MILAGRO DE LA RESPIGADORA
EN LA LLANURA
#Parábola del insecto que vuela sobre las flores
#Comparación de Satanás con la araña
#"¿Quién va a ayudar a esa pobre viejecita?" pregunta Jesús
#El recuerdo de la matanza de Belén
Jesús con sus discípulos pasa por en medio de mieses de color de oro. El calor es fuerte, aunque sean las primeras horas del día. Los segadores trabajan entre los surcos llenos de espigas, y haciendo desaparecer el oro que antes había. Las guadañas brillan por un instante para desaparecer en el siguiente en medio de los altos trigales, y así hasta que se forma la gavilla y caen al suelo las espigas, como cansadas de que por varios meses hayan estado en pie, y caen en la tierra que el sol quema.
Pasan mujeres, atando las gavillas. Por doquier se ve que todos hacen el mismo trabajo. La mies ha sido muy buena y los segadores se alegran de ello.
Cuando el grupo apostólico pasa por el sendero, los segadores que están cerca de él suspenden por un momento su trabajo, se apoyan sobre las guadañas, se secan el sudor, miran. Lo mismo hacen las mujeres que atan las gavillas. Con su blanca vestidura, con la cabeza cubierta con una tela blanca, parecen cual flores que naciesen de la tierra en que no hay ya trigo, ni amapolas, abulejos, o margaritones. Los varones, con túnicas de color gris o amarillento, no son muy bien parecidos. Nada de claro más que lo que llevan amarrado en la cabeza y que les cae por el cuello y mejillas. En medio de esa blancura, sus caras bronceadas parecen más negras.
Jesús, cuando nota que le miran, saluda diciendo:
"La paz y bendición de Dios esté con vosotros",
y aquellos responden:
"La bendición de Dios vuelva sobre Ti"
Jesús, cuando nota que le miran, saluda diciendo: "La paz y bendición de Dios esté con vosotros", y aquellos responden: "La bendición de Dios vuelva sobre Ti", o con palabras más cortas: "También esté contigo."
Algunos, con más ganas de hablar, tratan de que Jesús se interese por su trabajo. Le dicen: "Este año ha sido buena la siega. Mira qué espigas tan gordas y qué bien están en los surcos. Da trabajo segarlas. Pero es el pan..."
"Dad gracias al Señor por ello. Y recordad que debe mostrarse el agradecimiento con hechos y no con palabras. Sed misericordiosos al pensar que el Altísimo lo fue con su rocío, con su sol para que obtuvieseis esta siega. Acordaos de los que dice el Deuteronomio. Pensad, cuando recojáis la abundancia que Dios os ha concedido, en quien no tiene, y dejadles un poco de lo vuestro. Es una santa mentira caritativa para con vuestro prójimo que Dios ve. Estad prontos más bien a dejar que a recoger por ambición. Dios bendice a los generosos. Es mejor dar que recibir, porque obliga al justo Dios a ser más propicio con quien fue más compasivo."
Mientras va pasando, Jesús va repitiendo sus consejos caritativos.
Se hace más fuerte el calor. Los segadores dejan su trabajo; los que están más cerca de las casas se meten en ellas; los que están más lejos se acogen a la sombra de los árboles y allí se echan a descansar, a comer, y a dormir.
También Jesús se acoge a un bosquecillo tupido que hay en medio de los campos. Se sienta en la hierba, después de haber orado, y ofrecido el parco alimento que consiste de pan, queso y olivas. Los distribuye en partes y come, mientras habla con los suyos.
Sombra, frescura, silencio. Silencio de las horas en que arde el sol. Silencio que invita a estirar las piernas y a dormir. Casi todos dormitan después de la comida.
