EN BÉTER
#"¡Llegó Jesús! ¡Llegó Jesús!" ¡El Señor!" grita Juana #Juana dice: "Siéntate, Maestro. Debo hablarte y largamente."
Jesús, a quienes sigue Zelote que lleva de las riendas el asno sobre el que viene montada Elisa, llama a la puerta del jardín de Béter. No tomaron el camino de la vez anterior. Llegaron a las posesiones de Juana por el pequeño poblado derramado por las pendientes occidentales del monte sobre el que se yergue el castillo.
El guardián, que reconoce al Señor, se apresura a abrir el cancel, que está al lado de su casita, y que conduce al jardín situado frente a las habitaciones, y que es el principio de ese lugar de ensueño, el jardín de rosas de Juana. Un intenso aroma de rosas frescas, y de esencia de rosas llena el aire cálido del crepúsculo, y cuando llegan las primeras brisas de la noche, que vienen del oriente, la brisa pasa haciendo ondular los rosales en flor; y el aroma es más fuerte, más fresco, porque sopla de oteros en que hay rosales, y el perfume de esencia que emana de un tinglado bajo y largo contra el muro occidental es fuertísimo.
"No. Voy Yo mismo. Dios te bendiga y te dé su paz" dice Jesús, levantando la mano para bendecir al viejo guardián, a quien pacientemente escuchó. Lo deja y se dirige al tinglado bajo y largo.
"¡El Señor!" grita Juana
El ruido de los pasos en la tierra dura de la vereda hacen que Matías levante su cabecita por curiosidad y dando un grito se lanza afuera con los brazos abiertos y en alto, pidiendo su abrazo. "¡Llegó Jesús! ¡Llegó Jesús!" grita. Cuando está en los brazos de Jesús que lo besa, se asoma Juana en medio de sus trabajadores.
"¡El Señor!" grita a su vez, y cae de rodillas en el lugar donde se encuentra para venerarlo. Se levanta. Su cara refleja emoción pintada de un color púrpura ligero, cual de una rosa viva. Se acerca a Jesús. Se postra una vez más y le besa los pies.
"La paz sea contigo, Juana, ¿Querías hablarme? Heme aquí."
"Sí, Señor..." Juana se pone pálida y seria. Jesús lo nota.
"Levántate. ¿Está bien Cusa?"
"Sí, Señor mío."
"Y la pequeña María ¿dónde está que no la veo?"
"También está bien, Señor... Fue con Ester a traer medicinas para un sirviente enfermo."
"¿Por el siervo me mandaste llamar?"
"No, Señor... Por... Ti" Se ve claramente que Juana no quiere hablar en presencia de todos los que le rodean.
Jesús lo comprende y dice: "Está bien. Vamos a ver tus rosales..."
"Estarás cansado, Señor. Tendrás apetito... y sed..."
"No. Durante las horas de calor nos detuvimos en la casa de uno de los discípulos de los pastores. No estoy cansado..."
"Entonces, vamos... Jonatás, prepararás todo para el Señor y para quienes vinieron con El... Bájate, Matías..." dice al mayordomo que respetuoso está cerca de ella y al pequeñuelo que de los brazos de Jesús ha hecho un nido, y tiene reclinada su cabecita negruzca sobre el cuello de Jesús, como un palomito bajo el ala paterna. El niño no quisiera, pero se apresura a obedecer.
Jesús dice: "Que se quede. Vendrá con nosotros y no nos dará molestia. Será el pequeño ángel ante quien no puede hacerse o decir cosa que no esté bien, y que hará que no haya ninguna sospecha en los corazones. Vamos..."
"¿Maestro, quieres que Elisa y yo entremos adentro, o que estemos contigo?" pregunta Zelote.
"Podéis entrar."
Juana lleva a Jesús a través de la larga avenida que divide el jardín. Se va por los rosales que bajan y suben por las pendientes que son las posesiones en flor de la discípula. Juana sigue adelante. Como si quisiera en realidad estar sola donde haya tan sólo rosales y árboles, pajarillos entre las ramas que se pelean por tener un lugar donde pasar la noche, o que dan las últimas pinceladas a sus nidos.
