgarradoras sus palabras...
Jesús envuelve en sus brazos al anciano
que solloza y le dice:
"¡No llores más!
Vamos a donde está Eliseo.
Tu fe, tu justicia, tu esperanza, merecen esto y más.
¡No llores, padre! No perdamos tiempo
en librar del horror a tu hijo".
Jesús envuelve en sus brazos al anciano que solloza y le dice: "¡No llores más! Vamos a donde está Eliseo. Tu fe, tu justicia, tu esperanza, merecen esto y más. ¡No llores, padre! No perdamos tiempo en librar del horror a tu hijo".
"La luna comienza a bajar. El camino es escabroso. ¿No podríamos esperar hasta la aurora?" proponen algunos.
"No. Tenemos a nuestro lado árboles con resina. Cortad unas ramas, prendedlas y continuemos" ordena Jesús.
Suben por una vereda estrecha y difícil; parece el lecho seco de algún río temporal. Las teas chisporrotean envueltas en humo y en color rojizo despidiendo un fuerte olor a resina.
Se ve una caverna de estrecha entrada, casi oculta por grandes matorrales, nacidos a la vera de un manantial, más allá de una meseta estrecha cortada por la mitad por una hendidura en que se vierte el agua.
"Allá está Eliseo, hace años... en espera de la muerte o del favor de Dios..." dice el anciano en voz baja, señalando la caverna.
Dale valor. Dile que no tenga miedo, sino fe."
"Llama a tu hijo. Dale valor. Dile que no tenga miedo, sino fe."
Abraham con todas sus fuerzas grita: "¡Eliseo, Eliseo, hijo mío!" Vuelve a gritar, tembloroso de miedo en el silencio que le responde.
"¡Tal vez ya se murió!" dicen algunos.
"¡No, que se haya muerto ahora, no, al fin de su tormento, sin alegría, no! ¡Oh, hijo mío!" dice el padre en medio de gemidos...
"No llores. Vuelve a llamar otra vez."
"¡Eliseo, Eliseo! Por qué no respondes a..."
"¡Padre, padre mío! ¿Cómo es que vienes fuera de lo acostumbrado? ¿Murió acaso mi mamá, y me lo vienes a ...?" la voz, que antes era lejana, se ha acercado, y un espectro separa las ramas que ocultan la entrada. Un espectro horrible, un esqueleto, semidesnudo, corroído... que, al ver tanta gente con teas y bastones, quién sabe qué cosa se imagina, retrocede gritando: "¿Padre, por qué me traicionaste? Jamás salí de aquí... ¿Por qué traes contigo a los que me van a lapidar?" La voz se aleja, y el espectro tras de ella, tras de las ramas que se balancean.
"¡Dale valor! Dile que aquí está el Salvador" incita Jesús.
El anciano no tiene fuerzas... Llora tristemente.
"Hijo de Abraham y del Padre de los cielos,
escucha....
¡Sal afuera sin miedo alguno!
Llégate hasta la hendidura
y Yo también me acercaré, y te tocaré,
y quedarás limpio.
No tengas miedo del Señor que te ama. ...
Jesús se acerca a la hendidura,
toca con la punta de sus dedos la de los del leproso
y dice: "¡Quiero!"
y lo dice con una sonrisa de una belleza
indescriptible.
Repite: "Quiero!"
Ora y da la orden.
Jesús es el que le habla ahora: "Hijo de Abraham y del Padre de los cielos, escucha. Se va a realizar lo que tu padre, que es un hombre justo, escucha. Aquí está el Salvador, y con El tus amigos de Engaddi y los apóstoles de El que vinieron para participar de tu resurrección. ¡Sal afuera sin miedo alguno! Llégate hasta la hendidura y Yo también me acercaré, y te tocaré, y quedarás limpio. No tengas miedo del Señor que te ama."
Las ramas tornan a abrirse y el leproso mira lleno de espanto. Mira a Jesús, con su vestido blanco, que camina por la hierba de la meseta y que se detiene ante la hendidura... Mira a los demás... y sobre todo a su anciano padre, que como hechizado sigue a Jesús con los brazos extendidos, con los ojos clavados en la cara de su hijo leproso, que cobrando ánimos se acerca. Tropieza debido a las llagas que tiene en los pies... extiende sus manos corroídas... Se acerca a Jesús... Lo mira... Y Jesús extiende sus bellísimas manos, levanta los ojos al cielo; parece como si recogiese consigo toda la luz de las innumerables estrellas, y que se reflejase su cándido brillo en el cuerpo sucio, seco, que cae a pedazos, y que las teas, movidas para dar más luz, hacen que se vea todavía más horrible bajo su rojiza luz.