Parábola del insecto que vuela sobre las flores
No así Jesús. Está apoyado con las espaldas sobre el tronco de un árbol y se interesa al ver la actividad de los insectos que vuelan sobre las flores. En un cierto momento hace señal a Juan, a Judas Iscariote y a uno de los mayores de edad, a quien llama con el nombre de Bartolomé. Cuando están junto a Sí, les dice: "Ved este pequeño insecto. Ved qué trabajo está realizando. Miradlo. Hace minutos que lo veo. Quiere arrancar a este cáliz el polen que tiene, y como no lo logra, mirad cómo alarga primero una patita y luego la otra. La moja en el néctar y luego lo recoge. Dentro de poco habrá acabado con todo. Ved qué admirable sea la Providencia de Dios. No ignorando que sin ciertos miembros el insecto, que fue creado para ser un milagro de cristal en los aires, sobre los verdes prados, no podría haberse nutrido, por eso le dio estos pequeñísimos pelitos que tiene en sus patitas. ¿Los veis? ¿Tú, Bartolomé? ¿No? Mira. Lo voy a coger y te lo enseño contra la luz." Delicadamente toma al escarabajo, que parece ser un monumento de oro bruñido y lo pone sobre el dorso, patas para arriba, en la mano. El escarabajo hace el muertito y los tres observan sus patitas. Luego se pone a patalear para huir. No lo logra como es natural, pero Jesús lo ayuda y se pone en pie. Camina sobre la palma, llega a la punta de los dedos, se balancea, abre las alas. Pero tiene sospechas. "No sabe que Yo no quiero sino el bien de todos los seres. No tiene más que su natural instinto. Perfecto si se le compara, suficiente para sus necesidades. Pero inferior, ciertamente, al pensamiento humano. Por esto el insecto no es responsable si comete una mala acción. El hombre sí que lo es. El hombre goza de una inteligencia superior y tanto lo será cuanto más comprenda las cosas de Dios. Por esto el hombre es responsable de sus acciones."
"Entonces, Maestro" dice Bartolomé "a nosotros a quienes nos adoctrinas, tendremos mayor responsabilidad."
Y mayor la tendréis en lo futuro, cuando se realice
el Sacrificio y venga la Redención, y con ella la Gracia
que es fuerza y luz.
"Grande. Y mayor la tendréis en lo futuro, cuando se realice el Sacrificio y venga la Redención, y con ella la Gracia que es fuerza y luz. Después de ella vendrá quien os dará mayores fuerzas para querer. Quien no quisiere, tendrá que responder, ¡y en qué forma!"
"Entonces, muy pocos serán los que se salven."
"¿Por qué, Bartolomé?"
"Porque el hombre es muy débil."
Pero si robustece su debilidad confiando en Mí,
se hace fuerte.
¿Creéis que no comprendo Yo vuestras luchas?
¿Que no compadezco vuestras debilidades?
Ved.
Comparación de Satanás con la araña
"Pero si robustece su debilidad confiando en Mí, se hace fuerte. ¿Creéis que no comprendo Yo vuestras luchas? ¿Que no compadezco vuestras debilidades? Ved. Satanás es como esa araña que está tejiendo su tela de esta ramita a aquella flor. ¡Tan sutil, tan engañosa! Ved cómo brilla el hilito. Parece de plata, parece una filigrana impalpable. En la noche no se le puede ver. Cuando el alba nace, brillará como una piedra preciosa, y las moscas imprudentes que vuelan por la noche en busca de alimento, caerán dentro de la telaraña, y también las maripositas, que se sienten atraídas por lo que brilla..."
Se han acercado más apóstoles que escuchan la lección que Jesús saca del reino vegetal y animal.
"... ¡Pues bien! Mi amor hace con Satanás lo que ahora mi mano, que destruye la tela. Mirad como huye la araña y se esconde. Tiene miedo del más fuerte. También Satanás tiene miedo del más fuerte. Y el más fuerte es el Amor."
"¿No sería mejor acabar con la araña?" pregunta Pedro, que saca conclusiones de todo.
Es verdad que mata a las pobres maripositas tan bonitas,
pero acaba también con muchas moscas feas que acarrean
enfermedades y contaminan a los sanos, a los vivos.
"Sería mejor. Pero esa araña no hace más que cumplir con lo que debe. Es verdad que mata a las pobres maripositas tan bonitas, pero acaba también con muchas moscas feas que acarrean enfermedades y contaminan a los sanos, a los vivos."
"Pero en nuestro caso ¿qué cosa hace la araña?"
"¿Qué hace, Simón? (también Simón es ya avanzado en años y es el que se lamentaba de reumas.) Hace lo que hace la buena voluntad en vosotros. Destruye las vacilaciones, la flojedad, la vana presunción. Os obliga a que estéis vigilantes. ¿Qué cosa es la que os hace dignos de premio? La lucha y la victoria. ¿Podéis conseguir la victoria si no tenéis lucha? La presencia de Satanás hace que se vigile continuamente. El amor, por su parte, hace que su presencia no sea del todo dañosa. Si os quedáis cerca del Amor, Satanás os tentará, pero no será capaz de haceros daño en realidad."
"¿Nunca?"
