EL ENDEMONIADO DE LA DECÁPOLIS

 


 

#Hablan de un endemoniado que da miedo su presencia   

#Ahí está el poseído. Nos vio.   

#"Sal de ese. Te lo ordeno."   

#"Soy Belzebú, soy Belzebú, el Dueño del mundo, y no me doblo. ¡Te desafío, oh Mesías!"  

#"Sal. Te lo digo por última vez. Sal, Satanás. ¡Soy Yo quien manda!"   

#"¡Venid, no tengáis miedo!" La gente espantada, regresa. "Está curado. Traed unos vestidos." Uno de los del poblado va a la carrera a traerlos.  

#"¡Has estado muy enfermo, hijo mío! Alaba a Dios que te curó y a su Mesías que lo hizo en nombre de Dios."   

#¿Por qué, Maestro, el espíritu inmundo hizo tanta resistencia?   

#¿Sabéis por qué caminos llega Satanás? Son tres en general sus caminos trillados, y uno nunca falla. Tres: los sentidos, el dinero, la soberbia de inteligencia.   

#La diferencia entre el hombre y la mujer   

#La mujer debía ser la dulzura de Dios en la Tierra, debía ser el amor, la encarnación de este fuego que mueve a Aquel que es, la manifestación, la testigo de este amor   

#Maestro ¿no te parece que fue injusto el castigo que recibió la mujer? También el hombre peco."   

#Y como Satanás aullará por toda la eternidad, ved que la voz de una Mujer cantará para siempre a fin de acallar sus aullidos."   

#"Vencerá a Eva en su triple pecado. Obediencia absoluta. Pureza absoluta. Humildad absoluta. Con esto se erguirá, reina y triunfante..."

 


 

Jesús, y los que le siguen, continúan caminando por la campiña. La hoz ha cortado la mies. Los campos están secos. Tan sólo respiran calor. Jesús camina ahora por una vereda llena de sombra. Habla con otras personas que se unieron a los apóstoles.

 

Hablan de un endemoniado que da miedo su presencia

 

"Sí" dice uno. "Nadie lo cura. Está más que loco. Y luego, es el terror de todos, sobre todo de las mujeres, y las sigue con muecas obscenas. ¡Ay si cogiese a una de ellas!"

"Nunca se sabe dónde se mete" dice otro. "De improviso sale cual sierpe por los montes, por los bosques, en los surcos, por los prados... Las mujeres tienen mucho miedo. Un día una joven, que regresaba del río, se vio perseguida muy cerca por el loco, y días después murió de grandes fiebres."

"El otro día mi cuñado había ido al lugar que escogió para su sepulcro y el de los suyos, porque se le había muerto su suegro, a preparar todo lo necesario para la sepultura. Pero tuvo que huir porque adentro estaba ese hombre. Estaba desnudo. Aullaba como siempre, y lo amenazó con arrojarle piedras. Lo siguió hasta casi dentro del poblado, y luego regresó al sepulcro. Tuvo que enterrar a su muerto en mi sepulcro."

"¿Y qué decir de aquello que se dice de que Tobías y Daniel lo apresaron a la fuerza y lo amarraron y lo llevaron a su casa? Los estuvo esperando escondido entre el cañaveral y fango del río, y cuando subieron a su barca para la pesca, o para ir al otro lado no sé bien, con la fuerza de un demonio levantó en alto la barquichuela y la volcó. No murieron por mero milagro, pero todo lo que había en la barca se perdió y la misma barca quedó con la quilla rota y los remos despedazados."

"¿No lo llevasteis a los Sacerdotes?"

"Sí. Lo llevaron a Jerusalén como un bulto amarrado. ¡Qué viaje!... Te lo aseguro, porque fui también yo que no tengo necesidad de bajar al infierno para saber lo que pasa allí. De nada sirvió el viaje..."

"¿Fue igual que antes?"

"¡Peor!"

"Pero... ¿El sacerdote?..."

"¡Pero qué dices!... Se necesitaría..."

"¿Qué cosa?... Sigue..."

Silencio.

"Habla pues, no tengas miedo. No te acusaré."

