JESÚS Y EL MENDIGO EN EL CAMINO 

DE JERICÓ

 


 

#casi echado sobre un montón de piedras, hay un hombre. Claro, será un mendigo.   

#El mendigo reconoce en Jesús al Rabí de Galilea y se postra ante Él  

 #¿Oís amigos? (Jesús se vuelve a los discípulos). Este habla porque el Espíritu le ilumina la verdad. Este, Yo lo digo, es superior a los escribas y fariseos, a los crueles saduceos, a todos esos idólatras que mentirosamente se llaman hijos de la Ley.   

#Y tú, amigo mío, levántate y camina. Quítate esas vendas. Vuelve a tu casa. Estás curado por tu fe."

 


 

Veo a Jesús por un camino lleno de polvo y asoleadísimo. No hay nada de sombra, nada verde. Polvo n el camino. Polvo en los campos sin cultivo.

Aquí no hay las hermosas colinas de Galilea, ni los montes más silvestres de Judea tan abundantes en agua y pasto. Aquí es algo que no es un desierto por naturaleza, sino que el hombre lo ha hecho así con no cultivarlo. Es una llanura. No veo ninguna colina por alguna parte. Como de hecho no conozco Palestina, no puedo decir qué región sea. No cabe duda que es una que nunca he visto en las anteriores visiones. Montones de piedras hay a la vera del camino. Tal vez para repararla, pues se encuentra en condiciones pésimas. Por ahora está sumergida en polvo. Cuando llueva, deberá ser no más que lodo. No veo ninguna casa, ni cerca, ni lejos.

Jesús, como siempre, camina algunos metros delante de los apóstoles que lo siguen en grupo, acalorados y cansados. Para defenderse del sol se han echado encima los mantos y parecen una comunidad de religiosos de colores diferentes. Jesús lleva la cabeza descubierta; parece como si el sol no le hiciese ningún mal. Su vestido es de lino blanco, con mangas cortas hasta el codo. Muy ancho y suelto. No tiene la acostumbrada faja. Es un vestido propio y adaptado para esos lugares tórridos. También el manto es de lino, de color azul. Es muy ligero y le cae sobre el cuerpo, como sin tocárselo. Le cubre la espalda, pero le deja libres los brazos. No sé cómo se lo haya detenido en esta forma.

 

casi echado sobre un montón de piedras, 

hay un hombre. Claro, será un mendigo.

 

Sentado, mejor dicho, casi echado sobre un montón de piedras, hay un hombre. Claro, será un mendigo. Está vestido (si así puede decirse) con una tuniquilla sucia y andrajosa, que puede ser que algún día fue de color blanco; pero ahora tiene el de lodo. Dos miserables sandalias en sus pies, que no tienen casi suela, y que se amarran con pedazos de mecate. En las manos un bastón, que no es otra cosa más que una rama de árbol. En la frente tiene una especie de banda sucia, y en la pierna izquierda, entre la rodilla y la cadera, otra, sucia y manchada de sangre. Está flaco. Un costal de huesos. Sucio, hirsuto, despeinado.

Antes de que llame a Jesús, El se le acerca. Le pregunta: "¿Quién eres?"

"Un pobre que pide pan."

"¿Por este camino?"

"Voy a Jericó."

"El camino es largo, y no hay gente por estos lugares.""Lo sé, pero es más fácil que me den un pedazo de pan y algo de plata los gentiles que pasan por este camino, que no los judíos, de donde vengo."

"¿Vienes de Judea?"

"Sí. De Jerusalén. Tuve que dar una gran vuelta para ir a ver a ciertas personas que siempre me ayudan. En la ciudad, nadie me ayuda. No existe la compasión."

"Dijiste bien. No existe la compasión."

"Tú la tienes. ¿Eres judío?"

"No. Soy de Nazaret."

"Una vez hubo que los nazaretanos no tenían buen nombre, pero ahora hay que decir que son mejores que los de Judea. También Jerusalén los únicos buenos son los que se dicen ser seguidores de ese Nazareno a quien llaman el Profeta. ¿Lo conoces?"

"¿Y tú?"