"Nunca. Ni en las cosas pequeñas, ni en las grandes. Por ejemplo, veamos una cosa pequeña: te aconseja a que no tengas cuidado de tu salud. Un consejo engañoso para poderte separar de Mí. El Amor te tiene junto, Simón, y tus dolores dejan de existir aun ante tus ojos."
"¡Oh, Señor! ¿Lo sabes?"
"Sí, pero no pierdas tu valor. ¡Ea, arriba! El Amor te dará tantas fuerzas, que es el primero en reírse de ti, que tiemblas por causa de tus reumas..." Jesús sonríe al avergonzado discípulo. Lo abraza para consolarlo. Y aun en medio de la sonrisa de Jesús hay dignidad. Los demás también se ríen.
¿Quién va a ayudar a esa pobre viejecita?" pregunta Jesús
"¿Quién va a ayudar a esa pobre viejecita?" pregunta Jesús señalando a una mujer que desafiando el solazo busca espigas en los surcos segados.
"Yo" dicen Juan, Tomás y Santiago.
Mas Pedro coge a Juan de una manga, lo lleva aparte, y le dice: "Pregunta al Maestro porqué se siente tan contento. Se lo pregunté, pero no me respondió más que: "Mi felicidad es ver que un alma busque la Luz". Pero si se lo preguntas... El te dice todo."
Juan se encuentra entre el sí y el no. Entre saber y decírselo a Pedro o el respeto para con el Maestro. se acerca poco a poco a Jesús, que está ya en el sembrado y recoge las espigas dejadas. La viejecita, al ver a tanta juventud, mueve tristemente la cabeza, pero trata de darse prisa.
"¡Mujer, mujer!" grita Jesús. "Estoy espigando por ti. No estés en el sol, madre. Ahora voy."
La viejecita, coartada con tan gran bondad, le mira fijamente; luego obedece y se lleva consigo sus cuantas espigas. Camina inclinada, temblorosa, a lo largo de la falca sombra que hay a la orilla. Jesús, rápido, recoge espigas. Juan lo sigue de cerca. Más atrás vienen Tomás y Santiago.
"¿cómo haces para encontrar tantas espigas?
Yo en este surco no encuentro sino muy pocas."
"Maestro" dice jadeando Juan "¿cómo haces para encontrar tantas espigas? Yo en este surco no encuentro sino muy pocas."
Jesús sonríe, pero no le dice nada. No podría jurarlo, pero me parece que donde los ojos divinos se detienen broten de allí espigas que no fueron recogidas. Jesús recoge. Sonríe. Tiene ya un verdadero manojo de espigas en sus brazos.
"Ten, Juan, las mías, y así tendrás muchas también tú, y mamá será feliz."
"Pero, Maestro... ¿estás haciendo algún milagro? ¡No es posible que encuentres tantas!"
"¡Pssst! Es por la mamita... porque pienso en la mía y en la tuya. ¡Mirad qué acabada está!... El buen Dios que da de comer al pajarillo hambriento apenas nacido, quiere llenar el pequeño granero de esta ancianita. Tendrá pan durante estos meses que le quedan. La nueva siega no la verá. Pero no quiero que tenga hambre en su último invierno. Ahora vas a oír sus gritos. Prepara, Juan, tus orejas como Yo me prepara para que me bañe en lágrimas y en besos..."
"¡Qué contento estás, Jesús, desde hace algunos días! ¿Por qué?"
"¿Eres tú quien lo quiere saber o hay quien te lo haya mandado?"
Juan que estaba ya colorado del trabajo, se pone de color carmesí.
"Di a quien te mandó que se trata de un hermano mío
que está enfermo y que quiere curarse.
Su voluntad de estar sano, me llena de alegría."
Jesús comprende: "Di a quien te mandó que se trata de un hermano mío que está enfermo y que quiere curarse. Su voluntad de estar sano, me llena de alegría."
"¿Quién es, Maestro?"
"Un hermano tuyo, uno a quien Jesús ama, un pecador."
"Entonces no es uno de nosotros."
"¿Juan, crees que entre vosotros no hay pecado? ¿Crees que tan sólo por vosotros no me alegre?"
"No, Maestro. Sé que también nosotros somos pecadores y que quieres salvar a todos los hombres."
"¿Entonces?... Te dije: "No investigues" cuando se trató de no descubrir el mal. Te repito lo mismo ahora que brilla una aurora de bien... ¡La paz sea contigo, madre! Aquí están nuestras espigas. Mis compañeros vienen detrás."