Las rosas que mañana se habrán abierto completamente, y que caerán bajo las tijeras de los cortadores, esparcen un fuerte perfume antes de descansar bajo el rocío. Se detienen en un vallejuelo entre dos dobladuras del terreno, sobre el que a festones ríen de un lado rosas encarnadas, y del otro rosas como con manchas de sangre. Hay allí una piedra que hace de silla, y sirve para que sobre ella pongan los cortadores los cestos. Se ven rosas y pétalos tirados entre la hierba y sobre la piedra, lo que es prueba de que trabajaron este día.
"Siéntate, Maestro.
Debo hablarte y largamente."
Juana, con su mano en que se ven los anillos, retira de la piedra las flores y pétalos que había y dice: "Siéntate, Maestro. Debo hablarte y largamente."
Jesús se sienta y Matías se pone a correr aquí y allá sobre la hierba, hasta que encuentra algo que le llama la atención: un gordo sapo, que vino a tomar el aire fresco de la tarde. Echando grititos y saltos de alegría va y viene detrás del pobre sapo, hasta que ve un nido de grillos y cogiendo un palito se pone a sacarlos.
"Juana, estoy aquí para escucharte... ¿No hablas?" pregunta Jesús después de algunos momentos de silencio. Deja de mirar al niño para mirar a la discípula que está delante de El, de pie, seria y silenciosa.
"Sí, Maestro. Pero... es muy difícil... y creo que te vaya a hacer sufrir."
"Habla con sencillez y confiadamente."
si el Reino de que habla Jesús
es un reino de la tierra o un reino espiritual.
Si lo que busca Jesús es ser rey aquí abajo es
como conspirar contra Herodes
y contra Roma como también dudan las romanas
Juana se deja caer sobre la hierba, y doblando sus piernas, se sienta sobre calcañales. Está abajo respecto de Jesús que está sentado sobre la piedra, austero y rígido, como si estuviese separado por varios metros de la mujer, y cercano a ella como Dios y Amigo por su bondad en la mirada y en el rostro. Juana lo mira, lo mira en el crepúsculo suave de una tarde de mayo. Finalmente abre su boca: "Señor mío... antes de hablar... tendría necesidad de preguntarte... de conocer tu pensamiento... de comprender si me he equivocado en entender tus palabras... soy una mujer y una mujer tonta... tal vez soñé... y sólo ahora conozco la realidad de las cosas... de las cosas como las dices, como las preparas, como las quieres que sean para tu Reino... Tal vez tenga razón Cusa... y yo esté equivocada..."
"¿Te ha regañado Cusa?"
"Sí y no, Señor. Sólo me dijo, aprovechando su derecho de marido, que si los últimos hechos son como lo hacen pensar, debo dejarte, porque él que es un dignatario de la corte de Herodes, no puede permitir que su mujer conspire contra el rey."
"Pero ¿cuándo has conspirado? ¿Quién piensa en hacer daño a Herodes? Su pobre trono, tan despreciable, vale menos que este asiento de piedra entre los rosales. Aquí me siento, en el suyo jamás. Tranquiliza a Cusa. Ni el trono de Herodes, ni siquiera el de César me provocan para nada. ¡No son estos mis tronos, ni estos mis reinos!"
"¡Oh, sí, Señor! ¡Seas bendito! ¡Qué paz me das! Hace días que sufro por esto. Maestro mío, santo y divino, querido Maestro mío, mi Maestro de siempre como te entendí, te vi, te he amado, como en el que he creído tan alto, tan superior a la tierra; así, así divino, Señor mío y Rey celestial." Y Juana toma una mano de Jesús, le besa respetuosamente el dorso, poniéndose de rodillas, como en adoración.
"¿Pero qué pasó? ¿Es capaz de turbarte una cosa que Yo ignoro, de empañar en ti la limpidez de mi figura moral y espiritual? Habla."