"Bien... decía... no quisiera pecar... decía... que... ciertamente el sacerdote lo hubiese logrado si hubiese sido..."

"Si hubiese sido santo, quieres decir, y no te atreves. Yo te digo: trate de no juzgar. Pero es verdad lo que dices. Desgraciadamente es verdad..."

Jesús calla y suspira. Un breve silencio embarazoso.

Luego alguien se atreve a decir. "Si lo encontrásemos, ¿lo curarías? ¿Librarías a estas comarcas?"

"¿Esperas que pueda Yo hacerlo? ¿Por qué?"

"Porque Tú eres santo."

"Santo es Dios."

"Y Tú eres su Hijo."

"¿Cómo puedes saberlo?"

"¡Eh! Todos lo dicen. Sabemos lo del río. Fue hace unos dos o tres meses. ¿Y quién puede detener la avenida de un río si no es el Hijo de Dios?"

"¿Y Moisés? ¿Y qué decir de Josué?"

"Lo hicieron en nombre de Dios y para gloria suya. Lo pudieron hacer porque eran santos. Tú eres mas que ellos."

"¿Lo haré si lo encontramos."

Continúan. El calor que aumenta los obliga a dejar el camino y a buscar refresco en un montón de árboles que hay a la orilla del río, que no está tan enfurecido como cuando venía crecido. Ahora todavía arrastra mucha agua, pero es clara, azul, que centellea bajo el sol.

El sendero continúa. Allá en el fondo se ven blanquear unas casas. Es el poblado próximo. A su lado hay construcciones pequeñas, muy blancas. No tienen abertura más que de un lado. Unas están abiertas, pero las más están cerradas herméticamente. No hay nadie alrededor. Las casuchas se encuentran en el área de un terreno baldío, inculto. Sólo se ven hierba y piedras.

"Largo, largo de aquí. ¡Volveos y os mato!"

 

Ahí está el poseído. Nos vio. 

 

"Ahí está el poseído. Nos vio. ¡Yo regreso!"

"Yo también."

"Yo también."

"No tengáis miedo. Quedaos y veréis."

Jesús lo dice con tanto aplomo que los más... valerosos obedecen, y caminan detrás de Jesús. También los apóstoles vienen detrás. Jesús camina adelante con majestad, como si nada viese, como si nada oyese.

"¡Largo de aquí!" El aullido penetra hasta los huesos. Parece un gruñido de perro, un aullido de lobo, parece imposible que salga de garganta humana. "¡Largo de aquí! ¡Retrocede! ¡Te mato! ¿Por qué me persigues? ¡No te quiero ver!" El poseído da saltos. Está desnudo. Es de color moreno. Su barba y cabellos largos y desordenados. Las mechas negras e híspidas en que se ve hojarasca, polvo, le corren por los torvos ojos, inyectados de sangre, como si quisieran salírsele de las órbitas. Por la boca corre espuma sanguinolenta, porque el loco se la golpea con una piedra puntiaguda y dice: "¿Por qué no te puedo matar? ¿Quién ata mis fuerzas? ¿Tú? ¿Tú?"

Jesús lo mira y continúa avanzando.

El loco se echa por el suelo, se muerde, espumea, se golpea con la piedra, se levanta, señala a Jesús a quien con ojos desencajados mira y dice. "¡Oíd, oíd! Este que se acerca es..."

"¡Calla demonio! ¡Te lo ordeno!"

"¡No, no, no! No me callo. No me callo. ¿Qué hay entre nosotros y Tú? ¿Por qué no nos ayudas? ¿No te bastó habernos arrojado hasta los infiernos? ¿No te ha bastado haber venido para arrancarnos de las manos a los hombres? ¿Por qué nos echas allá abajo? ¡Déjanos que vivamos dentro de nuestras presas! Tú eres grande, poderoso. Pasa. Conquista, si puedes, pero deja que hagamos lo que queramos, y que podamos hacer daño. Para esto estamos. Oh, mal... ¡No! ¡No puedo decirlo! ¡No quieras que te lo diga! ¡No puedo maldecirte! ¡Te odio! ¡Te persigo! ¡Te espero para atormentarte! Te odio y odio a Aquel de quien procedes, y odio al que es vuestro Espíritu. Odio al Amor. ¡Yo que soy Odio! No puedo más. Pero te espero, Mesías. Te espero. ¡Te veré muerto! ¡Oh, qué momentos de alegría! ¡No, no de alegría! ¿Muerto Tú? No. No muerto. ¡Yo seré el vencido! ¡Vencido! ¡Siempre vencido!... ¡Ah!..." El paroxismo ha llegado a su punto álgido.