"Dios te bendiga, hijo. ¿Cómo encontraste tantas? Es verdad que no veo bien, pero estos son unos verdaderos manojos, grandes... grandes..." La anciana los palpa. Su temblorosa mano los acaricia... los quisiera levantar... pero no puede.
"Te ayudamos. ¿Dónde vives?"
"Allí" Señala una casucha entre los sembradíos.
"Vives sola ¿no es verdad?"
"Sí. ¿Cómo lo sabes? ¿Quién eres?"
"¿Soy uno que tiene una mamá?"
"¿Es este un hermano tuyo?"
"Es mi amigo."
El amigo hace, detrás de la espalda de Jesús, muchas señales a la anciana. Pero como no puede ver bien, tampoco las ve. Trata más bien de mirar a Jesús. Su corazón de madre ya anciana se conmueve.
"Estás sudando, hijo. Ven a la sombra de este árbol. Siéntate. ¡Mira, cómo te corre el sudor! Sécate con mi velo. Es una gorra, pero limpia. Tenla, tenla, hijo mío."
"Gracias, mamá."
"Bendita sea la que te engendró.
Dime cómo te llamas y cómo se llama Ella.
Quiero decir vuestros nombres a Dios para que os bendiga."
El recuerdo de la matanza de Belén
"Bendita sea la que te engendró. Dime cómo te llamas y cómo se llama Ella. Quiero decir vuestros nombres a Dios para que os bendiga."
"María y Jesús."
"María y Jesús... María y Jesús... Espera. Una vez lloré mucho... Mi nieto lo mataron porque defendió a su hijito, y su padre, mi hijo, murió de dolor por esto... y se dijo entonces que el inocente fue matado porque se buscaba a uno de nombre Jesús... Ahora estoy bajo las alas de la muerte y ese Nombre vuelve a sonar..."
"En ese entonces lloraste por ese Nombre. Ahora ese Nombre te bendice..."
"¿Eres Tú ese Jesús?... díselo a una que está muriendo y que ha vivido sin maldecir lo que se le dijo, de que su dolor servía para salvar al Mesías de Israel."
Juan hace más gestos. Jesús no dice nada.
¿Eres Tú?
¿Has venido a bendecirme cuando me encuentro
ya a las puertas de la muerte?
En nombre de Dios, habla."
"¡Oh, dímelo! ¿Eres Tú? ¿Has venido a bendecirme cuando me encuentro ya a las puertas de la muerte? En nombre de Dios, habla."
"Yo soy."
"¡Ah!" La anciana se arrodilla en el suelo. "¡Salvador mío! he vivido con esta esperanza. Con la esperanza de verte. ¿Veré tu triunfo?"
"No, madre. Morirás como Moisés sin ver ese día. Pero te doy de antemano la paz de Dios. Yo soy la Paz. Yo soy el Camino. Yo la vida. Me verás, tú que has sido abuela de justos, me verás en otro triunfo mío, eterno, y te abriré las puertas, a ti, a tu hijo, a tu nieto y a su hijo. Para el Señor ese niño es cosa sagrada, porque murió por Mí. ¡No llores, madre!..."
"¡Te he tocado! Tú recogiste para mí las espigas. ¡Qué gran honor para mí! ¿Cómo es posible que haya sido digna de ello?"
Por tu santa resignación. Vete a tu casa.
Este trigo te dará pan más para el alma que para el cuerpo.
Yo soy el Pan verdadero que bajó del cielo
para quitar el hambre que tienen los corazones.
"Por tu santa resignación. Vete a tu casa. Este trigo te dará pan más para el alma que para el cuerpo. Yo soy el Pan verdadero que bajó del cielo para quitar el hambre que tienen los corazones. Tomás, Santiago (quienes habían seguido a Jesús con sus manojos) tomad estas gavillas y vamos."
Cargan con las gavillas. Jesús camina con la ancianita que llora y bendice. Han llegado a la casita. Dos habitaciones pequeñas. Un horno también pequeño. Una higuera, una vid. Limpieza y pobreza.
"¿Es este tu refugio?"
"Sí. ¡Bendícelo, Señor!"
"Llámame: hijo. Y ruega porque mi Madre tenga cosuelo en su dolor, tu que conoces el dolor de una madre. Adiós, madre. Te bendigo en nombre del Dios verdadero."
Jesús levanta la mano, bendice la pequeña casa, luego se inclina abraza a la viejecita, la estrecha contra su corazón, la besa en la cabeza en que hay cabellos grises. La anciana llora, y pega sus labios sobre las manos de Jesús. Lo venera. Lo ama...
VII. 627-633
A. M. D. G.