JESÚS EN EL BANQUETE DEL SINEDRISTA
Y FARISEO
#Y Elquías lo hace notar orgullosamente. "¿Ves, Maestro, cómo soy yo de observante? Todo lo indica.
#"¿Maestro, estás de veras seguro de ser lo que dices?"
#Elquías dice: "Hay que trabajar a Judas de Simón..."
Jesús entra en la casa de su anfitrión, que está un poco retirada del Templo, pero cerca del barrio que está a los pies del Tofet.
Una casa de grandes proporciones, pero ceñuda. Todo en ella es observancia, y una observancia exagerada de la ley. Pienso que hasta el número de los clavos y su posición es conforme a alguno de los seiscientos trece preceptos. Ni una figura en los vestidos, ni un friso en las paredes, ni una nada... ninguna imitación de la naturaleza, cosas que se ven aun en las casas de José y Nicodemo y de los mismos fariseos de Cafarnaum. Esta casa... transpira por todas partes el espíritu de su dueño. Fría. Fría. Ningún adorno. La dureza de sus muebles de color oscuro y pesados en forma cuadrada como sarcófagos. No tiene nada de acogedor. Es algo que parece cerrarse detrás de las espaldas del que en ella entra.
Y Elquías lo hace notar orgullosamente.
"¿Ves, Maestro, cómo soy yo de observante?
Todo lo indica.
Y Elquías lo hace notar orgullosamente. "¿Ves, Maestro, cómo soy yo de observante? Todo lo indica. Mira: Cortinas sin diseños, mueblario sin adorno, ninguna jarra tiene grabados, ni las lámparas tiene forma de flores. hay de todo, pero todo según el mandamiento: "No te harás ninguna escultura, ninguna representación de lo que está arriba, en el cielo; o acá abajo, en la tierra, o en las aguas, bajo la tierra". Y así como en el edificio, de igual modo en mis vestiduras y en las de mis familiares. Por ejemplo, yo no apruebo en este discípulo tuyo (Iscariote) esos primores en su vestido y en su manto. Me dirás: "Muchos los llevan"; y añadirás: "No es más que una greca". De acuerdo. Pero con esos ángulos, con esas curvas, se traen al recuerdo las señales de Egipto. ¡Horror! ¡Cifras demoníacas! ¡Signos de nigromancia! ¡Siglas de Belzebú! no te honra, Judas de Simón, el que las lleves; como tampoco a tu Maestro que te lo permite."
Judas responde con una sonrisita sarcástica. Jesús contesta humildemente: "Más que no haya señales en los vestidos, vigilo que no haya ninguna de ellas en los corazones. Pero pediré a mi discípulo, más bien desde ahora le ruego, que lleve vestidos menos adornados, para no escandalizar a nadie."
Judas reacciona de buen modo: "A decir la verdad, mi Maestro me dijo muchas veces que preferiría más sencillez en mis vestidos. Pero yo... he hecho lo que me gusta, porque me gusta vestirme así."
"Mal, muy mal. Que un galileo enseña a un judío está muy mal, y sobre todo a ti, que eras del Templo... ¡Oh!" Elquías muestra esta del todo sorprendido lo mismo que sus amigos.
Judas, cansado de ser bueno, replica: "¡Oh, entonces habría que arrancar tanta pompa aun de vosotros los del Sanedrín! Si tuvierais que quitar todos esos dibujos que habéis puesto sobre la cara de vuestras almas, ¡qué feos os veríais!"
"¡Mira cómo hablas!"
"Como uno que os conoce."
"¿Maestro, lo oyes?"
"Oigo y digo que es necesaria la humildad
en una y otra parte, y que en ambas hay verdad.
Es menester una comprensión mutua.
Solo Dios es perfecto."
"Oigo y digo que es necesaria la humildad en una y otra parte, y que en ambas hay verdad. Es menester una comprensión mutua. Solo Dios es perfecto."
"¡Bien dicho, Rabbí!" dice uno de los amigos... Cara demacrada, voz única en medio del grupo de fariseos y doctores.
