EN CASA DE JOSÉ DE ARIMATEA

 


 

#José reparte a todos los infelices lo que necesitan  

 #"Y su siervo con El" dice Jesús que ha estado oculto detrás de una casita que tiene una valla, que no sé si sea horno o molino de aceitunas, y que sale a la era donde está José.   

#Habéis comprobado que la fe puede multiplicar la cosecha cuando este deseo se inspira en el amor. No limitéis vuestra fe a las necesidades materiales.      

#Bienaventurados los que sepan creer esto ya desde ahora, pues entonces creerán con más fuerzas, y tendrán fe en el Mesías y con ello la vida eterna.   

#Cura a los enfermos "Todo lo puede... y ¡todo lo quiere!" dice Jesús extendiendo con imperio su brazo derecho y lo baja como para jurar. Termina con un grito poderoso: "¡Se haga así, para gloria de Dios!" 

 


 

También acá la actividad de los segadores se nota por todas partes, mejor dicho, se notó, porque en los campos no queda una sola espiga en pie, en estos campos más cercanos a la costa mediterránea que los de Nicodemo. Jesús no fue a Arimatea, sino a las posesiones que tiene José en la llanura, cerca del mar y que, antes de la siega, tuvieron que ser un mar de espigas en miniatura porque son muy extensas.

Hay una casa baja, larga, blanca en el centro de los campos desnudos de su adorno. Una casa de campiña, pero bien vista. Sus cuatro eras están llenas de gavillas y más gavillas, como forman los soldados sus carros cuando hacen alto en el campo. Carretas y carretas transportan el trigo de los campos a las eras, y hombres y más hombres descargan, amontonan. José va de una era a la otra. Cuida que todo se haga bien.

Un campesino, desde lo alto de la carreta anuncia: "Hemos acabado, patrón. Todo el trigo está en las eras. Esta es la última carretada."

"Está bien. Descarga y luego desyunta los bueyes y llévalos a que beban agua. Y luego a sus establos. Trabajaron bien y merecen su descanso. También vosotros habéis trabajado y merecéis vuestro descanso. Y vuestra fatiga será llevadera porque para los corazones buenos es descanso la alegría ajena. Ahora vamos a hacer a que vengan los hijos de Dios y les daremos el regalo del Padre. Abraham, ve a llamarlos" dice, dirigiéndose a un campesino de aspecto patriarcal, que tal vez sea el primero entre los servidores de José; y lo creo porque veo que los demás le tratan con respeto. Este hombre no trabaja como los demás, sino que vigila y aconseja, ayudando a su patrón.

Abraham va... Veo que se dirige a una especie de inmenso galerón, con dos gigantescos portones que llegan hasta los canelones. Me imagino que es una clase de bodega donde se meten las carretas e instrumentos agrícolas. Entra, y sale seguido de una multitud heterogénea y pobre en que hay de todas las edades y de todas las miserias. Hay quienes parecen esqueletos, hay otros que están lisiados, ciegos, mancos, enfermos de la vista... Muchas viudas con no pocos huerfanitos a su alrededor, y también mujeres casadas cuyos maridos están enfermos. Mujeres de aspecto triste, abatido, escuálidas por las vigilias y sacrificios por curar al marido.

Salen con ese aire particular de los pobres cuando van a un lugar en que se les va a dar algo: temor en las miradas, huraña del pobre honrado, y con todo una sonrisa que emerge de la tristeza que días de dolor imprimieron sobre las caras gastadas; y con toda una chispa mínima de triunfo, como una respuesta a la mala suerte de días tristes, continuos, algo como si dijesen: "Hoy, es un día de fiesta también para nosotros. Hoy es fiesta. Hoy, alegría. Hoy, socorro."

Los pequeñuelos abren tamaños ojos ante los montes de gavillas, más altos que la casa y dicen, señalándolos a sus mamitas: "¿Para nosotros? ¡Qué grandes!" Los viejos murmuran: "¡El Bendito bendiga al misericordioso!" Los mendigos, lisiados, ciegos, mancos, o enfermos de la vista: "Tendremos finalmente pan también nosotros, sin tener que extender la mano." Los enfermos a sus familiares: "Al menos podremos curarnos sabiendo que no sufriréis por nosotros. Las medicinas nos harán bien ahora." Y los familiares a estos: "¿Lo veis? Ahora no diréis que ayunamos para daros el pedazo de pan. ¡Estad, pues, alegres!..." Y las viudas a los pequeñuelos: "Hijitos, hay que bendecir mucho al Padre de los cielos que os hace de padre, y al buen José que es su administrador. Ya no os oiremos llorar más de hambre, vosotros que no tenéis más ayuda que vuestras mamitas... La pobres mamitas que no tienen más riqueza que su corazón.