Jesús continúa avanzando hacia el poseído. Lo domina con sus ojos. Jesús ahora queda solo. Apóstoles y pueblo han quedado detrás. El pueblo detrás de los apóstoles y éstos alejados unos treinta metros al menos de Jesús.

La gente del poblado, que parece grande, y rico, al oír los gritos se ha acercado, y mira la escena, pronta a huir como los demás. La escena se desenvuelve de este modo: en el centro están el poseído y Jesús, a pocos metros uno del otro; detrás de Jesús, a la izquierda, los apóstoles y la gente que venía con él; a la derecha, detrás del poseído, los del pueblo.

Luego que Jesús intimidó al poseído para no hablar, no lo hace más. Mira fijamente al enfermo. Se detiene, levanta sus brazos, los extiende hacia el endemoniado, va a hablar. Los aullidos son verdaderamente infernales. El poseído se retuerce, salta a derecha, a izquierda, hacia arriba. Parece como si quisiera huir o arrojarse, pero no puede. Está enclavado, y fuera de los movimientos que hace, de ahí no pasa. Cuando Jesús extiende sus brazos, como si conjurase, el loco aúlla más fuerte que nunca, y luego de haber lanzado injurias, de haber carcajeado, blasfemado, se pone a llorar y a suplicar: "¡En el infierno, no! ¡No en el infierno! ¡No me mandes allí! Mi vida es horrible aun aquí en esta cárcel humana. Yo quiero recorrer el mundo y despedazar lo que has hecho. Pero ¡allá, allá, allá... no, no, no! ¡Déjame afuera!..."

 

"Sal de ese. Te lo ordeno."

 

"Sal de ese. Te lo ordeno."

"¡No!"

"Sal."

"¡No!"

"Sal."

"¡No!"

"¡Sal en nombre del Dios verdadero!"

"¡Oh! ¿Porque me vences? Pero no salgo, no. Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, pero yo soy..."

"¿Quién eres?"

 

"Soy Belzebú, soy Belzebú, el Dueño del mundo, 

y no me doblo. 

¡Te desafío, oh Mesías!"

 

"Soy Belzebú, soy Belzebú, el Dueño del mundo, y no me doblo. ¡Te desafío, oh Mesías!"

El poseído se hace rígido, como hierático, y mira a Jesús con ojos fosforescentes. Apenas si mueve los labios como pronunciando palabras ininteligibles, y se pone las manos en la espalda, con los antebrazos pegados, que apenas si se mueven.

Jesús también se ha detenido. Con los brazos cruzados sobre el pecho, lo mira. También Jesús apenas si abre los labios. No oigo palabra alguna.

Los presentes están a la expectativa. Hablan entre sí.

"¡No puede!"

"Sí, puede. Vas a ver. Es el Mesías."

"No. Vence el otro."

"Es muy fuerte."

"Sí, vence."

"No vence."

 

"Sal. 

Te lo digo por última vez. 

Sal, Satanás. 

¡Soy Yo quien manda!"

 

Jesús abre los brazos. Su rostro resplandece como uno que sabe que manda. Su voz parece un trueno. "Sal. Te lo digo por última vez. Sal, Satanás. ¡Soy Yo quien manda!"