"¡Mal dicho!" replica Elquías. "El Deuteronomio es claro en sus maldiciones. Dice: "Maldito el hombre que hace escultura o imagen fundida. Esto es una cosa abominable. Es obra de mano de artífice y ...". "
"Pero aquí se trata de vestiduras, no de imágenes" replica Judas.
"Silencio, tú. Habla tu Maestro. Elquías, sé justo y piensa bien. Maldito el que hace ídolos, pero no el que hace dibujos copiando lo bello que el Creador puso en lo creado. Recogemos flores para adornar..."
"Yo no recojo, ni quiero ver adornadas las habitaciones. ¡Ay de mis mujeres si cometen este pecado, aun en las de ellas! Solo a Dios se debe admirar."
Pero también se puede admirar a Dios en una flor,
al reconocer que El es el Artífice de ella."
"Muy bien dicho. Solo a Dios. Pero también se puede admirar a Dios en una flor, al reconocer que El es el Artífice de ella."
"¡No, no! ¡Paganismo, paganismo!"
"Judit se adornó. Lo mismo hizo Ester por un motivo santo..."
"Mujeres. La mujer ha sido siempre un objeto digno de desprecio. Pero... Maestro, te ruego que entres a la sala del banquete, mientras me retiro un momento, pues debo hablar a mis amigos.
Jesús asiente sin replicar.
"Maestro... ¡Apenas si puedo respirar!..." dice Pedro.
"¿Por qué? ¿Te sientes mal?" preguntan algunos.
"No. Pero no a mi gusto... como el que cae en una trampa."
"No te pongas nervioso. Procurad todos vosotros ser prudentes" aconseja Jesús.
Siguen en grupo y en pie hasta que entran los fariseos seguidos de los siervos.
"Tomemos asiento sin demora alguna. Tenemos reunión y no podemos perder tiempo" ordena Elquías. Señala los lugares, entre tanto que los siervos trinchan las viandas.
Jesús está al lado de Elquías y a su lado, Pedro. Elquías ofrece lo que van a comer, y empieza la comida en medio de frío silencio.
Poco a poco comienzan a aflorar las primeras palabras. Como es natural se dirigen a Jesús, porque los doce son tratados como si no estuviesen.
"¿Maestro, estás de veras seguro de ser lo que dices?"
El primero que tiene algo que preguntar es un doctor de la Ley. "¿Maestro, estás de veras seguro de ser lo que dices?"
"No lo digo Yo por mi boca propia. Los profetas lo dijeron antes de que Yo estuviese entre vosotros."
"¡Los profetas!... Tú, que no quieres admitir que nosotros seamos santos, puedes pensar que sea cierto mi dicho si afirmo que nuestros profetas pudieron ser unos hombres exaltados."
"Rabbí de Israel, respóndeme. Cuando pocas líneas después dice Sofonías: "Canta y alégrate, hija de Sión... El Señor ha retractado su sentencia dictada contra ti... El Rey de Israel está en medio de ti", ¿acepta tu corazón estas palabras?"
"Esta es mi alegría repetirme estas palabras, soñando en ese día."
"Pero son palabras de un profeta, de un exaltado y por lo tanto..."
El doctor de la Ley por un momento se queda sin poder decir palabra alguna. Viene en su ayuda un amigo suyo: "Nadie puede dudar que Israel reinará. No uno, sino todos los profetas y los preprofetas, esto es, los patriarcas, nos legaron esta promesa de Dios."
"Y ni uno de los pre-profetas, ni de los profetas ha dejado de señalarme por lo que soy."
¿Qué pruebas nos das de ser el Mesías, el Hijo de Dios?
Dame un punto de apoyo para que pueda decidir.
"¡Eso está bien! Pero no tenemos las pruebas. Puedes también ser Tú un exaltado. ¿Qué pruebas nos das de ser el Mesías, el Hijo de Dios? Dame un punto de apoyo para que pueda decidir."
"No te recito mi muerte que describieron David e Isaías, pero sí te anuncio mi Resurrección."