"No. Fui allá porque, como ves, tengo la pierna muerta, entumecida, y me arrastro fatigosamente. No puedo trabajar y me muero de hambre y de golpes. Abrigaba esperanzas de encontrarlo, porque me dicen que cura a quien toque. Es verdad que no pertenezco al pueblo elegido... pero dicen que es bueno con todos. Me dijeron que estaría en Jerusalén para la Fiesta de las Semanas (La Fiesta de las semanas se celebraba siete semanas después de haber ofrecido el primer manojo de trigo, y se llamaba también Fiesta de las Mieses, de las Primicias, de Pentecostés). Pero yo camino muy despacio... y me pegaron y no puede llegar... Cuando llegué a Jerusalén El había ya partido, porque me dijeron que los judíos lo habían tratado mal."

"¿Y a ti?"

"Siempre me maltratan. Solo los soldados romanos me dan un pedazo de pan.

"¿Y qué se dice, en Jerusalén, entre el pueblo del Nazareno?"

"Que es el Hijo de Dios. Un gran profeta, un Santo, un Justo."

"¿Y tú que piensas?"

"Yo soy... un idólatra. Pero creo que es el Hijo de Dios."

"¿Cómo puedes creerlo si ni siquiera lo conoces?"

"Conozco sus obras. Solo un Dios puede ser bueno y hablar como El."

"¿Quién te refirió sus palabras?"

"Otros pobres. Enfermos curados. Niños que me llevaban pan... Los niños son buenos y no saben distinguir entre creyentes e idólatras..."

"¿De dónde eres?"

"..."

"Dilo. No soy como los niños. No tengas miedo. Sé solo sincero."

"Soy... samaritano. No me pegues..."

"A nadie pego. A nadie desprecio. Con todos tengo piedad."

 

El mendigo reconoce en Jesús al Rabí de Galilea 

y se postra ante Él

 

"Entonces... entonces, tú eres el Rabbí de Galilea."

El mendigo se postra, se arroja desde el montón de piedras como un cadáver sobre el polvo ante Jesús.

"Levántate. Soy Yo. No tengas miedo. Levántate. Mírame."

El mendigo levanta el rostro, siguiendo arrodillado. Su cuerpo torcido trata de erguirse.

"Dadle un pan y algo de beber" dice Jesús a sus discípulos.

Juan le da agua y pan.

"Sentadlo. Que como tranquilamente. Come, hermano."

El pobre llora. no come. Mira a Jesús con ojos de un pobre perro extraviado que ve que le acarician y que le dan de comer por primera vez.

"Come" le dice Jesús sonriente.

El pobrecito come con las lágrimas que le humedecen el pan, pero en medio de su llanto hay una sonrisa. Poco a poco cobra confianza.

"¿Quién te hirió aquí?"  pregunta Jesús y le toca la venda sucia que lleva en la frente.

"Un rico fariseo. A propósito me arrastró con su carro... Me había puesto en un cruce a pedir pan. Me echó encima los caballos tan de pronto que no pude evitarlos. Casi estuve a punto de morir. Tengo un agujero en la cabeza, y me sale pus."

"¿Y aquí quién te pegó?"

"Había ido a la casa de un saduceo, donde había banquete, a pedir las sobras, después de lo que sobrase de los perros. Mi vio y me los echó encima. Uno de ellos me dio una dentellada en la costilla."

"¿Y esta otra cicatriz que te ha lisiado la mano?"

"Fue un golpe que me dio hace tres años un escriba. Supo que era yo samaritano y me golpeó los dedos. Por esto no puedo trabajar. Lisiada la derecha, sin poder mover la pierna ¿cómo quieres que pueda hacer algo para ganarme la vida?"

"Pero ¿por qué saliste de Samaria?"

"El hambre es duro, Maestro Somos muchos los desgraciados y no hay pan para todos. Si me pudieses ayudar..."

"¿Qué quieres que te haga?"

"Que me cures para poder trabajar."

"¿Crees que lo pueda hacer?"

"Sí, lo creo; porque eres el Hijo de Dios."

"¿Lo crees?"

"Lo creo."

"Tú, samaritano ¿eres capaz de creerlo? ¿Por qué?"

"No lo sé por qué. Sé que creo en Ti, y en quien te envió. Ahora que viniste, no hay más diferencia de adoración. Basta adorarte para adorar a tu Padre, al eterno Señor. Donde estás, está allí el Padre."

 

¿Oís amigos? (Jesús se vuelve a los discípulos). 

