EN LA CASA DE CAMPO DE LA MADRE
DE JUDAS
#"La paz sea contigo, María, y con tu casa." "¡Maestro!" "¡Oh, Señor, qué día santo y feliz!"
#Gracias, Señor. Gracias porque lo quieres mucho. Tu amor es el que salva mi Judas..."
#Jesús llama a los suyos, y entran en la casa.
#el rumor de algo que se mueve, llega hasta los oídos.
#Llegan Judas y Simón y refieren lo hecho
#Obedece siempre y te salvarás.
Llegan a la casa de campo de Judas en una fresca y brillante mañana. Los manzanares están bañados de rocío y la hierba es un tapiz de flores sobre el que abejas han comenzado a revolotear. La casa tiene abiertas ya las ventanas. Quien en ella vive, la mujer fuerte que combina su autoridad con gran bondad, está dando órdenes a sus servidores y personalmente da a cada uno sus alimentos antes de que partan al trabajo. Con su vestido oscuro se le ve pasar y volver a pasar a través de la amplia puerta de la cocina. Habla ya con este, ya con aquel. Y distribuye las porciones según las necesidades del trabajador. Una parvada de palomos la esperan a la puerta.
Jesús sonriente se adelanta y ya está casi cerca cuando María de Simón sale con una bolsita en la mano: "Y ahora a vosotros, palomos. Comeos esto, y luego, al sol, a alabar al Señor. ¡Orden, orden! Hay para todos sin que os peleéis..." Arroja la comida en todas direcciones para que los palomos no se traben en riñas inútiles. No ve a Jesús, porque está inclinada, y se agacha más para acariciar a sus palomos, que le picotean los dedos de los pies. María toma uno y lo acaricia. Luego lo suelta y da un suspiro.
"La paz sea contigo, María, y con tu casa."
"¡Maestro!"
"¡Oh, Señor, qué día santo y feliz!"
Jesús da un paso adelante: "La paz sea contigo, María, y con tu casa."
"¡Maestro!" exclama la mujer dejando caer la bolsita que tenía bajo el brazo, y corre al encuentro de Jesús, espantando a los palomos, que al punto vuelven y tiran de la bolsita, la picotean para satisfacer su voraz apetito. "¡Oh, Señor, qué día santo y feliz!", y hace ademán de arrodillarse para besar los pies de Jesús.
El se lo impide diciendo: "Las madres de mis discípulos y las israelitas santas no deben humillarse como esclavas ante mi presencia. Me han entregado su corazón leal y sus hijos. Y en cambio les amo con predilección."
La madre de Judas, conmovida, le besa las manos, mientras en voz baja dice: "Gracias, Señor."
Luego levanta su cabeza, mira el reducido grupo de los apóstoles que se ha estado quieto, y asombrada de que su hijo no le venga al encuentro, mira más detenidamente al grupo. Su cara palidece. Con ansia pregunta: "¿Dónde está mi hijo?" y mira con miedo, con aflicción a Jesús.
"No tengas miedo, María. Lo envié con Simón Zelote a la casa de Lázaro para un encargo. Si hubiera podido detenerme en Maseda todo el tiempo que había pensado, lo habría encontrado aquí. Pero no pude hacerlo. La ciudad no me quiso, me arrojó de sí. Y me vine prontamente aquí para encontrar consuelo con una madre y para darle el consuelo de que sepa que su hijo sirve al Señor" dice Jesús acentuando las última palabras para darles un amplio significado.
Gracias, Señor. Gracias porque lo quieres mucho.
Tu amor es el que salva mi Judas..."
María es como una flor marchita que vuelve a la vida. El color vuelve a sus mejillas, la luz a sus ojos. Pregunta: "¿De veras, Señor? ¿Es bueno él? ¿Te contenta? ¿De veras? ¡Oh, qué alegría! Alegría para el corazón de una madre. ¡H pedido tanto al Señor! ¡He dado mucha limosna! ¡He hecho muchos sacrificios!... ¿Y qué no haría yo para que mi hijo fuese un santo? Gracias, Señor. Gracias porque lo quieres mucho. Tu amor es el que salva mi Judas..."