"¿Tú? ¿Tú? ¿Vas a resucitar Tú? ¿Y quién lo va a hacer?"
"Ciertamente vosotros, no. Ni el Pontífice, ni el monarca, ni las castas, ni el pueblo. Resucitaré por Mí mismo."
"No blasfemes, Galileo. No mientas."
"Espera mi resurrección".
Hasta ese momento podrás tener dudas,...
pero después no lo podréis cuando el Eterno Viviente,
por Sí mismo, después de haber redimido,
resucite para no morir más, Juez intangible, Rey perfecto
"No hago más que dar honor a Dios y decir la verdad. Con Sofonías te digo: "Espera mi resurrección". Hasta ese momento podrás tener dudas, podréis tenerlas todos vosotros, y podréis trabajar en inculcarlas entre el pueblo, pero después no lo podréis cuando el Eterno Viviente, por Sí mismo, después de haber redimido, resucite para no morir más, Juez intangible, Rey perfecto que con su cetro y su Justicia gobernará y juzgará hasta el fin de los siglos y continuará reinando en los cielos por toda la eternidad."
"Pero, ¿no sabes que estás hablando a doctores y a sinedristas?" pregunta Elquías.
"¡Y qué importa! Vosotros me habéis preguntado, yo respondo. Vosotros manifestáis deseos de saber, Yo os ilumino la verdad. No vas a querer que a mi mente venga la otra maldición del Deuteronomio que no se refiere a las vestiduras, sino a otra cosa diversa, y que dice: "Maldito quien a escondidas pega a su prójimo". "
"Yo no te he pegado. Te estoy dando de comer."
"No. Pero tus preguntas llenas de falacia son golpes que me das a la espalda. Ten cuidado, Elquías. Porque las maldiciones de Dios continúan, y después de la que cité viene otra: "Maldito quien acepta regalos para condenar a muerte a un inocente". "
"En este caso, quien acepta los regalos, eres Tu, huésped mío."
"Yo no condeno ni siquiera a los culpables si están arrepentidos."
"Entonces no eres justo."
"No, justo lo es. Porque El piensa que el arrepentimiento merece perdón y por esto no condena" dice el que ya antes se había mostrado estar de acuerdo con Jesús en el atrio de la casa.
"¡Cállate tú, Daniel! ¿Quieres saber más que nosotros? ¿O acaso te ha seducido uno sobre el que falta todavía mucho que decidir y que nada hace por ayudarnos a que decidamos en su favor?" dice un doctor.
"Sé que vosotros sois los sabios y yo un sencillo judío que ni siquiera sé porque queréis que esté frecuentemente entre vosotros..."
"¡Porque eres mi pariente! Es fácil de comprenderse. Quiero que los parientes míos sean santos y sabios. No puedo permitir que se ignoren las Escrituras, ni la Ley, ni los Halasciot, ni los Midrasciot, ni el Haggada. No puedo soportarlo. Hay que conocer todo. Hay que observar todo..."
"Te estoy muy agradecido por los cuidados con que me rodeas. Pero yo, humilde campesino, que indignamente me he convertido en pariente tuyo, no me he preocupado nunca sino de conocer las Escrituras y los Profetas para tener consuelo en mi vida. Y con la sencillez de un indocto, te confieso que reconozco en el Rabbí al Mesías a quien precedió su Precursor que nos lo indicó.. Y el Espíritu de Dios, no puedes negarlo, se había apoderado de Juan."
Un silencio. No quieren negar que el Bautista hubiese dicho la verdad; pero tampoco quieren afirmarlo.
Otro sale al paso diciendo: "Bueno... Digamos que el Precursor es precursor de aquel ángel que Dios envía a preparar el camino a su Mesías. Y... admitamos que en el Galileo hay la suficiente santidad para pensar que sea ese ángel. Después de El vendrá el tiempo del Mesías. ¿No os parece que esta idea mía ponga paz en todo? ¿La aceptas, Elquías? ¿Y vosotros, amigos míos? ¿Y Tú, Nazareno?"
"No." "No." "No." Los tres "no" son claros y seguros.