Jesús se acerca a la hendidura, toca con la punta de sus dedos la de los del leproso y dice: "¡Quiero!" y lo dice con una sonrisa de una belleza indescriptible. Repite: "Quiero!" Ora y da la orden.
"Y cuando te hayas purificado,
predica al Señor porque a El le perteneces.
Recuerda que Dios te amó porque fuiste
un buen israelita y un buen hijo.
Cásate y ten hijos, y edúcalos en el temor del Señor.
Mira que tu amargura ha acabado.
¡Bendice a Dios y sé feliz!"
"Vosotros, acercaos y ved lo que puede el Señor
para con los que lo merecen."
Luego se separa, retrocede. Abre sus brazos en cruz y dice: "Y cuando te hayas purificado, predica al Señor porque a El le perteneces. Recuerda que Dios te amó porque fuiste un buen israelita y un buen hijo. Cásate y ten hijos, y edúcalos en el temor del Señor. Mira que tu amargura ha acabado. ¡Bendice a Dios y sé feliz!"
Luego se vuelve a los que traen las teas y les dice: "Vosotros, acercaos y ved lo que puede el Señor para con los que lo merecen."
Baja los brazos, que así extendidos impedían ver al leproso, y se hace a un lado.
El primer grito que se oye es el del anciano,
que estaba arrodillado detrás de Jesús:
"¡Hijo, Hijo!
¡Hijo, como eras cuando tenías veinte años!...
En realidad esto es un milagro completo.
No sólo es una curación,
sino una restauración de lo que la enfermedad
había destruido.
El primer grito que se oye es el del anciano, que estaba arrodillado detrás de Jesús: "¡Hijo, Hijo! ¡Hijo, como eras cuando tenías veinte años! ¡Hermoso como entonces! ¡Robusto como entonces! ¡Bello, oh, más bello que entonces!... ¡Oh, una tabla, una rama, cualquier cosa para que llegue hasta donde está!" y hace por arrojarse.
Pero Jesús lo detiene: "¡No! Que el gozo no te haga olvidar la Ley. Primero debe purificarse. ¡Míralo! Bésalo con los ojos y con el corazón, como lo hiciste por muchos años. Sé feliz...
En realidad esto es un milagro completo. No sólo es una curación, sino una restauración de lo que la enfermedad había destruido. El hombre, que tendrá unos cuarenta años, está intacto como si nada hubiese tenido. Le queda sólo la flacura, que le da un aspecto ascético de una belleza no común y sobrenatural. Mueve sus brazos, se arrodilla, da gracias... no sabe qué hacer para decir a Jesús que le está agradecido. Al fin, ve flores entre la hierba; las corta, las besa y las arroja más allá de la hendidura, a los pies del Salvador.
"Vámonos. Vosotros los de Engaddi quedaros con vuestro sinagogo. Nosotros continuamos hacia Maseda."
"Pero no conocéis el... no podéis ver..."
"Conozco el camino. Todo lo conozco. Los senderos de la tierra y los de los corazones por los que transitan Dios y el Enemigo de Dios, y veo quién acoge a este y quién a Aquel. ¡Quedaos con mi paz! Pronto va a amanecer. Nos alumbraremos hasta el alba. Abraham, acércate, para que te de el beso de despedida. Que el Señor siempre esté contigo, como lo ha estado hasta el presente, y con los tuyos, y con tu ciudad buena."
"¿No volverás a ella, Señor? ¿Para ver mi casa, llena de alegría?"
y contigo los tuyos,
Amaos y educad a vuestros pequeñuelos
en la fe del Mesías...
Adiós a todos.
Paz y bendición a todos los presentes
y a todas vuestras familias.
Paz a ti, Eliseo.
Sé un hombre recto en agradecimiento al Señor.
Vámonos, apóstoles míos..."
"No. Mi camino pronto va a llegar a su meta. Pero en el Cielo estarás conmigo, y contigo los tuyos, Amaos y educad a vuestros pequeñuelos en la fe del Mesías... Adiós a todos. Paz y bendición a todos los presentes y a todas vuestras familias. Paz a ti, Eliseo. Sé un hombre recto en agradecimiento al Señor. Vámonos, apóstoles míos..."
Se pone a la cabeza del pequeño grupo que lleva ramas encendidas. Da vuelta por un peñasco que sobresale, y desaparece con su blanca vestidura. Después, uno por uno, van desapareciendo los apóstoles. Se aleja el rumor de las pisadas, se desvanece el color rojizo de las teas...
Sobre la meseta se han quedado padre e hijo. Están sentados a la orilla de la hendidura, contemplándose uno al otro... Detrás, en grupo, hablando en voz baja, están los de Engaddi... Esperan que llegue el alba para regresar a su ciudad con la noticia de la prodigiosa curación.
VII. 524-529
A. M. D. G.