Un coro y un espectáculo que causa alegría, pero que también arranca lágrimas de los ojos...

 

José reparte a todos los infelices lo que necesitan

 

José pasa lista a estos infelices, pregunta a cada uno cuántos sean de familia, desde cuándo hayan empezado a ser viudas, cuántos enfermos, etc... y toma nota de ello. Luego según el caso dice a sus siervos: "Da diez." "Da treinta."

"Da sesenta" dice después de haber escuchado a un viejo semiciego que le sale al frente con diecisiete nietos, todos bajo los doce años, hijos de dos hijos suyos, que murieron uno en la siega del año anterior, y la otra de parto... "y" dice el viejo "su esposo ya se consoló y se ha casado otra vez después de un año de viudez. Me ha devuelto a los cinco diciendo que yo los tomara a mi cargo. Jamás un céntimo... Ahora mi mujer se me murió y me quedé solo... con estos...

"Da sesenta a este viejo padre nuestro. Y tú, padre, quédate aquí, que te daré vestidos para los pequeñuelos."

El siervo hace notar que si se dan 60 gavillas cada vez, no alcanzará para todos.

"¿Y dónde está tu fe? ¿Acaso amontoné las gavillas para mí? No. Para los hijos más queridos a los ojos del Señor. El proveerá para que todos tengan algo" responde José a su siervo.

"Está bien, patrón, pero el número es número..."

"Pero la fe es fe. Para mostrarte que la fe puede todo, ordeno que se les dé doble, empezando por los primeros. Quien recibió diez, recibirá otras diez, y el que veinte otras veinte; y da ciento veinte al padre. ¡Hazlo! ¡Hacedlo!"

Los siervos se encogen de hombros y ejecutan las órdenes.

La distribución continúa en medio de una admiración gozosa de los pobrecitos que ven que se les da algo que jamás habían creído.

José sonríe. Acaricia a los pequeñuelos que se apresuran a ayudar a sus mamás, o ayuda a los lisiados que hacen su pequeño montón; o bien a los muy viejos incapaces de hacerlo, o a las mujeres demasiado flacas, y hace que dos enfermos se pongan a un lado para darles más ayuda, como hizo con el abuelo que tiene diecisiete nietos. Lo que antes llegaba hasta el techo, ahora ha desaparecido. Todos han recibido lo que querían y en modo abundante. José pregunta: "¿Cuántas gavillas quedan todavía?"

"Ciento doce, patrón" responden, después de haber contado.

"Bien. Tomaréis cincuenta para semilla, porque es una semilla santa" dice después de haber pasado lista a los presentes. "Las otras sesenta y dos son para cada cabeza de familia aquí presente, que sois ese número."

Los siervos obedecen. Llevan bajo el pórtico las cincuenta gavillas y distribuyen el resto. En las eras no se ven ya los montones de color dorado, pero en el suelo hay sesenta y dos montones de diverso tamaño y sus dueños se apresuran a ligarlos, a cargarlos sobre primitivos carretones o sobre asnos que han ido a traer de detrás de la casa donde los tenían amarrados.

El viejo Abraham, que ha estado hablando con los siervos más principales, se acerca con ellos al patrón que le pregunta: "¡Y bien! ¿Habéis visto? ¡Alcanzó para todos y hasta sobró!"

"Pero patrón, ¡aquí hay algo misterioso! Nuestros campos no pueden haber producido el número de gavillas que has distribuido. Nací aquí y tengo setenta y ocho años. Hace sesenta y seis años que siego, y sé. Mi hijo tenía razón. Sin una ayuda misteriosa no habríamos podido haber dado tanto..."

"Pero lo dimos, Abraham. Tú estuviste a mi lado. Los siervos entregaron las gavillas. No hay sortilegio alguno. No es algo imaginario. Las gavillas pueden contarse todavía. Están todavía allí, divididas en partes."