"¿Cómo? ¿Por qué no la aprobáis?"
"Porque no puedo aprobar un error.
Yo soy más que un ángel.
El ángel fue el Bautista, precursor del Mesías,
y el Mesías soy Yo."
Elquías se queda callado. También sus amigos. Sólo Jesús, sincero, responde: "Porque no puedo aprobar un error. Yo soy más que un ángel. El ángel fue el Bautista, precursor del Mesías, y el Mesías soy Yo."
Un silencio sepulcral. Largo. Elquías, con el codo apoyado sobre el sofá, la mejillas apoyada sobre la mano, piensa con dureza, con exclusividad, como lo refleja toda su casa.
Jesús se vuelve, lo mira y lo dice: "Elquías, Elquías, no confundas la Ley y los profetas con mezquindades."
"Veo que has leído mi pensamiento. Pero no puedes negar que has pecado no observando el precepto."
Porque tú, y con astucia, y por lo tanto con mayor culpa,
no cumpliste con tu deber que tenías con tu huésped...
Lo hiciste voluntariamente.
"Porque tú, y con astucia, y por lo tanto con mayor culpa, no cumpliste con tu deber que tenías con tu huésped... Lo hiciste voluntariamente. Me distrajiste, y luego me mandaste aquí mientras tú con tus amigos te purificabas, y cuando entraste, nos pediste que estuviésemos prontos, que tenías reunión y todo esto para poderme decir: "Pecaste"."
"Podías haberme recordado mi deber de darte con qué deberías purificarte."
"Podría recordarte tantas cosas, pero de nada serviría sino para hacerte más intransigente, y más enemigo."
"No. Dilas. Dilas. Queremos escucharte y..."
"Y acusar ante los Príncipes de los Sacerdotes. Por esto te traje a la memoria la última y penúltima maldición. Lo sé. Os conozco. Me encuentro aquí entre vosotros, inerme. Estoy aquí separado del pueblo que me ama, y ante el que no os atrevéis a atacarme. Pero no tengo miedo. No acepto compromisos, como tampoco soy un villano. Os digo vuestro pecado, el de toda vuestra casta, el vuestro, fariseos, falsos santos de la Ley; el vuestro, doctores, falsos sabios que confundías y mezcláis a sabiendas lo verdadero y lo falso, que exigís de los otros la perfección aun en las cosas exteriores y a vosotros mismos nada. Me echáis en cara vosotros, unidos a vuestro anfitrión y mío, el que no me haya purificado antes de comer. Sabéis que he venido del Templo al que no se acerca sino después de haberse purificado de las inmundicias del polvo y del camino. ¿Queréis acaso confesar que el Lugar Santo sea contaminación?"
"Nosotros nos purificamos antes de comer."
Entre tus paredes limpias de diseño alguno,
había con todo un complot:
el de arrastrarme al engaño.
¿Qué mano escribió en las paredes el motivo
para poder acusarme?
"Y a nosotros se nos dijo: "Id allí y esperad". Y luego: "Sentaos a la mesa sin tardanza". Entre tus paredes limpias de diseño alguno, había con todo un complot: el de arrastrarme al engaño. ¿Qué mano escribió en las paredes el motivo para poder acusarme? ¿Tu espíritu u otro poder que te domina y a quien escuchas? Ahora bien, oídme todos."
Jesús se pone de pie y con sus manos que se apoyan sobre la orilla de la mesa, empieza su invectiva: "Vosotros fariseos laváis lo exterior de las copas y de los platos. Os laváis las manos y los pies, como si los platos y las copas, las manos y los pies tuviesen que entrar en vuestro corazón y os enorgullecéis de ello proclamándolo puro y perfecto. Pero no os toca a vosotros, sino a Dios el proclamarlo así. Ahora bien, tened en cuenta lo que Dios piensa acerca de vuestro corazón. Piensa que está lleno de mentira, de asquerosidad, de rapiña; esta lleno de iniquidad y nada que venga de lo externo puede corromper lo que ya en sí es una corrupción."