"Tienes razón. Es nuestro amor que lo ... sostiene."
"¡Nuestro amor! ¡Cómo eres de bueno, Señor! ¡Poner mi pobre amor junto al tuyo, divino!... ¡Qué consuelo y paz me has dado con ellas! Judas muy poco podía aprovechar con solo mi amor, tan pequeño que es. Pero Tú, con perdonarlo... porque Tú conoces sus pecados; Tú con tu amor infinito que parece como si creciere cuanto más tiene necesidad de él, después de alguna falta que comete... Judas se vencerá a sí mismo, y para siempre. ¿No es verdad, Maestro?" La mujer lo mira fijamente con esos ojos profundos e indagadores, con sus manos en posición de plegaria.
"Su buena voluntad unida a nuestro amor
puede realizar verdaderos milagros, María.
Estate siempre tranquila,
recordando que Dios te ama,
te comprende y muy bien.
Siempre será para ti un amigo."
Jesús... ¡Oh! Jesús que no puede decirle sí, y que al mismo tiempo no quiere arrebatarle la paz de que goza, que quiere quitarle sus temores, encuentra una palabra que no es mentira, que no es una promesa, pero que la mujer acoge con un suspiro de alivio. Dice: "Su buena voluntad unida a nuestro amor puede realizar verdaderos milagros, María. Estate siempre tranquila, recordando que Dios te ama, te comprende y muy bien. Siempre será para ti un amigo."
María le besa nuevamente las manos para darle las gracias. Luego dice: "Entra entonces en mi casa, y esperemos a Judas. Aquí hay amor y paz, Maestro bendito."
Jesús llama a los suyos, y entran en la casa.
Jesús llama a los suyos, y entran en la casa.
Es tarde. La noche se posa lentamente sobre los campos. Los rumores se apagan el uno después del otro. Tan sólo queda entre la fronda el viento ligero que interrumpe el silencio. Después el primer grillo que canta sus amores entre los trigales maduros. Y luego otro... y otro más. Toda la campiña repite el mismo monótono canto... hasta que un ruiseñor lanza su primera melodía a las estrellas... se calla por un momento y luego vuelve a empezar. Se calla otra vez... ¿Qué espera?... ¿Tal vez que salga el primer rayo de luna?... Su trinar no es tan fuerte. Probablemente se ha metido en el follaje espeso del nogal que hay cerca de la casa, tal vez allí tiene su nido. Parece como si conversase con su amada que tal vez está empollando... Se oyen balidos, allá lejos. Estrépito de cencerros por la puerta que lleva a Keriot. Luego, silencio.
Jesús está sentado junto a María en uno de los asientos que hay enfrente de la casa. Con ellos están en esta hora de quietud los apóstoles y la servidumbre. ¡Qué dulces son las horas así! Cuerpo y alma gozan de ellas. Jesús habla poco, y a intervalos. Deja que los apóstoles refieran lo de Engaddi, lo del viejo sinagogo, lo del milagro. María y los siervos, atentos, escuchan.
el rumor de algo que se mueve,
llega hasta los oídos.
Algo se ha movido entre las remas del manzanar. Si aquí en el patio que está ante la casa, se puede ver algo gracias a las estrellas que titilan en lo alto, allá en la espesura, entre el tupido follaje, no hay luz, y sólo el rumor de algo que se mueve, llega hasta los oídos.
"¿Algún animal nocturno? ¿Alguna oveja perdida?" se preguntan varios. El recuerdo de la oveja trae en alas del recuerdo a muchos la oveja que bala, que gime porque se le ha arrebatado su corderito para matarlo.
"¡No puede tranquilizarse el animal!" dice el administrador. "Temo que la leche se le pare. No ha comido desde la mañana. Bala y siempre bala... Oídla..."
"Se le pasará... ¡Dan hijos para que nos los comamos!" dice filosóficamente un siervo.
"Pero no todas son iguales. Esta es menos tonta y sufre más. ¿La oyes? ¿No te parece como si llorara? No me digas que es tonta. Maestro... sufro como si fuese el llanto de una madre que ha perdido a su hijo..."