"Así es, patrón, pero... no es posible que los campos hayan producido tantas."

"¿Y la fe, hijos míos? ¿Y la fe? ¿Dónde ponéis la fe? ¿Podía mentir el Señor a su siervo, que prometía en su Nombre y por un motivo santo?"

"Entonces ¡tú hiciste un milagro!" dicen los siervos, prontos a tributarle honor.

"No hago ningún milagro. Soy un pobre hombre. El Señor lo hizo. Leyó en el corazón y vio dos deseos: el primero el de llevaros a la misma fe; el segundo el de dar mucho, mucho a estos hermanos míos infelices. Dios accedió a mis deseos... y lo hizo. ¡Sea bendito!" dice José con una inclinación reverente como si estuviese ante un altar.

 

"Y su siervo con El" dice Jesús que ha estado oculto detrás

 de una casita que tiene una valla, que no sé si sea horno 

o molino de aceitunas, y que sale a la era donde está José.

 

"Y su siervo con El" dice Jesús que ha estado oculto detrás de una casita que tiene una valla, que no sé si sea horno o molino de aceitunas, y que sale a la era donde está José.

"¡Maestro mío y Señor mío!" exclama José cayendo de rodillas para venerar a Jesús.

"La paz sea contigo. Vine a bendecirte en nombre del Padre, a premiar tu caridad y tu fe. Soy tu huésped por esta noche. ¿Me aceptas?"

"Oh, Maestro, ¿lo preguntas? Aquí... aquí no puedo honrarte... me encuentro en medio de siervos y campesinos en mi casa de campo... No tengo vajilla... ni maestresalas... ni siervos que sepan tratarte... No tengo comida especial... ni vinos exquisitos... No tengo amigos... Será una hospitalidad muy pobre... Pero Tú lo comprendes... ¿Por qué, Señor, no me avisaste? Habría proveído a todo... Antier estuvo aquí Hermas con los suyos... Y hasta me ayudó para avisar a estos a que viniesen para que les diese lo que es de Dios... Y no me dijo nada. ¡Si lo hubiera yo sabido!... Permíteme, Maestro, que de órdenes, que trate de hacer lo posible... ¿Por qué sonríes de ese modo?" pregunta finalmente José que no sabe qué hacer por la alegría imprevista y por el caso presente que piensa ser... desastroso.

"Me sonrío de  tus inútiles aflicciones. ¿José, buscas lo que tienes?"

"¿Qué tengo? No tengo nada."

"¡Cómo has cambiado! ¿Por qué no eres más el José espiritual de hace poco, en que hablabas como un sabio; cuando prometías en nombre de la fe, y cuando prometías darla?"

"Oh, ¿estuviste oyendo?"

"Oí y vi, José Esa valla de laureles es muy útil para ver que lo que sembré no ha muerto en ti. Y por esto te digo que te entregas a aflicciones inútiles. ¿No tienes maestresalas, ni siervos apropiados? Donde se ejercita la caridad, allí está Dios; y donde está Dios, están sus ángeles. ¿Y qué mejores maestresalas que ellos? ¿No tienes alimentos especiales, ni vinos exquisitos? ¿Y qué alimento mejor y qué bebida especial puedes darme que el amor que has tenido para con estos, y que tienes para conmigo? ¿No tienes amigos que me honren? ¿Y estos? ¿Qué amigos más amados que los pobres y que los infelices para el Maestro que lleva por nombre Jesús? ¡Ea, José! Ni aunque Herodes se convirtiese y me abriese sus salones para hospedarme y honrarme y con él estuviesen los jefes de todas las castas para darme honra, no tendría yo algo más precioso que esta gente a la que quiero decir una palabra y hacer un regalo. ¿Me permites?"

"¡Oh, Maestro! Todo lo que quieres lo quiero. Da órdenes."

"Diles que se reúnan. Para nosotros siempre habrá un pedazo de pan... Ahora es mejor que escuchen mi palabra más bien que andar de acá para allá entregados a quehaceres inútiles."

La gente se reúne. Está sorprendida...

 

Habéis comprobado que la fe puede multiplicar

 la cosecha cuando este deseo se inspira en el amor. 