"Maestro, los humos del error, de la soberbia, de la ambición, de la testarudez se levantaron como de fétidos cráteres y te han empañado en el concepto en que te tenían algunos, algunas... y lo mismo quería suceder en mí. Pero yo soy tu Juana, tu beneficiada, oh Dios. No me habría extraviado; por lo menos así lo espero, conociendo cuán bueno es Dios. Pero quien no es más que una pequeñez de corazón que lucha por formarse, puede muy bien morir por un desengaño. Quien trata de salir de un mar de fango, de un mar de fuerzas violentas, por llegar al puerto, a la playa para purificarse, conocer los lugares de paz, de justicia, el cansancio puede vencerlo, si pierde la confianza en esta playa, en estos lugares, y dejar que las corrientes, que el fango lo arrebaten. Sentía dolores, me sentía torturar al pensar en la ruina de las almas, para las que impetro tu Luz. Las almas que instruimos para la Luz eterna son mucho más queridas que los cuerpos que damos a luz. Ahora comprendo qué significa ser madre de un cuerpo humano, y madre de un alma. Lloramos por la criaturita que se nos muere; pero es sólo nuestro dolor. Por un alma que tratamos de que crezca en tu Luz y que se muere, se sufre no sólo por nosotras, sino contigo, con Dios... porque en el dolor que experimentamos con la muerte espiritual de un alma está también tu dolor, tu infinito dolor de Dios. No sé si me explico bien..."
"¡Y muy bien! Pero habla con orden, si quieres que te consuele."
"Sí, Maestro. Mandaste a Simón Zelote y a Judas de Keriot a Betania ¿no es verdad? Fue por esa niña hebrea que las romanas te regalaron y que Tú enviaste a Nique..."
"Así, ¿y qué?..."
"Ella quiso despedirse de sus buenas patronas, y Simón y Judas la acompañaron a la Antonia. ¿Lo sabías?"
"Sí, ¿y luego?"
sino más que un Rey del espíritu,
y que no piensas en reino terrenales?"
"Exacto, Juana.
¿Cómo puedes pensarlo de otro modo?"
"Maestro... debo darte un dolor... ¿Maestro, verdad que no eres sino más que un Rey del espíritu, y que no piensas en reino terrenales?"
"Exacto, Juana. ¿Cómo puedes pensarlo de otro modo?"
Maestro, el hombre de Keriot no te entiende,
y no entiende a quien te respeta como a un sabio,
a un gran filósofo,
como a la Virtud existente sobre la tierra,
y que sólo por esto te admira
y dice ser tu protectora.
Es extraño que haya paganas que comprendan
lo que un apóstol tuyo no ha comprendido
después de estar tanto tiempo contigo..."
"Lo ciega su ser humano, su amor humano."
"No quiero pensarlo, Maestro, para tener nuevamente la alegría de verte divino, sólo divino. Pero, porque eres tal debo darte un dolor... Maestro, el hombre de Keriot no te entiende, y no entiende a quien te respeta como a un sabio, a un gran filósofo, como a la Virtud existente sobre la tierra, y que sólo por esto te admira y dice ser tu protectora. Es extraño que haya paganas que comprendan lo que un apóstol tuyo no ha comprendido después de estar tanto tiempo contigo..."
"Lo ciega su ser humano, su amor humano."
"Lo excusas... pero te causa daño, Maestro. Mientras Simón habló con Plautina, con Lidia y con Valeria, Judas habló con Claudia, en tu nombre, como tu embajador. Le quiso arrancar la promesa de un restablecimiento del reino de Israel. Claudia le hizo muchas preguntas... El habló mucho. Ciertamente que piensa encontrarse en los umbrales de su necio sueño, donde este se cambia en realidad. Maestro, Claudia está irritada por esto. Es hija de Roma... Lleva el imperio en sus venas... ¿Se puede por ventura pretender que ella, hija de los Claudios, combata contra Roma? Se sintió airada que duda de Ti, de la santidad de tu doctrina. Ella no puede comprender la santidad de tu Origen... Pero llegará, porque hay en ella buena voluntad. Llegará cuando se le asegure acerca de tus intenciones. Por ahora apareces a sus ojos como un rebelde, un usurpador, un ambicioso, un falso... Plautina y las otras mujeres han tratado disuadirla... pero ella quiere una respuesta inmediata, que salga de Ti."