"¡Aaaaah!" (es un aullido larguísimo, horrible. Ni siquiera el que al sentir que la espada le atraviesa el cuerpo lanza uno igual). El aullido se convierte en palabras: "Salgo, sí. Me vences. Pero me vengaré. Tú me arrojas, pero tienes un demonio a tu lado, en él entraré para poseerlo, para revestirlo de mi poder. Y tus órdenes serán incapaces de arrebatármelo. En todos los tiempos, en todos los lugares me hago hijos. Yo, el autor del Mal. Y como Dios se engendró a Sí mismo, yo también de mí mismo me engendro. Me concibo en el corazón del hombre, y este me pare, pare un nuevo Satanás que es él mismo, y me lleno de júbilo, de júbilo por tener tanta descendencia. Tú y los hombres encontraréis siempre estos hijos míos que son otros tantos "yo". Me voy, oh Mesías, a tomar posesión de mi nuevo reino, como me lo ordenas, y te dejo esta piltrafa humana. Te dejo eso, una limosna de Satanás, a Ti, Dios, y me tomo ahora miles y miles. Los encontrarás cuando serás un deshecho asqueroso de carne arrojado a los perros; y me tomaré en los siglos futuros, miles y millones, que serán mi instrumento y tu tortura. ¿Crees que vencerás con levantar tu Señal? Los míos la echarán abajo y yo venceré... ¡Ah! No te venzo; pero te doy tormento a Ti y a los tuyos..."

Se oye fragor como de un rayo, pero no se ve nada de luz, ni el retumbar del trueno. Sólo un chasquido seco, desgarrador. El hombre cae como muerto y se queda allí, sobre el suelo. Un grueso tronco de árbol cercano a los discípulos cae por tierra, como si una sierra fulmínea lo hubiera derribado. El grupo apostólico apenas si tiene tiempo de separarse. Los del poblado se echan a huir. 

 

"¡Venid, no tengáis miedo!" 

 

La gente espantada, regresa. 

 

"Está curado. Traed unos vestidos." 

Uno de los del poblado va a la carrera a traerlos.

 

Jesús, que se ha inclinado sobre el hombre y tomado de la mano, se vuelve, así como está, y con la mano del hombre en la suya dice: "¡Venid, no tengáis miedo!" La gente espantada, regresa. "Está curado. Traed unos vestidos." Uno de los del poblado va a la carrera a traerlos.

El hombre, poco a poco, vuelve en sí. Abre los ojos y se encuentra con la mirada de Jesús. Se sienta. Con la mano que tiene libre se seca el sudor, la sangre, la baba; se echa hacia atrás la cabellera, y mira. Ve que está desnudo, que hay gente, y se avergüenza. Se encoge y pregunta: "¿Qué ha pasado? ¿Quién eres? ¿Por qué estoy aquí? ¿Desnudo?"

"Calma, amigo. Ahora te traen vestidos y regresarás a tu casa."

"¿Cómo me conoces? ¿Por qué me ayudas? ¿Cómo te llamas?" Llegan con vestidos que echan sobre el curado. Llega una pobre vieja gimiendo, y estrecha contra su corazón al curado.

"¡Hijo mío!"

"¡Mamá! ¿Por qué me abandonaste por tanto tiempo?"

 

"¡Has estado muy enfermo, hijo mío! 

Alaba a Dios que te curó y a su Mesías 

que lo hizo en nombre de Dios."

 

La anciana llora mucho más fuerte. Lo besa. Lo acaricia. Tal vez querría decir algo más, pero Jesús le ordena con sus ojos y le inspira unas palabras más dignas del momento: "¡Has estado muy enfermo, hijo mío! Alaba a Dios que te curó y a su Mesías que lo hizo en nombre de Dios."

"¿Cómo se llama este?"

"Jesús de Galilea. Pero su nombre es Bondad. Bésale las manos, hijo, dile que te perdone lo que hiciste o dijiste... no cabe duda que hablaste en medio de tu..."

"Claro que habló en medio de su calentura" dice Jesús para impedir palabra imprudentes. "No era él el que hablaba, y por eso no tengo nada que reprocharle. Que ahora sea bueno. Que sea continente." Jesús hace hincapié en esta palabra. El hombre baja su cabeza lleno de vergüenza.

Pero lo que Jesús no dice, lo dicen los del poblado que están cerca. Entre ellos están los incansables fariseos.

"¡Lo mereciste! Y mereciste haberte encontrado con ese, que es el padre de los demonios."