No limitéis vuestra fe a las necesidades materiales. 

 

Jesús empieza a hablar: "Habéis comprobado que la fe puede multiplicar la cosecha cuando este deseo se inspira en el amor. No limitéis vuestra fe a las necesidades materiales. Dios creó el primer grano de trigo, y de allí viene el pan que alimenta al hombre. Pero creó también el Paraíso que está en espera de sus ciudadanos. Fue creado para los que viven en la Ley y le son fieles no obstante las dolorosas pruebas de la vida. Tened fe y lograréis conservaros santos con la ayuda del Señor, así como José logró distribuir trigo y en doble ración para que os  sintieseis felices y para confirmar en la fe a sus siervos. En verdad, en verdad os digo que si el hombre tuviese fe en el Señor, y por un justo motivo, ni siquiera las montañas que están enclavadas en la tierra con sus entrañas de roca, podrán resistir, y a la orden de quien tiene fe en el Señor se quitarían de su lugar. ¿Tenéis fe en Dios?" pregunta dirigiéndose a todos.

"¡Si, Señor!"

"¿Quién es Dios para vosotros?"

"El Padre Santísimo, como enseñan los discípulos del Mesías."

"¿Y quién es el Mesías para vosotros?"

"¡El Salvador, el Maestro, el Santo!"

"¿Tan sólo esto?"

"El Hijo de Dios. Pero no hay que decirlo porque los fariseos nos persiguen, si lo declaramos."

"Pero ¿creéis que El lo sea?"

"Sí, Señor."

 

Bienaventurados los que sepan creer esto ya desde ahora,

 pues entonces creerán con más fuerzas, y tendrán fe en el

 Mesías y con ello la vida eterna.

 

 "Así pues, creced en vuestra fe. Aunque callareis, las piedras, las plantas, las estrellas, el suelo, todas las cosas proclamarían que el Mesías es el verdadero Redentor y Rey. Lo proclamarán cuando sea levantado, cuando esté con la púrpura santísima y con la guirnalda de la Redención. Bienaventurados los que sepan creer esto ya desde ahora, pues entonces creerán con más fuerzas, y tendrán fe en el Mesías y con ello la vida eterna. ¿Tenéis esta fe inquebrantable en el Mesías?"

"Sí Señor. Enséñanos dónde está El, y le pediremos que aumente nuestra fe para ser bienaventurados." La última parte de esta súplica la hacen no sólo los pobres, sino también los siervos, los apóstoles y José.

Si tuviereis tanta fe como un grano de mostaza, y conserváis esta fe, cual joya preciosa, en el corazón sin permitir que alguien os la robe, bien sea un humano, bien una fuerza sobrehumana y malvada, podréis todos decir también a esa gigante morera que hace sombra al pozo de José: Arráncate de allí y transplántate entre las ondas del mar". 

"Pero ¿dónde está el Mesías? Lo estamos aguardando para que nos cure. Sus discípulos no nos curaron, pero nos dijeron: "El lo puede". Queremos curarnos para trabajar" dicen los enfermos o imposibilitados.

"¿Y creéis que el Mesías lo pueda?" pregunta Jesús haciendo señal a José de que no diga que El lo es.

"Lo creemos. El es el Hijo de Dios. Todo lo puede."

 

Cura a los enfermos  

"Todo lo puede... y ¡todo lo quiere!" dice Jesús extendiendo

con imperio su brazo derecho y lo baja como para jurar.

 

 Termina con un grito poderoso: 

"¡Se haga así, para gloria de Dios!"

 

"Todo lo puede... y ¡todo lo quiere!" dice Jesús extendiendo con imperio su brazo derecho y lo baja como para jurar. Termina con un grito poderoso: "¡Se haga así, para gloria de Dios!"

Hace como que se va a la casa, pero los curados, que serán unos veinte, gritan, corren, lo estrechan en una selva de manos que quieren tocarlo, que buscan las suyas, sus vestidos para besárselos, para acariciarlos. Lo separan de José, de todos...

Jesús sonríe, acaricia, bendice... Lentamente se desprende de ellos y, siempre seguido de ellos, desaparece en al casa, mientras los gritos de alegría suben al cielo que empieza a pintarse de morado en el crepúsculo.

VII. 610-615

A. M. D. G.