Yo soy Rey de reyes, El que los crea y juzga;
y que no tendré un trono que sea el del Cordero,
primero inmolado,
y luego triunfante en el cielo.
Hazle saber al punto."
"Dile que no tema. Yo soy Rey de reyes, El que los crea y juzga; y que no tendré un trono que sea el del Cordero, primero inmolado, y luego triunfante en el cielo. Hazle saber al punto."
"Sí, Maestro. Iré yo personalmente, antes de que salgan de Jerusalén porque Claudia está tan indignada que no quiere quedarse un momento más en la torre Antonia... para no... encontrarse con los enemigos de Roma, dice."
"¿Quién te lo dijo?"
"Plautina y Lidia. Vinieron aquí... y Cusa estaba presente... y luego... me puso el dilema. O Tú eres el Mesías espiritual o yo debo de abandonarte."
Yo lo tranquilizaré. No temas.
Que nadie se preocupe de algo.
Ni Cusa por su puesto en la corte;
ni Herodes de una eventual usurpación;
ni Claudia por amor de Roma;
ni tú tengas miedo de ser engañada,
ni de que vayas a separarte...
Jesús sonríe cansadamente. Su rostro está pálido por lo que acaba de oír de Juana. Dice: "¿No viene Cusa aquí?"
"Mañana, sábado, vendrá."
"Yo lo tranquilizaré. No temas. Que nadie se preocupe de algo. Ni Cusa por su puesto en la corte; ni Herodes de una eventual usurpación; ni Claudia por amor de Roma; ni tú tengas miedo de ser engañada, ni de que vayas a separarte... Nadie debe de temer... Yo sólo debo temer.. y sufrir..."
"Maestro, no quería darte este dolor. Pero quedarme callada, habría sido un engaño... ¿Cómo te vas a conducir con Judas?... Tengo miedo por Ti... siempre por Ti, de sus reacciones..."
"Me comportaré lealmente. Le haré comprender que sé todo, y que desapruebo sus acciones y su terquedad."
"Me odiará porque comprenderá que te enteraste por mí..."
"¿Te aflige eso?"
Si el día de mañana perdiese por tu causa
las riquezas, el amor de mi esposo,
y aun la libertad y la vida,
te amaría mucho más,
porque entonces no tendría a quien amar
más que a Ti,
y no tendría sino a Ti que me amaras"
dice Juana
"Que me odiases me afligiría, no él. Soy una mujer, pero con mayor valor que él para servirte. Te sirvo porque te amo, no por obtener honores de Ti. Si el día de mañana perdiese por tu causa las riquezas, el amor de mi esposo, y aun la libertad y la vida, te amaría mucho más, porque entonces no tendría a quien amar más que a Ti, y no tendría sino a Ti que me amaras" dice Juana impulsivamente, poniéndose de pie.
También Jesús se pone de pie dice: "Sé bendita, Juana, por estas palabras. Quédate en paz. Ni el odio, ni el amor de Judas pueden alterar lo que está escrito en el cielo: Mi misión se realizará como está decidido. No tengas jamás remordimientos. Quédate tranquila como Matías, que después de haber querido hacer una casa, según él, la más hermosa para su grillo, se ha quedado dormido con la frente sobre pétalos y sonríe... creyendo que la tiene sobre rosas. Cuando es uno inocente la vida es hermosa. También Yo sonrío, aun cuando la vida humana no tenga flores, sino pétales caídos, marchitos. Pero en el cielo tendré todas las rosas que serán los salvados... Ven.. Ya empezó a oscurecer, y todavía podemos distinguir el sendero."
Juana quiere tomar al niño en brazos.
"Déjalo... Yo lo hago. ¡Mira cómo sonríe! Ciertamente que sueña en cielo, en su mamá, en ti... También Yo, en mis penas diarias, sueño en el cielo, en mi Mamá y en las buenas discípulas."
Se dirigen despacio a la casa...
VII. 562-567
A. M. D. G.