Llegan Judas y Simón y refieren lo hecho
"¡Y tú al contrario lo encuentras, mamá!" dice Judas de Keriot apareciéndose a sus espaldas junto con Simón y haciendo dar a todos un brinco de sorpresa.
"¡Maestro! Bendícenos ahora que hemos regresado, así como nos bendijiste al partir."
"Sí, Judas" y Jesús abraza a ambos.
"La tuya, mamá...": también María besa y abraza a su hijo.
"No pensábamos que te encontraríamos ya aquí, Maestro. Caminamos sin detenernos, y casi siempre por atajos para que no nos encontrásemos con alguien. Encontramos sí a algunos discípulos y avisamos a Juana y a Elisa que pronto nos veremos" dice Simón.
"Es verdad todo eso. Y además, Simón caminaba como un joven. Maestro, cumplimos con tu encargo. Lázaro está muy mal. El calor lo hace sufrir mucho más. Te ruega que vayas pronto a su casa... Maestro, fuera de la Antonia a donde fui por caridad a Egla, antes de que se vaya a Jericó y para agradecer a Claudia, no fui a ningún otro lugar. ¿No es verdad, Simón?"
que tiene la voluntad de ayudarte.
Se despidió de Egla.
ella quiere persuadir a Poncio de que no crea
las calumnias de los fariseos, saduceos y demás.
Nos dieron dinero para tus pobres.
"Cierto. Fuimos a la torre Antonia a la hora de siesta. Hacía un calor terrible, que obligaba a todos a que permaneciesen en casa. Mientras Judas hablaba con Claudia, a quien Albula Domitila había llamado al jardín, yo hablé con las otras. No creo haber hecho mal en darme a entender como pude, para saber lo que quería."
"Hiciste bien. Tienen ellas la voluntad de conocer la Verdad."
"Y Claudia la de ayudarte. Se despidió de Egla, que fue también a saludar a Plautina y las demás conocidas suyas, y me hizo varias preguntas. Si entendí bien, ella quiere persuadir a Poncio de que no crea las calumnias de los fariseos, saduceos y demás. Hasta un cierto punto Poncio se fía de sus centuriones, que son buenos para la batalla, pero no muy aptos para hacer de embajadores. Pide a su mujer que le ayude. Ella es una mujer inteligente hasta la astucia, y que quiere conocer las cosas como son. En realidad que el Procónsul es Claudia. El debe ser una nulidad que está arriba, porque ella es la que vale como fuerza y consejera. Os dieron dinero para tus pobres. Aquí está."
"¿Cuándo llegasteis? No parecéis estar ni cansados ni sucios" pregunta Santiago de Zebedeo.
"Antes del mediodía. Fuimos a Keriot para ver si estaba allí mi madre, y para avisar que llegarías. Me porté como quieres, Maestro. No me dejé llevar de los deseos humanos. ¿No es verdad, Simón?"
"Es así."
Obedece siempre y te salvarás.
"Hiciste bien. Obedece siempre y te salvarás."
"Así lo haré, Maestro. ¡Bueno! ahora que sé que Claudia está a nuestro favor, no tengo más mis necias prisas. Ahora son amor tan sólo. Y convendrás en ello. Amor desordenado... Desordenado porque se sentía uno sin protección, sin ayuda para llegar a la meta que es la de hacer que te amen, te respeten como mereces, como debe ser. Ahora estoy más tranquilo. No temo más. Hasta me es dulce el esperar..." Judas sueña con los ojos abiertos.
"No te entregues a tus ensueños, Judas.
Sigue firme en la verdad.
Soy la Luz del mundo, y la luz
la odiarán siempre las tinieblas..."
le amonesta Jesús.
"No te entregues a tus ensueños, Judas. Sigue firme en la verdad. Soy la Luz del mundo, y la luz la odiarán siempre las tinieblas..." le amonesta Jesús.
Ya salió la luna. Su blanco manto cubre la campiña. Hace pálidas las caras, y pinta de plata las casas y los árboles. El nogal se ríe a los besos de la luna. El ruiseñor acepta la invitación y se suelta en sus cantares, largos, melodiosos, que había guardado, para saludar a la noche y para hablar con la luna.
VII. 534-537
A. M. D. G.