Este habla porque el Espíritu le ilumina la verdad. 

Este, Yo lo digo, es superior a los escribas y fariseos,

 a los crueles saduceos, a todos esos idólatras 

que mentirosamente se llaman hijos de la Ley. 

 

"¿Oís amigos? (Jesús se vuelve a los discípulos). Este habla porque el Espíritu le ilumina la verdad. Este, Yo lo digo, es superior a los escribas y fariseos, a los crueles saduceos, a todos esos idólatras que mentirosamente se llaman hijos de la Ley. La Ley dice: amarás al prójimo, después de Dios. Y ellos golpean al prójimo que sufre y pide pan; al prójimo que suplica, le echan encima los caballos y los perros; al prójimo que se pone abajo, más abajo de los perros del rico, le echan contra él los mismos perros para hacerle saborear su desgracia, más de lo que pueda hacerlo la misma enfermedad. Despectivos, crueles, hipócritas, no quieren que Dios sea conocido, que sea amado. Si lo quisiesen, lo harían a través de sus obras, como este acaba de decir. Son las obras, no la rutina, lo que hace ver a Dios que vive en los corazones de los hombres y que llevan los hombres a Dios.

¿No tengo razón, Judas, que me reprochas de ser imprudente, no tengo razón acaso de castigarlos? Callar, simular que los apruebo sería aprobar su conducta. No. Por la gloria de Dios que no puedo, Yo, su Hijo, permitir que la gente humilde, desgraciada, buena, crea que apruebe sus pecados. Vine para que los gentiles sean hijos de Dios. Pero no puedo hacerlo si ellos ven que los que se dicen hijos de la Ley -pero que no son más que unos bastardos- practican un paganismo mucho más culpable que el de ellos, porque estos hebreos han conocido la Ley de Dios y ahora escupen sobre lo vomitado de sus pasiones satisfechas como bestias inmundas. ¿Debo creer, Judas, que eres como ellos? ¿Tú, que me echas en cara la verdad que digo? ¿O debo pensar que estás preocupado por tu vida? Quien me siga no debe tener preocupaciones humanas. Ya te lo he dicho. Todavía es tiempo, Judas, de que escojas entre mi modo de obrar y el de los judíos cuyo modo de obrar apruebas. Pero piensa: mi camino va a Dios. El otro al Enemigo de Dios. Piensa y decídete. Pero sé franco.

 

Y tú, amigo mío, levántate y camina. Quítate esas vendas.

 Vuelve a tu casa. Estás curado por tu fe."

 

Y tú, amigo mío, levántate y camina. Quítate esas vendas. Vuelve a tu casa. Estás curado por tu fe."

El mendigo lo mira sorprendido. No se atreve a extender su mano... pero lo intenta. Está intacta. Igual que la de la izquierda. Suelta el bastón. apoya las manos sobre las piedras y hace fuerza. Se levanta. Se yergue. La parálisis que tenía muerta su pierna, ha desaparecido. La mueve, la dobla... da un paso, dos, tres. Camina... Mira a Jesús. Lanza un grito de júbilo. Se arranca la venda de la cabeza, Se toca la parte posterior de la cabeza donde tenía el agujero del que manaba pus. No hay nada. Todo está bien. Se arranca la venda sanguinolenta de la cadera: la piel está intacta.

"¡Maestro, Maestro, Dios mío!" grita levantando los brazos. Se arroja a los pies de Jesús y se los besa.

"Regresa a tu casa, y cree siempre en el Señor."

"¿Y a dónde debo ir, Maestro y Dios, sino detrás de Ti que eres santo y bueno? No me rechaces, Maestro..."

"Vete a Samaría, y habla de Jesús de Nazaret. La hora de la Redención está cercana. Sé un discípulo mío entre tus hermanos. Vete en paz."

Jesús lo bendice. Luego se separan. El curado se dirige ligero hacia el norte. De cuando en cuando vuelve su cara para mirar al que lo curó.

Jesús con los apóstoles deja el camino principal y entran por los campos incultos hacia el oriente. Caminan por una veredilla que corta el camino principal, y que se hace larga, más larga, cuánto más se adelanta. Tal vez sea el camino que lleva a Jericó. No lo sé.

VII. 660-664

A. M. D. G.