Separa la mano derecha de la mesa, e involuntariamente empieza a moverla mientras continúa: "Pero quien hizo vuestro espíritu, como hizo vuestro cuerpo, ¿no puede exigir, al menos en igual proporción, que respetéis lo interior, así como respetáis su poder?, ¿acaso no deseará el Altísimo que se dé un cuidado mayor al espíritu, hecho a su semejanza y que por la corrupción pierde la Vida eterna, que no a la mano o al pie, cuyas suciedades pueden lavarse fácilmente, y que aunque quedasen sucios, no influirían en la limpieza interior? ¿Puede acaso Dios preocuparse de la limpieza de un vaso o de una jarra cuando estos objetos no son sino cosas carentes de alma y que no pueden influir en las vuestras?
Estoy leyendo tu pensamiento, Simón Boetos. No. No concluye. No es porque queráis preservar vuestra salud, vuestro cuerpo, vuestra vida, por lo que tomáis estos cuidados, y practicáis estas purificaciones. El pecado carnal, más bien dicho, los pecados de gula, intemperancia, lujuria, son a no dudarlo más dañinos al cuerpo que un poco de polvo en las manos o en el plato. Y con todo los cometéis sin preocuparos de proteger vuestra existencia y la incolumidad de vuestros familiares. Y mayores pecados cometéis porque además de manchar vuestro espíritu y vuestro cuerpo, con el derroche de vuestros bienes, la falta de respeto a vuestros familiares, ofendéis al Señor con la profanación de vuestro cuerpo, templo de vuestro espíritu, que debería ser el trono del Espíritu Santo; y cometéis otro pecado más por el prejuicio que formáis, de que os toca a vosotros defenderos de las enfermedades que provienen de un poco de polvo, como si Dios no pudiese intervenir en defenderos de las enfermedades físicas si acudís a El con espíritu puro.
¿no creó acaso también lo externo y viceversa?
¿Y acaso lo interno no es más noble y lo que más se asemeja
a lo divino?
Haced obras dignas de Dios y no roñerías que no se levantan
más que el polvo por el que y del que se hicieron
El que creó lo interior ¿no creó acaso también lo externo y viceversa? ¿Y acaso lo interno no es más noble y lo que más se asemeja a lo divino?
Haced obras dignas de Dios y no roñerías que no se levantan más que el polvo por el que y del que se hicieron; del pobre polvo del que el hombre fue tomado como ser animal, lodo al que se le dio forma, y que regresa al polvo, polvo que el viento de los siglos dispersa. Haced obras que permanezcan, que sean dignas del Rey y santas, obras sobre las que está la bendición divina cual corona. Haced caridad , y haced limosna, sed honestos, sed puros en las obras y en la intención, y sin recurrir al agua de las abluciones todo será puro en vosotros.
Pero, ¿qué estáis imaginando? ¿Que estáis en lo justo porque pagáis los diezmos de los aromas? No. ¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis los diezmos de la menta y de la ruda, de la mostaza y del comino, del hinojo y de otros vegetales, y luego dejáis en olvido la justicia y el amor de Dios! Pagar los diezmos es un deber y hay que hacerlo. Pero hay otros deberes más altos, y que también deben de cumplirse. ¡Ay de quien observa las cosas exteriores y olvida las interiores que se basan en el amor a Dios y al prójimo! ¡Ay de vosotros, fariseos, que buscáis los primeros lugares en las sinagogas y en las reuniones y os gusta que se os reverencie en las plazas, no os preocupáis en hacer obras que os den un lugar en el cielo y os merezcan la reverencia de los ángeles! sois semejantes a los sepulcros escondidos que, sin saberlo el viajero, pasa cerca de ellos, los toca y no tiene asco, pero lo tendría si pudiese ver lo que dentro de ellos está encerrado. Pero Dios ve también vuestros actos recónditos y no se engaña al juzgaros."
Lo interrumpe, poniéndose también de pie, un doctor de la Ley. "Maestro, al hablar así nos ofendes. Y no te conviene, porque nosotros debemos juzgarte."