"¿Endemoniado yo?" El hombre está aterrorizado.

La anciana grita: "Malditos. No tenéis ni compasión, ni respeto. ¡Víboras odiosas y crueles! También tú, inútil sinagogo. ¡Soberano de los demonios es el Santo!"

"¿Y cómo quieres que no tenga dominio sobre ellos, si es su rey y padre?"

"Sacrílegos. Blasfemos. Sois una...

"Silencio, mujer. Sé feliz con tu hijo. No injuries. De mi parte no me preocupo de ello. Id todos en paz. A los buenos llegue mi bendición. Vámonos, vosotros."

"¿Puedo seguirte?" Es el curado el que habla.

"No. Quédate. Sé un testigo mío y sé alegría de tu madre. Puedes irte."

Entre gritos, aplausos y palabras de burla, Jesús atraviesa la población; y luego se encamina a la sombra de los árboles que hay en el río. Los apóstoles lo rodean.

 

"¿Por qué, Maestro, el espíritu inmundo 

hizo tanta resistencia?"

 

Pedro pregunta: "¿Por qué, Maestro, el espíritu inmundo hizo tanta resistencia?"

"Porque era un espíritu completo."

"¿Qué quieres decir con eso?"

"Escuchadme. Hay quien se entrega a Satanás abriendo una puerta a un vicio capital. Pero hay quién con dos, quién con tres, quién con siete. Cuando alguien abre su corazón a los siete vicios, entonces entra en él un espíritu completo. Entra Satanás, el príncipe negro."

"Pero ese hombre, todavía joven, ¿cómo pudo ser presa de Satanás?"

 

¿Sabéis por qué caminos llega Satanás? 

Son tres en general sus caminos trillados, 

y uno nunca falla. 

 

Tres: 

los sentidos, 

el dinero, 

la soberbia de inteligencia.

 

"¡Oh, amigos! ¿Sabéis por qué caminos llega Satanás? Son tres en general sus caminos trillados, y uno nunca falla. Tres: los sentidos, el dinero, la soberbia de inteligencia. El de los sentidos es el que nunca falla. Es el mensajero de las otras concupiscencias. Pasa sembrando su veneno y todo lo hace ver de color de rosa. Por eso os digo: "Sed dueños de vuestro cuerpo". Que este dominio sea el principio de cualquier otra cosa, así como esta esclavitud es el principio de todas las demás. El esclavo de la lujuria se convierte en ladrón, estafador, cruel, homicida, con tal de servir a su deseo. La misma sed de dominio tiene parentesco con la carne. ¿No os parece? Así es. Meditad y veréis que no me equivoco. Por la carne Satanás entró en el hombre, y es feliz si por la carne puede entrar otra vez. El, uno y séptuplo, al prolificar legiones de demonios menores."

"Tú dijiste que María Magdalena tuvo siete demonios, y no cabe duda que eran demonios de lujuria. Y con todo la libraste muy fácilmente."

"Sí, Judas. Tienes razón."

"¿Y entonces?"

"Luego concluyes que lo que Yo digo no sirve. No, amigo. La mujer quería ya verse libre del que la dominaba. Quería. La voluntad es todo."

"¿Por qué, Maestro, vemos que muchas mujeres son presa del demonio, y se puede decir, de este demonio?"

 

La diferencia entre el hombre y la mujer

 

"Mira, Mateo, la mujer no es igual al hombre en su formación y en sus reacciones con respecto a la culpa del principio. El hombre tiene otras metas en lo que desea, sea bueno completamente o menos. La mujer tiene una sola: el amor. El hombre está formado de otro modo. La mujer es sensible, y mucho más porque está destinada a engendrar. Sabes bien que toda perfección produce un aumento de sensibilidad. Un oído perfecto oye lo que escapa a otro menos perfecto, y goza menos. Dígase lo mismo de la vista, del gusto, del olfato.