Vosotros no podéis juzgarme.
Vosotros sois los juzgados, no los jueces.
Quién juzga es Dios.
Podéis hablar, mover vuestros labios,
pero ni siquiera la voz más potente
es capaz de llegar al cielo, ni de recorrer la tierra
"No. No vosotros. Vosotros no podéis juzgarme. Vosotros sois los juzgados, no los jueces. Quién juzga es Dios. Podéis hablar, mover vuestros labios, pero ni siquiera la voz más potente es capaz de llegar al cielo, ni de recorrer la tierra. Apenas un poco distante, se pierde en el silencio... Y luego viene el olvido. Pero el juicio de Dios es una voz que permanece y el olvido no la sepulta. Siglos y siglos han pasado desde que Dios juzgó a Lucifer y juzgó a Adán. La voz de aquel juicio no se ha apagado. Están las consecuencias de aquel juicio. Y si ahora me encuentro entre vosotros para traer a los hombres la Gracia, mediante el Sacrificio perfecto, el juicio sobre la acción de Adán permanece como lo es, y será llamada siempre la "culpa del principio". Los hombres serán redimidos, lavados con una purificación superior a cualquier otra, pero nacerán con esa marca, porque Dios juzgó que esa marca deba estar en todo el que nazca de mujer, menos en Aquel que no por obra de hombre, sino por el Espíritu Santo fue hecho, y en la Preservada y en el Presantificado, vírgenes para siempre. La primera para poder ser la Virgen Deípara; el segundo para poder ser el precursor del Inocente, naciendo limpio gracias a los méritos infinitos del Salvador Redentor.
Yo os digo que Dios os juzga. Y os juzga al deciros: "¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque imponéis a la gente pesos insoportables, convirtiendo en castigo el paternal Decálogo del Altísimo que dio a su Pueblo!" El lo dio con amor y por amor, para que el hombre, el eterno, imprudente e ignorante niño, tuviese un guía seguro. Pero vosotros habéis sustituido los amorosos lazos con que Dios había ligado a sus hijos para que pudiesen caminar por su sendero y llegar a su corazón con montañas de piedras agudas, pesadas: un laberinto de prescripciones, una pesadilla de escrúpulos, por lo cual el hombre pierde sus fuerzas, se extravía, se detiene, tiene miedo de Dios como de un enemigo. Vosotros impedís que los corazones vayan a Dios. Vosotros separáis al Padre de sus hijos. Vosotros negáis con vuestras imposiciones, esta dulce, bendita y verdadera Paternidad. Pero vosotros no tocáis ni siquiera con el dedo el peso que sobre los otros imponéis. Os creéis justificados sólo por haberlo impuesto. Pero, oh necios, ¿no sabéis que seréis juzgados por lo que juzgasteis que era necesario para salvarse? ¿No sabéis que Dios os dirá: "Vosotros decíais que vuestra palabra era sagrada, que era justa. Así pues, también Yo la tengo por tal. Y como la impusisteis a todos y juzgasteis a vuestros hermanos del cómo la acogieron y practicaron, ved que Yo os juzgo con vuestra palabra. Y como no hicisteis lo que dijisteis que tenía que hacerse, sois sentenciados.".
¡Ay de vosotros, que levantáis sepulcros a los profetas que vuestros padres mataron! ¿Y qué? ¿Creéis con esto que disminuiréis la enormidad de la culpa de vuestros padres? ¿Que la anularéis a los ojos de las futuras generaciones? No. Al revés. Vosotros testificáis así las obras de vuestros padres. No sólo esto, sino que las aprobáis, prontos a imitarlos, levantando luego un sepulcro al profeta para deciros mutuamente: "Lo honramos nosotros". ¡Hipócritas! Por esto la Sabiduría de Dios dijo: "Mandaré a ellos profetas y apóstoles. Ellos matarán a algunos y a otros perseguirán, para que pueda exigirse a esta generación la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo en adelante, desde la sangre de Abel, hasta la de Zacarías, asesinado entre el altar y el Santuario". En verdad, en verdad os digo que se pedirá cuenta de toda esta sangre de santos a esta generación que no sabe distinguir a Dios donde está; que persigue al justo, y lo aflige porque es un reproche viviente a su injusticia.