 

La mujer debía ser la dulzura de Dios en la Tierra, 

debía ser el amor, 

la encarnación de este fuego que mueve a Aquel que es,

 la manifestación, la testigo de este amor

 

La mujer debía ser la dulzura de Dios en la Tierra, debía ser el amor, la encarnación de este fuego que mueve a Aquel que es, la manifestación, la testigo de este amor. Dios la había dotado de un espíritu extraordinariamente sensible porque, cuando llegase a ser madre, supiese y pudiese abrir a sus hijos los ojos del corazón para que viese con amor a Dios y a sus semejantes, para que pudiesen estos entender y obrar. Piensa en la orden que Dios se dio a Sí mismo: "Hagamos a Adán una compañera". Dios que es Bondad, no podía sino querer hacer una buena compañera a Adán. Quien es bueno, ama. La compañera de Adán debía por eso ser capaz de amar para hacer feliz a Adán en su estadía en el Paraíso. Debía ser muy capaz de amar, de modo que debía ser la segunda después de Dios, así como su colaboradora y ayudadora en amar al hombre, creatura de Dios, de modo que aun en las horas en que la Divinidad no se manifestase a su creatura, el hombre al oír la voz de amor de Eva, no se sintiese infeliz por la falta de amor.

Satanás conocía esta perfección. Muchas cosas sabe Satanás. El es el que habla por los labios de los adivinos, que dicen mentiras mezcladas con verdad. Y si dice estas verdades, que odia porque es Mentira, lo hace sólo -y tenedlo en cuenta vosotros y quienes os sigan- para seduciros con la quimera de que no es la Oscuridad la que habla sino la Luz. Satanás, astuto, tortuoso, cruel, se ha arrastrado y ha entrado en esta perfección y allí ha dado su mordida, y dejado su veneno. La perfección de la mujer en el amar se ha convertido así en instrumento de Satanás para dominar a la mujer y al hombre, y así propagar el mal..."

"¿Entonces, nuestra madres?"

"Juan ¿tienes miedo de ellas? No todas las mujeres son instrumento de Satanás. Perfectas por su sentimiento, son siempre excesivas en el obras: ángeles si quieren ser de Dios, demonios si quieren ser de Satanás. Las mujeres santas, y entre ellas tu madre, quieren ser de Dios y son ángeles.

 

Maestro ¿no te parece que fue injusto el castigo 

que recibió la mujer? 

También el hombre peco."

 

Maestro ¿no te parece que fue injusto el castigo que recibió la mujer? También el hombre peco."

"¿Y qué vamos a decir del premio? Está escrito que por la Mujer volverá el Bien al mundo y Satanás será vencido."

 

Y como Satanás aullará por toda la eternidad, 

ved que la voz de una Mujer cantará para siempre 

a fin de acallar sus aullidos.

 

"No juzguéis jamás las obras de Dios, y esto como primera condición. Pensad que, como el mal entró por la Mujer, es justo que por la Mujer entre el Bien en el mundo. Hay que borrar la página que escribió Satanás, y lo hará el llanto de una Mujer. Y como Satanás aullará por toda la eternidad, ved que la voz de una Mujer cantará para siempre a fin de acallar sus aullidos."

"¿Cuándo?"

"En verdad os digo que su voz bajó ya del cielo donde por la eternidad cantaba su aleluya."

"¿Será más noble que Judit?"

"Más noble que cualquier mujer."

"¿Qué hará?"

 

"Vencerá a Eva en su triple pecado. 

Obediencia absoluta. 

Pureza absoluta. 

Humildad absoluta. 

Con esto se erguirá, reina y triunfante..."

 

"Vencerá a Eva en su triple pecado. Obediencia absoluta. Pureza absoluta. Humildad absoluta. Con esto se erguirá, reina y triunfante..."

"¿Pero no es tu Madre la más grande porque te engendró?"

"Grande es el que hace la voluntad de Dios. Por esta razón María es grande. Todos sus otros méritos le vienen de Dios. Por eso es suyo y por ello es bendita."

Todo termina.

Dice Jesús:

"Viste a un poseído del demonio. Hay muchas respuestas a mis palabras. No sólo para ti, sino para otros. ¿Servirán de algo? No. No servirán para los que tienen más necesidad de ellas. Quédate en mi paz."

VII. 685-693

A. M. D. G.