!Ay de vosotros, doctores de la Ley, que os habéis usurpado la llave de la ciencia, y habéis cerrado el templo para no entrar y para que no os juzgue, y no habéis permitido que otros entrasen. Porque sabéis que si el pueblo aprendiese la verdadera Ciencia, esto es, la Sabiduría eterna, podría juzgaros, por lo cual preferís que siga ignorante para que no os juzgue. Y me odiáis porque Yo soy la Palabra de Sabiduría y querríais encerrarme antes de tiempo en una cárcel, en un sepulcro para que no hablase más.
Pero seguiré hablando hasta que a mi Padre le plazca
que lo haga, y luego hablarán mis obras mucho mejor
que mis palabras. Y hablarán mis méritos más que ellas,
y el mundo será adoctrinado y sabrá y os juzgará
Pero seguiré hablando hasta que a mi Padre le plazca que lo haga, y luego hablarán mis obras mucho mejor que mis palabras. Y hablarán mis méritos más que ellas, y el mundo será adoctrinado y sabrá y os juzgará. Será la primera sentencia contra vosotros; luego vendrá la segunda, cuando cada uno después de su muerte sea juzgado; y finalmente el Juicio Universal. Y os acordaréis de este día y de estos días y vosotros, vosotros solos conoceréis al Dios terrible que habéis tratado de presentar cual una pesadilla ante los espíritus de los sencillos, entre tanto que vosotros, en el interior de vuestro sepulcro, os burlasteis de El, y no habéis tenido ningún respeto ni obedecido a ninguno de los mandamientos desde el primero del amor, hasta el último, que fueron dados en el Sinaí.
Inútilmente, oh Elquías, tu casa carece de figuras. Inútilmente, en vuestros hogares no tenéis esculturas. En el interior de vuestro corazón tenéis el ídolo, muchos ídolos: el de creeros dioses, así como los ídolos de vuestras concupiscencias. Venid. Vámonos."
Y haciendo que los doce salgan antes que El, sale el último.
Late un silencio profundo...
Los que se han quedado, forman un alboroto diciendo: "¡Hay que perseguirlo, cogerlo en falso, encontrar motivos con que se le acuse! ¡Hay que matarlo!"
Otro silencio.
Luego, mientras dos, descontentos del odio y de lo que se proponen los fariseos, salen, esto es, el pariente de Elquías y el otro que defendió al Maestro, los que se quedan se preguntan: "¿Y cómo?"
Otro silencio.
Elquías dice: "Hay que trabajar a Judas de Simón..."
Luego con una risita de viejo chocho, Elquías dice: "Hay que trabajar a Judas de Simón..."
"¡Hombre! ¡Buena idea! pero ¡lo acabas de ofender!..."
"De eso me encargo yo" dice aquel a quien Jesús llamó con el nombre de Simón Boetos. "Yo y Eléazar el hijo de Anás... Lo engatusaremos..."
"Unas cuantas promesas..."
"Un poco de miedo..."
"Mucho dinero..."
"No. Mucho no... promesas, promesas de mucho dinero..."
"¿Y luego?"
"¿Cómo que luego?"
"¡Bueno! Luego. Cuando todo se haga. ¿Qué le daremos?"
"Pues, ¡nada! La muerte. Así... no hablará más" dice con lenta crueldad Elquías.
"¡Uh! la muerte..."
"¿Te horroriza? ¡Cómo eres! Si matamos al Nazareno que... es un justo... podremos matar también a Iscariote que es un pecador..."
No todos se ponen de acuerdo...
Elquías levantándose dice: "Oiremos también el parecer de Anás... y veréis que ... nos dará una buena idea. Y vendréis también vosotros... ¡Oh, ciertamente vendréis!..."
Salen todos detrás de su anfitrión que se va diciendo: "Sí, vendréis... vendréis..."
VII. 645-655
A. M. D. G.